¿En qué consistió el
mensaje de 1888?
1. ¿Por
qué examinar nuestro pasado adventista?
2. El
pecado de abandonar nuestro primer amor
3. El fuerte
pregón viene de forma inesperada
4. Aceptación
o rechazo: en busca de un enfoque más preciso
Nota adicional:
Testimonio de los archivos de la Asociación General
5. El
problema fundamental: cómo evaluar el mensaje de 1888
6. Rechazo
a Ellen White en 1888
7. Un examen más
detenido de las confesiones
8. Un movimiento en
crisis: la asamblea de la Asociación General de 1893
9. Una
falsa justificación por la fe: sembrando la apostasía
10. Por qué se
descaminaron Jones y Waggoner
12. La apostasía del
panteísmo
13. Predicciones de Ellen
White sobre la adoración a Baal
14. De 1950 a 1971
15. De 1971 a 1987 y
años sucesivos
16. Apéndice A: ¿Enseñó
A.T. Jones la herejía de la carne santa?
17. Apéndice B: Ideas contrastadas sobre la justicia por la
fe
18. Apéndice C: Rastreando
el origen del mito de la aceptación
19. Apéndice D: ¿Qué
futuro aguarda a la Iglesia adventista?
20. Apéndice E: Breve análisis de las publicaciones
entre 1987 y 1988
Los autores
creen también que el Salvador tiene un deseo inconmensurable de que su pueblo
prepare el camino para su retorno. El mensaje que el Señor envió a este pueblo en
1888 tenía el propósito de completar su obra de gracia en los corazones humanos,
de modo que el gran conflicto pudiera llegar a su culminación. Pero algo se malogró
hace un siglo. El plan del Señor resultó frustrado y retardado. ¿Qué sucedió? ¿Por
qué la prolongada demora?
Las luces de
hace un siglo han disminuido en intensidad, y en muchos casos se han extinguido
y desaparecido. Los hitos del adventismo se han difuminado. Nuestro pueblo no ha
abandonado explícitamente su confianza en la segunda venida de Cristo, pero se
ha desvanecido la expectación de su pronto retorno. Muchos están
desorientados y confundidos. El mundo actual seduce con sus modas, diversiones y
comodidad egoísta.
Incluso en
comunidades adventistas motivadas, informadas, dotadas de una rica herencia histórica,
el divorcio se ha vuelto casi epidémico. El beber alcohol “socialmente” es un
problema en nuestros seminarios y universidades, y en muchos de nuestros hogares.
Muchos adventistas en América del Norte no tienen una concepción clara del Día
de la expiación celestial, o de nuestro singular deber relativo a la temperancia
y el dominio propio derivados de ese concepto. Es sorprendente que en una época
caracterizada por la explosión del conocimiento humano tengamos como pueblo una
comprensión vaga e indefinida de lo que Cristo está haciendo como Sumo
Sacerdote en este Día de la expiación final, y escasa sintonía con sus
objetivos. Y aquello que no comprendemos, no podemos comunicarlo al mundo.
Es bien sabido
que una gran proporción de nuestra juventud carece de convicciones firmes relativas
a la identidad adventista. Una serie de artículos en Adventist Review de
junio de 1986 reconoce la existencia de un fenómeno nuevo: jóvenes adventistas se
están uniendo a iglesias guardadoras del domingo (ver capítulo 13 de este libro).
Proliferan ministerios
independientes y grupos disidentes. La irrupción de escándalos financieros y conceptos
heréticos provee munición para la artillería de los críticos. Se suscitan dudas
en cuanto a si la Iglesia adventista del séptimo día está destinada a convertirse
en otra parcela de “Babilonia”.
El “preciosísimo
mensaje” que el Señor “envió” a su pueblo hace casi un siglo contiene el “comienzo”
de la solución a todos esos problemas. Fue un mensaje de gracia sobreabundante.
Nuestras crecientes perplejidades son el resultado directo, la cosecha cierta,
de la incredulidad hacia aquel mensaje de 1888 en el pasado o en el presente. Cuando
se rechaza la verdad, el error se precipita siempre para ocupar el vacío. Pero no
hay problema que no pueda remediar el arrepentimiento.
La Iglesia
mundial está en necesidad de conocer sin mayor demora la historia completa de nuestra
confrontación con Cristo durante un siglo. Ellen White comparaba frecuentemente
nuestro fracaso en 1888, con el rechazo del que fue objeto Jesús por parte de
los judíos dos milenios antes. En este libro rexaminaremos cartas y manuscritos
de Ellen White, así como declaraciones suyas publicadas. A la mensajera del Señor
se le debe permitir hablar abiertamente, sin restricciones. Cuando la verdad sea
plenamente comprendida, bien porque estos autores sean capaces de expresarla
con suficiente claridad, o bien porque otros lo hagan posteriormente con mayor
éxito, seguirán un arrepentimiento y reforma, y su pueblo vendrá a estar
preparado para la venida del Señor. El mensaje a Laodicea no fallará, sino que resultará
en sanación y restauración.
Poco antes
del fallecimiento de Ellen White, su hijo escribió un breve mensaje que resume
la convicción de su madre en estos términos:
Le
dije [a la Sra. Lida Scott]
cómo mi madre consideraba la experiencia de la Iglesia remanente, y en cuanto a
su enseñanza positiva de que Dios no permitiría que esta denominación
apostatase tan completamente que ocurriese el surgimiento de otra iglesia (Carta, 23 mayo 1915; Eventos de los
últimos días, 51 {58}).
Esta declaración
incluye el reconocimiento implícito de que habría una considerable apostasía, pero
el Señor no permitiría que fuera total. Ellen White murió en la convicción de
que finalmente tendría lugar un arrepentimiento denominacional.
¿En qué consistió el mensaje de
1888?
(índice)
Este libro no
tiene el propósito de profundizar en el propio mensaje. Otras obras escritas por estos mismos autores tienen esa intención: Introducción al mensaje de 1888, Review and Herald, 1980; Oro afinado
en fuego, Pacific Press, 1983; The Good
News is Better Than You Think, Pacific Press, 1985; A Summary of the History and Content of the 1888 Message, 1977, The
Message Study Committee. No obstante, para quienes no tienen acceso a tales publicaciones o
a las fuentes originales, hacemos un breve resumen de los elementos esenciales
y singulares del mensaje. El lector reconocerá que esos conceptos contrastan con
las ideas mayoritariamente (u oficialmente) sostenidas por nuestro pueblo hoy (la
documentación está disponible en los libros citados más arriba):
(1) El sacrificio
de Cristo no es meramente provisional sino efectivo para el mundo
entero, de modo que la única razón por la cual alguien puede perderse es prefiriendo
resistir la gracia salvadora de Dios. Para aquellos que por fin se salvarán, fue
Dios quien tomó la iniciativa; en el caso de los que se pierdan, son ellos quienes
tomaron la iniciativa. La salvación es por la fe; la condenación es por la
incredulidad.
(2) Así, el sacrificio
de Cristo justificó legalmente a “todo hombre” y salvó literalmente al
mundo de la destrucción prematura. Todo ser humano le debe su vida actual, tanto
si cree en él como si no lo hace. Cada pan lleva la marca de su cruz. Cuando el
pecador oye y cree el evangelio en su pureza, es justificado por la fe. Los
perdidos niegan deliberadamente la justificación que Cristo efectuó ya por ellos.
(3) La justificación
por la fe es, por lo tanto, mucho más que una declaración legal de absolución:
transforma el corazón. El pecador recibe ahora la expiación, que significa
reconciliación con Dios. Puesto que es imposible estar verdaderamente
reconciliado con Dios y no estar a la vez reconciliado con su santa ley, la
única conclusión posible es que la verdadera justificación por la fe hace
al creyente obediente a todos los mandamientos de Dios.
(4) El ministerio
del nuevo pacto realiza esa obra maravillosa cuando el Señor escribe realmente su
ley en el corazón del creyente. Se desea
la obediencia, y la nueva motivación trasciende al temor a perderse o la
esperanza de recompensa (ambas motivaciones están contenidas en la expresión de
Pablo de estar “bajo la ley”). El antiguo y el nuevo pacto no son una cuestión cronológica
secuencial, sino una cuestión de mentalidad. La fe de Abraham lo capacitó para
vivir bajo el nuevo pacto, mientras que multitudes de cristianos viven hoy bajo
el antiguo pacto debido a que su motivación es una preocupación egocéntrica. El
antiguo pacto consiste en la promesa hecha por el pueblo, de ser fieles al
Señor. Bajo el nuevo pacto la salvación viene al creer en las promesas que
Dios nos hace a nosotros, y no al hacerle nosotros promesas a él.
(5) El amor
de Dios es de carácter activo, no meramente pasivo. Como el buen pastor, Cristo
está activamente implicado en la búsqueda de la oveja perdida. Nuestra salvación
no depende de que busquemos al Salvador, sino de que creamos que él nos está buscando
a nosotros. Aquellos que finalmente se pierdan es porque habrán resistido y despreciado
la atracción de su amor. Tal es la esencia de la incredulidad.
(6) Por
consiguiente, es difícil perderse y fácil ser salvo, si uno comprende y cree
cuán buenas son las buenas nuevas. El pecado es una resistencia constante a
su gracia. Puesto que Cristo pagó ya la penalidad del pecado de todo hombre, la
única razón por la cual alguien puede ser condenado finalmente es por su
persistente incredulidad: su negativa a apreciar la redención efectuada por
Cristo en la cruz, y ministrada por él mismo como Sumo Sacerdote. El verdadero evangelio
pone en evidencia esa incredulidad y lleva a un genuino arrepentimiento que
prepara al creyente para el retorno de Cristo. El orgullo humano, y la
adulación y lisonja dedicada a seres humanos es inconsistente con la verdadera fe
en Cristo, y es una señal segura de la existencia de incredulidad, aún dentro de
la Iglesia.
(7) En su
búsqueda de la humanidad perdida, Cristo dio todos y cada uno de los pasos,
tomando sobre sí la naturaleza caída y pecaminosa del hombre en su estado posterior
a la transgresión de Adán y Eva. Lo hizo así para poder ser tentado en todo como
nosotros (Heb 4:15), y sin embargo demostrar una justicia perfecta en esa “semejanza de carne de pecado” (Rom 8:3). El mensaje
de 1888 comprende el término “semejanza” como queriendo decir exactamente lo
que dice: semejanza, ¡no diferencia! Justicia no es una palabra que se aplique a Adán en su estado no
caído ni a los ángeles sin pecado. Se refiere a una santidad que entró en conflicto
con el pecado en carne humana caída, y que triunfó sobre él.
Así, “el mensaje
de la justicia de Cristo” que Ellen White apoyó de forma tan entusiasta en la
época de 1888 está enraizado en esa visión concreta de la naturaleza de Cristo.
Si Cristo hubiera asumido la naturaleza sin pecado de Adán antes de la caída, el
término “justicia de Cristo” sería una abstracción sin sentido. Los mensajeros
de 1888 vieron la teoría de que Cristo hubiera tomado la naturaleza sin pecado
de Adán antes de la caída como un legado del romanismo, como la insignia del
misterio de la iniquidad que mantiene a Cristo “alejado” y no “cercano, al
alcance de la mano”.
(8) Así, nuestro
Salvador “condenó el pecado en la carne” de la humanidad caída. Eso significa
que quitó todo pretexto para el pecado. A la luz de su ministerio, el pecado ya
no es inevitable. Es imposible tener la verdadera fe en Cristo revelada en el
Nuevo Testamento y continuar en pecado. No podemos excusar el continuo pecar aduciendo
que “somos sólo humanos” o que “el diablo me obligó a hacerlo”. A la luz de la
cruz, el diablo no puede forzar a nadie a pecar. Ser verdaderamente “humano” es
ser semejante a Cristo en carácter, pues él era y es plenamente humano, tanto como
divino.
(9) En consecuencia,
el elemento clave que precisa el pueblo de Dios a fin de prepararse para el
retorno de Cristo es la genuina fe puesta de relieve en el Nuevo
Testamento. Pero este es precisamente el elemento que más le falta a la Iglesia.
La Iglesia se ve a sí misma como siendo “rica” desde el punto de vista de la
doctrina y experiencia; como no teniendo necesidad de nada. Sin embargo, su
pecado es básicamente una patética incredulidad. La justicia se obtiene
por la fe. Es imposible tener fe y no demostrar justicia en la vida, porque la verdadera
fe obra por el amor (Gál 5:6). Los defectos morales y espirituales son
hoy el fruto de perpetuar el pecado de incredulidad del antiguo Israel, por la confusión
derivada de una falsa justificación por la fe.
(10) La justificación
por la fe viene a ser a partir de 1844 “el mensaje del tercer ángel en verdad”.
Así, sobrepasa en mucho la enseñanza de los reformadores, y ciertamente lo que
las iglesias populares entienden hoy. Es un mensaje de gracia sobreabundante,
paralelo y consistente con la singular verdad adventista de la purificación del
santuario celestial: una obra que implica la plena purificación de los corazones
del pueblo de Dios en la tierra.
Hay otros
aspectos del mensaje de 1888 tales como reformas en las áreas de la salud y la educación,
pero el centro de atención en este libro es el núcleo central, tal como lo
reconoció Ellen White: la justicia por la fe. No es verdad que el mensaje de
1888 estuviera en oposición con la organización eclesiástica, como se podrá ver
en el capítulo décimo.
Significado del mensaje para el presente
La historia y
el mensaje de 1888 contienen la clave para la reconciliación con el Señor Jesús.
La gran “expiación final” va a hacerse realidad.
Habrá
un manantial abierto para la casa de David [el liderazgo de la Iglesia] y para los
habitantes de Jerusalén [la Iglesia organizada en su conjunto], para la purificación del pecado y de la inmundicia
(Zac 13:1).
Algunos, tal vez
muchos, despreciarán y rechazarán ese manantial del que habla Zacarías, pero creemos
en la sinceridad del corazón del pueblo de Dios. Cuando conozcan la verdad en
su plenitud, responderán positivamente. “Tu pueblo se
te ofrecerá voluntariamente en el día de tu mando”, declara el salmista
(Sal 110:3). El genio subyacente en el adventismo ha de comprender y recibir
aún verdades que ahora distingue sólo vagamente. A pesar de la oposición suscitada
en la propia estructura eclesiástica, la conciencia adventista va a reconocer el
testimonio de Ellen White relativo a 1888 como siendo la genuina manifestación
del Espíritu de profecía, “el testimonio de Jesús”. La verdad es invencible una
vez que la reciben corazones sinceros.
El mundo y el
universo aguardan ese otro ángel que desciende del cielo “con gran poder, y la tierra
fue alumbrada con su gloria”. Si el plan del Señor era que el mensaje de 1888 fuese
el “comienzo” de la obra de aquel ángel y el “comienzo” de la lluvia tardía, ¿puede
haber algo más importante que buscar la plena verdad al respecto?
Es nuestro
deseo que este libro sea leído acompañado de oración en procura de discernimiento,
y en un espíritu de fe y arrepentimiento.
Los autores, 3 de junio de 1987
El movimiento
adventista no ha experimentado hasta hoy un progreso consistente con su misión
profética. Ha habido progreso, pero no el que demanda la Escritura. Los tres ángeles
de Apocalipsis 14 no han conmocionado todavía al mundo. Millones conocen aún poco
o nada sobre este mensaje de vida o muerte.
No podemos
negar que el cuarto ángel de Apocalipsis 18 está aún pendiente de alumbrar la tierra
con la gloria de su mensaje. El programa divino de amorosa preocupación por
este planeta ha resultado de alguna forma obstaculizado. La prolongada demora causa
en la Iglesia una creciente perplejidad de proporciones insostenibles.
Decir que hemos
fracasado en cumplir nuestro deber es sólo exponer el problema en términos
diferentes. ¿Por qué no hemos cumplido nuestro deber, y cuándo lo cumpliremos? Declarar
que Dios va a intervenir y actuará en breve es exponer el mismo problema aun en
otros términos. ¿Por qué no ha hecho todavía el Señor lo que va a hacer
finalmente? [N. del T.: Nuestro frecuente recurso al predeterminismo calvinista
es peor que inútil al efecto de dar respuesta a esas cuestiones. No sólo nos
deja igual que antes, sino peor, ya que a nuestra negligencia en cumplir la
misión encomendada añadimos la acusación implícita de que es Dios quien se
demora en el cumplimiento de lo prometido. Ver más aquí: ¿Podemos
adelantar su venida? -Ellen G. White Estate].
Jamás debiéramos
atrevernos a acusar a Dios de negligencia en el cumplimiento de su palabra.
Sabemos que ama tanto al mundo como para haber dado a su Hijo para redimirlo, y
que ha estado dispuesto a llevar el plan de salvación a su triunfo final dese hace
ya mucho tiempo. La cruz da fe de su compromiso pleno con el problema humano. Un
amor como el suyo niega cualquier posibilidad de indiferencia divina. Sin
embargo, millones no saben casi nada sobre su mensaje de gracia. ¿Han de continuar
en esa ignorancia, sin oportunidad alguna de apreciar el costo de la redención
que Cristo pagó, y de su ministerio sumosacerdotal actualmente en curso? Son preguntas
que demandan respuestas. ¿Cuál es la razón para la demora y cómo es posible
rectificar en consecuencia?
Por casi un siglo
hemos estado buscando respuestas en cada plan sucesivo, en resoluciones, proyectos
y estrategias evangelizadoras. Solemos pensar que si algún poder sobrenatural llevara
a cabo la propagación del mensaje en proporciones universales, de modo que la
población mundial pudiese finalmente entender de qué se trata, entonces el Movimiento
quedaría vindicado, y se materializaría el triunfo tan largamente esperado. Y en
tal caso no habría mayor necesidad de reexaminar nuestra historia…
Pero Dios no puede
vindicar un pueblo tibio. Eso significaría una renuncia a su insistencia por
más de un siglo a fin de que su pueblo siga los principios rectos que él le
comunicó mediante su mensajera inspirada. Una actitud de compromiso tal por
parte del Señor equivaldría a una admisión de derrota: el fracaso de todo el
plan de la redención, pues su verdadero éxito depende de ese momento final.
La razón subyacente
La esperanza
del pueblo de Dios ha sido en todo tiempo la primera resurrección. Por razones
bíblicas, los adventistas del séptimo día no pueden concordar con sus hermanos
de otras denominaciones que sostienen que los salvos reciben inmediatamente su
recompensa al sobrevenir la muerte. Las Escrituras enseñan que “duermen en Jesús” hasta que resuciten en la primera
resurrección. Pero esa esperanza es vana a menos que regrese Cristo, ya que es
únicamente su presencia personal lo que hace posible la resurrección. “Ese mismo Jesús” ha de volver literal y personalmente.
Ningún espíritu etéreo puede propiciar la resurrección de los muertos.
Pero esta creencia
adventista llama de inmediato la atención a un serio problema que pone en
cuestión las teorías populares de la justificación por la fe. Si el alma humana
es inmortal por naturaleza y los salvos van al cielo cuando mueren, no hay
preparación alguna del carácter que sea especialmente necesaria en relación con
el regreso de Jesús. No hay una obra adicional que el “evangelio
eterno” deba cumplir, fuera de lo que efectuó ya por miles de años en aquellos
que fueron muriendo. Así, las concepciones populares sobre la justicia por la fe
son antagonistas de cualquier tipo de preparación especial para la segunda venida.
Esa es la razón
por la cual la mayoría de los protestantes no-adventistas conciben la justicia por
la fe como algo limitado a una justificación legal. Según su punto de vista, la
perfecta obediencia a la santa ley de Dios no es necesaria ni tan sólo posible.
La idea de una preparación especial para la segunda venida de Cristo es algo
que queda sencillamente excluido de su pensamiento.
Pero la verdad
bíblica de la naturaleza del hombre requiere que haya una comunidad de creyentes
vivos preparada para la segunda venida de Cristo, de modo que pueda
tener lugar la resurrección de los muertos. Es comparable al agricultor que no puede
recolectar su cosecha hasta tanto no esté madura (Mar 4:26-29). Pero supongamos
que el pueblo de Dios nunca esté preparado, sea porque no puede, o porque no quiere.
Cristo dice de
sí mismo: “He vencido” (Apoc 3:21), y
declara al “ángel de la Iglesia en Laodicea”
que sus miembros deben vencer “así como yo he
vencido”. Evidentemente se hace necesaria una preparación especial. Pero
si esa preparación especial nunca ocurriera, ¿habría de admitir el Señor que
finalmente su pueblo no puede o no quiere vencer, que la norma propuesta ha
resultado demasiado elevada, y que él nunca esperó realmente que se la pudiera
alcanzar? ¿Hemos malinterpretado a Cristo por más de un siglo al asumir que él requiere
obediencia a su ley, siendo que la obediencia es imposible? ¿Pudiera ser que no
hubiera preparación alguna especial necesaria para su pueblo?
Estas son
preguntas trascendentes. Una parte significativa de la Iglesia y su ministerio
se inclina en la dirección de conceptos populares en el sentido de que no es posible
vencer el pecado. Tales ideas se han adaptado al adventismo siguiendo la doctrina
calvinista consistente en que por tanto tiempo como uno posea una naturaleza
pecaminosa, el pecar es inevitable, y por lo tanto excusable [N. del T.: Así lo
expresa la idea de que ‘pecamos porque somos pecadores’ -por nacimiento-]. Evidentemente,
eso niega el concepto fundacional adventista del Día de expiación antitípico.
Rebajar la norma
de Dios a fin de vindicar un pueblo negligente y tibio sería una ofensa a la
justicia divina. Significaría establecer la antigua Jerusalén en la tierra nueva,
con sus continuas desviaciones, falta de arrepentimiento y desobediencia, en
lugar de la triunfante y plenamente arrepentida Nueva Jerusalén. Eso chasquearía
la esperanza de Abraham, quien
esperaba
la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (Heb 11:10)
Esa “ciudad” ha de ser una comunidad formada por
sus descendientes espirituales finalmente victoriosos; no meramente por unos pocos
individuos dispersos y descoordinados por aquí y por allí. ¡La fe de Abraham no
habrá sido en vano! Debe haber un pueblo que alcance esa madurez de fe y
experiencia cristiana de la que él mismo fue el verdadero precursor espiritual.
Tal es el clímax hacia el que apunta la historia.
Y no fue sólo
Abraham quien ejerció una fe como esa. Leemos que el propio Cristo ha depositado
su confianza en este pueblo, a pesar de que en el pasado “no creyeron”. Él dio su sangre en favor de los
seres humanos, y para la redención completa de la raza humana. ¡Es una
inversión demasiado cara, si el resultado viniera a ser menos que satisfactorio!
Ciertamente no va a resultar “nula la fidelidad de
Dios” (Rom 3:3). De otro modo quedaría en descrédito el evangelio eterno,
y el Señor resultaría eternamente avergonzado por haber depositado una fe ingenua
en la humanidad.
El fracaso: un desenlace
impensable para el programa de Dios
Si bien es
cierto que Cristo murió por nosotros y pagó el precio por todos nuestros
pecados como nuestro divino sustituto, se requiere cierta respuesta de fe por
nuestra parte. En ausencia de un pueblo verdaderamente preparado para
la segunda venida de Cristo, y sin que se comprenda su misión mundial, el Señor
no puede regresar. No puede echar su poderosa hoz hasta que la mies de la
tierra esté madura (Apoc 14:15-16). Esa verdad está profundamente enraizada en
el adventismo. No hay forma en que podamos obviarla y seguir siendo
adventistas.
Antes que el Señor
pueda vindicar a su Iglesia remanente, la generación actual debe en esencia
rectificar de algún modo toda negación del pueblo de Dios en seguir la luz. Eso
debe efectuarse, no según un programa de obras, sino mediante la fe desarrollada
hasta la madurez. Como juez, Dios no puede aprobar al que es negligente en el
arrepentimiento, se trate de individuos o de un movimiento.
Las conclusiones
de este estudio apuntan a la existencia de graves incomprensiones oficiales relativas
a episodios vitales en la historia adventista. Hay evidencia de que la verdad
concerniente a la lluvia tardía del Espíritu Santo y el fuerte pregón de Apocalipsis
18 ha sido distorsionada e incluso encubierta. Eso ha acarreado trágicas consecuencias
de alcance mundial. La incomprensión de nuestro pasado distorsiona también nuestra
comprensión del presente y debilita la confianza en nuestra particular misión. Eso
nos pone al borde del desastre. Es imposible para cualquiera, en cualquier
parte, entender los acontecimientos del presente mientras albergue una visión
distorsionada de los hechos del pasado.
La verdad no
pierde nada al reexaminarla detenidamente. Sea que se trate de una enseñanza
teológica, o bien de un principio vital de la historia eclesiástica, Ellen
White indica que es necesario desentrañarla:
Ninguna doctrina verdadera perderá un ápice por someterla
a rigurosa investigación. Estamos viviendo en tiempos peligrosos y no debemos
aceptar todo lo que se presenta como siendo verdad sin examinarlo detenidamente
ni podemos permitirnos rechazar aquello que produzca los frutos del Espíritu de
Dios. Al contrario: debemos recibir la instrucción y ser mansos y humildes de corazón...
El Señor ha dispuesto que nuestras opiniones sean puestas a prueba (Review and Herald, 20 diciembre 1892).
Si no sometemos “a prueba” nuestras opiniones relativas a doctrinas o interpretaciones
históricas, mentes perspicaces entre nuestros oponentes harán finalmente esa
obra en nuestro lugar.
Si es que Dios ha hablado por mí, llegará el tiempo
en que se nos llevará ante los consejos y ante millares a causa de su nombre, y
cada uno tendrá que dar razón de su fe. Entonces tendrá lugar la más severa
crítica sobre cada posición que hayamos asumido como verdad (Review and Herald, 18 diciembre 1888).
Las palabras
precedentes se escribieron mientras se desarrollaban importantes eventos de
nuestra historia denominacional. Ciertas interpretaciones relativas a esos
eventos han venido a alcanzar hoy entre nosotros casi la categoría de dogma. De
ahí la necesidad de una investigación veraz, a fin de poder distinguir entre lo
que es verdadera historia, y lo que es “tradición de
los ancianos”. Por razones que expondremos más adelante, hemos llegado a
rodear el episodio de 1888 de nuestra historia en las neblinas de esa tradición.
Se impone la necesidad de distinguir entre los hechos y la fantasía.
El arrepentimiento y
el Día de la expiación
La purificación
del santuario no puede alcanzar su cumplimiento hasta que no comprendamos
plenamente el significado de 1888 en nuestra historia y quede resuelto el
problema espiritual subyacente. Ese período particular de nuestra historia es
especialmente significativo. Así lo implica una declaración que Ellen White
escribió al presidente de la Asociación General, O.A. Olsen, cuatro años después
de la asamblea de Minneapolis:
El pecado cometido en lo que tuvo lugar en Minneapolis
permanece en los libros de registro del cielo, anotado contra los nombres de aquellos
que resistieron la luz, y permanecerá en los registros hasta que se haga una
confesión plena y los transgresores acudan ante Dios en total humildad (Carta O19, 1 septiembre 1892; The
Ellen G. White 1888 Materials, 1031).
Sus escritos
posteriores indican que no se dio esa “confesión
plena”, y que la experiencia de acudir “ante
Dios en total humildad” no tuvo lugar para la mayoría de ellos. Todos aquellos
hermanos murieron ya, pero eso no significa la purificación automática de los “libros de registro del cielo”. Esos libros registran
el pecado corporativo, tanto como el pecado personal. La verdad fundamental que
ha hecho de los adventistas del séptimo día un pueblo peculiar consiste en que
la muerte no produce la purificación de los libros de registro en el cielo. La purificación
tiene lugar en el “juicio investigador”, que
es un Día de expiación final de carácter corporativo [N. del T.: El ministerio
diario en el santuario tenía un carácter eminentemente individual, en contraste
con el Día de expiación anual, en el que se requería de la congregación
una cierta actitud].
Lo que está
en cuestión no es la salvación de las almas de los queridos líderes que hace un
siglo resistieron el mensaje. Aunque prisioneros en sus tumbas, creemos que descansan
en la paz del Señor. La cuestión ahora es la finalización de la obra de Dios en
la tierra, en espera de que manifestemos la tan largamente esperada empatía con
el Señor, que permita verdaderamente darle
gloria,
porque la hora de su juicio ha llegado (Apoc 14:7)
Necesitamos recuperar
en nuestra generación la inconmensurable bendición que nuestros hermanos de
hace un siglo mantuvieron “lejos del mundo” y
de “nuestros hermanos, en gran medida” (1 Mensajes selectos, 276). En Cristo somos
“un cuerpo”, una ciudad o comunidad
espiritual relacionada corporativamente con aquellos hermanos del pasado. Su
pecado es nuestro pecado, excepto que nos arrepintamos de forma específica e
inteligente.
El “cuerpo” está afectado por la tibieza. Es posible
seguir el rastro de su enfermedad espiritual hasta 1888. En vista de las
profundas implicaciones que tiene para nuestra condición espiritual de hoy, compete
ahora a la nueva generación interpretar correctamente lo que ocurrió en la generación
pasada. El mensaje de Cristo para su Iglesia de los últimos días requiere reexaminar
cabalmente la parte de nuestra historia que dio origen a nuestro complejo de “soy rico, me he enriquecido” (Apoc 3:14-21).
La
negligencia en realizarlo hace recaer sobre nosotros la culpabilidad de generaciones
pasadas. Estamos siendo probados tan ciertamente como lo fueron ellos. A semejanza
del Calvario, 1888 es más que un simple evento histórico. La providencia de Dios
no permitirá que duerma cubierto por el polvo en el desván del adventismo, olvidado
para una nueva generación. Representa el desarrollo de principios que se aplican
nuevamente a cada generación hasta la victoria final de la verdad.
En cierto
sentido muy real, hoy estamos cada uno al pie del Calvario. Y somos también “delegados” en la asamblea de 1888. Se nos llama a cumplir
aquello que la generación pasada dejó de hacer. Una profecía inspirada nos habla
acerca de cómo debe ser reexaminado 1888:
Debiéramos
ser los últimos de la tierra en permitir en lo más mínimo el espíritu de
persecución hacia aquellos que están llevando el mensaje de Dios al mundo. Ese
es el rasgo más terrible de falta de cristianismo que se ha manifestado entre
nosotros desde el encuentro de Minneapolis. Algún
día se lo verá en su verdadero significado, con todo el horror que de él ha
resultado
(General Conference Daily Bulletin
1893, 184; original sin cursivas).
Un
expresidente de la Asociación General también reconoció que 1888 va a continuar
siendo una prueba ineludible entre nosotros, hasta que venzamos por fin plenamente:
Algunos pueden sentirse molestos cuando se hace
referencia a Minneapolis [en estas reuniones mantenidas en 1893]. Sé que algunos se han sentido dolidos y perturbados ante
cualquier alusión a esa asamblea y a esa situación. Pero tengamos presente que la
razón por la cual alguien debiera sentirse así es un espíritu insumiso por su
parte. Tan pronto como nos sometamos completamente y humillemos nuestro corazón
ante Dios, el problema se esfumará. El propio hecho de que alguien se moleste revela
inmediatamente la simiente de la rebelión en el corazón...
Si fallamos la primera vez, el Señor nos llevará de nuevo al mismo terreno; si
fallamos por segunda vez, nos conducirá nuevamente a la misma situación; y si
fallamos una tercera vez, el Señor nos volverá a llevar al mismo terreno de
nuevo... En lugar de sentirnos incomodados porque el Señor nos esté llevando
una vez tras otra al mismo terreno, agradezcámosle y alabémoslo sin cesar, pues
eso significa misericordia y compasión por parte de Dios. Cualquier otra cosa fuera
de eso sería nuestra ruina y destrucción (O.A. Olsen, Id., 188).
Hoy puede haber
algunos que se sientan también “dolidos y perturbados”
porque se lleve a cabo una investigación tal de nuestra historia. ¿Por qué dirigir
la atención a un pasado trágico? ¿Por qué no olvidarlo y “avanzar” a partir del punto en el que ahora
estamos?
Según el
citado presidente de la Asociación General de 1893, el resentimiento con respecto
a 1888 indica que el corazón está en guerra contra el Espíritu Santo de Dios.
Tal vez el Señor lo movió a decir lo que dijo. Y Ellen White nos recuerda
también el gran peligro de olvidar el pasado (LS 196). Una predicción hecha por A.T. Jones en la misma sesión de
1893 parece venir aquí al punto:
Están
por suceder cosas que serán más sorprendentes que las acaecidas en Minneapolis,
más sorprendentes que todo lo que hayamos podido ver hasta aquí. Y hermanos, se
requerirá que recibamos y prediquemos esa verdad. Pero a menos que
vosotros y yo tengamos cada fibra de ese espíritu afirmado en nuestros
corazones, trataremos al mensaje y al mensajero mediante el cual es enviado, de
la precisa forma en que Dios dice que hemos tratado este otro mensaje [de 1888]. (General Conference Daily Bulletin
1893, 185).
Necesidad de comprender, más bien que de hacer
Afrontar la
plena verdad no equivale a ser “crítico”. La verdad al respecto del pasado no solamente
ilumina el intrincado presente, sino que trae además esperanza para el futuro
aún desconocido. La verdad siempre significa buenas nuevas. Cuando la reconozcamos,
se verán cumplidas nuestras expectativas de recibir la prometida lluvia tardía,
y la cosecha final será una realidad. El camino aparentemente más largo resultará
ser realmente el más corto para llegar al hogar. La experiencia de la fe requiere
un pleno reconocimiento de la verdad. Pero mientras no estemos dispuestos a afrontar
la verdad, todo nuestro catálogo de obras ha de fracasar, siendo que están necesariamente
desprovistas de la fe salvadora.
Bajo la dirección
de Dios, la historia va a llevarnos al reconocimiento de la realidad:
(1) El amor
de Dios requiere que su mensaje de eternas buenas nuevas sea proclamado a todo el
mundo con poder. Pero el Señor no puede derramar sus bendiciones si reina la
confusión en nuestro medio.
(2) El falso “Cristo”
del mundo moderno no va a poder paralizar por siempre a la Iglesia remanente. No
podrá convocar un poder sobrenatural que la someta en su totalidad, tal como hará
finalmente con las otras comunidades religiosas, debido a la presencia -en la Iglesia
remanente- de millares que insistirán en la plena aceptación de la verdad. Siempre
habrá adventistas del séptimo día de recta conciencia, con convicciones profundas
basadas en la Escritura. No doblarán la rodilla ante Baal. Y no permitirán que
Baal logre silenciarlos, puesto que se saben miembros del cuerpo de Cristo.
Permanecerán firmes, tal como hizo en el templo Aquel intrépido solitario que clamaba
así: “No convirtáis la casa de mi Padre en casa de mercado”
(Juan 2:16).
(3) Así, la Iglesia
adventista del séptimo día no fallará en la crisis final debido a la fuerza remanente
de los sinceros de corazón que constituyen aún una gran proporción de su membresía.
Esa fuerza evitará que prospere la tentativa final de Baal de someter al Israel
de Dios. ¡Ni siquiera Baal puede derramar sus falsas bendiciones a un pueblo
dividido, dudando entre dos opiniones! El factor decisivo que asegura la victoria
de la verdad es la purificación del santuario celestial: un ministerio
sumo-sacerdotal del Salvador del mundo que no tuvo lugar en la historia antes
de 1844 [N. del T.: Y que por lo tanto fue totalmente desconocido para los
reformadores del siglo XVI, así como para el evangelicalismo del presente].
El próximo paso para quienes deseen aferrarse a “la bienaventurada esperanza” consistirá en decidir seguir a un
Señor o al otro con la más plena devoción. Esa decisión tiene unas
implicaciones formidables.
Nadie puede poner
en cuestión la genuina experiencia espiritual de los protagonistas del movimiento
de 1844. Jesús era “precioso” para los creyentes
que esperaban su venida inminente, y sus corazones estaban unidos en sincera y
profunda devoción. Reconocían la presencia innegable del Espíritu Santo en aquel
movimiento.
Fue esa convicción,
más allá de la mera corrección teológica, la que mantuvo la confianza de “la manada pequeña” en su tránsito por el gran
chasco. La Iglesia adventista del séptimo día fue concebida según una experiencia
de amor genuino; nació a partir de unos pocos corazones entregados que lo arriesgaron
todo porque reconocieron la obra genuina del Espíritu Santo. Por lo tanto,
nació correctamente: fue concebida en la verdadera fe; no en el legalismo.
En sus primeros
años esta Iglesia amaba al Señor con corazón sincero y apreciaba la presencia del
Espíritu Santo. Sus posteriores dificultades derivan de un trágico abandono de aquel
“primer amor”, y del consiguiente fracaso en
reconocer al verdadero Espíritu Santo.
Ya en 1850 el
calor de aquella dedicación por Jesús comenzó a ser gradualmente sustituido en
los corazones de muchos por una condición “necia y estuporosa”,
y “despierta sólo a medias”, en palabras de
la joven mensajera del Señor. El amor al yo comenzó a sustituir insidiosamente
al verdadero amor por el Salvador, dando lugar a la tibieza. El orgullo y la
complacencia por la posesión de un sistema de verdad fueron sofocando gradualmente
la fe sencilla en Jesús que originalmente los llevó a aceptarlo de todo corazón.
Así, poco después
del gran chasco de 1844, y de quedar configurada “la
manada pequeña” que mantuvo su fe, apareció una deficiencia en su comprensión
de la esencia del triple mensaje angélico. La deficiencia no era teológica, sino
espiritual. Cabría comparar el desarrollo de la iglesia con el de un
adolescente que crece físicamente, pero que sigue siendo un niño para toda otra
consideración.
La “verdad” logró un progreso increíble y se
demostraba invencible en los debates, pero “los siervos
del Señor han confiado demasiado en la fuerza de los argumentos”, declaraba
Ellen White en 1855 (1 Testimonios, 113).
Eso hizo difícil que resistieran la tentación inconsciente y sutil de albergar
cierta forma de orgullo espiritual: ¿acaso no habían descubierto y aceptado la verdad,
y se habían sacrificado por ella? Parecía haber mérito en un sacrificio tal. Los
pastores y evangelistas plantaban sus tiendas en una nueva comunidad, agitaban
a otros pastores e iglesias populares, ganaban las disputas y debates, arrebataban
sus “mejores” miembros, los bautizaban y
establecían una nueva iglesia, partiendo a otro sitio para ganar nuevas victorias
casi en cualquier lugar. Disfrutaban de la euforia que acompaña al éxito.
La oposición los
llevó a acariciar la esperanza de una vindicación personal o corporativa en
ocasión de la segunda venida, más bien que a la ferviente anticipación de reunirse
con el Amado, sea que tal encuentro incluyese o no vindicación. La fe vino a
ser para ellos un acto de creencia y obediencia a una verdad doctrinal
motivada por la preocupación egocéntrica orientada a la recompensa, más bien
que una profunda apreciación de la gracia de Cristo. En lugar de andar humildemente
en total dependencia del Señor, “comenzamos”
a caminar orgullosamente, confiados en nuestra indiscutible corrección doctrinal
acerca de “la verdad”.
El resultado
inevitable fue una forma de deriva legalista. Con frecuencia se ha venido
repitiendo una experiencia parecida en las vidas individuales de los nuevos
conversos al adventismo. Correctamente entendida, la historia del movimiento
adventista es la de nuestros propios corazones individuales. Cada uno de nosotros
es un microcosmos dentro del todo, de la misma forma en que cada gota de agua contiene
la esencia de la lluvia en su totalidad. En todo lo dicho con respecto a la experiencia
del pasado, haremos bien en recordar que no somos mejores que quienes nos
precedieron. Tal como Pablo escribió a los creyentes en Roma: “Tú, que juzgas, haces lo mismo” (Rom 2:1). Sólo
una introspección que reconozca nuestra culpabilidad corporativa puede
propiciar que los fracasos de nuestra historia denominacional se puedan
resolver con valor, ánimo y decisión.
Origen de nuestra tibieza
Ellen White reconoció
tempranamente que nuestro problema consistía en abandonar nuestro “primer amor”: una pérdida de intimidad con Cristo
ocasionada por una falta de aprecio a su amor dado con sacrificio. Por toda
apariencia, Ellen White no perdió nunca ese primer amor, pues estuvo siempre dispuesta
a reconocer de inmediato las manifestaciones del verdadero Espíritu Santo. Pero
“nosotros” no demostramos una disposición
como la suya.
Podíamos
cantar jubilosamente con W.H. Hyde: “Oímos los ecos
de la patria celestial, oímos y nos alegra el corazón”, sin embargo, hubo
una constante tensión entre reconocer o apreciar la manifestación viviente del don
de profecía, y nuestro humano y natural resentimiento ante su reproche o
corrección. Aunque el poder del Espíritu de Dios que acompañaba el ministerio
de Ellen White constreñía a menudo a los dirigentes de la Iglesia a reconocer la
divina autoridad de su mensaje, rara vez manifestaban, como un todo, una verdadera
simpatía del corazón hacia el profundo escrutinio espiritual que demandaba. A
los humanos no nos resulta insólito un resentimiento interior como ese. Es
evidente en toda la antigua historia israelita.
Esa
negligencia casi constante en prestar oído a los fervientes llamados de Ellen
White a fin de que volvamos en contrición al “primer
amor” dio por resultado los momentos más sombríos de nuestra historia. La
auténtica fe se saturó de un creciente –aunque inconsciente- amor al yo por
parte de pastores y laicos, y en consecuencia se desvaneció la capacidad de
discernir la obra del Espíritu Santo. El desarrollo de los acontecimientos
llegó finalmente a un punto tan terrible que habría resultado inimaginable para
los pioneros (y quizá para nosotros hoy). Llegaría el tiempo, en la asamblea de
la Asociación General de 1888, en que los delegados responsables “insultarían” de hecho a la poderosa tercera persona
de la Divinidad (Ms 24, 1892, Special
Testimonies, Serie A, nº 7, 54; The Ellen G. White 1888 Materials,
1490-1491; ver capítulo sexto). ¿Cómo pudimos llegar a eso los adventistas del séptimo
día?
De no haber
sido por el continuo ministerio de Ellen White, es dudoso que el movimiento hubiese
podido subsistir de otra forma que no fuese como una secta legalista al estilo
de los Testigos de Jehová o la Iglesia de Dios mundial. Lo anterior –que es
ampliamente aceptado- pone en evidencia las dimensiones y arraigo de nuestra incredulidad.
En unas pocas décadas estábamos repitiendo la historia que el antiguo Israel tardó
siglos en recorrer. Ningún adventista del séptimo día negará que la Iglesia era
“Jerusalén”, pero todavía la vieja
Jerusalén, no la nueva.
Fuimos
incapaces de discernir el mensaje de los tres ángeles como siendo “el evangelio eterno”. Las doctrinas eran
verdaderas, pero los pastores y resto de miembros manifestaban ceguera en
discernir adecuadamente el mensaje del tercer ángel en verdad, de igual
forma en que la ceguera de los judíos les impidió discernir el verdadero mensaje
del Antiguo Testamento. La verdad que los judíos fueron incapaces de discernir
era el papel de la cruz en sus servicios del santuario y en el ministerio
de su tan esperado Mesías. De forma semejante, en el mensaje del tercer ángel,
el lugar y significado de la cruz escapó a la comprensión de nuestros hermanos
de finales del siglo diecinueve.
En fecha tan
temprana como 1867, Ellen White presentaba el principio de la cruz (y no
la reforma en el vestir) como siendo el centro álgido que debiera
inspirar nuestro compromiso y estilo de vida como adventistas del séptimo día:
Hemos
estado tan unidos con el mundo que hemos perdido de vista la cruz y no sufrimos
por el amor a Cristo...
Al aceptar la cruz nos distinguimos del mundo (1 Testimonios, 459).
Hay demasiado bullicio y conmoción en vuestra
religión, mientras que se olvidan el Calvario y la cruz
(5 Testimonios, 124).
Crecimiento versus progreso
Lo que dificultó
aún más la comprensión de nuestra condición espiritual fue el hecho de que la Iglesia
estaba prosperando numéricamente, en finanzas y en prestigio. Eso se reflejó en
su sólido fortalecimiento como institución, en su organización y en su solvencia
financiera. El movimiento que nació desde la insignificancia y frente a la
burla del mundo por el chasco de 1844, había alcanzado el estatus de denominación
estable y respetada. Teníamos lo que era ampliamente reconocido como la mejor institución
de salud del mundo, y una de las casas editoras de contenido religioso más avanzadas
en “occidente”.
Por
descontado, no se puede poner reparo alguno a ese progreso material. La mayor
parte de los avances se estaban logrando a instancias de la depositaria del don
de profecía. Era correcto y apropiado que se fundaran instituciones, que la
obra se expandiera por nuevos territorios y que se establecieran iglesias en
todo lugar. Pero tanto pastores como laicos interpretaron ese crecimiento como
un sustituto del verdadero fin y propósito del movimiento adventista: la preparación
espiritual para el retorno de Cristo. El resultado fue la confusión, y comenzó
a florecer la complaciente autoestima, evidente en los informes semanales de la
Review and Herald en alusión al “progreso de la causa”.
El espíritu que
evidencian esos informes de “progreso”
contrasta con los fervorosos mensajes de consejo que Ellen White estaba
enviando por aquel tiempo. Muchos de los hermanos expresaban un optimismo
imperturbable referido al avance de la obra. No hay duda de que Dios estaba al
mando, y de que aquel movimiento era el suyo. Pero la inspiración y la historia
insisten en que el rasgo más destacable de la “obra” no era su progreso
material, sino su falta de madurez espiritual.
El propósito
primario del movimiento adventista ha sido siempre el desarrollo de un carácter
semejante al de Cristo en un remanente que reivindique su sacrificio. Ningún otro
grupo de fieles en toda la historia se ha comprometido con un nivel tal de
madurez en su experiencia, simbolizado en la Escritura por la novia que finalmente
se ha “preparado” (Apoc 19:7). Habiendo
vencido las reincidencias de todas las generaciones pasadas, ese remanente final
vendrá a constituir la población de la “Nueva
Jerusalén”. Su carácter demostrará los resultados prácticos de la purificación
del santuario celestial. El plan de la salvación alcanzará su culminación, y quedarán
por siempre respondidas las cuestiones y objeciones de Satanás y sus huestes. El
propio universo no caído resultará reafirmado al contemplar esa grandiosa demostración
del completo éxito del plan de la salvación en su hora final. El evangelio demostrará
ser “poder de Dios para salvación” (Rom
1:16).
Ligado al
logro de ese objetivo primario va la consecución de otro secundario: la terminación
del programa evangélico en la misión mundial. La Escritura presenta este
segundo objetivo como algo virtualmente asegurado, una vez logrado el principal
(Mar 4:26-29; Apoc 14:15; Juan 13:35).
Si el amor al
yo no nos hubiera cegado, la comprensión de la verdad de los mensajes de los
tres ángeles habría asegurado hace tiempo un auténtico progreso en el logro de ese
objetivo primario de semejanza con el carácter de Cristo. En lugar de
eso, lo que ha habido es un progreso imaginario en el cumplimiento del objetivo
secundario.
Pero hay un
problema que aparece inmediatamente: otras denominaciones están logrando el mismo
tipo de “progreso” institucional y numérico,
incluso a mucha mayor escala, lo que sugiere que tal crecimiento significa bien
poco en relación con las auténticas bendiciones del Cielo y nuestra obra. En el
proceso de nuestro supuesto cumplimiento del objetivo secundario, hemos perdido
de vista en gran medida el objetivo primario. Basándonos en avances de orden
financiero o estadístico hemos llegado a conclusiones erróneas en nuestros
informes oficiales. Sigue un ejemplo de orgullo y complacencia a modo de punta
de iceberg:
El
éxito financiero de este vasto movimiento
denominacional no puede ser mayor que la fe y celo que animan al pueblo escogido
de Dios. Esos recursos combinados, bajo el mando del Capitán de las huestes del
Señor, llevarán al gran movimiento adventista mundial al pronto triunfo (Informe financiero nº 37, Asociación General, 31 diciembre
1948, 9).
Dicho de otro
modo: los registros estadísticos son la forma de medir la fe y el celo del
pueblo escogido de Dios (!) Se puede alegar que la declaración precedente
representa un ejemplo extremo y extinguido. –Quizá. Pero ilustra la mentalidad
predominante de la época, y que es posible reconocer aún hoy ampliamente. El
lenguaje de nuestros corazones denuncia cuál es nuestra percepción: “Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad”.
¡Pero el Autor y consumador de la fe afirma lo contrario!
Esa era la condición
espiritual de la Iglesia en la década que precedió a la asamblea de la Asociación
General de 1888. La mensajera del Señor había deplorado vez tras vez el amor al
yo dolorosamente evidenciado en aquella omnipresente tibieza. Hizo denodados esfuerzos
por ayudar, “enviándonos” mensajes de ferviente súplica en los años que precedieron
aquella asamblea de 1888, mensajes que tenían por fin motivar a pastores y
laicos a que recuperaran el profundo y sincero amor por Jesús que casi se había
desvanecido. Se empleó a fondo, pero por alguna razón los llamamientos cayeron en
su mayoría en oídos sordos y no tuvieron éxito.
Sencillo remedio
divino para un grave problema denominacional
¿Podría algún
mensaje dinámico, alguna “palabra” penetrar
en el corazón de Laodicea y cumplir en poco tiempo lo que décadas de ferviente ministerio
espiritual por parte de Ellen White no consiguieron en favor de la Iglesia?
De acuerdo
con el plan del Señor, la respuesta es afirmativa. Dios envió tal “palabra” mediante humildes instrumentos en 1888: un
mensaje que había de ser el “comienzo” de la
lluvia tardía y el fuerte pregón. Vendría de forma tan poco pretenciosa como aquel
“gusano” que hizo secar la calabacera de Jonás,
y de forma tan humilde como aquel nacimiento en el pesebre de Belén. Dios envió
a dos jóvenes y poco conocidos agentes con una presentación fresca de la pura
verdad. El mensaje hizo las delicias de Ellen White, quien vio que proveía el
eslabón que le faltaba al adventismo: la motivación que transformaría los
pesados “deberes” del legalismo en gozosos
imperativos de devoción apostólica.
Pero Ellen
White manifestó santa indignación hacia los hermanos en puestos de dirección
que reaccionaron negativamente, incapaces de apreciar lo que estaba aconteciendo.
Se refirió a los dos mensajeros en estos términos:
El sacerdote tomó [al niño
Jesús] en sus brazos, pero nada pudo ver allí. Dios
no le habló diciendo: ‘Aquí está la consolación de Israel’. Pero nada más
llegar Simón… vio al niñito en los brazos de la madre… Dios le dice: ‘Éste es la
consolación de Israel’... Allí estaba alguien que lo reconoció por encontrarse en
la situación de poder discernir las cosas espirituales…
No tenemos duda alguna de que el Señor estaba con el pastor Waggoner mientras
hablaba ayer...
La cuestión es: ¿Ha enviado Dios la verdad? ¿Ha suscitado Dios a estos hombres
para proclamar la verdad? Digo: -Sí. Dios ha enviado a hombres para traernos la
verdad que no tendríamos a menos que Dios hubiese enviado alguien que nos la
trajera... Yo la acepto, y no me atrevo más a levantar la mano contra estas personas
de lo que lo haría contra Jesucristo, quien debe ser reconocido en sus mensajeros...
Hemos estado en la perplejidad y la duda, y las iglesias están a punto de morir.
Pero leemos ahora aquí [cita Apoc 18:1] (Manuscrito 2, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials, 608).
Nuestro problema
actual
Un siglo después,
con una maquinaria organizativa mundial más pesada, la dificultad para rectificar
esa misma tibia condición de “a punto de morir”, produce mayor perplejidad aún
que en 1890. El orgullo y tibieza denominacionales representan un enorme
problema en muchas naciones y culturas. No se puede seguir esperando que el
remedio sea meramente dejar pasar el tiempo. Hasta la propia paciencia de Dios puede
llegar a su límite. El Señor no va a tolerar -no puede tolerar- por siempre los
resultados de nuestra tibieza. Es él quien dice que lo ponemos enfermo al punto
de producirle nauseas (como implica el lenguaje original de Apoc 3:16-17).
La clave para
comprender nuestra desconcertante situación actual yace en una verdadera apreciación
de lo que ocurrió en la asamblea de 1888, y de lo que de ella derivó. Hemos de reconocer
la realidad de su impacto espiritual en el carácter de nuestra denominación en
todo el mundo hoy. La lluvia tardía y el fuerte pregón comenzaron entre nosotros
como un simple y nada espectacular mensaje de poder milagroso, pero esas
incalculables bendiciones fueron desechadas cuando se “insultó” al Espíritu
Santo.
En el próximo
capítulo analizaremos cómo se pudo llegar a eso.
El fuerte pregón viene
de forma inesperada
Décadas antes
de 1888, la Iglesia y su liderazgo esperaban ya ansiosamente los “tiempos del refrigerio” (Hechos 3:19), el
derramamiento de la tan anhelada lluvia tardía. Esa era hace un siglo una
expectación acariciada entre nosotros, tanto como lo fue la venida del Mesías para
los judíos del tiempo de Juan Bautista.
Sin embargo, pocos
parecían comprender que la lluvia tardía y el fuerte pregón serían
primariamente una comprensión más clara del evangelio. Se esperaba que el fuerte
pregón consistiera en más “ruido”, y nos tomó por sorpresa que consistiera en
más “luz”.
Esperábamos que
la tierra resultara sacudida por algún mensaje atronador: “¡Preparaos, de lo
contrario…!” No estábamos preparados para el silbo apacible de una revelación
de la gracia, como verdadera motivación en el mensaje del tercer ángel. El
esperado poder sobrenatural ha de venir en consecuencia de nuestra aceptación
de aquella mayor luz del evangelio, luz que va a alumbrar la tierra con
la gloria del Señor.
Los
dirigentes judíos corrían grave peligro de rechazar a su Mesías cuando viniese “súbitamente”.
Los dirigentes responsables de nuestra Iglesia tenían igual peligro de despreciar
el comienzo del fuerte pregón. Ya en 1882, Ellen White había advertido que
algún día podrían llegar a ser incapaces de reconocer al verdadero Espíritu
Santo:
Muchos de vosotros no sois capaces de discernir la obra y la manifestación
de Dios... Entre nosotros hay hombres con puestos de responsabilidad que
sostienen que... la fe de hombres como Pablo, Pedro y Juan es anticuada e
intolerable hoy día. Se declara que es absurda, mística e indigna de una mente
inteligente
(5 Testimonios, 70 y 74-75).
Prevalecía un
falso optimismo:
Me consta que hay
muchos que piensan demasiado favorablemente del tiempo presente (Id, 75)
“En el gran zarandeo que pronto se llevará a cabo”
(Id.), esos obreros dirigentes podrían fácilmente no estar a la altura requerida
por el tiempo de crisis.
Los que han confiado en el intelecto, el ingenio o el talento no
estarán entonces al frente de las tropas. No se mantuvieron al paso con la luz.
A los que demostraron ser infieles no se les encomendará el rebaño. Pocos serán
los hombres grandes que tomarán parte en la obra solemne del fin (5 Testimonios, 76).
Ellen White anticipó
un tiempo en que el Señor tomaría las riendas en sus propias manos y suscitaría
agentes humanos en quienes poder confiar:
C Cuando tengamos hombres tan
consagrados como Elías, poseedores de la fe que él poseía, veremos que Dios se
nos revelará como se manifestó a los santos hombres de antaño. Cuando tengamos
hombres que, aunque reconociendo sus deficiencias, intercedan ante Dios con fe
ferviente como Jacob, veremos los mismos resultados (4 Testimonios, 395).
El presidente
de la Asociación General fue advertido en 1885 de forma específica en estos
términos:
A menos que los que pueden ayudar en [New York] despierten y comprendan
cuál es su deber, no reconocerán la obra de Dios cuando se oiga el fuerte clamor
del tercer ángel. Cuando resplandezca la luz para alumbrar la tierra, en lugar
de venir en ayuda del Señor desearán frenar la obra para que se conforme a sus
propias ideas estrechas. Permítame decirle que el Señor actuará en esa etapa
final de la obra en una forma muy diferente de la acostumbrada, contraria a
todos los planes humanos… Los obreros se sorprenderán por los medios sencillos
que utilizará para realizar y perfeccionar su obra en justicia (1 octubre
1885; Testimonios para los ministros,
300).
Esa carta fue
dirigida a G.I. Butler y a S.N. Haskell. Este último dio oído a la advertencia y
fue uno de los pocos que tuvieron el discernimiento para reconocer tres años
después que estaba sucediendo ante sus ojos algo misterioso. Pero tal no fue el
caso de Butler y muchos otros. En 1888, el Señor se vería obligado a pasar por
alto a pastores experimentados, y emplear en su lugar agentes más jóvenes y de
menor renombre:
El Señor a menudo
obra donde nosotros menos lo esperamos; nos sorprende al revelar su poder
mediante instrumentos de su propia elección, mientras pasa por alto a los
hombres por cuyo intermedio esperábamos que vendría la luz…
Muchos rechazan precisamente los mensajes que Dios envía a su pueblo si esos
hermanos prominentes no los aceptan…
Aun cuando nuestros hombres prominentes rechacen la luz y la verdad, esa puerta
permanecerá aún abierta. El Señor suscitará a hombres que den a nuestro pueblo
el mensaje para este tiempo (Gospel Workers, 126, antigua
edición; Testimonios para los ministros, 106-107).
En 1882 se
nos dijo nuevamente:
Puede ser que bajo un exterior algo áspero y no muy llamativo se revele
el brillo de un carácter cristiano genuino...
Elías sacó a Eliseo de detrás del arado y colocó sobre él su manto de
consagración. El llamado para hacer esta grande y solemne obra se hizo a
hombres eruditos y de elevada posición; si estos no hubieran tenido una opinión
tan elevada de sí mismos y hubieran confiado completamente en el Señor, él los
hubiera honrado permitiéndoles llevar su estandarte triunfantemente hasta la
victoria...
Dios ha de llevar a cabo una obra en nuestros días que muy pocos anticipan.
Levantará y exaltará en nuestro medio a aquellos que son enseñados por la
unción de su Espíritu en vez de por la formación externa de las instituciones
científicas
(5 Testimonios, 76-77).
Aquellos testimonios
de 1882 revelan una inspirada premonición. ¡Es como si aquella pluma estuviera
escribiendo anticipadamente la historia de 1888!
Dios elige a los mensajeros
En aquel mismo
año -1882- E.J. Waggoner inició un programa de formación que evidenciaba estar bajo
la especial conducción del Espíritu Santo. Se lo estaba preparando para ser el
agente de una obra especial. Años más tarde describió así su experiencia:
Comencé realmente a estudiar la Biblia hace treinta y cuatro años [en 1882]. En aquel tiempo Cristo me fue
presentado claramente como habiendo sido crucificado por mí. Un sombrío sábado
de tarde estaba yo sentado algo apartado de la mayoría de la congregación en
una gran tienda, en una reunión campestre en Healdsburg [California]. No tengo idea de cuál fue el tema del discurso. Nunca
he podido recordar una sola palabra o texto de él. Todo cuanto puedo recordar
es lo que vi. De repente brilló una luz a mi alrededor, y la tienda se iluminó
más intensamente que si el propio sol del mediodía estuviera brillando allí, y
vi a Cristo colgando de la cruz, crucificado por mí. En aquel momento tuve mi
primera convicción profunda, que me vino como diluvio sobrecogedor, de que Dios
me amaba, y de que Cristo murió por mí. Dios y yo éramos los únicos seres en
todo el universo de quienes tenía conciencia. Entonces supe, porque estaba ante
mi vista, que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo; yo era el
mundo entero con todo su pecado. Estoy seguro de que la experiencia de Pablo en
el camino a Damasco no fue más real que la mía...
Resolví inmediatamente estudiar la Biblia a la luz de aquella revelación, a fin
de poder ayudar a otros a ver la misma verdad. Siempre he creído que cada parte
de la Biblia tiene por fin establecer con mayor o menor nitidez esa gloriosa revelación
[Cristo crucificado] (Carta, 16 mayo 1916,
escrita poco antes de su muerte repentina).
En aquellos mismos
años que precedieron a 1888, el Señor estaba preparando al compañero de
Waggoner. El mensaje de la verdad encontró a A.T. Jones en las filas del ejército
de Estados Unidos. Aunque sin haber recibido instrucción formal, estudiaba noche
y día, atesorando gran cantidad de conocimiento bíblico e histórico. J.S.
Washburn, que lo conoció personalmente, nos lo describió como una persona
humilde, ferviente y de sentimientos profundos. Sus oraciones daban testimonio
de que conocía al Señor (Ver Entrevista con J.S. Washburn, 4 junio 1950).
En el joven
Jones se conjugaban el agudo intelecto y una fe cálida, sencilla como la de un
niño. En los años en que fue usado por Dios, fue poderoso en la palabra y en el
ministerio personal. En los años inmediatamente siguientes a 1888 hubo
demostraciones significativas del Espíritu de Dios obrando por su intermedio,
incluyendo un ministerio especial en Washington, en el Senado de Estados Unidos,
para derrotar la ley dominical de Blair. De hecho, el presente siglo de libertad
religiosa que ha disfrutado el pueblo americano es un legado de los eficaces esfuerzos
(no reconocidos ni honrados hoy) de Jones y Waggoner en su oposición a la intolerancia
religiosa de sus días.
El Espíritu
de Dios estaba ciertamente preparando a esos dos jóvenes para que trajeran a la
iglesia remanente y al propio mundo el “comienzo”
del largamente esperado fuerte pregón:
En su gran
misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de
los pastores Waggoner y Jones. Este mensaje tenía que presentar en forma más
destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados del
mundo entero…
Dios dio a sus mensajeros precisamente lo que nuestro pueblo necesitaba (1895, Testimonios para los ministros, 91 y 95).
Durante ocho años
después de 1888, Ellen White se refirió frecuentemente a esos dos jóvenes como
a los “mensajeros del Señor”, apoyándolos con
palabras que a nadie más dedicó. Hay entre 200 y 300 declaraciones entusiastas
de parte de ella. En 1890 declaró:
Imaginad que no hubiera existido el testimonio presentado en estos
últimos dos años, proclamando la justicia de Cristo. ¿A quién podríais señalar
entonces como portador de luz especial para el pueblo? (Review and Herald, 18 marzo 1890).
En 1888 Ellen
White había dicho:
Dios está presentando a mentes de hombres divinamente escogidos preciosas
gemas de verdad apropiada para nuestro tiempo (MS. 8a, 1888, A.V. Olson, Through
Crisis to Victory, 279; en lo sucesivo, Olson; The 1888 Ellen G. White Materials, 139).
El mensaje que nos han dado A.T. Jones y E.J.
Waggoner es el mensaje de Dios a la Iglesia de Laodicea (Carta S24, 1892; The 1888 Ellen G. White Materials, 1052).
Al oír por
primera vez el mensaje de Waggoner, Ellen White percibió inmediatamente su verdadero
significado. Era una revelación especial para la Iglesia y para el mundo:
Se me ha preguntado:
¿Qué piensa de esa luz que estos hombres están presentando? –Pienso que la he
estado presentando en los últimos cuarenta y cinco años: los encantos
incomparables de Cristo. Es lo que he estado tratando de presentar ante vuestras mentes. Cuando el hermano
Waggoner trajo esas ideas a Minneapolis, fue la primera vez que oía claramente
esa enseñanza expresada por labios humanos, a excepción de conversaciones que
había mantenido con mi esposo. Me dije: lo veo tan claramente debido a que Dios
me lo ha presentado en visión, y ellos no lo pueden ver por no haberles sido
presentado como a mí; y cuando otro la presentó, cada fibra de mi corazón decía:
Amén
(Ms. 5, 1889; The 1888 Ellen G. White Materials, 349; original
sin cursivas).
Haciendo un
símil con nuestra moderna tecnología automovilística, percibió que el mensaje
era la transmisión que aplicaría a las ruedas la fuerza del motor. Durante “cuarenta
y cinco años” Ellen White había estado haciendo girar el motor, pero la fuerza
capaz de completar la comisión evangélica no se estaba materializando en un
avance decidido. Comprendía ahora que el nuevo mensaje, que complementaba al
antiguo, iba a preparar realmente al pueblo de aquella generación para la venida
del Señor. ¡No es extraño que se sintiera tan feliz!
No se reconoció el
fuerte pregón
Ya a primeros
de abril de 1890, Ellen White, habiendo madurado en su comprensión, aplicó el lenguaje
de Apocalipsis 18 al mensaje de 1888:
Varios me han escrito preguntándome si el mensaje [de 1888] de la justificación por la fe es
el mensaje del tercer ángel, y he contestado: “Es el mensaje del tercer ángel en
verdad”. El profeta declara: “Después de esto vi otro ángel que descendía del
cielo con gran poder, y la tierra fue alumbrada con su gloria” [Apoc
18:1]
(Review and Herald, 1 abril 1890).
En 1892 declararó
inequívocamente que el mensaje era realmente el comienzo del “fuerte pregón”
por tanto tiempo esperado:
El fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de
la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados. Este es el comienzo
de la luz del ángel cuya gloria llenará toda la tierra (Review and Herald, 22 noviembre 1892; 1 Mensajes Selectos, 425).
Obsérvese que
el “comienzo” de la obra de ese ángel fue el
mensaje, no su presumible aceptación por parte de los dirigentes o del pueblo.
Más adelante veremos que esa realidad encierra un poderoso significado para tiempos
de crisis.
El pastor
Butler, el cargo de máxima responsabilidad en la Iglesia, fue el principal
opositor a la preciosa luz del fuerte pregón. Muy pocos fueron espiritualmente
capaces de obviar su influencia negativa. En su ciega oposición al fuerte pregón
podemos ver el trágico cumplimiento de la advertencia inspirada que se le envió
el 1º de octubre de 1885:
Algunos desean que
se decida de una vez cuál es la posición correcta sobre el tema debatido. Puesto
que eso complacería al pastor Butler, se aconseja que la cuestión se decida
inmediatamente. Pero ¿están las mentes preparadas para una decisión tal? No
puedo aprobar ese curso de acción… No están preparados para tomar decisiones
sabias…
No veo razón para la agitación de sentimientos que ha tenido lugar en este encuentro
[Minneapolis, 1888]… Los mensajes por parte de vuestro
presidente procedentes de Battle Creek están calculados para provocar la toma
de una posición decidida, pero advierto en contra de tal cosa… Sentimientos
agitados llevarán a movimientos precipitados (Ms 15, 1888; Olson, 295; The Ellen G. White 1888 Materials,
162-166).
Nunca olvidaré la
experiencia que tuvimos en Minneapolis ni las cosas que me fueron allí
reveladas a propósito del espíritu que controlaba a los hombres, las palabras
pronunciadas, las acciones emprendidas en obediencia a los poderes del mal… En
el encuentro fueron movidos por otro espíritu, y no supieron que Dios había
enviado a esos hombres jóvenes… para traerles un mensaje especial que trataron
con ridículo y desprecio, no dándose cuenta de que las inteligencias
celestiales los estaban observando… Sé que en aquel tiempo se insultó al
Espíritu de Dios (Carta 24, 1892; The
Ellen G. White 1888 Materials, 1043).
Fue así como
los dirigentes de nuestra la Iglesia, aunque esperando ansiosamente ser
vindicados ante el mundo mediante el largamente esperado fuerte pregón, despreciaron
el Espíritu de gracia y las riquezas de su bondad.
Ese pecado de
insultar al Espíritu Santo no condenó corporativamente a la Iglesia por haber
cometido “el pecado imperdonable”. El pecado de los judíos de antaño contra el Espíritu
Santo consistió en atribuir a Satanás la obra del Señor (Mar 3:22-30). No tenemos
evidencia de que nuestros hermanos, en general, llegaran hasta ahí en la
era de 1888, por más que algunos individuos pudieron haberlo hecho. ¡Insultar
al Espíritu Santo fue ya suficiente! Ellen White continuó ministrando a esta Iglesia
hasta su muerte en 1915, mostrando así su convicción de que es posible el perdón,
y de que la solución a nuestro problema no es la desintegración o abandono
denominacionales, sino el arrepentimiento denominacional y la reconciliación
con el Espíritu Santo.
Supuestas “faltas” en
los mensajeros no excusan el rechazo al
mensaje
Es siempre
inexcusable que rechacen la luz sus depositarios divinamente señalados. En esta
hora tardía de la historia no es nuestra misión buscar faltas; nos limitamos a
señalar los hechos. Los hermanos que se opusieron a la luz pensaban sinceramente
estar obrando con rectitud, debido a que les parecía que los agentes empleados
por el Señor estaban equivocados. El Señor obró de forma poco común y sorprendió
a los hermanos. Ellen White describió lo que estaba ocurriendo en tiempo verbal
futuro, pero refiriéndose a eventos del presente.
En su ceguera, los tales verán la manifestación del poder que alumbrará
la tierra con la gloria de Dios como algo peligroso, algo que suscitará sus
temores y se obstinarán en hacerle frente. Se opondrán a la obra del Señor
puesto que él no actuará conforme a sus expectativas e ideales (Review and Herald Extra, 23 diciembre
1890; Maranatha, 217).
Ellen White había
señalado anteriormente la dificultad que los hermanos estaban teniendo en sus propias
almas. Podemos simpatizar con ellos, pues la prueba era en verdad severa:
Deseo que seáis cuidadosos con respecto a qué posición tomáis cada uno
de vosotros, si os envolvéis en las nubes de la incredulidad porque veis imperfecciones;
veis una palabra o un pequeño asunto, tal vez, que pueda tener lugar, y los
juzgáis [a Jones y
Waggoner] por eso... Tenéis que ver si Dios
está obrando con ellos, y reconocer entonces al Espíritu de Dios que en ellos se
revela. Si escogéis resistir, estaréis actuando precisamente como lo hicieron
los judíos
(Sermón, 9 marzo 1890; MS. 2, 1890; The Ellen G. White 1888
Materials, 608-609).
Los hermanos más
veteranos y experimentados se sintieron despechados al ver que Ellen White apoyaba
tan decididamente a dos hombres comparativamente jóvenes y desconocidos, en contra
prácticamente de todo el cuerpo ministerial. El pastor A.G. Daniells declaró más
tarde que Ellen White tuvo que tomar posición “casi
en la soledad”, frente a casi toda la Asociación General (The Abiding
Gift of Prophecy, 369). Robert W. Olson informó al Concilio Anual de Rio de
Janeiro en enero de 1986, que en la asamblea de 1888 se la “desafió públicamente” (Adventist Review, 30
octubre 1986). Si Ellen White estaba en lo cierto, era evidente que Dios había pasado
por alto a los hermanos dirigentes, y eso resultaba desconcertante:
Aquellos a quienes Dios ha enviado con un mensaje son sólo hombres, pero
¿cuál es el carácter del mensaje que llevan? ¿Os atreveréis a darle la espalda
o tomaréis a la ligera las advertencias, debido a que Dios no consultó vuestras
preferencias? (Review and Herald, 27 mayo
1890).
Dios... os dio la oportunidad de que acudierais armados y equipados en auxilio
de Jehová... Pero ¿os preparasteis?... Os sentasteis tranquilos y no hicisteis
nada. Permitisteis que la Palabra del Señor cayera al suelo desatendida; y ahora
el Señor ha tomado a hombres que eran muchachos cuando vosotros estabais al
frente de la batalla, y les ha dado el mensaje y la obra en que vosotros no os
empeñasteis... ¿Criticaréis? ¿Diréis: ‘Están desorbitados’? Sin embargo,
vosotros no ocupasteis el lugar que ahora ellos son llamados a ocupar (Testimonios para los ministros, 413).
Conociendo la
naturaleza humana, era previsible que los opositores buscaran perchas en las
que colgar sus dudas. El hecho de que los mensajeros del Señor fueran “sólo
hombres” parecía propiciar que sucediera así:
Aquellos a quienes Dios ha enviado con un mensaje son sólo hombres... Algunos
han dado la espalda al mensaje de la justicia de Cristo para criticar a los hombres (Review and Herald, 27 diciembre 1890).
Dirigiéndose
a quienes ocupaban puestos de responsabilidad, Ellen White preguntó:
¿Por cuánto tiempo odiaréis y despreciaréis a
los mensajeros de la justicia de Dios? (Testimonios para los ministros, 96).
Uno de nuestros
apreciados autores denominacionales trata de demostrar que en 1888 la oposición
fue justificable. Obsérvese cómo destaca las “faltas” de Jones y Waggoner,
culpándolos de ser ellos mismos la causa del rechazo al mensaje que traían. De
esa forma perpetúa el prejuicio de 1888 y atrasa el reloj en cien años:
[Jones] No sólo era rudo por naturaleza, sino que cultivaba una
oratoria y maneras peculiares... en ocasiones era desmesurado, proveyendo justa
causa para el resentimiento...
[Jones y Waggoner] al clamar: “Cristo lo es todo” ...
daban evidencia de no estar enteramente santificados... [cita
incorrectamente a Ellen White como apoyando la idea de que Jones y Waggoner hubieran
contribuido con su espíritu contencioso a la “terrible
experiencia durante la asamblea de Minneapolis”].
Se apoyaban casi
exclusivamente en la fe como el factor clave en la salvación... no mostraban
disposición a considerar calmadamente la postura antagónica... No estaban totalmente
libres de engreimiento y arrogancia...
No mostraban la humildad y el amor que imparte la justicia por la fe... La
enseñanza extremada de Jones y Waggoner es aún perceptible en los pronunciamientos
místicos de quienes hacen de la fe el todo, y de las obras la nada.
[Eran] canales imperfectos... Al considerar retrospectivamente
la controversia, percibimos que fueron los rencores suscitados por las
personalidades [de Jones y
Waggoner], mucho más que las diferencias en
las creencias, la causa del problema (A.W. Spalding, Captains of the Host, 591-602).
El anterior es
un análisis negativo de los hombres a quienes la inspiración designó como “mensajeros del Señor”. Si bien es cierto que eran
“sólo hombres”, ¡es difícil entender por qué
debió escoger el Señor para una obra tan especial a hombres notables por ser “canales imperfectos”, deficientes en santidad (comparados
con otros), inclinados a despertar “resentimiento”
y “rencores”, hombres rudos y “místicos”! El Señor aborrece el espíritu
contencioso y la justicia propia. Pero ni Jones ni Waggoner tenían un espíritu
tal en la época de 1888.
Si bien es
cierto que Ellen White reconvino en cierta ocasión a A.T. Jones por ser “demasiado incisivo” con Uriah Smith en la controversia
relativa a los diez cuernos que tuvo lugar en la sesión preliminar, defendió no
obstante a ambos hermanos [Jones y Waggoner] calificándolos de “cristianos” y “caballeros”.
Y dio claramente a entender que muchos de los hermanos que se oponían, no
evidenciaban tales “credenciales celestiales”.
Hay autores
modernos que tratan a Jones y Waggoner con un espíritu buscador de faltas
semejante al de aquellos que resistieron su mensaje en 1888. Pero los dos “mensajeros” gozaban del apoyo rotundo de Ellen
White. Es cierto que ambos fallaron y perdieron el rumbo después de finalizar
la era de 1888. Esa es probablemente la razón por la cual hay escritores
modernos que se empeñan en responsabilizarlos de la tragedia de 1888. Pero juzgan
los hechos equivocadamente.
Ellen White
predijo que ocurriría ese trágico final si
continuaba la oposición a su mensaje.
Especificó, no obstante, que su fracaso posterior no invalidaría de modo alguno
su mensaje y ministerio entre 1888 y 1896, período en el que los respaldó con
sus declaraciones (ver capítulo 10). Criticar hoy a los “mensajeros” durante aquella época del “comienzo” del fuerte pregón, es hacerse partícipe
de las objeciones de los oponentes de su época. Eso equivale a justificar el rechazo
de la bendición especial procedente del cielo. Es increíble que más de cien años
después nos sintamos aún inclinados a culpar a los mensajeros especiales del Señor
por las consecuencias de nuestra propia incredulidad.
Fue notable
la consideración de Jones y Waggoner por parte de Ellen White, como poseyendo un
genuino espíritu cristiano durante y después de la asamblea de Minneapolis (testigos
presenciales confirmaron la veracidad de esa apreciación):
El doctor Waggoner nos ha hablado con franqueza... De una cosa estoy
segura: como cristianos no tenéis derecho a abrigar sentimientos de enemistad, descortesía
y prejuicio hacia el Dr. Waggoner, que ha presentado sus puntos de vista de
modo claro y directo, como se espera de un cristiano... Creo que es perfectamente
sincero en sus posiciones, y respetaré sus sentimientos y confiaré en él como un
hermano cristiano, en la medida en que no haya evidencia de que es indigno. El hecho
de que sostenga con sinceridad algunos puntos de vista sobre la Escritura que
difieren de los vuestros y míos no es razón para que lo tratemos como un
ofensor, como un hombre peligroso, y que lo convirtamos en objeto de injusto
criticismo
(Ms 15, 1888; Olson, 294; The
Ellen G. White 1888 Materials, 163-164).
Un joven
pastor que acudió a la asamblea de Minneapolis lleno de prejuicios contra Waggoner
dejó registradas sus impresiones relativas al espíritu revelado por el
mensajero:
Estando decididamente prejuiciado en favor del Pastor Butler y en
contra de E.J. Waggoner, acudí a la reunión con la mente predispuesta de esa
manera...
Lápiz y cuaderno en mano me disponía a escuchar en busca de herejías, y estaba presto
a encontrar faltas y defectos en cualquier cosa que presentara. Cuando el pastor
Waggoner comenzó, me pareció muy diferente de lo que estaba esperando. Al terminar
su segunda presentación estaba ya dispuesto a reconocer que se estaba mostrando
ecuánime y que su metodología no revelaba ningún espíritu de controversia, evitando
mencionar siquiera oposición alguna que pudiera estar anticipando. Muy pronto sus
maneras y el puro evangelio que estaba predicando cambiaron materialmente mi espíritu
y actitud, y me convertí en un ferviente oidor en procura de la Verdad... Hacia
el final de la cuarta o quinta presentación del pastor Waggoner, yo era un
pecador convicto y arrepentido...
…Después que el pastor Waggoner hubo concluido sus once estudios, cuya
influencia había eliminado en gran medida el espíritu combativo en muchos... (C. McReynolds, Experiences While
at the General Conference in Minneapolis, Minn., in 1888, E.G. White
Estate, D File, 189).
Ellen White
defendió incluso la enseñanza enérgica y el espíritu aparentemente rompedor de
los jóvenes mensajeros:
Se levantarán hombres en el espíritu y poder de Elías a fin de preparar
el camino para la segunda venida del Señor Jesucristo. Su obra consistirá en enderezar
lo que está torcido. Algunas cosas han de ser derribadas; otras deben ser
edificadas
(Ms. 15, 1888; Olson, 300; The
Ellen G. White 1888 Materials, 169).
No se queje nadie de los siervos de Dios que han ido a ellos con un mensaje
enviado del cielo. No sigáis buscando defectos en ellos, diciendo: “Son
demasiado incisivos; hablan con demasiada energía”. Quizá estén hablando con
mucha fuerza; ¿acaso no es necesario hacerlo? Dios hará que retiñan los oídos
de los oyentes si no escuchan su voz o su mensaje...
Ministros, no deshonréis a vuestro Dios ni contristéis su Santo Espíritu
criticando los métodos y los procedimientos de los hombres que él eligió. Dios
conoce el carácter. Él ve el temperamento de los hombres que ha escogido. Sabe
que sólo hombres fervientes, firmes, decididos, de carácter enérgico,
comprenderán la importancia vital de esta obra, y pondrán tal firmeza y
decisión en sus testimonios que quebrantarán las barreras de Satanás (Testimonios para los ministros, 410 y
412-413).
Un
historiador moderno describe al supuestamente rudo e indocto A.T. Jones como
siendo “imponente y anguloso, de andar renqueante,
tosco en sus gestos y posturas” (Spalding, op. cit., 591). Ellen
White lo veía de forma muy diferente:
Hay obreros cristianos que no han recibido una instrucción formal
porque no estuvo a su alcance una ventaja tal; pero Dios ha dado evidencia de haberlos
escogido... Él los ha hecho cooperadores eficaces con él. Tienen un espíritu dispuesto
a aprender; sienten su dependencia de Dios, y el Espíritu Santo está con ellos
asistiendo sus debilidades... En su voz se oye el eco de la voz de Cristo.
Es evidente que camina con Dios, que ha estado con Jesús y que ha aprendido de él.
Ha introducido la verdad en el santuario interior del alma; para él es una realidad
viviente, y presenta la verdad en demostración del Espíritu y de poder. Las personas
aprecian la alegre melodía. Dios habla a sus corazones mediante el hombre
consagrado a su servicio... Resulta en verdad elocuente. Es ferviente y
sincero, y es querido por aquellos en cuyo favor trabaja... Sus defectos serán
perdonados y olvidados. Sus oyentes no resultarán fatigados o disgustados, sino
que agradecerán a Dios por el mensaje de gracia que les envía por medio de su siervo.
[Sus oponentes] pueden mirar el átomo objetable a través de la lupa
de su imaginación hasta que viene a convertirse en todo un mundo que les impide
ver la preciosa luz del cielo... ¿Por qué prestar tanta atención a aquello que
os puede parecer objetable en el mensajero, y desechar todas las evidencias que
Dios ha dado para que haya equilibrio en la mente con respecto a la verdad? (Christian Education 1893, citado en FE 242-243;
Review and Herald, 18 abril 1893).
La propia Ellen
White, con su respetable edad y experiencia, y consciente de su exaltada posición
como mensajera especial del Señor, sintió que era un honor apoyar la obra de
Jones y Waggoner:
He viajado de lugar en lugar asistiendo a reuniones donde se predicaba el
mensaje de la justicia de Cristo. Consideré un privilegio permanecer con mis hermanos,
y dar mi testimonio junto al mensaje para este tiempo (Review and Herald, 18 marzo 1890).
Por qué se rechazó el
mensaje
Cuando releemos
hoy los mensajes inspirados enviados durante años a partir de 1888 instando a
la aceptación del mensaje, no podemos comprender –en un abordaje superficial- por
qué se lo hubiera podido rechazar. En consecuencia, hemos cometido el error de
asumir que nuestros hermanos llegaron a aceptarlo realmente de todo corazón.
Pero no debemos
pasar por alto un hecho esclarecedor: ¿cómo podría alguien aceptar el mensaje
que Dios envió, y al mismo tiempo “odiar y despreciar” a los mensajeros escogidos?
Fueron “sólo hombres” muy positivos y decididos, y desafortunadamente para el prestigio
y paz de los hermanos, poseían la razón. Eso hizo que las agencias mismas de
liberación escogidas por el Señor se convirtiesen en tropiezo y piedra de
ofensa debido a la incredulidad prevaleciente. Lo que el Señor proveyó que
fuera un sabor de vida para vida, se trocó en sabor de muerte para muerte. Lo
que el Señor envió para la terminación de su obra, se convirtió en el inicio de
una prolongada demora.
Aceptar el mensaje
era demasiado humillante. La implicación era que Dios estaba de algún modo
descontento con la condición espiritual de los “canales apropiados” para traer la
luz especial del cielo. Obsérvese el análisis que hizo Ellen White de la
esencia del problema:
Si los rayos de luz que brillaron en Minneapolis hubiesen
podido ejercer su poder convincente sobre aquellos que se posicionaron contra la
luz, si todos hubiesen renunciado a sus caminos y sometido su voluntad al Espíritu
de Dios en aquel tiempo, habrían recibido las más ricas bendiciones, habrían
chasqueado al enemigo y habrían permanecido como hombres dignos de confianza, fieles
a sus convicciones. Habrían tenido una rica experiencia; pero el yo dijo ‘No’. El
yo no estaba dispuesto a resultar herido, luchó por la supremacía, y cada una
de aquellas almas será nuevamente probada en los puntos en donde entonces falló...
El yo y la pasión desarrollaron características odiosas (Carta 19, 1892; The Ellen G. White
1888 Materials, 1030).
Algunos han estado cultivando odio contra los hombres
a quienes Dios ha comisionado para presentar un mensaje especial al mundo. Comenzaron
esta obra satánica en Minneapolis. Más tarde, cuando vieron y sintieron la demostración
del Espíritu Santo que testificaba que el mensaje era de Dios, lo odiaron aún más,
porque era un testimonio contra ellos (Testimonios para los ministros,
79-80; 1895).
El Espíritu
Santo, de vez en cuando, revelará la verdad por medio de sus propios agentes
escogidos; y ningún hombre ni siquiera un sacerdote o gobernante, tiene el derecho
de decir: Vosotros no daréis publicidad a vuestras opiniones, porque yo no creo
en ellas. Ese pasmoso ‘yo’ puede intentar derribar la enseñanza del Espíritu
Santo
(Testimonios para los ministros, 70;
1896).
[Los oponentes] No oyeron ni quisieron entender.
¿Por qué? -Para no tener que convertirse y reconocer que todas sus ideas no eran
correctas. Eran demasiado orgullosos como para proceder así, y persistieron de
ese modo en rechazar el consejo de Dios y la luz y evidencia proporcionadas... Ese
es el terreno que están ahora recorriendo algunos de nuestros hermanos dirigentes
(Ms. 25, 1890; 13 Manuscript Releases,
239; The Ellen G. White 1888 Materials, 522).
Sucedió como
en todo tiempo pasado: la verdad expuesta por los profetas no resultaba
aduladora, y no fue bienvenida. Pero hoy hay buenas nuevas para nosotros si
hacemos frente a la realidad.
Sólo si
estamos dispuestos a afrontar la plena verdad podremos afirmar nuestros pies
sobre la sólida roca. Ha llegado el tiempo de que hagamos eso, y nadie va a
poder atrasar el reloj.
¿Quiénes fueron esos
“algunos”?
Obsérvese: “Algunos de nuestros hermanos
dirigentes” rechazaron “el consejo de Dios”. ¿Es posible conocer la verdadera
dimensión de ese “algunos”?
Ellen White
identificó seis años después a aquellos que rechazaron el mensaje con una denominación
genérica: los “algunos” eran el cuerpo de nuestros
hermanos influyentes a cargo de la dirección de la obra.
Fue
resistida la luz que ha de alumbrar a toda la tierra con su gloria, y en gran
medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder de nuestros propios
hermanos
(Carta 96, 1896; 1 Mensajes selectos, 276).
Identificó de
forma consistente y sin excepciones, a aquellos de entre “nuestros propios hermanos” que rechazaron el
mensaje como a los “muchos”, y a los que aceptaron como siendo “pocos” (ver
capítulo 4).
El paradigma
de 1888 arroja luz sobre nuestra situación hoy:
Los judíos rehusaron recibir a Cristo, porque
no vino según la forma en que lo esperaban…
Este es el peligro al cual la Iglesia se halla expuesta ahora, es a saber, que
las invenciones de hombres finitos señalen la forma precisa en que debe venir
el Espíritu Santo. Aunque no quieran reconocerlo, algunos ya han hecho esto. Y
porque el Espíritu viene, no para alabar a los hombres o para sustentar sus
teorías erróneas, sino para convencer al mundo de pecado, de justicia y de
juicio, muchos se apartan de él (Testimonios para los ministros,
64-65; 1896).
Evidentemente
el mensaje de 1888 fue mucho más que la mera enfatización de una doctrina olvidada.
Los delegados a la asamblea se encontraron de forma inesperada cara a cara ante
Cristo, al enfrentarse cara a cara con su mensaje.
¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios
que abate en el polvo la gloria del hombre (Testimonios para los ministros,
456).
Esa
confrontación implicaba la humillación de sus almas hasta el polvo, y no estaban
dispuestos a algo así. Una contrición como esa les resultaba ofensiva, y no
permitirían que las lágrimas recorrieran sus mejillas.
Mirando
retrospectivamente resulta evidente que no fue bienvenido ese amor de Cristo capaz
de quebrantar los corazones y el orgullo ministerial profesional. Se sentían
encumbrados en la cima del éxito, y la necesaria humillación del corazón vino a
ser para ellos piedra de tropiezo.
¿Podría hoy seguir
siendo ese nuestro problema?
Aceptación o
rechazo: buscando un enfoque más preciso
Que el mensaje
de 1888 fuera aceptado, o que no lo fuera, significa mucho más que una controversia
académica trivial. De igual forma en que no es posible separar el evangelio de
la historia de la cruz, es imposible apreciar el mensaje de 1888 al margen de
la verdad de su historia. No podemos comprender correctamente nuestra relación
corporativa actual con Cristo a menos que entendamos esa realidad. La confusión
es peligrosa, pues es bien sabido que un pueblo desconocedor de su historia
está condenado a repetirla, y eso puede estar ya sucediendo.
El relato
histórico que proporciona Ellen White es diáfano e incontrovertible. Sin
embargo, un autor presenta la evidencia histórica como si fuera ambigua:
Se ha discutido frecuentemente la cuestión: ¿Qué
sucedió tras la asamblea de la Asociación General de 1888? ¿Aceptó la Iglesia, o
rechazó el nuevo énfasis sobre el evangelio de salvación? Quien analiza los
registros de aquellos años buscando las evidencias de la aceptación, las
encontrará. Pero si busca evidencias de que fue rechazado, las encontrará
igualmente
(N.F. Pease, The Faith That Saves, 43).
De hecho, la cuestión
importante no es si la Iglesia aceptó el mensaje. Ellen
White escribió que “Satanás tuvo éxito en impedir
que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran medida” el mensaje (1 Mensajes selectos, 276; 1896).
El problema
es que la Iglesia nunca tuvo la oportunidad de considerarlo libre de distorsiones
y de oposición. La cuestión es en realidad si los dirigentes lo aceptaron. Ellen White se refiere a eso con
franqueza. Su testimonio es verdad presente, relevante para nuestra actual condición
espiritual.
Publicaciones
autorizadas han venido enseñando mundialmente a la Iglesia adventista del séptimo
día que el liderazgo predominante aceptó el mensaje de 1888 en aquella generación,
y que ha sido desde entonces la segura posesión doctrinal de la Iglesia. Se
trata de una asunción del tipo: “Soy rico, me he
enriquecido y de nada tengo necesidad”. Expuesta brevemente, esta es la
posición oficial:
Los miembros del pueblo adventista del séptimo
día aceptaron las presentaciones [de 1888] en
Minneapolis y resultaron bendecidos. Ciertos dirigentes resistieron allí la enseñanza (A Further Appraisal of the Manuscript “1888
Re-examined” [Revaluación del manuscrito “1888 Rexaminado”], Asociación General,
septiembre 1958, 11).
Existe una
obra de carácter oficial que en su primera publicación contó con el respaldo de
dos presidentes de la Asociación General, y que “fue
sometida a lectura crítica por parte de unos sesenta de nuestros eruditos más capaces...
Indudablemente ningún volumen en nuestra historia obtuvo un respaldo tan grande
previamente a su publicación” (página 8). Ese libro afirma que la oposición
al mensaje fue insignificante, puesto que finalmente fueron menos de diez
los delegados que en 1888 rechazaron realmente el mensaje o se mostraron
desfavorables al mismo. Esa asombrosa teoría merece cuidadosa atención, pues de
ser verdadera habríamos de creerla:
La acusación... de que la denominación, o
al menos su liderazgo, rechazó en 1888 la enseñanza de la justicia por la
fe queda… refutada por los participantes presentes en la asamblea, y es una
presuposición gratuita e infundada. Sencillamente no es históricamente verdadera...
“Algunos” hermanos dirigentes se interpusieron en el camino de la luz y
la bendición. Pero los... líderes como colectivo jamás rechazaron la doctrina
bíblica de la justicia por la fe (L.E. Froom, Movement of
Destiny, 266; 1971).
De los cerca de noventa delegados registrados en la
asamblea de la Asociación General en Minneapolis en 1888, había menos de una
veintena -y en consecuencia menos de la cuarta parte del total de
participantes- que lucharon realmente contra el mensaje...
La mayoría de los que habían objetado en un principio hicieron confesiones... y
cesaron a partir de entonces en su oposición... Solamente un pequeño núcleo de “obstinados”
continuó rechazándolo…
Los “algunos” que rechazaron resultaron ser menos de veinte, de entre más de
noventa, lo que es menos de la cuarta parte. Y, según Olson, la mayoría
de esa veintena hizo confesiones, dejando así de ser “rechazadores” para
convertirse en aceptadores (ibíd., 367-369; original incluye cursivas).
El libro
citado informa, además, que el liderazgo de la Iglesia aceptó inicialmente
el mensaje en 1888:
La denominación como un todo, y su liderazgo en
particular, no rechazó el mensaje e implicaciones de la justicia por la
fe en 1888 y posteriormente... El nuevo presidente... aceptó de todo corazón y sostuvo
la enseñanza de la justicia por la fe (ibíd., 370-371; original
incluye cursivas).
Un presidente
y un vicepresidente expresaron en declaraciones separadas su acuerdo con la posición
anteriormente expuesta:
En mis cincuenta y cinco años en el ministerio
adventista... no he oído jamás a un obrero o miembro laico... expresando oposición
al mensaje de la justificación por la fe. Como tampoco he sabido de una oposición
tal expresada en publicaciones adventistas del séptimo día (A.V. Olson,
Through Crisis to Victory, 232;
1966).
Es correcto afirmar que el mensaje [de 1888] se ha predicado tanto en el púlpito como en la
prensa, así como mediante la vida de miles de dedicados miembros del pueblo de Dios...
Pastores y evangelistas adventistas han anunciado esa verdad vital desde
púlpitos de iglesias y plataformas públicas, con corazones encendidos por el
amor de Cristo
(ibíd., 233 y 237).
Unos pocos… han sugerido de forma completamente
errónea que la Iglesia adventista del séptimo día perdió el rumbo al no hacer
suya esa enseñanza cristiana fundamental [el mensaje de 1888] (R.R.
Figuhr, presidente de la Asociación General, en el prefacio a By Faith Alone,
de N.F. Pease; 1962).
El que fuera
por tantos años secretario del Ellen G. White Estate asegura que en términos
generales el mensaje fue aceptado:
La concepción de que la Asociación General, y
por lo tanto la denominación, rechazó en 1888 el mensaje de la justicia por la fe,
carece de fundamento... Los registros contemporáneos no proveen evidencia
alguna de rechazo denominacional. No existe declaración alguna de E.G. White
que diga que sucedió tal cosa... El registro histórico de la recepción del
mensaje en el escenario que siguió a la sesión, confirma que eran prevalentes
las actitudes favorables... Parece haberse dado un énfasis desproporcionado a
la experiencia de la asamblea de la Asociación General en Minneapolis (A.L. White,
The Lonely Years, 396; 1984).
Siguiendo los
pasos de otros eruditos, un autor afirma:
¿Significa eso que la Iglesia como un todo, o
siquiera su liderazgo, rechazó el mensaje de 1888? -De ningún modo. Algunos lo rechazaron:
una minoría ruidosa... El nuevo liderazgo apoyó de todo corazón el nuevo énfasis (Marjorie
Lewis Lloyd, To Slow Getting Off, 19-20).
Si la
historia y el testimonio de Ellen White apoyan esos puntos de vista oficiales,
estamos en la obligación moral de creerlos. Pero hay un problema: Ellen White
comparó repetidamente la reacción de los dirigentes ante el mensaje de 1888 con
la de los judíos contra Cristo*. ¡Eso
no parece aceptación!
* Ver, por
ejemplo: MS. 9, Through Crisis to Victory, 292; MS.
15, 1888; ibid., 297 y 300; MS. 13, 1889; Review and Herald 4 y 11 marzo, y 26 agosto 1890; 11 y 18 abril
1893; TM 64 y 75-80; Special Testimonies Series A, n6, 20; Special Testimonies to R & H Office,
16-17; FE 472.
Si el juicio
de esos autores refleja la verdad, y si realmente fueron tan pocos los que se
opusieron, se hace difícil entender por qué tuvo Ellen White que preocuparse
tanto, durante más de una década, respecto a lo que describió como el continuo rechazo
al mensaje por parte de “nuestros hermanos” en la sede central. ¿Retendría el Señor
las bendiciones de la lluvia tardía y el fuerte pregón de toda la Iglesia
mundial a causa de la persistencia en la oposición de menos de diez pastores,
habida cuenta de que no se trataba siquiera de dirigentes?
Aceptando esa
tesis de la aceptación, ¿podemos abrigar la esperanza de que haya un porcentaje
de aceptación aún mayor a cualquier mensaje que el Cielo pueda enviarnos? Si el
Señor retiene de todos nosotros las bendiciones de su Espíritu Santo debido a tan
minúscula oposición, ¿qué esperanza tenemos de que la comisión evangélica pueda
llegar jamás a su consumación?
Los judíos niegan haber
rechazado al Mesías
La negación de
los judíos toma dos formas: (a) un problema de identidad equivocada: Jesús de
Nazaret no fue realmente el Mesías –dicen; por lo tanto, rechazarlo no fue un error
grave; (b) un problema de errónea imputación de culpabilidad: fueron los
romanos -y no ellos- quienes lo crucificaron (ver Max I. Dimont, Jews, God,
and History, 138-142).
En muchas de
las declaraciones anteriores es evidente la existencia de ese doble problema:
(a) Un problema
de identidad equivocada: Casi todos esos autores rehúyen el hecho trascendente
de que el mensaje de 1888 significó el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte
pregón. Prácticamente sin excepción identifican el mensaje de 1888 como siendo una
mera “enfatización” de la doctrina protestante de la justificación por la fe del
siglo XVI, tal como la enseñan las iglesias populares.
Nota: Pease
hace una breve referencia a la declaración de Ellen White del 22 de noviembre
del 1892 en la que identifica el mensaje como el “comienzo”
del fuerte pregón (By Faith Alone,
156). Pero en general identifica el mensaje como siendo una mera enfatización de
la “doctrina” popular protestante. Froom
reconoce el mensaje como siendo el “comienzo”
de la lluvia tardía, pero se contradice de forma inexplicable al afirmar que se
trataba del mismo mensaje que los evangélicos contemporáneos estaban predicando
(Movement of Destiny, 262, 318-325,
345, 561-570 y 662-667). El resto de autores ignora totalmente la
identificación del mensaje que hizo Ellen White con el fuerte pregón.
(b) Hay un
problema de atribución equivocada de la culpabilidad: se insiste uniformemente
en que sólo unos pocos individuos de escasa importancia resistieron y rechazaron
el mensaje; la mayoría de los demás se habrían arrepentido, de modo que el mensaje
fue finalmente bien aceptado en términos generales por el liderazgo responsable
de la Iglesia.
El Dr. Froom
nos dice que los informes de A.W. Spalding y L.H. Christian sobre la historia
de 1888 están “en completa armonía” con los hechos
(op. cit., 268). Y A.V. Olson sugiere igualmente que Spalding presenta “toda la verdad” sobre el tema (op. cit.,
233). Dichos informes difieren marcadamente de los que hizo Ellen White, pero dado
el prestigio del que gozan actualmente esos autores, les prestaremos cuidadosa atención:
El mayor evento de los años ochenta en la experiencia
de los adventistas del séptimo día fue la recuperación o reafirmación y renovado
interés de su fe en la doctrina básica del cristianismo... La última década del
siglo vio a la Iglesia desarrollándose mediante ese evangelio, como una compañía
presta a cumplir la misión divina... El reavivamiento del mensaje de la
justificación por la fe levantó a la Iglesia (A.W.
Spalding, Captains of the Host, 583 y
602; 1949).
1888 es un hito notable en la historia del
adventismo del séptimo día. Fue realmente como cruzar una frontera y entrar en un
nuevo país. Algunos fustigadores de los hermanos que se autoproclaman
reformadores, han intentado presentar aquella asamblea como una derrota; sin
embargo, la verdad es que permanece como una gloriosa victoria... Inauguró un nuevo
período en nuestra obra, un tiempo de reavivamiento y salvación de almas... El Señor
dio a su pueblo una maravillosa victoria. Fue el inicio de un gran despertar
espiritual entre los adventistas... el amanecer de un día glorioso para la Iglesia
adventista... El efecto derivado del gran reavivamiento de Minneapolis... comenzado
en 1888... fue rico, tanto en santidad como en fruto misionero (L.H.
Christian, The Fruitage of Spiritual
Gifts, 219, 223-224, 237 y 244-245).
Obsérvese que
uno de los autores cumple inadvertidamente la profecía de Cristo relativa a los
dirigentes de la Iglesia de Laodicea. Emplea las mismas palabras que Cristo puso
en los labios del “ángel de la Iglesia” (Apoc
3:14 y 17), la pretensión de ser “rico” y haberse “enriquecido”, no
careciendo de nada debido a su supuesta aceptación del mensaje.
¿Aceptado o rechazado?
No querríamos
calificar de “fustigador de los hermanos” a un
ilustre expresidente de la Asociación General, pero según el autor precedente, A.G.
Daniells cae inevitablemente en esa categoría al afirmar claramente que la historia
de 1888 significó una derrota para el progreso de la causa de Dios. Sus declaraciones
contradicen completamente las de los autores precedentes:
¡El mensaje de la justicia de Cristo… tuvo que
chocar con la oposición de hombres fervientes y bien intencionados en la causa
de Dios! El mensaje [de 1888]
nunca fue aceptado ni anunciado ni le fue dado libre curso en su debida forma
para traer sobre la Iglesia las bendiciones sin límite que están contenidas en
él... La división y lucha que se suscitó entre los dirigentes debido a la oposición
al mensaje de la justicia en Cristo produjo una reacción muy negativa. La gran
masa del pueblo quedó confundida y sin saber qué hacer...
Detrás de la oposición se revela la astuta conspiración de la mente maestra del
mal… Cuán terribles han de ser los resultados de cualquier victoria suya (A.G.
Daniells, Christ Our Righteousness, 47,
50 y 53-54; 1926).
Obsérvese de
qué parte está la victoria y de cuál la derrota. Daniells insiste en su libro en
que no hubo reavivamiento denominacional ni aceptación de aquel mensaje y experiencia.
Escribiendo en 1926, Daniells se refirió al reavivamiento como estando aún
reservado al futuro:
En todos estos años [desde 1888]
se ha venido desarrollado el firme deseo y la esperanza –sí, la convicción- de
que el mensaje de la justicia por la fe brillará algún día en toda su gloria,
valor y poder inherentes, y gozará del pleno reconocimiento (ibíd.,
43).
El “gran reavivamiento” que otros aseguraban haber
tenido lugar, Daniells lo situaba en la categoría de lo que “pudo haber” sido:
¡Qué poderoso reavivamiento de la verdadera piedad...
qué manifestación de poder divino para la terminación de la obra... pudo haber venido
al pueblo de Dios si todos nuestros pastores hubiesen salido de la asamblea
como lo hizo esta leal y obediente sierva del Señor! [en referencia a Ellen White] (ibíd., 47).
La propia Ellen
White habría de caer también lógicamente en la censurable categoría de los “fustigadores de los hermanos”, pues resumió el fin
de la era de 1888 como siendo un tiempo de victoria para nuestro enemigo, al afirmar que “Satanás tuvo éxito... en gran medida” en mantener el
mensaje alejado tanto de la Iglesia como del mundo (1 Mensajes selectos, 276; 1896).
A.T. Jones, aún
en el tiempo en que caminaba humildemente con el Señor, cae también bajo la misma
reprensión, y no solamente él, sino toda la congregación reunida en la asamblea
de la Asociación General de 1893. Sin embargo, ellos estaban en el propio
escenario de los hechos. Ni una sola persona se atrevió a desafiar al orador, pues
todos sabían que estaba diciendo verdad:
¿Cuándo comenzó entre nosotros como pueblo
este mensaje de la justicia de Cristo? (Uno o dos en la audiencia: “Hace tres o
cuatro años”) ¿Tres, o cuatro años? (Congregación: “Cuatro”). Efectivamente: cuatro.
¿Dónde sucedió? (Congregación: “En Minneapolis”) ¿Qué, pues, rechazaron los hermanos
en Minneapolis? (Algunos en la congregación: “El fuerte pregón”)... ¿Qué fue lo
que rechazaron en Minneapolis los hermanos que adoptaron esa terrible postura? Rechazaron
la lluvia tardía –el fuerte pregón- del mensaje del tercer ángel (General Conference Daily Bulletin 1893, nº 9, 9 -183).
En 1908 Jones
habla de oposición oficial perpetuándose durante aquellos “veintiún años, contra el mensaje de Dios de la justicia por
la fe”:
Hombres que hoy ocupan cargos como presidentes de Unión y oficiales de
la Asociación General se opusieron… en el comienzo y en todo tiempo desde
entonces, de toda forma posible... a la verdad de la justicia por la fe tal como
la expresan llanamente las Escrituras. Lo sé bien porque en más de una ocasión he
tenido que contender exactamente por ese motivo, y precisamente con esos mismos
hombres
(A.T. Jones, Carta a R.S. Owen, 20 febrero
1908)
Nota: Se
puede encontrar evidencia demostrable de lo dicho por A.T. Jones en
publicaciones oficiales relativas a la controversia sobre “los dos pactos” que
tuvo lugar entre los años 1906 y 1908. La posición prevalente era la de los
opositores al mensaje de 1888. Ver, por ejemplo, Signs of the Times 13 noviembre 1907 y 29 enero 1908.
Si es que los
laicos y obreros adventistas aceptaron realmente las presentaciones en Minneapolis,
¿no sería razonable esperar que años más tarde Jones recordara al menos a alguno
de ellos (con la excepción de Ellen White)? Trece años después de 1908 escribió
rememorando aquella ocasión:
No puedo ahora citar ni a uno que aceptara el mensaje abiertamente en la
asamblea de 1888 [obviamente, a excepción de Ellen White].
Pero más tarde muchos dijeron que les fue de gran
ayuda. Uno en Battle Creek dijo en aquella reunión, después de una de las presentaciones
del Dr. Waggoner: “Podríamos ahora decir amén a todo eso, si es que eso fuera
todo lo que hay al respecto. Pero más lejos, más tarde, va a venir algo más. Y eso
nos va a llevar a... Y si decimos amén a esto, tendremos que decir amén a lo
otro, resultando entonces atrapados”... No hubo tal cosa, y se privaron a sí
mismos de aquello que sus propios corazones les decía que era la verdad; y por
combatir lo que solamente existía en su imaginación se afirmaron en su oposición
contra aquello que sabían que debían haber aceptado (Carta a C.E. Holmes, 12 mayo 1921).
Jones añadió
en la misma carta que “los opositores fueron...
todos aquellos a quienes pudo arrastrar la influencia de la Asociación General”.
Jones dijo en
cierta ocasión que “algunos” aceptaron la verdad
en la asamblea de Minneapolis, “algunos” la rechazaron
y “algunos” permanecieron a medio camino (General Conference Daily Bulletin
1893 nº
9,
12 -185). Los favorables a la teoría de la aceptación interpretan lo anterior
como significando que la asamblea estaba dividida en tres tercios; y dado que
se supone que “muchos” de los que
inicialmente rechazaron o permanecieron neutrales se arrepintieron más tarde, deducen
que la gran mayoría terminó por aceptar el mensaje. Pero la declaración de
Jones de 1921 continúa por un derrotero bien diferente:
Otros serían favorables, pero cuando arreció el espíritu de persecución,
en lugar de permanecer ante el ataque noblemente en el temor de Dios y declarar:
“Es la verdad de Dios, y creo en ella de todo corazón”, comenzaron a ceder y a excusarse,
pidiendo disculpas por aquellos que la estaban predicando.
Esa actitud cobarde
se puede calificar de cualquier cosa, excepto de aceptación al mensaje de la justicia
de Cristo. ¡Los seguidores de Cristo están dispuestos a morir por la verdad!
Jones dejó registrada
su opinión relativa a la extensión de los “reavivamientos
denominacionales a escala mundial” que siguieron al congreso de 1888. Un
libro con respaldo oficial que apoya la tesis de la aceptación cita el texto siguiente,
tomado de una carta escrita en 1921:
Cuando llegó la época de las reuniones campestres [después de 1888] los tres [Ellen
White, Waggoner y él mismo] visitamos las reuniones
campestres con el mensaje de la justicia por la fe... En ocasiones asistíamos los
tres simultáneamente a una misma reunión. Eso calmó la marea en el pueblo, y
aparentemente también en la mayor parte de los dirigentes (Pease, By Faith Alone, 149).
La cita
reproducida en el libro termina aquí. Pero la siguiente frase de Jones refuta la
tesis de la aceptación:
Pero esto último fue solamente aparente, nunca real, pues en la comisión
de la Asociación General y en otros existió siempre un secreto antagonismo
progresando ininterrumpidamente, y que... finalmente prevaleció en la denominación,
dando la supremacía al espíritu de Minneapolis, a la contienda y a los hombres.
Cuando Jones
escribió esa carta no faltaba mucho para su muerte. En ella se aprecia un espíritu
de sometimiento y lealtad a todas las creencias adventistas del séptimo día, y a
la plena inspiración del ministerio profético de Ellen White.
Cinco años
más tarde A.G. Daniells publicó su posición, que en esencia coincide con la de
Jones:
El mensaje nunca fue aceptado ni anunciado ni le fue dado libre curso
en su debida forma para traer sobre la Iglesia las bendiciones sin límite que
están contenidas en él (A.G. Daniells, Christ Our
Righteousness, 47; 1926).
Pero no necesitamos
depender de las valoraciones de Jones o Daniells. Disponemos de otro testimonio.
Evidencia inspirada
relevante
Investigados
con sinceridad, los escritos de Ellen White nunca resultan ambiguos acerca de
la aceptación del mensaje de 1888. Ciertamente no apoyan indistintamente ambas posiciones
contrapuestas. Ellen White armoniza con la declaración de Jones relativa a la “marea”
de la oposición de los hermanos dirigentes calmándose de forma “solamente aparente”:
Por casi dos años [1890] hemos
estado instando al pueblo a que venga y acepte la luz y la verdad con respecto a
la justicia de Cristo, y no saben si venir y aferrarse a esta preciosa verdad,
o no hacerlo (Review and Herald, 11 marzo
1890).
¿Por qué sucedía
así? Una semana después declaró la razón por la cual dudaban los laicos y
pastores jóvenes:
Nuestros jóvenes observan a nuestros hermanos de más edad, y al ver que
no aceptan el mensaje, sino que lo tratan como si no tuviera importancia, eso
influencia a los que ignoran las Escrituras a que rechacen la luz. Esos hombres
que rehúsan recibir la verdad se interponen entre el pueblo y la luz (Review and Herald, 18 marzo 1890; original
sin cursivas).
Ellen White
coincidió también con la declaración de Jones de que no hubo ni uno
solo de los hermanos dirigentes en la sede central que quisiera
tomar posición decidida en favor del mensaje de la justicia de Cristo:
Di mi testimonio una vez tras otra con fuerza y claridad a los que estaban
reunidos [en Minneapolis, 1888],
pero dicho testimonio no fue recibido. Al venir a Battle Creek repetí el mismo testimonio
en presencia del pastor Butler, pero no hubo ni uno solo que tuviera la
valentía de ponerse de mi lado ayudando a que el pastor Butler a que viera que él
y otros más habían tomado posiciones equivocadas... El prejuicio del pastor
Butler fue mayor después de oír los varios informes de nuestros hermanos en
el ministerio procedentes de la asamblea de Minneapolis (25 enero 1889;
Carta U3, 1889; The Ellen G. White
1888 Materials, 251-252; original sin cursivas).
Los “hermanos” que Ellen White dijo que se interponían,
eran los dirigentes. Gracias a Dios no todos rehusaron recibir la verdad, pero la
expresión “nuestros propios hermanos” tiene
un sentido genérico. Ha de significar el grueso de los dirigentes responsables,
con pocas, si es que alguna excepción. Ellen White empleó repetidamente esa
expresión. Y es significativo que lo hiciera de forma retrospectiva:
En Minneapolis... Satanás tuvo éxito en impedir que fluyera hacia
nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del Espíritu Santo... El enemigo
les impidió que obtuvieran esa eficiencia que pudiera haber sido suya para llevar
la verdad al mundo... Fue resistida la luz que ha de alumbrar toda la tierra con
su gloria, y en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo por el proceder
de nuestros propios hermanos (1 Mensajes selectos, 276;
original sin cursivas).
Difícilmente podrían
unos pocos opositores obstinados de limitada influencia haber tenido un efecto
tan determinante, si es que la mayoría de los hermanos dirigentes hubiesen recibido
de corazón el mensaje. Es como pretender que el rabo sea capaz de agitar al
perro. Ellen White escribió lo siguiente a un pariente suyo, después que los influyentes hubieran
hecho la mayoría de sus “confesiones”:
¿Quiénes de los que han tenido una parte en la
asamblea de Minneapolis han venido a la luz y recibido los ricos tesoros de la verdad
que el Señor les envió del cielo? ¿Quién ha caminado junto al Dirigente, Jesucristo?
¿Quién ha hecho total confesión de su celo equivocado, de su ceguera, de sus celos
y malas sospechas, de su desafío a la verdad? Ni uno solo... (Carta, 5 noviembre 1892; B2a 1892; 14 Manuscript
Releases 109; The Ellen G. White 1888 Materials, 1068).
Siete u ocho
largos años después de 1888, Ellen White debió reconocer apenada que “algunos” en Battle Creek “mantuvieron
vivo el espíritu que campó a sus anchas en Minneapolis”. Más adelante se
verá que los “algunos” resultaron ser “muchos”.
Comenzaron esta obra satánica en Minneapolis... Sin embargo, estos hombres
han estado ocupando puestos de confianza, y han estado moldeando la obra a su
propia semejanza hasta el punto en que les fue posible (Testimonios para los ministros, 80; 1 mayo
1895; 30 mayo 1896; original sin cursivas).
Un llamado a la
sinceridad
A.G. Daniells
nos invita a ser sinceros al abordar la realidad:
Sería mucho más
agradable eliminar algunas declaraciones del Espíritu de profecía relativas a
la actitud de algunos de los dirigentes hacia el mensaje y los mensajeros. Pero
de hacer así sería inevitable estar presentando sólo una parte de la situación...
dejando la cuestión más o menos en el misterio (op. cit., 43).
Cuanto menos “misterio”, tanto mejor en esta hora tardía y
peligrosa. Por lo tanto, reproducimos las siguientes citas, sucintas pero
literales, tomadas de Testimonios para
los ministros, escritos en 1895. Se trata del juicio retrospectivo de Ellen
White, escrito hacia el final de la “era de 1888”:
Hay muchos que lo
tratan [al mensaje] con desdén…
Le habéis dado el Señor la espalda, y no el rostro…
La luz que ha de llenar toda la tierra con su gloria ha sido despreciada…
Guardaos de transigir con los atributos de Satanás, y de arrojar menosprecio
sobre la manifestación del Espíritu Santo…
Sé solamente que algunos han ido ya ahora demasiado lejos para volver y para
arrepentirse…
No aprecian estas grandes y solemnes realidades y… hablan contra ellas…
Andan en camino de pecadores y se sientan en silla de escarnecedores…
Muchos han entrado en senderos oscuros y secretos, y algunos nunca volverán…
Han tentado a Dios, han rechazado la luz…
Han elegido las tinieblas antes que la luz y han contaminado sus almas…
No solamente han rehusado aceptar el mensaje, sino que han odiado la luz. Estos
hombres colaboran en la ruina de las almas. Se han interpuesto entre la luz
enviada del cielo y la gente. Han pisoteado la palabra de Dios, y están
afrentando al Espíritu Santo…
Durante años han resistido la luz y albergado un espíritu de oposición. ¿Por
cuánto tiempo odiaréis y despreciaréis a los mensajeros de la justicia de
Dios…?
Los criticaron duramente [a los mensajeros]
tratándolos como fanáticos, extremistas y maniáticos…
A menos que os humilléis… demasiado tarde veréis que habéis estado luchando
contra Dios…
El Señor sabe que estáis dando la vuelta completamente a las cosas. Seguid un
poco más como habéis andado, rechazando la luz del cielo, y estaréis perdidos…
Aquellos que han sido por tanto tiempo como falsos postes indicadores que
señalan el camino equivocado. Si rechazáis a los mensajeros designados por
Cristo, rechazáis a Cristo…
Despreciad esta gloriosa oferta de justificación por medio de la sangre de
Cristo… y no quedará más sacrificio por el pecado…
Os ruego que os humilléis y ceséis en vuestra obstinada resistencia a la luz y
la evidencia (Testimonios para los ministros, 89-98).
¡Eso es lo
que nuestros autores calificaron como “hito notable
en la historia del adventismo del séptimo día”, algo así “como cruzar una frontera y entrar en un nuevo país”,
“como una gloriosa victoria y la ocasión e inicio
de mayores y mejores cosas para la Iglesia adventista”, “un nuevo tiempo en nuestra
obra; un tiempo de reavivamiento y salvación de almas”, el “tiempo
de una feliz experiencia espiritual”, el “inicio
de un gran despertar espiritual entre los adventistas”, un “reavivamiento de alcance denominacional”! Qué
razón tenía Ellen White, cuando escribió en 1895:
El Señor sabe que
estáis dando la vuelta completamente a las cosas (Id,
97).
Siete u ocho años
tras la asamblea hubo amplia oportunidad para el arrepentimiento, confesión, y la
sincera participación en un “reavivamiento de alcance denominacional”. Es
posible seguir la cronología del rechazo año a año:
En lugar de disponer vuestra fuerza contra el avance del carro de la verdad
que está siendo tirado cuesta arriba, deberíais esforzaros por empujarlo con
toda vuestra energía.
Nuestros hermanos de mayor edad... no aceptan el mensaje, sino que lo tratan como
si careciera de importancia (Review and Herald, 18 marzo
1890).
No puedo expresaros la carga y aflicción mental que he tenido al
haberme sido presentada la verdadera condición de la causa...
Se me ha mostrado que de parte de los ministros de todas nuestras asociaciones hay
descuido en el estudio de las Escrituras y el escudriñamiento de la verdad...
¡La fe y el amor: cuán destituidas están las iglesias de estos bienes!…
La religión de la Biblia es muy escasa, aun entre nuestros pastores...
La norma del ministerio ha sido grandemente rebajada…
La frialdad, la falta de compasión, la carencia de tierna simpatía, están leudando
el campamento de Israel. Si se permite que estos males se fortalezcan, como ha ocurrido
en los últimos años, nuestras iglesias se verán en una condición deplorable (Testimonios para los ministros, 142-156;
20 agosto 1890).
No hubo gran reavivamiento
en 1892:
La atmósfera de la Iglesia es tan frígida, su espíritu
es de tal naturaleza, que los hombres y mujeres no pueden sostener o soportar el
ejemplo de la piedad primitiva nacida del cielo. El calor de su primer amor
está congelado, y a menos que sean bañados por el bautismo del Espíritu Santo, su
candelero será quitado de su lugar (Testimonios para los
ministros, 167-168; 15 julio 1892).
Lo mismo sucedía
en 1893:
¡Cuán pocos conocen el día de su visitación!...
Estamos convencidos de que en el pueblo de Dios hay ceguera de mente y dureza
de corazón, aun cuando Dios ha manifestado inexpresable misericordia hacia nosotros...
Pocos están hoy sirviendo a Dios de corazón. La mayoría de los que componen nuestras
congregaciones están espiritualmente muertos en pecados y transgresiones... Las
más dulces melodías procedentes de Dios a través de labios humanos -la justificación
por la fe y la justicia de Cristo- no encuentran en ellos respuesta alguna de
amor y gratitud... Endurecen sus corazones contra [el Comerciante celestial] (Review and Herald, 4 abril
1893).
La condición
no había mejorado en 1895:
Hay muchos que han dejado atrás su fe adventista... mientras expresan
el deseo de su corazón: “Mi Señor tarda en venir”...
Hombres a quienes se les han confiado pesadas responsabilidades, pero que no tienen
una relación viva con Dios, han estado y están haciendo afrenta a su Santo Espíritu...
Una y otra vez han llegado amonestaciones de parte de Dios para estos hombres, pero
ellos las han hecho a un lado y han continuado con la misma conducta...
Si el Señor les conserva la vida, y alimentan el mismo espíritu que señaló su conducta
antes y después de la reunión de Minneapolis, llenarán también la medida de aquellos
a quien Cristo condenó cuando estaba en la tierra (Testimonios para los ministros, 77-79; 1 mayo 1895).
Es evidente
que no hubo gran cambio en 1896:
Es una ofensa para Dios que los hombres conserven vivo el espíritu que
se desató en Minneapolis. Todo el cielo siente indignación por el espíritu que desde
hace años se está manifestando en nuestra institución publicadora de Battle
Creek... Se ha oído una voz señalando los errores y rogando, en el nombre del
Señor, que se realizara un cambio decidido. Pero ¿quién ha escuchado la instrucción
dada? ¿Quién ha humillado su corazón para quitar todo vestigio de ese espíritu malvado
y opresor?
(Testimonios para los ministros, 76-77;
30 mayo 1896).
Por toda
apariencia, el “reavivamiento” no había ganado
los corazones de los dirigentes en 1897:
Dios da a los
hombres consejo y reprensión para su bien. Él ha enviado su mensaje,
diciéndoles lo que se necesitaba para el tiempo: 1897… Él os dio la oportunidad
de que acudierais armados y equipados en auxilio de Jehová. Y habiendo hecho
todo, os pidió que os aprestarais. Pero ¿os preparasteis? ¿Dijisteis “Heme
aquí, envíame a mí”? Os sentasteis tranquilos y no hicisteis nada. Permitisteis
que la Palabra del Señor cayera al suelo desatendida…
¿Por qué tienen que ser obstáculo los hombres cuando podrían ser una ayuda?
¿Por qué frenan las ruedas cuando podrían empujar con señalado éxito? ¿Por qué
despojan su propia alma del bien y privan a otros de la bendición que podría
haber venido por su intermedio? Estas personas que han rechazado la luz
permanecerán en la aridez como desiertos (Testimonios para los ministros, 413).
Permanecieron
ciertamente en su rechazo como desiertos estériles en sentido espiritual. Una revisión
de sus sermones y artículos impresos revela que eran áridos y cansinos, exentos
de los factores esenciales de las verdades de 1888, evidenciando no obstante una
suprema confianza en haber comprendido y estar predicando la justicia por la fe.
Los reavivamientos que
siguieron a 1888
De 1888 a
1890, Ellen White hace numerosas referencias a reuniones de reavivamiento en
las que participó junto a Jones y Waggoner. La teoría de la aceptación se basa principalmente
en esas declaraciones. Debemos ponderar su auténtico significado. Siguen
algunos ejemplos del entusiasmo de la profetisa:
Nunca he visto una obra de reavivamiento avanzar en tanta profundidad, y
sin embargo permanecer libre de toda excitación indebida. No hubo insistencia o
invitación alguna. No se llamó a que las personas salieran al frente, sino que hubo
un solemne reconocimiento de que Cristo vino, no a llamar a justos, sino a pecadores
al arrepentimiento... Muchos testificaron de que al presentarse las verdades decisivas,
a la luz de la ley fueron convencidos como transgresores (Review and Herald, 5 marzo 1889).
Las nuevas de que Cristo es nuestra justicia trajeron
alivio a muchísimas almas, y Dios dice a su pueblo: “Avanzad”...
En toda reunión desde la Asociación General [de 1888] hay almas que han aceptado fervientemente
el precioso mensaje de la justicia de Cristo...
El sábado [Ottawa, Kansas] se presentaron
verdades nuevas para la mayoría de la congregación... Pero los esfuerzos del
sábado no fueron en vano. El domingo por la mañana hubo clara evidencia de que el
Espíritu de Dios estaba obrando grandes cambios en la condición moral y
espiritual de los allí reunidos (ibíd., 23 julio 1889).
Estamos teniendo reuniones por demás excelentes. El espíritu que hubo en
la reunión de Minneapolis no está aquí presente. Todo avanza en armonía... El testimonio
universal de los que han hablado ha sido que este mensaje de luz y verdad que ha
venido a nuestro pueblo es precisamente la verdad para este tiempo, y doquiera vaya
entre las iglesias, lo acompañará ciertamente la luz, la liberación y bendición
de Dios
(Ms. 10, 1889; 1 Manuscript Releases
143; The Ellen G. White 1888 Materials, 447).
Estas declaraciones,
entresacadas a lo largo de un período de diez años, dan la impresión de una
sincera aceptación del mensaje por parte de los dirigentes. Sin embargo, debemos
prestar atención a otras evidencias contextuales relacionadas. Es preciso
contrastar con la realidad esa impresión de aceptación por parte de los
dirigentes.
Jones había
dicho que aquellas reuniones “calmaron los ánimos
del pueblo”. Lo cierto, no obstante, es que nunca hubo animosidad por
parte del pueblo. El problema concernía enteramente a los dirigentes y al ministerio.
El pueblo habría aceptado gozosamente la luz si es que los dirigentes hubieran
permitido que les llegara libre de distorsión y de oposición, y con mayor razón
si los dirigentes se hubiesen unido de corazón en la presentación de dicha luz.
Muchos pastores jóvenes se interesaron profundamente en ella. Pero la actitud
continuada de falta de compromiso o franca oposición por parte de los responsables
en Battle Creek y otros lugares sofocó el movimiento. No son sólo las declaraciones
de Ellen White las que dan fe del hecho, también es clara la correspondencia de
la Asociación General registrada en los Archivos.
De hecho, no es
necesario apelar al testimonio de Ellen White para comprobar el rechazo oficial
de Battle Creek al mensaje. La documentación disponible en la correspondencia muestra
una oposición subterránea a la que Jones se refirió como “un secreto antagonismo siempre presente” (ver nota
adicional al final del capítulo).
Presión contraria al
reavivamiento
Ellen White
comprendió rápidamente que el problema en Minneapolis tenía que ver con los
dirigentes. Instó fervientemente a los delegados a que no miraran a los hombres
de mayor edad y experiencia a fin de decidir qué harían con la luz. Advirtió
que tratarían incluso de impedir que dicha luz llegase al pueblo:
Os insto a que pongáis en Dios vuestra confianza; no idolatréis
a los hombres, no dependáis de hombre alguno. No permitáis que vuestro amor por
los hombres los mantenga en posiciones de confianza para las que no están cualificados...
Necesitáis mayor luz, necesitáis una comprensión más clara de la verdad que lleváis
al pueblo. Si vosotros mismos no veis la luz, cerraréis la puerta hasta donde
os sea posible e impediréis que los rayos de luz alcancen al pueblo. Que no
pueda decirse de este pueblo altamente favorecido: “Ni entráis vosotros ni dejáis
entrar a los que están entrando”. Todas estas lecciones son para amonestarnos a
nosotros, que vivimos en estos tiempos finales...
En esta reunión... el orden del día es la oposición, más bien que la investigación...
A nadie se le debe permitir cerrar la avenida por la que ha de llegar al pueblo
la luz de la verdad. Tan pronto como se procure tal cosa, el Espíritu de Dios se
retirará
(Ms. 15, 1888; The Ellen G. White
1888 Materials, 171; Olson, 297 y 301).
Nuestra reunión está llegando ya a su fin y no se ha hecho confesión alguna,
no ha habido ningún movimiento que permita la entrada del Espíritu de Dios. Me
pregunto de qué sirve que nos reunamos aquí y de qué sirve que vengan nuestros hermanos
del ministerio, si es con el único propósito de alejar del pueblo el Espíritu
de Dios
(Ms. 9, 1888; The Ellen G. White
1888 Materials, 151; Olson, 290-291).
¿Cuál era el
mecanismo del rechazo? ¿Cómo operaba? Si bien Jones y Waggoner tenían permiso para
hablar en reuniones campestres y para publicar artículos, y aun siendo cierto
que los laicos acogían favorablemente el mensaje, el rechazo de los dirigentes
contrarrestaba continuamente sus mejores esfuerzos. Disponemos del análisis de Ellen
White al respecto:
Los hombres mismos que deberían estar alerta
para discernir las necesidades del pueblo de Dios a fin de que pueda prepararse
el camino del Señor, están interceptando la luz que Dios quisiera traer a su pueblo
y rechazando el mensaje de su gracia restauradora (Carta a los hermanos Miller, 23 julio
1889; 11 Manuscript Releases 288; The Ellen G. White 1888 Materials,
409).
Algunos de nuestros hermanos dirigentes han tomado con
frecuencia posiciones del lado equivocado, y si Dios enviase un mensaje y
esperase a que esos hermanos veteranos abrieran el camino para su avance, nunca
llegaría al pueblo...
El reproche del Señor estará sobre aquellos que, pretendiendo ser guardianes de
la doctrina, obstaculicen el camino a fin de que no venga al pueblo mayor luz; y
si no hubiera voces entre los hombres para darla, las mismas piedras clamarían...
Es la frialdad del corazón, la incredulidad de los que debieran tener fe, lo que
mantiene debilitadas a las iglesias (Review and Herald, 26 julio
1892; original sin cursivas).
Por aquel tiempo,
tanto Jones como Waggoner eran persona non grata para los hermanos responsables
en Battle Creek (Olson, 115). Como veremos en otro capítulo, el redactor jefe de
Review and Herald era el opositor más influyente. Y Ellen White afirmó
que el propio nuevo presidente de la Asociación General “actuó tal como hizo Aarón con aquellos
hombres que se habían venido oponiendo a la obra de Dios desde la asamblea de Minneapolis”
(Carta a A.O. Tait, 27 agosto 1896; 5
Manuscript Releases 452; The Ellen G. White
1888 Materials, 1608). “El presidente de la Asociación General... actuó
de forma directamente <contraria> a las advertencias y amonestaciones que
se le dieron” en relación con los acontecimientos posteriores a
1888 (Carta a I.H. Evans, 21 noviembre
1897; E51, 1897; 12LtMs, Lt51,
1897, par. 15).
Además, era
natural que los hermanos que se oponían desearan y esperasen que el pueblo
común no recibiera el inoportuno mensaje mejor que los veteranos y hombres de
autoridad en Battle Creek. Lógicamente les disgustó la posterior recepción de informes
acerca de los maravillosos resultados de la predicación del trío inspirado. Es penoso
constatar, tal como afirmó Ellen White, que les molestó la aprobación que dio el
Espíritu Santo a aquella obra. La profetisa no estaba preocupada por una minoría
insignificante de hermanos de escasa relevancia, sino por el impacto de dirigentes
responsables e influyentes en el cuerpo:
Más tarde, cuando vieron y sintieron la demostración del Espíritu Santo
que testificaba que el mensaje era de Dios, lo odiaron aún más, porque era un
testimonio contra ellos. No quisieron humillar sus corazones para arrepentirse,
para dar gloria a Dios y para reivindicar la justicia (Testimonios para los ministros, 80; 1
mayo 1895).
Los reavivamientos
en South Lancaster, Chicago, Ottawa, Kansas, y en la propia iglesia de Battle
Creek eran un poderoso testimonio de que el mensaje llevaba el sello de Dios. El
experimento probatorio de aquella luz se realizó en el laboratorio de las iglesias.
Y funcionó. Nunca hubo tales manifestaciones de gloria celestial acompañando a mensaje
o a movimiento alguno desde el clamor de medianoche de 1844:
A pesar de que ha habido un esfuerzo determinado por dejar sin efecto el
mensaje que Dios envió, sus frutos han estado demostrando que proviene de la fuente
de luz y verdad. A quienes… se han interpuesto obstaculizando el camino en
contra de toda evidencia, no se los puede suponer poseedores de mayor discernimiento
espiritual por haber cerrado los ojos durante tanto tiempo a la luz que Dios envió
al pueblo... Habrá resistencia por parte de aquellos que esperábamos que se
empeñaran en la obra (Carta O19, 1892; The
Ellen G. White 1888 Materials, 1024).
Ellen White
continuó esperanzada por ver el cambio de corazón en los dirigentes, una vez que
reconocieran la evidencia incontrovertible. En la pretensión de demostrar que
los dirigentes de la Iglesia habrían aceptado el mensaje de 1888 cabe citar el
párrafo siguiente:
Vi que el poder de Dios acompañaba al mensaje allí donde se lo presentó.
No podríais hacer creer a los de South Lancaster que el mensaje que les llegó
no fuese luz... Dios ha puesto su mano en el avance de esta obra. Trabajamos en
Chicago una semana antes de producirse el descanso en las reuniones. Nos cubrió
la bendición de Dios como una ola de gloria, al llevar las personas al Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. El Señor reveló su gloria, y sentimos en
profundidad la acción de su Espíritu (The Ellen G. White 1888 Materials, 545).
Pero ese
mismo artículo de Review and Herald del 18 de marzo de 1890 indica que los
hermanos en la dirección distaban mucho de simpatizar con la obra:
He tratado de presentaros el mensaje tal como lo he comprendido, pero ¿por
cuánto tiempo se mantendrán alejados del mensaje de Dios los que están al
frente de la obra? (ibíd.).
A la
incredulidad de 1888 en Minneapolis se le añadió un pecado todavía mayor: las
indiscutibles evidencias de la aprobación del Espíritu Santo al mensaje, demostrada
en maravillosos reavivamientos, no hizo más que confirmar a esos hermanos en su
oposición.
Cuando vieron y sintieron la demostración del Espíritu Santo que
testificaba que el mensaje era de Dios, lo odiaron aún más (Testimonios para los ministros, 80;
1895).
Pocos años
antes, Ellen White había hecho un llamado dramático en favor de la unidad con los
mensajeros:
Durante casi dos años hemos estado instando al pueblo a que venga y
acepte la luz y la verdad relativas a la justicia de Cristo, y no saben si
venir y aferrarse a esa preciosa verdad o no (ibíd., 11 marzo 1890).
A vosotros que os oponéis a la luz de la verdad, os suplicamos que dejéis
de interponeros en el camino del pueblo de Dios (ibíd., 27 mayo 1890).
La evidencia es
abrumadora: se interpusieron en el camino. Se debe tener presente el contexto
de esos informes optimistas acerca de los “reavivamientos”.
Es preciso contrastar los informes tempranos expresando esperanza profética
(1889-1890) con el posterior chasco en vista de los eventos históricos
subsecuentes que Ellen White debió registrar a su pesar (1891-1897). Todas las evidencias
apuntan consistentemente en la misma dirección: su propio testimonio, el testimonio
de Jones, los documentos oficiales, y desde luego el peso de casi un siglo de historia.
¡Como los judíos!
Nunca, desde que
Israel rechazó a su Rey de gloria, ha contemplado el universo celestial un fallo
más inexcusable y vergonzoso por parte del pueblo escogido de Dios, protagonizado
por sus dirigentes. La mensajera del Señor no dudó en aplicar a los hermanos
dirigentes los célebres “ayes” dedicados a los fariseos (Lucas 11:50-52), destacando
su aplicación para el presente (1896): “Si Dios alguna
vez ha hablado por mi intermedio, estos pasajes significan mucho para aquellos
que los escuchen” (Testimonios
para los ministros, 76). “Ni entráis vosotros ni
dejáis entrar a los que están entrando” (Mat 23:13).
Esa es la
realidad del “gran reavivamiento” que siguió
a la asamblea de 1888. Muchos laicos y pastores jóvenes comenzaban a “entrar”, pero los ancianos de Jerusalén “no les dejaban”. El reavivamiento tuvo un final
abortivo. Se agravió, se “insultó” y sofocó
al Espíritu Santo. La mensajera del Señor comparó frecuentemente el espíritu de
oposición en 1888, con el rechazo de los judíos hacia Cristo. Por ejemplo:
Sobre la Iglesia de
Dios ha estado brillando la luz, pero muchos han dicho por su actitud
indiferente: ‘No queremos tus caminos, oh Dios, sino los nuestros’. El reino de
los cielos se ha acercado mucho… pero han cerrado la puerta del corazón y no
han recibido a los visitantes celestiales, ya que hasta hoy desconocen el amor
de Dios…
Hay menos excusa hoy para la obstinación e incredulidad, de la que había para
los judíos en los días de Cristo… Nuestro pecado y su retribución serán mayores
que los de ellos si rehusamos andar en la luz. Dicen muchos: ‘Si hubiera vivido
en los días de Cristo, no habría retorcido sus palabras ni habría interpretado
falsamente su instrucción. No lo habría rechazado ni crucificado tal como
hicieron los judíos’, pero eso se demostrará en la forma en que tratáis hoy su
mensaje y sus mensajeros…
A los que viven ahora no se los tiene por responsables de los hechos de quienes
crucificaron al Hijo de Dios; pero si teniendo desplegada ante nosotros toda la
luz que brilló sobre su pueblo en la antigüedad recorremos el mismo camino que
ellos, acariciamos el mismo espíritu y rehusamos recibir el reproche y la
advertencia, nuestra culpabilidad resultará grandemente incrementada (Review and Herald, 11 abril 1893).
Una semana después
añadió:
Los que están llenos de incredulidad saben discernir hasta el más
mínimo detalle que sea de alguna forma objetable. Pueden así perder de vista
todas las evidencias que Dios ha dado... en la revelación de preciosas gemas de
verdad de la mina inagotable de su palabra. Pueden colocar el átomo objetable bajo
la lupa de su imaginación hasta que dicho átomo parece convertirse en un mundo
que oculta de su vista la preciosa luz celestial... ¿Por qué dar tanta
importancia a aquello que percibís como objetable en el mensajero [A.T. Jones y E.J. Waggoner] e ignorar
todas las evidencias que Dios ha dado a fin de obtener una comprensión
equilibrada de la verdad? (ibíd., 18 abril 1893).
Nuestra imaginación
se esfuerza en captar la magnitud de las bendiciones que habrían venido sobre
la Iglesia adventista del séptimo día, de haber aceptado de todo corazón el
precioso mensaje:
Si mediante la gracia de Cristo su pueblo viene a ser nuevas vasijas, él
los llenará con vino nuevo. Dios concederá luz adicional y se recuperarán antiguas
verdades que serán incorporadas al marco de la verdad, y los obreros triunfarán
donde quiera que vayan (Review and Herald,
Extra 23 diciembre 1890).
Los altibajos de
nuestra historia
En la
asamblea de la Asociación de 1901, Ellen White, reflexionando sobre la crisis
de 1888-1891, hizo una declaración esclarecedora a propósito de lo que debía
haber sucedido pero no sucedió. Lo que nuestros historiadores han interpretado
como siendo un “reavivamiento”, resultó no ser más que un asentimiento verbal
que no se acompañó de una reforma genuina:
Siento un interés especial en los movimientos y las decisiones que se
harán en este congreso con respecto a las cosas que deberían haberse hecho años
atrás, especialmente hace diez años, cuando estuvimos reunidos en congreso, y el
Espíritu y el poder de Dios descendieron sobre nuestra reunión, dando
testimonio de que Dios estaba presto a obrar en favor de este pueblo si hubiera
manifestado una disposición a ponerse a la obra. Los hermanos asintieron a la
luz que Dios había dado, pero los que estaban relacionados con nuestras instituciones,
especialmente Review and Herald y la Asociación, trajeron elementos de incredulidad,
de modo que no se actuó según la luz concedida. Hubo un asentimiento, pero no
se efectuó ningún cambio especial que permitiera que el poder de Dios fuera
revelado entre su pueblo (General Conference Bulletin
1901, 23).
Algunos de los
hermanos reconocieron en 1893 que, tras haber rehusado la reforma, el
consecuente reavivamiento resultó igualmente frustrado. Jones declaró:
Hermanos, ha llegado el momento de que retomemos esta noche lo que rechazamos
allí [en Minneapolis, cuatro
años antes]. Ninguno de nosotros ha podido
siquiera imaginar las maravillosas bendiciones que Dios tenía para nosotros en Minneapolis,
y que habríamos estado disfrutando durante esos cuatro años si los corazones hubiesen
estado dispuestos a recibir el mensaje que Dios envió. Llevaríamos cuatro años
de adelanto, estaríamos esta noche en medio de las maravillas del fuerte pregón (General Conference Daly Bulletin 1893 nº 9, 10 -183).
La siguiente carta
de Ellen White, leída en la misma asamblea, explica cómo operó el proceso por el
cual el mensaje de 1888 terminó en derrota:
La oposición en nuestras propias filas ha impuesto
sobre los mensajeros del Señor una tarea agotadora y probatoria, pues han tenido
que enfrentar dificultades y obstáculos que no debieron existir... Todo el tiempo,
pensamiento y esfuerzo requeridos para contrarrestar la influencia de nuestros hermanos
que se oponen al mensaje, han sido igualmente sustraídos a un mundo que está bajo
los rápidos juicios de Dios. El Espíritu de Dios ha estado presente con poder
entre su pueblo, pero no pudo serle concedido debido a que no abrió el corazón
para recibirlo.
No es la oposición del mundo lo que hemos de temer: son los elementos que operan
entre nosotros mismos los que han impedido el mensaje... El amor y la confianza
constituyen una fuerza moral que habría unido nuestras iglesias y asegurado armonía
de acción; pero la frialdad y la desconfianza han traído desunión, privándonos de
nuestra fuerza...
La influencia derivada de la resistencia a la luz y la verdad en Minneapolis
tendió a dejar sin efecto la luz que Dios concedió a su pueblo mediante los Testimonios...
debido a que algunos de los que ocupan posiciones de responsabilidad estuvieron
leudados con el espíritu que prevaleció en Minneapolis, un [tipo de] espíritu que anubló el discernimiento del pueblo de
Dios
(General Conference Daily Bulletin 28 febrero 1893; The Ellen G.
White 1888 Materials, 1128-1129).
El ejército
que pierde una batalla trata posteriormente de descubrir cuál fue la causa de
la derrota. Hablará de victoria solamente en términos de lo que “podría haber sido”. Es significativo que el pasaje
frecuentemente citado, publicado en 1909 en el volumen 9 de Testimonios,
página 24, que comienza con un trágico “si”
condicional, fue escrito en referencia al devenir de la historia posterior a
1888. Se encuentra en el párrafo que sigue a la cita anterior:
Si cada soldado de Cristo hubiese cumplido su deber, si cada centinela en
los muros de Sión hubiese tocado la trompeta, el mundo habría oído el mensaje
de amonestación. Pero la obra ha sufrido años de atraso. ¿Qué cuenta se rendirá
a Dios por retardar de esa manera la obra? (ibíd.; The Ellen G. White 1888 Materials, 1129-1130)
Buenas nuevas en la historia
de 1888
Eso no
significa que se haya perdido la guerra. En absoluto. Solamente se perdió una
batalla. Ante nosotros se dibuja, eso sí, un panorama por demás intrigante.
Unos pocos párrafos más adelante en la misma carta, Ellen White predijo que
Satanás sacaría astutamente partido. “La trama oculta
de Satanás desplegará su operación en todo lugar”. Él es demasiado astuto
como para irrumpir torpemente desvelando su identidad diabólica, y se hará
pasar por el propio Cristo. “La aparición de un
falso Cristo despertará esperanzas engañosas en las mentes de quienes se dejen
engañar”.
Satanás tiene
demasiada inteligencia como para proclamar su victoria antes que sea completa, incluso
habiéndose dado su victoria parcial. Una jactanciosa asunción como esa, de
parte de Satanás, llevaría al remanente –de corazón sincero- a postrarse de rodillas
en el arrepentimiento de los siglos. El enemigo nada tiene que ganar diciéndole
al remanente la verdad: debe mantener su engaño hasta el último momento.
Es
comprensible que Satanás quiera mantenernos engañados respecto a nuestra historia
de 1888. Admitirá astutamente su “derrota” y concederá la “victoria”, pretendiendo
haber caído doblegado a nuestros pies. Pero recibir tal engaño puede conducirnos
solamente a resultar seducidos por el falso Cristo. Si no podemos interpretar
correctamente el pasado, ¿cómo vamos a ser capaces de descifrar el futuro que
se ha de desplegar ante nuestros ojos?
¿Acaso esas
verdades obvias configuran un panorama sombrío y causante de desánimo? No, si
amamos a Aquel que se presentó como siendo la Verdad. ¡Reconocer la verdad es el único modo de acercarnos
a él!
Aun siendo cierto
que nuestra historia conlleva un claro llamado al arrepentimiento, será bueno
recordar aquí que los llamamientos divinos al arrepentimiento siempre tienen
signo positivo, trayendo ánimo y esperanza.
Conclusión
Los que presentan
nuestra historia de 1888 como una gloriosa victoria, lo hacen en total
sinceridad. Desean preservar la unidad de la Iglesia. Se han levantado voces
críticas pretendiendo que la victoria que obtuvo Satanás en 1888 y
posteriormente fue tan completa, que hoy no queda esperanza alguna para la Iglesia.
No es así, y no tienen razón. Pero ideas erróneas de ese tipo tienen su raíz y
florecen como reacción contra el orgullo y complacencia que caracterizan la
negación de la verdad de nuestra historia, perpetuada generación tras generación.
Israel nunca vendrá a ser Babilonia, aunque pueda atravesar períodos de cautiverio.
El Señor lo traerá nuevamente a sus fronteras, castigado y arrepentido.
En el intento
por contrarrestar a los críticos desleales que condenan la Iglesia a la desesperanza,
debemos evitar negar la verdad. Seamos justos y ecuánimes. A la luz de nuestra historia
pasada, eso va a requerir considerable humildad de nuestra parte:
Entre
quienes permanezcan fieles y
verdaderos hasta el fin habrá una gran humillación de los corazones ante
Dios
(Ms. 15, 1888; The
Ellen G. White 1888 Materials, 166; Olson, 297).
A menos que la Iglesia contaminada por la apostasía
se arrepienta y se convierta, comerá del fruto de sus propias obras, hasta que
se aborrezca a sí misma (8 Testimonios, 261).
Esa experiencia
no constituye una prueba de que Dios haya desechado a su Iglesia. Cuando Pedro lloró
amargamente postrado en tierra deseando morir, llegó por fin a estar convertido
(Mat 26:75; El Deseado, 660). Cuando tenga
lugar una experiencia similar, la Iglesia remanente resultará igualmente
convertida. Su Pentecostés no estará más lejos en el tiempo, de lo que lo
estuvo el de Pedro cuando se conoció por fin a sí mismo, encontrando así el perdón
de su Señor.
La
comprensión verdadera de la experiencia de 1888 jugará un papel primordial en el
proceso de llegar a conocernos a nosotros mismos:
Llegará el momento en el tiempo, en que se lo verá en
su verdadero significado, con toda la espantosa carga que de ello ha resultado (General Conference Daily Bulletin 7
febrero 1893; The Ellen G. White 1888 Materials, 1013).
A.T. Jones, en
la asamblea de 1893, también se refirió a ese “tiempo”
de reparación que tanto se ha postergado:
Están por suceder cosas que serán más sorprendentes
que las acaecidas en Minneapolis, más sorprendentes que cualquiera de las cosas
que hayamos podido ver hasta aquí... Pero a menos que vosotros y yo hayamos
desarraigado de nuestro corazón todo resto de ese espíritu, trataremos al
mensaje y al mensajero por medio del que se envía, de la precisa forma en que
Dios dice que hemos tratado este otro mensaje (General
Conference Bulletin nº 9, 1893, 12 -185).
Incluso si no
pudiéramos disponer de las referencias que hemos presentado en este capítulo, la
lógica y la simple razón permitirían ciertas conclusiones:
(1) En la
terminación de la obra, el fuerte pregón habría de avanzar de forma comparable
a la del fuego en el rastrojo (Review and
Herald, 15 diciembre 1885). “Los últimos
acontecimientos serán rápidos”. Pero en lugar de avanzar como fuego en el
rastrojo, ha habido un siglo de combustión lenta y humeante que se arrastra
centímetro a centímetro, mientras los seres humanos van naciendo en una tasa
mucho más rápida de lo que logramos alcanzarlos con nuestro mensaje. La
única conclusión razonable es que la acción de instrumentos humanos -no divinos-
sofocó aquel fuego.
(2) Cuando venga
el fuerte pregón, escribió Juan en Apocalipsis, será como una luz que alumbre toda
la tierra con una gloria superior a cualquier demostración previa de poder
celestial. Los “reyes de la tierra” aún no
se han apartado, lamentando junto con los “mercaderes
de la tierra” la caída de la gran Babilonia, desolada en una sola “hora” a resultas de la poderosa predicación del auténtico
fuerte pregón. Sin embargo, la luz del poderoso mensaje del cuarto ángel comenzó
a brillar de esa extraña e impresionante manera en 1888. La única conclusión
razonable es que instrumentos humanos apagaron aquella luz.
(3) Cuando se
acepte el mensaje de la justicia por la fe de 1888, el verdadero “comienzo” de la lluvia tardía, se verá en la Iglesia
remanente un reavivamiento de la piedad primitiva desconocido hasta hoy. “El enemigo de Dios y del hombre no quiere que esta verdad
sea presentada claramente; porque sabe que si la gente la recibe plenamente,
habrá perdido su poder sobre ella” (Obreros
evangélicos, 169). La única conclusión posible: el mensaje de la justicia
de Cristo no fue verdaderamente recibido.
(4) Dado que
el mensaje vino muy especialmente de Dios, la oposición persistente de quienes ostentaban
la autoridad constituyó un revés espiritual para el movimiento adventista; pero
ese revés debe ser reconocido como la pérdida de una batalla en el contexto
más amplio de la guerra, y no se debe confundir con una supuesta pérdida de la
guerra misma.
Ver el asunto
de esa forma requerirá que esta generación reconozca los hechos tal como fueron,
y rectifique cabalmente el trágico error. Eso es posible, y el Dios viviente y
justo acudirá en nuestra ayuda.
Eso sólo
puede significar buenas nuevas.
Nota adicional al Capítulo
4
(índice)
Testimonio de los archivos
de la Asociación General
La correspondencia
oficial en los archivos de Battle Creek corrobora el testimonio de Ellen White y
de A.T. Jones relativo a la actitud negativa de los dirigentes de mayor responsabilidad
en Battle Creek. A.T. Jones declaró que “siempre estuvo
en acción un secreto antagonismo” (Carta
a C.E. Holmes, 12 mayo 1921).
Las cartas del
secretario de la Asociación General, Dan T. Jones, ilustran cómo operaba esa actitud.
A pesar de albergar profundos prejuicios en contra del mensaje y mensajeros de
1888, pocas semanas después de Minneapolis el Espíritu Santo lo impresionó con la
evidencia de que A.T. Jones era el verdadero mensajero de Dios. Escribió a un
amigo en estos términos:
Hemos tenido aquí buenas reuniones... El hermano A.T. Jones ha tenido a
su cargo la mayoría de las predicaciones. Me gustaría que hubiese podido oír algunos
de sus sermones. Parece muy distinto a lo que hizo [sic] en Minneapolis. Algunos
de sus sermones me parecen tan buenos como los mejores que jamás haya oído. Además,
son todos inéditos. Es original en su predicación, y en su práctica parece muy amable
y siente profundamente todo cuanto dice. Mi estima hacia él ha aumentado
considerablemente desde que he visto la otra faceta del hombre (Carta a J.W. Watt, 1 enero 1889).
Nota: Se
pueden consultar las cartas de Dan T. Jones en Archives
and Statistics, Record Group 25 de la Asociación General. Usado
con autorización.
Pero Dan
Jones resultó estar convencido en contra de su voluntad. Es increíble que
dirigentes destacados puedan endurecer su corazón contra aquello que reconocen
claramente como “credenciales” del Espíritu Santo. Es preciso que comprendamos
cómo sucedió; de lo contrario corremos hoy grave peligro de repetir esa historia.
Como dijo Lutero, todos estamos hechos de la misma materia.
Por alguna extraña
razón, Dan Jones permite un año después que su corazón se endurezca contra los mensajeros
de 1888, mientras que durante ese mismo período la actitud de Ellen White viene
a ser de creciente respaldo hacia ellos. Vemos aquí en acción un misterioso
fermento en la mente humana. En calidad de oficial administrativo responsable,
escribió a la dirección de la Asociación de Missouri a la que pertenecía, por
sentir que debía comunicarles su [equivocado] juicio. Tenemos aquí un ejemplo de
ese tipo de influencia operando en la sombra: el “secreto
antagonismo” al que A.T. Jones se refirió:
Creo que sería maravilloso tener un Instituto en Missouri; pero considero
preferible un instituto con pocas pretensiones más bien que la organización de un
gran evento y traer... a los pastores
A.T. Jones y E.J. Waggoner. Para decir verdad, no tengo gran confianza en algunas
de sus maneras de presentar las cosas. Tratan de hacerlo todo a su modo, y no
admiten que sus posiciones estén sujetas al más mínimo criticismo... De hecho, no
prestan atención a ningún otro asunto, excepto aquellos en los que hay diferencias
de opinión con nuestros hermanos dirigentes. No creo que desee traer ese
espíritu a la Asociación de Missouri (Carta a N.W. Alee, 23 enero
1890; original sin cursivas).
Probablemente
los mensajeros de 1888 nunca supieron por qué su ministerio no era bienvenido en
Missouri.
Las cartas
informativas de Dan Jones a G.I. Butler en relación con lo sucedido en Battle
Creek revelan ese “antagonismo” en acción. Alentaron
a Butler en su oposición al mensaje:
Me alegra de verdad que esté viendo las cosas de la forma en que lo hace,
y que no se desanime e incline bajo la carga que parecen imponerle... He pensado
a menudo en lo que me dijo el invierno pasado concerniente a que los colegas de
California [Jones y Waggoner] estarían en el equipo editorial de la Review antes de dos años. Nada me
extrañaría que se intentara algo así en estos largos meses. Pero estoy seguro
de que eso suscitaría una fuerte oposición (Carta, 28 agosto
1889).
La “fuerte oposición” que Dan Jones anticipaba irrumpió
como volcán en su propia alma durante el invierno siguiente, en 1890. Waggoner anunció
un día en su clase bíblica que el siguiente lunes de mañana abordaría los dos pactos.
Se le había invitado oficialmente, incluso se le había urgido a que dejara su trabajo
en California y enseñara en Battle Creek. Obviamente supuso que estaba en
libertad de presentar el evangelio tal como lo comprendía.
Pero cuando
Dan Jones oyó las noticias relativas a los dos pactos no se pudo contener. Tomó
inmediatamente medidas para frenar a Waggoner, buscando el apoyo de Uriah Smith
e incluso de Ellen White. El incidente lo perturbó de tal manera que escribió sobre
él en extensas cartas dirigidas a G.I. Butler, O.A. Olsen, J.D. Pegg, C.H. Jones,
R.C. Porter, J.H. Morrison, E.W. Farnsworth, y R.A. Underwood. Sus cartas no pueden
disimular la antipatía oficial existente hacia el mensaje y los mensajeros, al
mismo tiempo que -por supuesto- haciendo profesión de aceptar la “doctrina de la justificación por la fe”.
Afortunadamente
Dan Jones era un prolífico escritor de cartas, en las que proporciona valiosas
pistas acerca de las actitudes de los dirigentes detrás de la escena. En su
correspondencia manifiesta con vehemencia sus sentimientos íntimos. La
persistente oposición de su corazón al mensaje suponía evidentemente una pesada
carga para su conciencia, como la de Saulo al dar coces contra el aguijón. Respecto
a esa confrontación con Waggoner, escribió así a Butler:
En toda mi vida no me ha sucedido nada que me afectara de este modo. Todo
ese asunto me ha perturbado de tal forma, que a duras penas he sabido cómo actuar
o qué hacer... Cuando vi de qué trataban las lecciones [de la Escuela Sabática sobre los pactos, escritas por Waggoner] decidí inmediatamente que no podía enseñarlas, y después
de volver a estudiar algo más la cuestión, decidí renunciar a mi cargo como
maestro de Escuela Sabática... [ver nota al final del capítulo]
Me he preocupado y angustiado al respecto hasta el punto
de agotarme más que en medio año de trabajo (Carta, 13 febrero 1890).
¡Qué espectáculo:
el secretario de la Asociación General “preocupado y angustiado”
por lo que eran en realidad las directrices del Espíritu Santo en el comienzo
de la lluvia tardía!
Una mirada entre
bastidores al Battle Creek de antaño
Dan Jones
prosigue con un retrato vívido de la administración en Battle Creek, hablando a
Butler con toda franqueza sobre el plan oficial de ocultar a los estudiantes los
auténticos hechos, y “dejar que el asunto pase lo
más discretamente posible, sin atraer la atención de los alumnos más de lo
necesario al cambio producido”. Sin duda un procedimiento astuto. Pero Waggoner
malogró aquellos planes de Dan Jones al declarar abiertamente la verdad “exponiéndolo todo a la luz, y todo cuanto pude hacer fue decir
que nos había parecido mejor pedirle al Dr. Waggoner que por el momento
postergara la cuestión del pacto”.
Ellen White,
W.C. White, Waggoner y A.T. Jones intervinieron ante los hermanos en Battle
Creek para enderezar las cosas, con el resultado de que la verdad puso a Dan
Jones, Uriah Smith y otros contra las cuerdas. Dan Jones fue sincero una vez
más al referir aquel mal trago a sus amigos:
Eso nos dejó a algunos de nosotros en una posición más bien embarazosa.
Habíamos estado obrando sobre una base equivocada y se nos derrumbaron los
apoyos. Nadie podía contradecir la palabra del Dr. Waggoner o de la hermana
White
(Carta a Butler, 27 marzo 1890).
La humildad y
sinceridad de Dan Jones resultan reconfortantes. Pero rayan en la ingenuidad, especialmente
a la luz de la pura verdad que escapaba a su comprensión: que su antipatía se dirigía
en realidad contra el don divino de la lluvia tardía y el comienzo de la luz
del fuerte pregón. Se oponía inequívocamente a esa bendición enviada desde el Cielo,
y no podía evitar manifestarlo. Es llamativa la forma en que la convicción
chocó y sucumbió ante su voluntad, haciendo que persistiera en su postura.
El famoso sermón
de Ellen White en Battle Creek del 16 de marzo de 1890 (Ms. 2, 1890; 6LtMs, Ms 2,
1890),
contiene la afirmación de que el mensaje “no fue
recibido”, junto a docenas de alusiones relativas a la persistente incredulidad
y rechazo de los dirigentes en Battle Creek desde el tiempo de Minneapolis.
Escribiendo un día después, Dan Jones expresa su inquietud en estos términos:
Me parece que la posición de ella es
evidentemente la correcta, y el mismo principio es aplicable a otros asuntos con
la misma fuerza con que se aplica a la cuestión del pacto, o a la ley en
Gálatas... Yo estaba tan seguro como uno puede estarlo de que el Dr. Waggoner y
otros estaban llevando adelante ciertos planes y propósitos, y de que había ciertos
motivos detrás de aquellos planes y propósitos; pero ahora es evidente que estaba
equivocado en ambas cosas. Es difícil comprender cómo pudo suceder así. Cada
circunstancia parecía sumarse a la evidencia de que las cosas eran como yo
suponía; y sin embargo demostraron ser falsas (Carta a J.D. Pegg, 17 marzo 1890).
Escribiendo a
Butler diez días después, su progreso es dudoso y sigue sin ser claro. Continúa
albergando la misma opinión respecto del mensaje. Lo mismo que Uriah Smith, responsabiliza
a Jones y Waggoner de aquel malentendido. Es incapaz de verlos en la misma luz
en que los veía Ellen White: como los “mensajeros
delegados” del Señor.
Quizá hemos estado equivocados en algunas de nuestras opiniones... No veo
ahora qué podemos hacer, excepto aceptar las explicaciones dadas y actuar en
consecuencia... La hermana White... piensa que los informes que usted recibió
procedentes de Minneapolis eran sobremanera exagerados, y que no se hizo una
idea correcta de lo que allí sucedió. Si bien retengo la misma posición sobre la
ley en Gálatas y la cuestión del pacto que siempre he mantenido, me alegro por haber
despejado en mi mente las dudas respecto a los planes y motivos de algunos hermanos...
Esperemos que en el futuro no propicien que sus planes y propósitos sean
juzgados injustamente (Carta, 27 marzo 1890).
Escribiendo a
R.C. Porter unos días después, revela cómo él y Uriah Smith siguen sin estar verdaderamente
reconciliados con los mensajeros de 1888 ni con Ellen White:
El Pastor Smith... no puede entender por qué...
la hermana White habló en cierta ocasión positivamente contra cierta cosa, tal
como hizo con la ley en Gálatas al Pastor [J.H.] Waggoner varios años
atrás, para dar a continuación un giro completo y prestar su apoyo a eso mismo al
ser suscitado de una forma ligeramente diferente... Estoy tratando de pensar lo
menos posible al respecto (Carta, 1 abril 1890).
Nota: Tanto
Uriah Smith como los opositores contemporáneos de Ellen White se equivocan al
atribuir a la profetisa un cambio significativo de posición respecto a la ley
en Gálatas. Ellen White había urgido a J.H. Waggoner -no se trata de E.J.
Waggoner, sino del padre de este- a no hacer prominente su idea de que la ley
en Gálatas es la ley moral; pero no parece haber evidencia de que ella le
dijese a él lo que Smith creyó que le había dicho. Es indudable que J.H.
Waggoner no captó las grandiosas y conmovedoras verdades de Gálatas con la
claridad con que lo hizo después su hijo. Ellen White no pudo apoyar el mensaje
de su padre como siendo “preciosísimo”. Uriah
Smith se basó equivocadamente en una valoración parcial y sesgada, para
condenar la luz que el Señor envió con posterioridad mediante el hijo de J.H. Waggoner
en 1888.
Dos semanas después,
Dan Jones sigue en la duda y se refiere ahora con cierto desdén a lo que era en
realidad la conducción del Señor en el comienzo de la lluvia tardía. Querría
ver menguar a Jones y Waggoner, y asegura al Pastor Butler que tanto él como los
hermanos persisten noblemente en la lucha contra ellos dos. Aquello que Ellen
White y la historia han reconocido como “un preciosísimo
mensaje”, para él pertenece aún a la categoría de “puntos de vista
peculiares”, y confía en que nunca más se los vuelva a tolerar:
En vista de la evidencia circunstancial que ha rodeado este asunto
durante año y medio, sé que es algo
difícil que lleguemos ahora a la conclusión de que todo transcurrió en Minneapolis
según la más absoluta inocencia. Pero si el Dr. Waggoner declara que no tenía ningún
plan cuando fue allí, el hermano Jones dice lo mismo y la hermana White los respalda,
¿qué podemos hacer, excepto aceptarlo como un hecho?... Alguien podría pensar
que fuimos un poco demasiado lejos, sintiéndonos después atrapados y finalmente
engullidos. Pero no es así de ningún modo. Considero que vencimos en todos los
puntos que sosteníamos. Creo que el otro bando se dio por satisfecho de que lo
dejaran un poco en paz; y a mí me parecía bien que eso sucediera si es que
aprendieron las lecciones que decidimos que debían aprender. Confío ahora en
que el Dr. Waggoner será muy cauto en lanzar sus puntos de vista peculiares ante
los demás, hasta no haber sido cuidadosamente examinados por los hermanos
dirigentes; y creo que estos serán mucho más cuidadosos que en el pasado en su análisis
de esos puntos de vista peculiares (Carta a Butler, 14 abril
1890).
Esos archivos
confirman la veracidad de la observación hecha por A.V. Olson al respecto de
que Jones y Waggoner eran persona non grata en la sede central de Battle
Creek (op. cit, 115). Era tal la tensión, que es fácil entender cómo
Waggoner terminó siendo enviado a Gran
Bretaña a comienzos de 1892. Su carta manuscrita al presidente de la Asociación
General del 15 de septiembre de 1891 pudo haber exacerbado la situación. Había
sido elegido para formar parte del comité editorial, pero de alguna forma se
había impedido su normal participación en aquella tarea. Su carta es respetuosa.
No expresa queja personal alguna. Su preocupación tiene que ver con el bien de
la causa:
Quisiera preguntar sobre el libro del pastor [G.I.] Butler. Veo por el informe
del comité editorial que se votó que Review and Herald lo publicara. De lo
anterior deduzco que debe estar preparado para su publicación. Si es así, como miembro
del comité editorial me gustaría leer el manuscrito. Hace aproximadamente un
año, creo recordar, vi una lista de los capítulos que iban a componer el libro;
y de ahí, juntamente con lo que conozco sobre la condición de las cosas en general,
estoy seguro de que es más que probable que el libro tenga tanta necesidad de revisión
como cualquier otro libro. Si se pone en circulación sin haber sido objeto de
examen, excepto por un comité compuesto de tres personas, estoy seguro de que
habrá insatisfacción... Es un derecho de todo miembro el examinar cualquier
manuscrito que sea adecuadamente presentado ante el comité (Archives and Statistics de la Asociación General, Record Group
11. Reproducción autorizada).
Uriah Smith defiende
su rechazo al mensaje
La oposición
de Uriah Smith al mensaje de 1888 era erudita, y en apariencia lógica y razonable.
El 17 de febrero del 1890 escribió a Ellen White explicándole por qué no podía aceptarlo.
Su sinceridad es incuestionable. Leer su carta de seis páginas es una
experiencia de humildad debido a que parece tan convincente como para hacerle a
uno exclamar: “De no ser por la gracia de Dios, podría estar en su misma
situación”. Confundir el inmenso don del Espíritu Santo con un desastre puede
ser hoy para nosotros tan fácil como lo fue para él. Smith percibía la conducción
del Señor como una gran “calamidad”. Presentamos resumidamente su argumentación:
En mi opinión, después de la muerte del hermano
White, la mayor calamidad que haya afectado a nuestra causa es la publicación
de los artículos sobre el libro de Gálatas en Signs por parte del Dr.
Waggoner...
Si estuviese bajo juramento ante un tribunal de justicia me vería obligado a
testificar que, según mi mejor conocimiento y convicción... usted dijo que el hermano
[J.H. Waggoner] estaba
errado [sobre la ley en Gálatas]. Desde entonces
eso siempre me ha parecido consistente con las Escrituras. Y el hermano White estaba
tan satisfecho con el asunto, que –recuerde- retiró de la circulación el libro
del hermano Waggoner... La posición que ahora sostiene el hermano [E.J.] Waggoner es acreedora exactamente de la misma objeción...
Me parece contraria a las Escrituras, y también contraria a su comprensión
anterior...
Los hermanos de California [Jones y Waggoner]...
casi arruinan la asamblea [de 1888], tal
como temí que pasara. De no haberse introducido aquellas cuestiones
perturbadoras, no veo razón por la que no hubiéramos podido tener allí una asamblea
tan bendecida y agradable como la que nunca antes hubiéramos disfrutado...
[E.J.] Waggoner tomó su posición sobre Gálatas, la
misma que usted había condenado en su padre. Y cuando usted apoyó aparentemente
su posición... fue una gran sorpresa para muchos. Y cuando me preguntaron qué
significaba eso, y qué explicación darle, realmente, hermana White, no sabía qué
decir, y no lo sé todavía.
...cuando emergen puntos de vista y movimientos... que... socavarán
irremediablemente su obra y harán que se tambalee la fe en el mensaje, no puedo
evitar albergar algún sentimiento acerca del tema; y puede comprender que me
parezca bien extraño que, debido a haber aventurado una palabra de precaución
sobre algunos de esos puntos, se me presente públicamente como alguien que está
dando palos de ciego, sin saber contra qué se opone. Creo que sé hasta cierto
punto a qué me estoy oponiendo. Tal vez no conozco el pleno alcance de esa obra
innovadora y desintegradora que se ha puesto en marcha, pero veo lo suficiente
como para sentir cierta ansiedad. Creo que estoy presto a recibir luz en todo
momento, procedente de cualquiera. Pero aquello que pretende ser luz, antes de
que a mí me parezca luz, debe demostrarse en armonía con las Escrituras y estar
basado en buenas y sólidas razones que resulten convincentes. Y cuando alguien
presenta algo que he sabido y creído desde hace mucho tiempo, me es imposible llamar
a eso nueva luz (Carta de Uriah Smith,
17 febrero 1890).
¿Pudiera ser
que haya hoy en la Iglesia incontables “Uriah Smiths”, tan sinceros y razonables
como él en su sincera oposición a la luz que en la providencia de Dios tiene
aún que alumbrar toda la tierra con su gloria?
Leer las
cartas de nuestros hermanos de Battle Creek de hace un siglo es una experiencia
dolorosa. Pero nos puede despertar a la realidad de que algún día otros van a
leer nuestras cartas. Y el Cielo discierne correctamente cuál es la verdadera actitud
de nuestro corazón para con la obra de Dios.
La enemistad
íntima y profunda contra el mensaje de la justicia de Cristo –que debiera haber
llevado a la humildad-, hizo que buenos hermanos de antaño se dispusieran a esparcir
rumores infundados e informes distorsionados. Ellen White comparaba frecuentemente
la situación con la de los judíos que se oponían a Cristo. También ellos tenían
de su parte una buena lógica y bien razonados argumentos. Creían encontrar en
las Escrituras la evidencia que hacía imposible que se tratara del verdadero Mesías.
¿Había venido jamás algún profeta de Galilea? ¿Había creído en él alguno de los
dirigentes de Jerusalén? (Juan 7:48-52). Y la personalidad de Jesús parecía
contribuir también a que se confirmaran en su camino errado.
Hoy es ya
demasiado tarde para que nuestros hermanos de hace un siglo profundicen lo
suficiente en sus corazones como para arrepentirse por rechazar el derramamiento
más significativo del Espíritu Santo desde Pentecostés. Gracias a Dios, todavía
no es demasiado tarde para que lo hagamos nosotros, especialmente con la ayuda
que supone que podamos vernos en ellos.
Nota: La
posición de Waggoner a la que se opusieron Dan Jones, Uriah Smith y otros, está
expresada en su libro The Glad Tidings (Pacific Press, ed. revisada,
71-104. En castellano, Las buenas nuevas. Gálatas versículo
a versículo, 86-128).
La posición de sus oponentes se encuentra en el Comentario Bíblico Adventista y en el Diccionario Bíblico. Ellen White declaró que la posición de
Waggoner era la correcta: “Anoche me fue mostrado
que las evidencias relativas a los pactos eran claras y convincentes. Usted mismo
[Smith], el hermano Dan Jones, el hermano Porter y otros
están malgastando sin provecho sus capacidades de investigación a fin de mantener
una posición sobre los pactos diferente a la que ha presentado el hermano
Waggoner” (Carta 59, 1890; 9 Manuscript
Releases 328; The Ellen G. White 1888 Materials 604; ver también Carta 30, 1890). Dan Jones refiere que
Waggoner “acusaba a los dirigentes de la Asociación
General –entre ellos Uriah Smith- de haber apoyado [implícitamente] la posición de [D.M.]
Canright sobre los pactos”. Lógicamente, ellos lo negaban (Carta a Butler, 13 febrero 1890). Desgraciadamente,
Waggoner tenía razón. Es todavía más desgraciado que después de un siglo siga
pendiente de nuestra aceptación esa bellísima verdad rebosante de buenas nuevas
acerca de los dos pactos.
El error de asumir
que ya “aceptamos” el mensaje de 1888 deriva de otro error aún mayor: no
haber comprendido en qué consistió realmente el mensaje.
El punto de
vista oficial de que fue aceptado conlleva la asunción de que dicho mensaje no
era adventista en un sentido singular. Se evalúa el mensaje como siendo “la doctrina
de la justicia por la fe”, es decir, la misma “doctrina” que durante siglos han
creído los protestantes. El siguiente párrafo, escrito por un apreciado autor -vicepresidente
de la Asociación General- es típico de ese punto de vista ampliamente aceptado:
Algunos se preguntarán en qué consistió esa enseñanza de la justicia por
la fe que vino a ser el motor del gran reavivamiento adventista de 1888, tal
como enseñaron y enfatizaron la Sra. White y otros: se trataba de la misma doctrina
que Lutero, Wesley, y muchos otros siervos de Dios habían estado enseñando (L.H.
Christian, The Fruitage of Spiritual
Gifts, 239).
Pero sería escandalosamente
humillante confesar que rechazamos “la misma doctrina
que Lutero, Wesley, y muchos otros siervos de Dios habían estado enseñando”.
Por lo tanto, estamos obligados a afirmar que la aceptamos en 1888 y
posteriormente.
Si bien otro
escritor autorizado admitió que el mensaje de 1888 era “el mensaje del tercer ángel en verdad”, tal como sostuvo Ellen
White (Review and Herald, 1 abril 1890),
lo hizo desde la confusión, pues insistió en que muchos dirigentes evangélicos
no adventistas proclamaron también “el mismo énfasis...
general”, habiendo obtenido su mensaje “de la
misma Fuente”. Sin excepción alguna, todos esos libros tan recomendados en
años recientes incluyen la implicación lógica de que la “verdad” del mensaje del tercer ángel no es otra
cosa distinta a la enseñanza popular protestante. Ninguno de ellos toma la posición
coherente de evaluar el mensaje de 1888 tal como hizo Ellen White ni reconoce
en él ningún elemento singularmente adventista. Obsérvese la insistencia de
Froom:
Había hombres fuera del movimiento adventista [que tenían] el mismo énfasis y
preocupación general, y aparecieron en la misma época... El impulso provenía manifiestamente de la misma Fuente.
Y en lo relativo al tiempo, la justicia por la fe se centró en el año 1888. Por
ejemplo, el objetivo de las renombradas Asambleas Keswick en Gran-Bretaña era “promover
la piedad práctica”... Se podría citar fácilmente una cincuentena de hombres en
las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX... que dieron ese mismo énfasis
general
(Froom, Movement of Destiny, 319-330;
original sin cursivas).
La conclusión
es lógica e ineludible: debiéramos acudir a esas fuentes a fin de obtener la “doctrina”, y aprender cómo enseñar la justicia por
la fe. Y eso es lo que hemos estado haciendo por décadas, a pesar de saber que
esa visión de la justicia por la fe conduce al antinomianismo [desprecio a la
ley].
Nada permite
dudar que esos autores evangélicos fueran bondadosos, sinceros, y que vivieran a
la altura de toda la luz a su alcance. Pero ¿estaban proclamando “el mensaje del tercer ángel en verdad”? (que
es como identificó Ellen White el mensaje de 1888). El citado autor admite que si
bien “no entendieron nuestro mensaje específico”,
es decir: el sábado, el estado de los muertos y otras doctrinas “peculiares”, no obstante proclamaron “la misma... justicia por la fe” que el Señor nos dio
en 1888. Sin embargo, en marcado contraste, Ellen White insiste en que el mensaje
de 1888 contiene ingredientes espirituales singulares que se manifiestan en la “obediencia a todos los mandamientos de Dios” (Testimonios para los ministros, 92).
Esa posición que
sostienen autoridades en nuestra Iglesia, refuerza lógicamente la idea de que
no hay nada de especial en el mensaje adventista del séptimo día, tal como
sostienen nuestros oponentes. Eso alimenta su creencia de que en el adventismo
todo es legalismo, con excepción de las “doctrinas”
válidas del evangelio que hemos tomado prestadas del mundo protestante. La
consecuencia necesaria es que carecemos de mandato para llamar al mundo
cristiano al juicio y arrepentimiento.
¿Cómo debemos
evaluar el mensaje de 1888? ¿Fue la “misma doctrina”
que enseñaron los protestantes de la Reforma y los evangélicos del siglo XIX, tal
como insisten nuestros autores? ¿O fue una comprensión distinta y única del “evangelio eterno” relacionada con nuestro mensaje
especial del santuario? Nuestros escritores oficialmente autorizados ignoran unánimemente
una relación tal con el santuario, pero esa relación es crucial para nuestra
identidad como pueblo.
Si el mensaje
de 1888 fue meramente la doctrina histórica protestante de la justicia por la fe,
surgen serios problemas:
(1) Si Ellen
White está en lo cierto al declarar repetidamente que resistimos y rechazamos el
mensaje de 1888, eso obliga a concluir que la dirección de la Iglesia adventista
del séptimo día rechazó la “misma doctrina”
que enseñaron Lutero y Wesley acerca de la justificación por la fe.
Dicho de otro
modo: la pretensión de que el mensaje de 1888 fue la “misma
doctrina” que “habían estado enseñando”
Lutero, Wesley, etc, lógicamente significa que nuestros antepasados rechazaron
en 1888 la posición histórica básica protestante. ¡Pero un rechazo como ese sería
tan desastroso como el rechazo de Roma hacia Lutero, o como el rechazo de la Iglesia
de Inglaterra hacia Wesley! Se habría tratado de una caída espiritual profunda,
equiparable a la de Babilonia.
Pero eso es
impensable, pues supondría la desintegración de la Iglesia. En consecuencia, nuestros
autores se ven forzados a mantener la pretensión de haber aceptado el mensaje dado
en 1888, así como a sostener que este produjo un “gran...
reavivamiento”.
(2) En
segundo lugar, si es cierto que el mensaje de 1888 fue “la misma doctrina” de los reformadores, eso implica que “Lutero, Wesley y muchos otros siervos de Dios” de
los siglos XVI al XIX, predicaron “el mensaje del
tercer ángel en verdad". En consecuencia, la Iglesia adventista
del séptimo día no puede encontrar su identidad en el mensaje de los tres
ángeles de Apocalipsis 14.
Hace algunos
años, Louis R. Conradi, el responsable de la Iglesia adventista en Europa, llevó
esa idea oficial a su conclusión lógica, consistente en que Lutero predicó ya
el mensaje del tercer ángel en el siglo XVI. Con el tiempo, Conradi acabó
abandonando la Iglesia (él mismo había sido también en la asamblea de 1888 un
opositor al mensaje). Hoy estamos perdiendo pastores, miembros maduros y jóvenes,
por la misma razón básica: no ven nada singular ni atractivo en nuestro mensaje
del evangelio, debido a que esas ideas sostenidas de forma oficial llevan a
concluir que realmente no hay nada especial en nuestro mensaje.
¿Pudiera ser
que nuestros historiadores oficiales hayan cortocircuitado el destino del movimiento
adventista? Si es así, se ha hecho un gran daño, pues las ideas publicadas a
partir de plumas autorizadas tienen gran impacto en la Iglesia mundial.
1888: ¿Una mera “enfatización”?
Otra teoría muy
aceptada pretende que el mensaje de 1888 representó una “renfatización” de lo que creyeron desde sus
inicios los pioneros adventistas: algo así como la recuperación, en la doctrina
y predicación, de un equilibrio homilético que se habría perdido temporalmente
entre 1844 y 1888. Ese punto de vista goza de una aceptación muy generalizada. Unos
pocos ejemplos bastarán para comprobarlo:
Esa asamblea [de 1888]... demostró ser el inicio de una renfatización de
esta verdad gloriosa, y llevó a un despertar espiritual entre nuestro pueblo (M.E. Kern, Review and Herald, 3 agosto 1950).
En los años ochenta
el mayor acontecimiento en la experiencia
del adventismo del séptimo día fue la recuperación -o reformulación y nueva toma
de conciencia- de su fe en la doctrina básica del cristianismo: “Sabiendo que el
hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo” (A.W.
Spalding, Captains of the Host, 583).
Hubo quienes aceptaron el énfasis [de 1888] sobre
la justicia por la fe. En el otro extremo había quienes pensaban que dicho énfasis
amenazaba los “antiguos hitos”...
En los años noventa la reacción de la Iglesia al nuevo énfasis sobre la justificación...
fue diversa (N.F. Pease, The Faith That
Saves, 40 y 45; 1969).
Si esa teoría
de la “renfatización” o “énfasis” es correcta, son inevitables ciertas
cuestiones:
(1) ¿Cómo es
posible que dirigentes responsables resistieran, rechazaran e incluso ignoraran
una renfatización de lo que ellos mismos creyeron y predicaron durante veinte, treinta
o cuarenta años? Si esa asamblea de 1888 incluía una nueva generación de predicadores
adventistas, ¿cómo pudieron rechazar una “verdad gloriosa”
que sus antepasados inmediatos habían estado predicando?
(2) ¿Cómo
defendernos de la acusación de que la Iglesia adventista sufrió una caída moral
comparable a la de Babilonia, si aceptamos la teoría de que los hermanos en
1888 rechazaron la renfatización de la verdad que creyeron al comienzo del movimiento
adventista? Cuando uno está escalando y de repente se viene abajo, a eso le
llamamos “caída”.
Deploramos los
grupos disidentes y las críticas despiadadas de quienes alegan injustamente que
la Iglesia ha caído, tal como hizo Babilonia. No creemos eso. Pero en
lógica, la versión oficial de nuestra historia relativa a 1888 admite
inevitablemente ese desalentador punto de vista. Muchas mentes despiertas
siguen su razonamiento hasta las últimas conclusiones tal como hizo Conradi. Cuanto
más profundizamos en las verdades de 1888, más evidente se hace que los grupos separatistas,
el fanatismo, las apostasías y la tibia complacencia proliferan debido a nuestro
continuo fracaso en reconocer esas realidades.
Este capítulo
tiene por objeto demostrar que el mensaje de 1888 no fue una mera renfatización
de las doctrinas de Lutero y Wesley, o de los adventistas pioneros. Tampoco fue
una redición de lo que Keswick y otros dirigentes protestantes populares de la
época estaban enseñando como “doctrina de la justicia
por la fe”. ¡Fue mucho más que eso! Se
trató del “comienzo”
de un concepto del “evangelio eterno” más
maduro del que hubiera percibido con claridad cualquier generación previa. Fue el
“comienzo” del derramamiento final del Espíritu
Santo en la lluvia tardía. Fue el anuncio inicial del mensaje del cuarto
ángel de Apocalipsis 18. Habría de ser una bendición sin precedentes desde Pentecostés
(Fundamentals of Christian Education,
473; Review and Herald, 3 junio
1890).
Eso no significa
pretender que los mensajeros de 1888 fueran mayores que Pablo, Lutero, Wesley o
cualquier otro ni que fueran más sabios o inteligentes que ellos. El mensaje
que traían era simplemente “el mensaje del tercer ángel
en verdad”:
una comprensión de la justicia por la fe paralela y consistente con la doctrina
de la purificación del santuario celestial, donde el Sumo Sacerdote
ministra en el lugar santísimo en el Día antitípico de la expiación, en el
marco del “tiempo del fin” (Primeros Escritos, 55-56, 250-254 y 260-261).
En 1844 Cristo inició esa última fase de su obra. Desde el lugar santísimo del
santuario celestial ministra la auténtica justicia a quienes lo siguen por la fe.
Por lo tanto, hay algo único en la justicia por la fe a la luz del Día de
la expiación, y el mensaje de 1888 así lo reconoce.
Si se le
hubiera dado libre curso, si se lo hubiera aceptado de todo corazón y se
hubiera dado un desarrollo teológico en correspondencia, el mensaje habría preparado
a un pueblo para encontrar al Señor. Se habría llegado al estado de “una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante;
sino que fuese santa y sin mancha”, “sin mácula
delante del trono de Dios” (Efe 5:27; Apoc 14:4-5). Era la intención de su
divino Autor hacerlos madurar como “primicias para Dios
y para el Cordero”. Si lo anterior no fuera cierto, quedaría en
entredicho la credibilidad de todo el ministerio de Ellen White, y junto a él nuestra
estima denominacional.
El innegable
y evidente rechazo de ese mensaje no constituyó una caída moral o espiritual de
la Iglesia remanente que implicara un repudio a la teología protestante. Fue más
bien una detención en su desarrollo espiritual previsto; una lamentable ceguera
e incapacidad en reconocer la consumación escatológica del amor y del llamado del
Señor.
El rechazo a
ese mensaje eclipsó virtualmente la comprensión ética y práctica de la purificación
del santuario celestial. Dejó solamente la cubierta exterior de su estructura doctrinal
tal como la cronología de los 2300 años y el concepto mecánico del “juicio investigador”
tal como lo habíamos venido predicando previamente a 1888. Nuestro propio
retardo en comprender ha propiciado la burla de nuestros oponentes evangélicos,
quienes repudian esa verdad singular adventista como siendo “vana, rancia y sin
provecho”. Es por eso que tantos de entre nosotros, especialmente los jóvenes, encuentran
irrelevante y aburrida la “doctrina” del santuario.
Lo que Ellen White vio
en el mensaje de 1888
Tan pronto como
Ellen White escuchó por vez primera el mensaje del Dr. Waggoner (justamente en Minneapolis),
lo reconoció como “luz preciosa”, en armonía
con lo que había estado “tratando de presentar”
en los anteriores 45 años. Lejos de sentir celos, dio la bienvenida a los mensajeros
y a su mensaje. Se trataba de un desarrollo ulterior en plena armonía con la
luz preexistente, pero nunca antes predicado en esa claridad:
Veo la belleza de la verdad en la presentación de la justicia de Cristo
en relación con la ley, tal como el doctor la ha presentado ante nosotros. Muchos
de vosotros decís que es luz y verdad. Sin embargo, nunca la habéis presentado anteriormente
en esa luz...
Lo presentado armoniza perfectamente con la luz que Dios ha tenido a bien darme
en todos los años de mi experiencia. Si nuestros hermanos en el ministerio aceptasen
la doctrina que ha sido presentada tan claramente... el pueblo resultaría nutrido
con su ración de alimento en el tiempo oportuno (Ms. 15, 1888; The Ellen G. White 1888 Materials, 164; Olson,
op. cit. 284-295).
Los propios hermanos
comprendieron en Minneapolis que el mensaje era una revelación de nueva luz, más
bien que una renfatización de lo que habían predicado anteriormente. Tal es la
implicación de lo que sigue:
Me preguntó un hermano si pensaba que había alguna nueva luz que debiéramos
tener, o nuevas verdades... Respondo: ¿Debemos dejar de escudriñar las
Escrituras porque tenemos la luz sobre la ley de Dios, y el testimonio de su Espíritu?
No, hermanos
(Ms. 9, 1888; The
Ellen G. White 1888 Materials, 152; Olson, 292-293).
Así pues, el mensaje
de 1888 era algo que los hermanos no habían comprendido con anterioridad. No
habían apreciado la esencia y significado del mensaje del tercer ángel, sino
sólo sus formas exteriores:
Sólo unos pocos, de entre los que dicen creerlo, entienden el mensaje
del tercer ángel; y sin embargo es el mensaje para este tiempo. Es verdad actual.
Pero cuán pocos toman este mensaje en su verdadera significación, presentándolo
al pueblo con el poder que lo caracteriza. Para muchos carece de fuerza. Mí guía
dijo: “Queda aún mucha luz por brillar a partir de la ley de Dios y del evangelio
de justicia. Este mensaje, entendido en su verdadero carácter y proclamado con
el Espíritu, va a alumbrar la tierra con su gloria” (Ms 15, 1888; 2 Manuscript Releases,
58; The Ellen G. White 1888 Materials, 166; Olson, 296).
No se ha comprendido
la importancia que tiene la obra peculiar del tercer ángel. Dios quería que sus
hijos adelantasen mucho más de lo que han adelantado hasta hoy…
No concuerda con la orden de Dios que nuestro pueblo haya sido privado de la
luz, la verdad presente que necesita para este tiempo. No todos nuestros
ministros que están dando el mensaje del tercer ángel comprenden realmente lo
que constituye este mensaje (5 Testimonios, 668-669).
Ellen White no
empleó ni una sola vez la palabra “renfatización” o “énfasis” en referencia al mensaje
de 1888. Parecía claramente ser nueva
luz que desafiaba las ideas mantenidas por los hermanos, de igual forma en que los
judíos imaginaban que Cristo contradecía a Moisés, siendo que en realidad su mensaje
era el cumplimiento de Moisés.
Obsérvese lo
que sigue, cuyo contexto es el mensaje y la recepción del mismo:
Pero vemos que el Dios del cielo a veces comisiona a los hombres a
enseñar aquello que es considerado como contrario a las doctrinas establecidas.
Debido a que los que una vez eran los depositarios de la verdad se manifestaron
infieles a su sagrado cometido, el Señor escogió a otros que habrían de recibir
los brillantes rayos del Sol de justicia, y que defenderían verdades que no
estaban de acuerdo con las ideas de los dirigentes religiosos…
Aun los adventistas del séptimo día están en peligro de cerrar sus ojos a la
verdad tal como es en Jesús porque contradice algo que han dado por sentado
como verdad pero que, según lo enseña el Espíritu Santo, no es verdad (Testimonios para los ministros, 69-71;
30 mayo 1896).
Cierto principio
demandaba en 1888 que se diera una revelación más amplia de “nueva luz”. Así lo
declara Ellen White en una de las predicaciones que dio en Minneapolis:
El Señor necesita a hombres que actúen... según
el Espíritu Santo; que estén ciertamente recibiendo el fresco maná celestial. La
palabra de Dios arroja luz sobre las mentes de los tales...
Aquello que Dios da hoy a sus siervos para que lo proclamen, pudo no haber sido
verdad actual veinte años atrás, pero es el mensaje de Dios para este tiempo (Ms. 8a, 1888; The Ellen G. White 1888
Materials, 133; Olson, 273-274).
Ellen White distinguió
la clara diferencia entre el mensaje de la justicia por la fe tal como fue presentado
en 1888, y el “mensaje pasado” que el Señor envió
previamente a esa fecha. Si bien no debía haber contradicción, tenía que darse
un desarrollo adicional: “Queremos el mensaje pasado
y el mensaje nuevo” (Review and
Herald, 18 marzo 1890). (En sus llamamientos no debe verse una licencia para
el fanatismo o para la proclamación irresponsable de nuevas ideas).
En una serie
de artículos de Review escritos a principios de 1890, Ellen White presentó
la verdad de la purificación del santuario en relación con el controvertido mensaje
de la justicia por la fe dado en 1888. Una verdad complementaba a la otra. Había
desesperada necesidad de una comprensión más profunda del evangelio eterno, en relación
con el Día de la expiación:
Estamos en el Día de la expiación, y debemos actuar en armonía con la
obra de Cristo de purificar el santuario... Debemos presentar ahora ante la
gente la obra que por la fe vemos realizar a nuestro gran Sumo Sacerdote en el santuario
celestial
(Review and Herald, 21 enero 1890).
La obra mediadora de Cristo, los grandes y
santos misterios de la redención, no son estudiados ni comprendidos por el pueblo
que pretende poseer mayor luz que cualquier otro en toda la tierra. Si Jesús
estuviera personalmente en la tierra dirigiría a muchos que pretenden creer la verdad
presente palabras como las que dirigió a los fariseos: “Erráis, ignorando las
Escrituras y el poder de Dios”...
Hay verdades antiguas, y no obstante nuevas, pendientes aún de ser incorporadas
a los tesoros de nuestro conocimiento. No comprendemos ni ejercemos la fe tal
como debiéramos... No se nos llama a adorar y servir a Dios según los medios empleados
en años pasados. Dios requiere ahora un servicio más elevado que nunca antes. Requiere
el progreso en los dones celestiales. Nos ha llevado a una posición en la que necesitamos
cosas superiores y mejores que nunca antes (ibíd, 25 febrero 1890).
Hemos estado oyendo su voz de una forma más definida,
en el mensaje que ha avanzado en los últimos dos años... No hemos hecho más que
captar un tenue destello de lo que es la fe (ibíd,
11 marzo 1890).
Resulta
evidente que:
1. El mensaje
de 1888 era “luz” que los hermanos no habían
comprendido ni “presentado
anteriormente”.
2. Constituía
nuestro “alimento en el
tiempo oportuno”: alimento
de hoy y para hoy; no el maná de ayer reacondicionado.
3. Ellen
White escuchó por primera vez en Minneapolis el desarrollo doctrinal de lo que
había estado “tratando de presentar” hasta entonces: los encantos incomparables
de Cristo a la luz de su ministerio en el Día de la expiación. Ningún otro labio
humano lo había predicado.
4. Ellen
White reconoció en E.J. Waggoner a un agente empleado por el Señor para dar a
su pueblo y al mundo una revelación mayor de la verdad.
5. Nuestros
pastores no habían comprendido la “verdad” del
mensaje del tercer ángel, porque no habían estado avanzando en su comprensión
como se esperaba cuarenta y cuatro años después de haber comenzado la purificación
del santuario. En lugar de eso, lo que habían hecho es privar al pueblo de
mayor luz.
6. Los hermanos
de aquellos días entendieron el apoyo que Ellen White prestó a Waggoner y Jones
como siendo una recomendación de la nueva luz que traían. No era un llamado
a que volvieran a la comprensión original de las “doctrinas
establecidas”. No podía tratarse en ningún caso de renfatizar la antigua
forma de comprender las verdades. De haber sido así, ¿acaso no la habrían
defendido valientemente los hermanos Butler, Smith y otros, en lugar de oponerse
tal como hicieron?
7. Por lo tanto,
lo que los hermanos rechazaron fue el llamado a que “se realizara un cambio decidido”. No rehusaron
retroceder, sino avanzar. Optaron por quedarse quietos, cosa ciertamente problemática
para un ejército en marcha.
1888: comienzo de
mayor luz
Ellen White se
refirió frecuentemente a la certeza de que el Señor enviaría nueva luz, pero
sólo cuando su pueblo estuviese dispuesto a recibirla. Ese trágico “sólo cuando” es una necesidad, teniendo en cuenta
que el nuevo vino debe guardarse en odres nuevos, y eso implica la crucifixión del
yo (Mat 9:16-17):
Si por la gracia de Cristo su pueblo viene a convertirse en odres nuevos,
él los llenará con el vino nuevo. Dios dará luz adicional, se recuperarán antiguas
verdades y se las incorporará al marco de la verdad; y los obreros triunfarán
allí donde vayan. Como embajadores de Dios deben escudriñar las Escrituras en
busca de las verdades que han estado ocultas bajo los escombros del error (ibíd., 23 diciembre 1890).
Queda una gran obra por hacer, y Dios ve que nuestros
hermanos en la dirección tienen necesidad de mayor luz a fin de poder unirse
armoniosamente con los mensajeros a quienes enviará para realizar la labor que
él les asigna (ibíd., 26 julio 1892).
¿Se puede
cuestionar que el mensaje de 1888 constituyó el comienzo del mensaje del cuarto
ángel, que une su voz a la del tercero? Ni The Fruitage of Spiritual Gifts
(Christian), Captains of the Host (Spalding), Through Crisis to
Victory (Olson), The Lonely Years (A.L. White) ni la reciente ‘Declaración’
de los compiladores del Patrimonio White insertada en el volumen tercero de Mensajes selectos, página 177-184 hacen una
sola alusión a ese hecho fundamental. Lo mismo sucede con el artículo de Adventist
Heritage dedicado a la asamblea de 1888 en la edición de primavera del 1985.
Nuestra Seventh Day Adventist Encyclopedia se refiere al mensaje de 1888
en varios artículos (páginas 634-635, 1086, 1201 y 1385), pero en ninguna
ocasión lo reconoce por lo que fue.
Es
sorprendente cómo se evade esa verdad vital. Eso recuerda la disposición de los
judíos para reconocer a Jesús de Nazaret como a un gran rabino, pero siempre
evitando reconocerlo como al Mesías. Ciertamente, la lógica y la coherencia hacen
necesaria esa particular maniobra por parte de quienes insisten en que el mensaje
de 1888 fue ya aceptado. Se ven obligados a ignorar virtualmente el hecho de
que el mensaje fue el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón; de
lo contrario habrían de explicar cómo es que una obra que iba a extenderse “como fuego en el rastrojo” se ha venido arrastrado
por cerca de un siglo, siendo que podría haber alumbrado al mundo hace mucho tiempo,
de ser cierto que “nuestros hermanos”
lo aceptaron ya (Carta B2a, 1892; General Conference Daily Bulletin 28
febrero 1893 -419).
Obsérvese
cuán claramente vio Ellen White el mensaje de 1888 según la luz de Apocalipsis
18:
Varios me han escrito preguntando si el mensaje de la justificación por
la fe [de 1888] es el mensaje
del tercer ángel, y he respondido: “Es el mensaje del tercer ángel en verdad”. El
profeta declara: “Después de esto vi otro ángel que descendía del cielo con
gran poder, y la tierra fue alumbrada con su gloria” [Apoc 18:1]
(Review and Herald, 1 abril 1890).
El fuerte pregón del
tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo… Este es
el comienzo de la luz del ángel cuya gloria llenará toda la tierra (ibíd,
22 noviembre 1892; 1 Mensajes selectos,
425).
Si son los
protestantes populares expertos en reavivamientos los que han de predicar ese
mensaje colosal, entonces no tenemos razón de existir como pueblo.
Se extingue la luz
del fuerte pregón
El Señor es
misericordioso, paciente y presto a perdonar. Restaura lo que se perdió bajo la
condición del arrepentimiento. Pero no podemos permitirnos que la confusión anule
la parábola que 1888 encierra.
Si los que se
opusieron a la luz en Minneapolis se arrepintieron con posterioridad y fueron
perdonados, ¿por qué aun así no se cumplió el propósito original del mensaje de
1888? Ciertamente no hubo reavivamiento ni reforma de calado y efecto comparables
a lo que habría sucedido en caso de haberse aceptado la luz. El Señor no envió más
luz, aparte de aquel significativo “comienzo”.
Nos debemos preguntar por qué.
Nota: No
hay ninguna evidencia de que Ellen White ocupara la posición de Jones y
Waggoner, convirtiendo en redundante la obra de estos. Sin embargo, la idea que
hoy prevalece es la de que el mensaje de Jones y Waggoner es redundante, puesto
que Ellen White puso por escrito posteriormente a 1888 la luz que les fue
comisionado dar a la Iglesia y al mundo. La profetisa apoyó el mensaje de Jones y Waggoner debido a que consistía en lo
que ella había “tratado de presentar”, es
decir, “los encantos incomparables de Cristo”.
Pero Ellen White nunca pretendió que el Señor le hubiera asignado a ella el
cometido de proclamar el mensaje del fuerte pregón. La mayor parte de El Camino a Cristo fue escrito antes de 1888,
aunque se compiló después. Pretender que no necesitamos el mensaje de 1888
debido a que disponemos de los escritos de Ellen White contradice el propio
mensaje de la profetisa.
El liderazgo
responsable de la Iglesia no manifestó en ningún momento, entre 1888 y 1901, el
firme propósito de rectificar el trágico error de 1888. Persistieron por
décadas la duda, la sospecha y la desconfianza hacia el mensaje y los mensajeros.
Siendo cierto
que dicha tragedia ocurrió realmente, eso no obliga a concluir que el Señor
retiró de su pueblo las bendiciones. Lo que se despreció y rechazó es la lluvia
tardía, pero la lluvia temprana ha continuado descendiendo. Durante
las décadas precedentes se han llevado al Señor un gran número de almas, incluyendo
a cada uno que lea este libro. Ninguno de quienes tuvieron parte en la historia
de 1888 vive hoy.
Dios no ha
olvidado a su pueblo, pero nuestra actitud lo ató de manos, haciendo imposible
que progresara el derramamiento de la lluvia tardía. No pudo ni quiso desplegar
sus más valiosas perlas ante quienes se negarían a reverenciar su gracia sobreabundante.
Por lo tanto, esos aguaceros de la lluvia tardía cesaron después que su
derramamiento inicial fue persistentemente rechazado. No es imposible agraviar
a Dios.
En un sermón
que llamaba a la reflexión, Ellen White habló en Minneapolis en lenguaje casi encriptado
acerca de cómo Elías fue alimentado por una viuda fuera de Israel,
debido a que los israelitas, que tenían gran luz, no habían estado viviendo a
la altura de ella. Afirmó que “eran el pueblo con
el corazón más endurecido del mundo, los más difíciles de impresionar con la verdad”.
El sirio Naamán fue purificado de su lepra, mientras los leprosos israelitas
permanecieron contaminados. Cuando los habitantes de Nazaret se levantaron
contra el Hijo de María, “algunos” estuvieron dispuestos a aceptarlo como el Mesías,
pero fueron “presionados” por una influencia tendente a asfixiar su convicción.
Son vívidas ilustraciones de nuestra historia de 1888.
Pero hizo aquí
aparición un estado de incredulidad, y comenzaron surgir cuestionamientos: ¿No es este el hijo de José?... ¿Qué
hicieron [con Cristo] en su locura? “Se levantaron y lo echaron de la ciudad”...
Quisiera en este punto deciros lo terrible que es cuando Dios concede luz, luz
que impresiona vuestro corazón y espíritu, solo para que obréis tal como
hicieron ellos. A menos que se acepte su verdad, Dios retirará su Espíritu. Pero
algunos aceptaron a Cristo; allí estaba el testimonio de que él era Dios; pero
hubo una influencia contraria... que traería incredulidad (Ms. 8, 1888; The Ellen G. White 1888
Materials, 124; Olson, 263-264; original sin cursivas).
La citada “influencia contraria” es un hecho significativo en
nuestra historia de 1888. Ellen White había advertido dos días antes que los
pasos que se estaban dando hacia la incredulidad se demostrarían fatales para aquella
generación en lo referente a la luz acrecentada de la lluvia tardía:
Estamos perdiendo la gran bendición que podría haber sido nuestra en
esta asamblea [Minneapolis], debido
a que no damos pasos adelante en la vida cristiana cuando se nos presenta el
deber; y eso significará una pérdida eterna (ibíd,
Olson, 257; The Ellen G. White 1888 Materials, 117).
Pero la luz que ha
de llenar toda la tierra con su gloria ha sido despreciada por algunos que
pretenden creer la verdad presente… Sé solamente que algunos ya ahora han ido
demasiado lejos para volver y para arrepentirse (Testimonios para los ministros, 89-90; 1896).
Si esperáis que llegue la luz en forma que agrade a todos, esperaréis
en vano. Si esperáis que haya llamados más fuertes u oportunidades mejores, la
luz será retirada, y permaneceréis en las tinieblas (5 Testimonios, 673).
En referencia
a una reunión de pastores y administradores tenida lugar en 1890, Ellen White presentó
la patética imagen de Jesús siendo rechazado, que recuerda el episodio del
Amado teniendo que retirarse ante el rechazo de su futura esposa, en Cantares
5:2:
Cristo llamó a la puerta
para entrar, pero no hubo lugar para él, no se le abrió la puerta, y la luz de su
gloria que tan cerca había estado, fue retirada (Carta 73, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials, 734).
Confundiendo 1888
con la teología de la Reforma
Los celosos
esfuerzos llevados a cabo durante décadas por despreciar el mensaje de 1888
negando que fuera “nueva luz” han tenido por consecuencia que la atención
resulte desviada del mensaje mismo hacia los conceptos protestantes populares
no adventistas. Eso ha venido sucediendo por casi sesenta años, comenzando en
la década de 1920. Christ Our Righteousness, de A.G. Daniells, escrito en
1926, no percibió nada singular en el mensaje de 1888, sino que lo interpretó
equivocadamente como estando “en perfecta armonía con
la mejor enseñanza evangélica [no adventista]” (Pease, By Faith Alone,
189).
Esa larga tradición
ha puesto sin duda los fundamentos para la incursión de actuales conceptos de justicia
por la fe similares a los de los teólogos calvinistas de la Reforma. Si los no adventistas
poseen la verdad sobre la justicia por la fe, tenemos necesariamente que
importarla de ellos. Y en ese proceso, las verdades de 1888 han sido objeto
de negligencia e incluso de oposición.
Lo que sigue es
un típico ejemplo ilustrativo de esa posición ampliamente aceptada. Confunde gravemente
los conceptos de la Reforma con el mensaje de 1888. Obsérvese este ejemplo del
venerado fundamento sobre el que reposa la confusión monumental que ha
caracterizado las últimas décadas:
La justificación por la fe [de 1888] no era nueva luz. Hay quienes han sostenido la idea
equivocada de que el mensaje de la justicia de Cristo era una verdad desconocida
para el movimiento adventista hasta la asamblea de Minneapolis, pero de hecho nuestros
pioneros la enseñaron desde el principio mismo de la Iglesia adventista. Siendo
yo un joven predicador, oía a nuestros veteranos, como J.G. Matteson y E.W.
Farnsworth, declarar a menudo que la justificación por la fe no era una enseñanza
nueva en nuestra Iglesia (Christian, The Fruitage of
Spiritual Gifts, 225-226).
Es triste decirlo,
pero algunos de aquellos veteranos no fueron receptivos a la luz acrecentada de
1888. Esa insistencia en que el mensaje de 1888 no era nueva luz fue la insignia
popular de la oposición al mensaje en aquella época. Poco después de la asamblea
de Minneapolis, R.F. Cottrell escribió un artículo para la Review en
contra del mensaje de 1888, titulado ‘¿Cuál es la nueva deriva?’ (Review and Herald, 22 abril 1890). W.H.
Littlejohn atacó asimismo el mensaje en su artículo del 16 de enero de 1894, que
llevaba por título: ‘La justificación por la fe no es una doctrina nueva’.
Ambos fueron incapaces de reconocer lo que se desplegaba ante ellos: el comienzo
de la lluvia tardía.
Algunos
autores han citado declaraciones aisladas de Ellen White, distorsionándolas en su
intento por respaldar esa misma tesis opuesta al mensaje, que consiste en negar
que fuera nueva luz. Pero Ellen White no se contradijo en este importante asunto.
Examinemos las declaraciones propuestas en apoyo a la tesis de la renfatización.
Son dignas de atenta consideración:
Al pastor E.J. Waggoner se le otorgó el
privilegio [en Minneapolis] de hablar con franqueza y presentar sus puntos de vista
sobre la justificación por la fe y la justicia de Cristo en relación con la ley.
No era nueva luz, sino antigua luz colocada en su debido lugar en el mensaje
del tercer ángel... Para mí no era nueva luz, ya que la había recibido de una autoridad
superior en los últimos cuarenta y cuatro años (Ms. 24, 1888; 3 Mensajes selectos,
190-191; The Ellen
G. White 1888 Materials,
211;
Olson, 48).
Los obreros en la causa de la verdad debieran presentar
la justicia de Cristo, no como luz nueva, sino como preciosa luz que el pueblo
perdió de vista por un tiempo (Review and Herald, 20 marzo
1894; Olson, p. 49).
Esas declaraciones
no niegan que el mensaje de 1888 constituyera en su conjunto la nueva luz de la
lluvia tardía y el fuerte pregón. En su contexto, la declaración de Ms. 24 de 1888 fue escrita para refutar el
prejuicio de hermanos que se oponían, despreciando el mensaje por parecerles un
asunto novedoso de manufactura humana. Toda luz es eterna; ninguna luz es “nueva” en sentido estricto. Pero ciertamente era nueva
para nuestros hermanos en 1888. Lo es hoy para nuestras congregaciones,
y más importante: ¡habría resultado nueva para el mundo, si la hubiésemos proclamado!
Y sea lo que fuere
la -nueva o antigua- luz de 1888, es obvio que nadie más la había predicado
entre nosotros durante aquellos “últimos cuarenta y
cuatro años” (Ms. 5, 1889; MS. 15, 1888; Olson, 295; The Ellen
G. White 1888 Materials, 212). En el manuscrito de 1889, Ellen White afirmó
más adelante que el mensaje de 1888 en su totalidad demostraría realmente ser “nueva
luz” si es que había de cumplirse la comisión evangélica en aquella generación:
Se hicieron preguntas en esa ocasión: “Hermana
White, ¿cree usted que el Señor tiene alguna nueva luz o una ampliación de la
luz para su pueblo?” Yo respondí: “Con toda seguridad. No solamente lo creo,
sino que puedo hablar de esto con conocimiento de causa. Sé que hay una verdad
preciosa que nos será revelada si somos el pueblo que ha de estar en pie en el
día de la preparación de Dios” (3 Mensajes selectos,
197).
No es la
misión del pueblo adventista inventar nuevas doctrinas, sino la de reparar brechas,
restaurar caminos por los que transitar, descubrir las sendas antiguas. Un
abordaje tal tenderá a deshacer los prejuicios, mientras que la presentación de
la verdad como si fuera un invento novedoso despertará la oposición.
Pero lo anterior
no equivale a negar que el mensaje de 1888 significó una mayor revelación para la
Iglesia. En su creciente convicción de que el mensaje era el cumplimiento de la
profecía de Apocalipsis 18, Ellen White vio cómo armonizaba con el concepto singular
de la purificación del santuario celestial. En eso consistió la esencia del mensaje.
Se trata de una
verdad que el mundo protestante no ha comprendido nunca. ¿Podría en parte deberse
a que jamás se la hemos presentado con claridad?
A los judíos
ortodoxos que han estado orando por la venida de su esperado Mesías les resulta
perturbador reconocer que vino ya hace mucho tiempo y fue rechazado por sus
antepasados. No es menos perturbador para los adventistas que seguimos orando por
el derramamiento de la lluvia tardía, el reconocer que la bendición vino ya hace
un siglo, y fue rechazada por nuestros antepasados.
Resulta casi
increíble lo que dice Ellen White a propósito de la reacción suscitada contra el
mensaje de 1888. ¿Pudiera ser que una incredulidad natural no reconocida se
interponga ante nuestra vista y corazón a modo de velo? A los seres humanos
parece resultarnos difícil creer el “testimonio de Jesús”.
Nos gusta llamar “gloriosa victoria” a lo
que fue una derrota. Presumimos de haber encontrado el rumbo, en el preciso
momento y lugar en que lo perdimos.
Es imperioso
que abandonemos las ideas confusas y que nos apliquemos en procura de la mayor
exactitud posible. La reacción negativa hacia el mensaje de 1888 bloqueó varias
avenidas de bendición celestial. Los habitantes del cielo reconocen ya cuál fue
“nuestra” parte en esa historia:
1. Se insulta al Espíritu
Santo
Eso puede
parecernos una imposibilidad por diversas razones. Puede costarnos concebir al Espíritu
Santo como una Persona a quien es posible
insultar; como Alguien capaz de sentir y afectarse en consecuencia. Y puede costarnos
aún más aceptar que pudieran hacer algo así adventistas del séptimo día,
especialmente pastores y dirigentes de la Asociación General. Pero hemos de afrontar
lo que tiene que decir la mensajera del Señor. El testimonio de Jesús no oculta
la realidad:
Nuestra asamblea está a punto de acabar y... no ha habido
apertura alguna que permita la entrada del Espíritu de Dios. Comentaba de qué
sirve que nos reunamos aquí, y de qué sirve que vengan nuestros hermanos en el
ministerio, si están aquí solamente para alejar del pueblo el Espíritu de Dios (Ms. 9, 1888; The Ellen G. White 1888 Materials,
151; Olson, 290-291).
Sé que hubo una notable ceguera en las mentes de muchos [en Minneapolis], de modo que no discernieron
dónde estaba el Espíritu de Dios ni en qué consistía la verdadera experiencia cristiana.
Y era doloroso pensar que se trataba de los guardianes del rebaño de Dios...
Nuestros hermanos que han ocupado puestos de responsabilidad en la obra y causa
de Dios debieran haber estado tan íntimamente unidos a la Fuente de toda luz,
como para no llamar tinieblas a la luz y luz a las tinieblas (Ms. 24, 1888; 11 Manuscript Releases,
227-228; original sin cursivas).
Los detalles
de esa historia son claros y precisos. No hay pretexto para la confusión en nuestro
pensamiento. La recepción del Espíritu Santo iba implícita en la recepción del mensaje
mismo. Sería imposible recibir el don de la lluvia tardía del Espíritu Santo,
sin recibir el mensaje mediante el cual se concedía el don. Y las buenas nuevas
que hoy necesitamos comprender son el corolario de esa verdad: que es
igualmente imposible recibir hoy el mensaje, sin recibir con él el don del Espíritu
Santo. Si no hemos recibido el Espíritu Santo en el poder de la lluvia tardía y
el fuerte pregón, eso es la evidencia inconfundible de no haber recibido el mensaje
que el Señor nos envió.
A fin de
comprender 1888, lo importante no es tanto la actitud negativa de unos pocos individuos
-la llamada minoría inflexible- sino el espíritu “controlador”,
el espíritu que “prevaleció” en la asamblea
de 1888 y posteriormente. Fue eso lo que tuvo un efecto determinante en aquella
generación y en todas las subsiguientes. Ellen White fue categórica acerca de
esa influencia controladora:
Me
reuní con los hermanos en el
tabernáculo y sentí que era mi deber presentar un breve informe de la asamblea y
de mi experiencia en Minneapolis; el camino que seguí y por qué lo hice, así
como declarar sin rodeos cuál fue el espíritu que prevaleció en aquel
encuentro... Les hablé de la difícil situación en la que fui puesta, debiendo
permanecer sola –por así decirlo- y viéndome en la obligación de reprobar el
mal espíritu que fue un poder controlador en aquella reunión. La
sospecha y los celos, las conjeturas maliciosas y la resistencia al Espíritu de
Dios que los estaba llamando, fueron del mismo orden que los dispensados a los
reformadores. Fue así como la Iglesia [metodista] trató a la familia de mi
padre y a ocho de nosotros...
Afirmé que el curso que se siguió en Minneapolis fue de crueldad hacia el
Espíritu de Dios (Ms. 30, 1889; 11 Manuscript
Releases, 229; 16 Manuscript Releases, 219; The Ellen G. White
1888 Materials, 360; original sin cursivas).
[A los hermanos que se oponían] en la asamblea
[de Minneapolis] los movió otro espíritu, y no supieron
que Dios había enviado a esos hombres jóvenes para llevarles un mensaje
especial, mensaje que ellos trataron con ridículo y desprecio, sin apercibirse
de que las inteligencias celestiales los estaban observando... Sé que entonces
se insultó al Espíritu de Dios (Carta S24, 1892; 15 Manuscript
Releases, 83; The Ellen G. White 1888 Materials, 1043).
Los pecados... yacen a la puerta de muchos... El
Espíritu Santo ha sido insultado, y la luz ha sido rechazada (Testimonios para los ministros, 393;
1896).
Algunos* han tratado
al Espíritu como a huésped indeseado, negándose a recibir el rico don, no
queriendo reconocerlo, apartándose de él y condenándolo como fanatismo (Testimonios para los ministros, 64; 1896;
traducción revisada).
* A propósito
del término “algunos”, Ellen White nunca
dijo que los “algunos” que se opusieron al
mensaje fueran “pocos” ni que quienes lo
aceptaron fueran “muchos”. Sin excepción
alguna conocida, los que rechazaron el mensaje fueron “muchos”,
y “pocos” quienes lo aceptaron.
La referencia
a insultar al Espíritu Santo es más que una hipérbole casual. Esa tragedia nos
afecta hoy tan ciertamente como afectan a los judíos de nuestros días los
errores de sus antepasados.
El pecado que
un individuo cometió en el pasado al insultar a otra persona, permanecerá como una
carga sobre su conciencia afectando su carácter y personalidad. Eso puede prolongarse
por décadas mientras vivan ambos y no haya existido arrepentimiento y restitución.
De la misma
forma, la conciencia del conjunto corporativo de la Iglesia, nuestro carácter y
personalidad denominacionales, la forma en que el Cielo nos ve, el espíritu que
impregna nuestras iglesias, resultan afectados negativamente por ese episodio crucial
de nuestra historia. No podemos escapar a nuestro entorno hereditario. Jeremías
escribió que “el pecado de Judá está escrito... con
punta de diamante... en la tabla de su corazón y en los cuernos de sus altares”
(Jer 17:1). Y se extiende de una generación a la siguiente (2:5 y 9; 3:24-25;
14:20). Hasta tanto no se haya dado el arrepentimiento, estamos condenados a
repetir los pecados de nuestros padres. Eso está en estrecha relación con el alejamiento
del Espíritu Santo.
El Espíritu
Santo es una Persona, no una mera influencia o un “algo” etéreo. Es posible
ofenderlo. Ese importante concepto relativo a Dios en la Persona del Espíritu
Santo, impregna las Escrituras hebreas. Los profetas representaron
continuamente a Dios como al chasqueado y ofendido Amante del alma de Israel
[Ver, por ejemplo 1 Sam 8:7; 12:6-12; Isa 50:1; 54:5-17; 61:10; 63:9-14; Jer
31:1-9; Eze 16; Oseas, passim]. Se
trata de un concepto único en Israel, pues ninguna religión pagana tenía una noción
semejante relativa a una Personalidad divina estando “celosa”.
La misma verdad
impregna el Nuevo Testamento y aparece también destacada en los testimonios de Ellen
White. Sin embargo, en general está ausente en las enseñanzas del catolicismo y
protestantismo moderno. La apreciación plena de esa realidad pertenece a los
que recibirán al Señor cuando venga por segunda vez, pues se los representa de
forma corporativa como a la esposa finalmente preparada para la estrecha unión
matrimonial (Apoc 19:7-9; la herejía “alfa”
del panteísmo en los años 1900 atacaba esa verdad relativa a la personalidad del
Espíritu Santo; la “omega” reditará sin duda
ese mismo error).
Ofendido e insultado,
el Espíritu Santo tiene derecho a una retribución. ¿Cómo puede retribuir en
consonancia con su carácter de amor? Su retribución será más dolorosa de
sobrellevar que cualquier otra imaginable, pues seguirá siendo la voz de amor la
que hable:
Vendrán mensajes, y quienes han rechazado el mensaje
enviado por Dios, oirán las declaraciones más chocantes... Herida e insultada, la
Divinidad va a hablar proclamando los pecados que se han ocultado. Tal como
sucedió con los sacerdotes y gobernantes, que llenos de terror e indignación
buscaron refugio huyendo en la última escena de la purificación del templo, así
ocurrirá en la obra para estos últimos días (Special Testimonies, Serie A, nº 7, 54-55; The Ellen G. White
1888 Materials, 1490-1491).
El contexto de
la cita precedente es una discusión sobre la Iglesia adventista del séptimo día.
2. Jesucristo, despreciado e insultado
También esto
nos resulta difícil de ver. La personalidad del Hijo de Dios está nuevamente en
liza. ¿Tiene sentimientos como los tenemos nosotros, los humanos? ¿Es sensible
a la ofensa? Lo sucedido en nuestra historia de 1888 es tan sorprendente, que resultaría
inconcebible de no haber sido claramente plasmado en los escritos de Ellen
White, quien era poseedora de discernimiento inspirado.
El manso y
humilde Jesús sigue escogiendo a mensajeros que son “solamente
hombres”, cuya apariencia es “como raíz de tierra
seca”. En su condescendencia se identificó con los mensajeros de 1888, y
fue ofendido e insultado cuando se despreciaron las “credenciales
del cielo” que les había dado:
Había evidencias para que todos pudieran discernir
a quiénes reconocía el Señor como sus siervos…
Estos hombres contra los cuales habéis hablado han sido como señales en el
mundo, como testigos de Dios…
Si
rechazáis a los mensajeros delegados de Cristo, rechazáis a Cristo (Testimonios para los ministros, 97; 1896;
traducción revisada).
Acusar
y criticar a los que Dios está empleando es acusar y criticar al Señor que los
ha enviado…
Para muchos el clamor de su corazón ha sido: “No queremos que este [Cristo] reine sobre nosotros”...
La verdadera religión, la única religión de la Biblia, que enseña el perdón
sólo por los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, que propugna la
justicia por la fe en el Hijo de Dios, ha sido menospreciada, criticada,
ridiculizada y rechazada (Testimonios
para los ministros, 466-468).
El mensaje actual... procede de Dios; lleva las
credenciales divinas, pues sus frutos son para santidad (Review and Herald, 3 septiembre 1889).
Este mensaje, tal como ha sido presentado [por Jones y Waggoner] debiera ir a toda iglesia
que profese creer la verdad, conduciendo a nuestro pueblo a una posición más
elevada... Queremos ver quién ha presentado al mundo las credenciales del cielo (ibíd.,
18 marzo 1890).
Pero incluso
en tiempos recientes, el respetado historiador eclesiástico trata con desprecio
al mensajero, cuando no al mensaje mismo:
Al rexaminar la controversia percibimos que el
problema se originó en rencores personales, mucho más que en creencias
divergentes. El bando de Butler, Smith y Morrison creía en la teoría de la justificación
por la fe... El bando de Waggoner y Jones creía en la realización de buenas
obras; pero... se apoyaban casi exclusivamente en la fe como el factor clave en
la salvación. Las mentes capaces de razonar con serenidad podían armonizar ambos
puntos de vista, pero ninguno de los bandos estaba dispuesto a considerar al otro
calmadamente
(Spalding, Captains of the Host,
599).
Habría sido
más exacto afirmar que los mensajeros de 1888 “se apoyaban” en una “fe que obra por
el amor”: precisamente tal como Pablo predicó (Gál 5:6). Ese mensaje
que llevaba las “credenciales divinas” no
era un compromiso o mezcla de legalismo y evangelio. Waggoner y Jones proclamaron
de la forma más enfática la justicia por la sola fe, pero era la fe que
describe claramente el Nuevo Testamento, caracterizada por un poder motivador inherente
que lleva a la verdadera obediencia a todos los mandamientos de Dios (Testimonios para los ministros, 92).
¿Es posible
que los mensajeros de quienes se declaró estar representando al Señor, suscitaran
“rencores” que obligaran al Cielo a
abandonar avergonzadamente la escena? ¿Habría concedido el Señor “credenciales celestiales” a mensajeros incapaces
de “razonar con serenidad”? Ciertamente Ellen
White nunca habría podido reconocer “luz preciosa”
en el “griterío” carente de santidad, o en
la irrazonable “enseñanza extremista” que nuestro
autor les atribuye (Spalding, op. cit., 593 y 601).
Detrás de la
vergonzosa escena de Minneapolis, y también detrás de las confusas sombras proyectadas
por nuestra actual incredulidad, se yergue la figura del que fue Roca de escándalo
y Piedra de tropiezo en aquella fatídica asamblea. Nos enfrentamos cara a cara
con la realidad:
Hombres que profesan piedad han despreciado a
Cristo en la persona de sus mensajeros. Como los judíos, rechazan el mensaje de
Dios... Aquel no era el Cristo que los judíos estaban buscando. Así sucede hoy:
las agencias enviadas por Dios no son lo que los hombres han estado buscando (Fundamentals of Christian Education, 472;
1897).
Cristo ha registrado todos los discursos duros, orgullosos
y sarcásticos pronunciados contra sus siervos, como dirigidos contra sí mismo (Review and Herald, 27 mayo 1890).
Siempre se ha
comprendido mal al verdadero Cristo, quien ha sido tan rechazado como esperado.
Pero el moderno Israel debe vencer por fin donde antes fracasó. Y eso va a
ocurrir, pues estamos viviendo en el tiempo de la purificación del santuario
celestial. Se trata de una obra especial propia del tiempo del fin,
caracterizada por una victoria que en el pasado nunca se ha dado plenamente.
La carne y la
sangre nunca nos van a revelar las verdaderas credenciales de la “raíz de tierra seca” que puede estar ante nosotros.
La historia de 1888 nos enseña que los judíos de antaño habrán de hacernos
sitio para que comparezcamos postrados de rodillas junto a ellos:
Muchos dicen: “Si hubiese vivido en los días de
Cristo, nunca habría torcido sus palabras ni interpretado falsamente su instrucción.
Nunca lo habría rechazado ni crucificado tal como hicieron los judíos”. Pero eso
lo va a demostrar la forma en que tratáis hoy a su mensaje y mensajeros (Review and Herald, 11 abril 1893).
La cuestión en
1888 no fue cuánto “énfasis” poner en la predicación de esa “doctrina”, en relación
con el resto de nuestras doctrinas “peculiares”. La verdadera cuestión fue: “¿Qué pensáis del Cristo?” (Mat 22:42). De poco
sirve que intentemos establecer y predicar cuál hoy es nuestra “relación correcta con Cristo”, a menos que hagamos
frente a esa realidad de 1888.
A fin de
reforzar nuestra confianza de no estar en necesidad de arrepentimiento, hemos
publicado tesis desde los seminarios “para indagar cuál es el lugar que ha
ocupado la enseñanza de la justificación y justicia por la fe en los principios
doctrinales” de nuestra Iglesia. Se han presentado gráficos con recuentos de
apariciones de las palabras “justicia”, “justificación”, “fe”, “salvación”, “Salvador”
y “ley” en nuestros libritos de Escuela Sabática, “para demostrar que los
adventistas del séptimo día no han disminuido su énfasis en la salvación
mediante Cristo”. ¿Podrán acaso evaluar hoy las computadoras nuestra fidelidad,
demostrando así que el Testigo Fiel está equivocado? Si es que la mera
verbalización fuera realmente el criterio, la del catolicismo romano debe ser la
enseñanza más Cristocéntrica del mundo. Mientras el Hijo de Dios continúa sufriendo,
¿debiéramos dedicar nuestros esfuerzos en probar suerte con diversos ensayos
estadísticos a fin de ver cómo partir sus vestiduras, esa “doctrina o principio
de la justicia por la fe, por comparación con los principios distintivos de la Iglesia”?
La justicia de Cristo es infinitamente más que una mera reiteración verbal.
En la era de
1888 rechazamos la mayor oportunidad escatológica de todos los siglos. Lo que
despreciamos fue la reconciliación íntima del corazón con Cristo, ilustrada en
la figura de la esposa y su esposo. Eso lo hemos sustituido por verbalización y
fría doctrina.
Áridas
predicaciones que se pierden en matices y diferencias entre justicia imputada e
impartida, justificación y santificación, expiación y propiciación, han logrado
que la “justicia por la fe” resulte repulsiva para muchos. El mismo problema
prevaleció poco después de 1888. Ellen White se refirió a los esfuerzos de aquellos
cuyos corazones se oponían al mensaje:
Muchos cometen el error de tratar de definir
minuciosamente las sutiles diferencias entre justificación y santificación. Muchas
veces incluyen sus propias ideas y especulaciones en las definiciones de esos
dos términos. ¿Por qué tratar de ser más minucioso que la Inspiración en la cuestión
vital de la justicia por la fe? ¿Por qué tratar de desgranar cada pormenor,
como si la salvación del alma dependiese de que todos tengan exactamente la
misma comprensión de ese asunto? (Diary, 27 febrero 1891;
9 Manuscript Releases, 300; The Ellen G. White 1888 Materials,
897-898).
¿Somos
capaces de ver en Minneapolis el insulto al Cristo viviente y amoroso, más allá
de una fría doctrina mal comprendida? Asfixiamos las convicciones mediante las
cuales el Señor nos estaba atrayendo a sí, y despreciamos a Aquel que nos
atraía con cuerdas de amor, llamando “fanatismo” a su ternura y devoción. Las
lágrimas que comenzaron a fluir ante aquella misteriosa atracción producida al elevar
la cruz, se trocaron en celosas arengas “contra el entusiasmo y el fanatismo” (Testimonios para los ministros, 80).
Jesús conoce nuestra
naturaleza humana, pues él mismo la comparte aún. Es una Persona. Conoce también
el respeto propio. En 1888 se acercó mucho a nosotros. “Ninguno de entre nosotros
es capaz de imaginar lo que podría haber sido” el maravilloso día que habría seguido
si hubiésemos andado con él en la gloriosa luz procedente del Cielo. Frecuentemente
hablamos de 1844 como nuestro “gran chasco”.
Pero en 1888 tuvo lugar su gran chasco,
proporcional a la inmensidad de su amor hacia nosotros. Despreciamos la
intimidad de ese amor. ¿Nos habría de extrañar que no nos lo impusiera a la
fuerza?
En el mismo Minneapolis
se nos dijo:
Nadie se permita cerrar la avenida por la que ha de
fluir al pueblo la luz de la verdad. Tan pronto como se intente tal cosa, el Espíritu
de Dios se retirará... Permitid que el amor de Cristo reine aquí en los corazones... Cuando venga el Espíritu
de Dios, el amor tomará el lugar de la discordancia, puesto que Jesús es amor.
Si su Espíritu fuese querido aquí, nuestra reunión sería como un manantial en
el desierto (Ms. 15, 1888; The
Ellen G. White 1888 Materials, 171; Olson,
300-301).
No cabía hacerles más tiernos llamamientos ni
darles mejores oportunidades a fin de que pudiesen hacer lo que debieron hacer
en Minneapolis... Nadie sabe lo que puede estar en juego si somos negligentes ante
el llamado del Espíritu de Dios. Llegará un tiempo en que estarán dispuestos a hacer
cualquier cosa posible para disponer de una oportunidad de oír el llamado que rechazaron
en Minneapolis... Jamás vendrán mejores oportunidades, no tendrán ningún sentir
más profundo (Carta O19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 112-113; The Ellen G. White 1888 Materials, 1030-1031).
El testimonio
de Ellen White pone en acción nuestra fe una vez más. Pero necesitamos
comprender la realidad. Los corazones humanos jugaron con el tierno amor de Aquel
que dio su sangre por nosotros. Finalmente, en “muchos” de los dirigentes, dicho
juego acabó por convertirse en lo que Ellen White no tuvo más remedio que
llamar “odio”. Siete años después de Minneapolis, dijo a aquellos “muchos”:
Le
habéis dado al Señor la espalda, y no el rostro…
El Espíritu de Dios se está apartando de muchos de entre su pueblo. Muchos han
entrado en senderos oscuros y secretos, y algunos nunca volverán…
No solamente han rehusado aceptar el mensaje, sino que han odiado la luz…
Están afrentando al Espíritu Santo (Testimonios para los ministros,
89-91; 1895).
El Cielo sintió
“indignación” (Testimonios para los ministros, 76). Eso encierra un íntimo agravio
personal que es único en la historia sagrada moderna, y quizá en toda la
historia. Evoca los profundos lamentos de Jeremías y Oseas en el pasado. Ellen
White declaró en Minneapolis:
Si
supierais la forma en que Cristo ha considerado vuestra actitud religiosa en esta
asamblea
(Ms. 8a, 1888; The Ellen G. White
1888 Materials, 141; Olson, 281).
Cuatro años después
escribió:
Hay
tristeza en el cielo por la ceguera espiritual de muchos de nuestros hermanos (Review and Herald, 26 julio 1892).
Hablando de quienes
“resistieron al Espirito de Dios en Minneapolis”,
afirmó:
Todo el universo celestial fue testigo del trato
vergonzoso que se dio a Jesucristo, representado por el Espíritu Santo. Si
Cristo hubiese estado ante ellos, lo habrían tratado de forma similar a como lo
hicieron los judíos (Special Testimonies, Serie
A, nº 6, 19-20; The Ellen G. White 1888 Materials, 1478-1479).
Las
escenas ocurridas en aquel encuentro [en Minneapolis] hicieron que el Dios del cielo se avergonzara de llamar
‘hermanos suyos’ a quienes tomaron parte en ellas. El Vigilante celestial tomó
nota de todo, y quedó escrito en el libro de las memorias de Dios (Special Testimony to the Review and Herald
Office, 1896, 16-17; The Ellen G. White 1888 Materials, 1565).
Es muy triste
registrar palabras como esas, pero siendo sinceros no podemos negarnos a afrontar
lo que implican. Lo que “el Vigilante celestial”
escribió, debiera estar también “escrito en el libro
de [nuestra] memoria”. Podemos
vernos en aquellos queridos hermanos de hace un siglo, pues tal es nuestra
condición, excepto que la gracia de Dios nos salve de ello.
3. Desprecio al
ministerio de Ellen White
La actitud de
nuestros dirigentes ante el apoyo que dio Ellen White al mensaje de 1888, fue similar
a la forma en que el antiguo Israel y Judá trató a profetas como Elías o Jeremías.
Obsérvense los comentarios directos de la profetisa poco después de la asamblea
de Minneapolis:
Desde que dejé la costa del Pacífico no he tenido
tiempos nada fáciles. Nuestra primera reunión no se pareció a ningún otro
encuentro de la Asociación General al que haya asistido... Se ignoró mi testimonio,
y jamás en toda la experiencia de mi vida se me había tratado como en aquella
reunión [de 1888] (Carta 7, 9 diciembre
1888; The Ellen G. White 1888 Materials, 187).
Hermanos, me pedís que asista a vuestras reuniones
campestres. Os he de decir llanamente que desde la Asamblea de la Asociación
General de Minneapolis vuestra actitud hacia mí y mi obra -vuestra resistencia a
la luz y a las advertencias que Dios ha dado por mi medio– ha hecho que mi
labor sea cincuenta veces más tediosa de lo que habría sido de otro modo... Me
parece que habéis puesto a un lado la Palabra del Señor como indigna de vuestra
atención... Mi experiencia desde la asamblea de Minneapolis no ha sido nada reconfortante.
Diariamente he pedido al Señor que me dé sabiduría, que no me hunda en el
desánimo y que no tenga que descender a la sepultura con el corazón quebrantado,
tal como le ocurrió a mi esposo (Carta 1, 1890; The
Ellen G. White 1888 Materials, 664).
No se trataba
de palabras fruto de un estrés emocional pasajero. Ellen White tenía buenas razones
para sentir de ese modo:
En la reunión del jueves por la mañana [en Ottawa, Kansas] referí algunas cosas relativas al encuentro de Minneapolis...
Dios me dio alimento para el pueblo en el tiempo oportuno, pero rehusaron
recibirlo debido a que no vino exactamente de la forma y manera en que querían
que viniese. Los pastores Jones y Waggoner presentaron preciosa luz al pueblo, pero
el prejuicio y la incredulidad, los celos y las conjeturas maliciosas cerraron
las puertas de sus corazones, impidiendo la entrada de todo cuanto tuviera aquella
procedencia...
Sucedió lo mismo en la traición, juicio y crucifixión de Jesús; todo eso había pasado
ante mí punto por punto, y el espíritu satánico tomó el control y se
movió con poder sobre los corazones humanos que se habían entregado a las dudas,
amargura, ira y odio. Todo eso prevaleció en aquel encuentro [Minneapolis]...
Fui llevada a la casa en donde se alojaban nuestros hermanos, y abundaba la conversación
y los sentimientos agitados, junto a algunos comentarios perspicaces y supuestamente
agudos e ingeniosos. Se caricaturizaba y ridiculizaba a los siervos que el Señor
envió, y se los presentaba bajo una luz ridícula. Me llegó el turno en sus
comentarios, y la obra que Dios me había encomendado fue cualquier cosa menos halagada.
Se citaba mucho el nombre de Willie White, y se lo denunciaba y ridiculizaba, así
como los nombres de los pastores Jones y Waggoner (Carta 14, 1889; 11 Manuscript Releases, 233; 12 Manuscript
Releases, 15; The Ellen G. White 1888 Materials, 310; original
sin cursivas).
Se sumaban a esa rebelión voces que me sorprendía
oír... duras, atrevidas y resueltas en denunciar [a Ellen
White]. Y de todos aquellos que se sentían tan libres
y decididos en sus palabras crueles ni uno sólo había venido a mí para saber si
aquellos informes y suposiciones eran verdaderos... Después de oír todo aquello,
mi corazón se compungió en lo más profundo. Nunca había reflexionado sobre hasta
qué punto podemos depositar la confianza en aquellos que dicen ser amigos, cuando
el espíritu de Satanás halla morada en sus corazones. Pensé en la crisis
futura, y por un breve momento me dominaron sentimientos que no puedo expresar en
palabras... “El hermano traicionará a muerte a su hermano” (ibíd).
No sería
justo caracterizar como “emocional” la reacción
de Ellen White, así como tampoco la de Jones y Waggoner; pero los tres eran
seres humanos con corazones susceptibles a la afrenta. Los tres sintieron pena
y dolor, así como los profetas de antaño. Ellen White lo percibió en particular
como una premonición de la persecución final de los santos. De hecho, empleó el
término “persecución” para describir la actitud
de dirigentes hacia los mensajeros de 1888 (General
Conference Daily Bulletin 1893, 184).
Por otro
lado, para los hermanos sinceros de aquella época resultaba chocante que Ellen
White estuviera apoyando a dos jóvenes aparentemente deficientes, en contra
del juicio sereno e imperturbable de casi todos los pastores y administradores
de la clase dirigente. Ante la necesidad de “equilibrio”, ¿por qué apoyaba a los
aparentemente desequilibrados? ¿Por qué estaba comparando la reacción de
los hermanos contra el mensaje de Jones y Waggoner, con la reacción de los judíos
contra Cristo?
Protagonizaban
la oposición a 1888 pastores dedicados, sinceros, sacrificados y por demás
laboriosos. Su preocupación por el progreso de la Iglesia era genuina. Su
principal temor consistía en que esa maravillosa visión de la justicia de
Cristo llevara al fanatismo. Pero ese temor petrificó los corazones. Aparentemente
hay una sola manera de entender esa misteriosa reacción. El estudio esmerado de
las numerosas declaraciones de Ellen White indica que es a la revelación de la
longitud, anchura, profundidad y altura del amor de Cristo (ágape) a lo
que nuestros queridos y atareados hermanos estaban oponiéndose de forma
instintiva. El amor revelado en la cruz “nos constriñe”,
de modo que el creyente, de ahí en adelante, encuentra imposible seguir viviendo
para sí mismo (2 Cor 5:14-15). Lo cierto es que no fue bienvenido ese tipo de devoción
por Cristo, esa mayor intimidad con él:
Había evidencias para que todos pudieran discernir
a quiénes reconocía el Señor como sus siervos. Pero hubo quienes despreciaron a
los hombres y el mensaje que traían. Los criticaron duramente tratándolos como
fanáticos, extremistas y maniáticos (Testimonios para los ministros,
97; 1896).
Esos hombres [que
se oponían] han estado ocupando puestos de confianza
y han estado modelando la obra a su propia semejanza hasta donde les fue
posible...
Han estado arengando celosamente contra el entusiasmo y el fanatismo…
La fe que Dios ha encarecido a su pueblo que ejerza, es llamada fanatismo. Pero
si hay algo sobre la tierra que debe inspirar a los hombres un celo
santificado, es la verdad como es en Jesús... es Cristo, hecho para nosotros sabiduría,
y justicia, y santificación y redención...
Si hay algo en nuestro mundo que debe inspirar entusiasmo, es la cruz del Calvario (ibíd., 80-81; 1895).
Se nos lleva
así a los pies de la cruz de Cristo. Ahí está la misteriosa frontera
continental en el adventismo, donde la fe y la incredulidad toman sus caminos divergentes.
De entre todos los seres humanos, el ministro del evangelio o el administrador
es quien afronta la tentación más insidiosa a ser indulgente con el amor al yo en
su disfraz sutil. A menos que contemple esa maravillosa cruz y renuncie totalmente
a su orgullo personal y profesional, se encontrará resistiendo de forma inconsciente
el ágape allí revelado. En El progreso
del peregrino, John Bunyan se refirió a la existencia de una senda que
conduce al infierno, cuyo punto de partida es muy próximo a la entrada misma al
cielo.
Ellen White
no consideraba las presentaciones de Jones y Waggoner como siendo extremadas ni
radicales. Al contrario, trataba de hacer reflexionar a los hermanos que las
veían así. Declaraciones como la que sigue, publicadas insistentemente, han
contribuido a que el mito perdure:
La Sra. White [no] apoyaba las ideas propuestas por el pastor Waggoner
con respecto a Gálatas... Parecía incluso tener el presentimiento de que los dos
hombres que tanto destacaban en aquella época podrían desviarse con
posterioridad, debido a las posiciones extremas que mantenían en ciertos puntos
(Christian, op.
cit., 232).
Las
observaciones que hizo Ellen White no iban dirigidas contra supuestas “posiciones extremas” que Waggoner hubiera tomado. Lejos
de acusarlo de ser radical o extremista, la implicación de algún comentario de Ellen
White es que algunos de sus puntos de vista eran inmaduros, que carecían de “perfección”.
Según el plan de Dios, esa inmadurez debía ser superada mediante un cuidadoso “cavar en las minas de Dios en busca del preciado oro”.
La luz que brilló en 1888 era sólo el “comienzo”
de la luz que había de alumbrar toda la tierra con la gloria del Señor. Esa luz
gloriosa comenzó a brillar mediante canales imperfectos, pero divinamente escogidos.
Nota: Si
bien Ellen White no tomó en 1888 una postura decidida sobre “la ley en Gálatas”, lo hizo hacia 1896. ¡Waggoner
había tenido razón todo el tiempo! “El Espíritu
Santo está hablando especialmente de la ley moral en este texto, mediante el
apóstol” (1 Mensajes selectos,
275).
Menospreciando el
precioso tesoro
No era el plan
de Dios que fueran sólo uno o dos jóvenes quienes realizaran toda la excavación.
Otras mentes más maduras debían sumarse al proceso, si estaban dispuestas a
recibir
todo rayo de la luz que Dios envíe... aunque venga por medio del más humilde de
sus siervos
(Ms. 15, 1888; The Ellen G. White
1888 Materials, 163).
El evangelio
eterno debía desarrollarse en sus días hasta convertirse en un todo maduro y
completo, capaz de alumbrar la tierra con la gloria de la verdad.
De ser ese el
propósito de Dios, es razonable que las posiciones tanto de Waggoner como de
Jones no fuesen perfectas o maduras en ese estado inicial de desarrollo. Su
cometido era especialmente estimular a sus hermanos a la búsqueda del tesoro eterno.
Las mismas imperfecciones e inmadurez de sus puntos de vista debían haber
suscitado la cooperación entusiasta de sus hermanos. Si aquellos dos jóvenes hubieran
captado toda la luz en su perfección, ¿dónde quedaría el gozo de sus hermanos en
el gratificante proceso del descubrimiento? Dios, en su infinita misericordia, los
haría participantes de tal avance.
Fue ese
privilegio lleno de gracia el que despreciaron los hermanos, atribuyendo a los
precursores dedicados a la búsqueda de los ocultos filones de la verdad el carácter
de “fanáticos” y “extremistas”.
Sugerir que los mensajeros -aun en Minneapolis- fuesen inestables, peligrosamente
a punto de “descarriar”, sosteniendo “puntos de vista extremos”, lanza una acusación
injustificada sobre la propia Ellen White. ¿No habría hecho gala de una
monumental ingenuidad al apoyar a aquellos jóvenes mensajeros, si eran tan
indignos de confianza?
Nota: Ver
en el Apéndice A el análisis de la acusación consistente en que Jones estaba
enseñando el error de la “carne santa” y el perfeccionismo pocos meses después
del encuentro de 1888.
Ellen White
arriesgó su reputación de forma casi temeraria al apoyar de forma entusiasta y
persistente el mensaje que trajeron Jones y Waggoner. ¿Pudo el Señor escoger mensajeros
tan inestables? ¿Les pudo confiar un mensaje tan potencialmente autodestructivo?
¿Es peligroso aceptar ser mensajero del Señor? ¡Podemos ciertamente esperar de
la misericordia de Dios algo mejor que confiar a sus siervos mensajes
autodestructivos!
Observemos
brevemente cómo en varios encuentros de la Asociación General ha habido predicadores
que han reconocido abiertamente que aquel espíritu contrario al mensaje de 1888
incluía el virtual desafío al ministerio de Ellen White:
¿Qué rechazaron los hermanos en esa
terrible posición en la que estuvieron en Minneapolis? -Rechazaron la lluvia
tardía, el fuerte pregón del mensaje del tercer ángel.
Hermanos,
¿no es bien triste? Por supuesto, los hermanos no sabían que estaban rechazando
eso, pero el Espíritu del Señor estaba allí para decirles que lo estaban
haciendo ¿no es así? Cuando rechazaron el fuerte pregón, el “instructor de
justicia”, el Espíritu del Señor estuvo allí mediante su profeta y nos dijo lo
que estaban haciendo. ¿Qué sucedió entonces? Simplemente pusieron de lado al
profeta junto con el resto (A.T. Jones, General Conference Bulletin 1893, nº 9, 9 -183; original sin cursivas).
Nadie en la asamblea
le respondió, pues sabían que estaba diciendo la verdad. En el Concilio Anual
de Rio de Janeiro en 1986, Robert W. Olson, de White Estate, también afirmó que
en la asamblea de 1888 “se desafió públicamente”
a Ellen White (Adventist Review, 30 octubre 1986). En 1889, la propia Ellen
White declaró:
El
pastor Butler presentó ante mí el asunto en una carta, afirmando que mi actitud
en esa asamblea
[de 1888] casi quebrantó los corazones de algunos
de nuestros hermanos ministeriales presentes en aquel encuentro…
Puesto que algunos de mis hermanos me ven de la forma en que lo hacen, como si
mi juicio no tuviera mayor valor que el de cualquier otro, o como alguien que
no ha sido llamado a esta obra especial, y que estoy sujeta a la influencia de
mi hijo Willie o de algunos otros, ¿por qué pedís a la hermana White que asista
a vuestros encuentros campestres u otras reuniones especiales? No puedo ir. No
podría haceros ningún bien, y significaría jugar con las sagradas
responsabilidades que el Señor me ha encomendado…
Cabe esperar que los incrédulos distorsionen estas palabras, que las
malinterpreten. Eso no me sorprende. Pero que mis propios hermanos, conocedores
como son de mi obra y misión, jueguen con el mensaje que el Señor me encomienda
dar, agravia su Espíritu y me produce desánimo…
Mis hermanos me han obstaculizado el camino (Carta U-3, 1889; The Ellen G. White 1888 Materials, 252).
Por supuesto,
no todos los hermanos se opusieron a Ellen White de ese modo. Pero brillaba por
su ausencia un apoyo decidido hacia ella. La humilde mensajera del Señor comprendió
lo que estaba sucediendo en Minneapolis. Las abundantes bendiciones de la lluvia
tardía propiciaron que la actitud de quienes habían sido hasta entonces sus
amigos cambiase para mal:
Dios
no me ha llamado con el propósito de que atraviese la planicie para hablaros, y
vosotros os paréis a cuestionar su mensaje y os preguntéis si la hermana White
es la misma que venía siendo en los años precedentes…
Entonces reconocisteis que la hermana White tenía razón. Pero de alguna forma
eso ha cambiado ahora, y la hermana White es diferente. Justamente como la
nación judía
(Ms. 9, 1888; The Ellen G. White
1888 Materials, 152-153; Olson,
292).
4. Exilio de Ellen
White en Australia
Era tal la
determinación de quienes se oponían a Ellen White tras 1888, que la Asociación
General la exilió virtualmente en Australia. Aun siendo cierto que el Señor hizo
que su estancia en aquel continente revirtiera en el bien de su causa, nunca fue
su voluntad que en aquel tiempo se enviara allá a Ellen White. Ella misma
declaró que era la voluntad del Señor que el inspirado trío permaneciese reunido
en América, peleando la buena batalla hasta obtener la victoria. Sus propios
escritos indican que los hermanos dirigentes procuraban librarse tanto de Ellen
White como de Waggoner.
Es bien
sabido que Ellen White fue a Australia exclusivamente porque la Asociación General
así lo decidió (¡un ejemplo encomiable de cooperación con la dirección de la Iglesia,
por parte de la mensajera del Señor!) En 1896 escribió con mucha franqueza al
presidente de la Asociación General:
Nuestra salida de América no vino del Señor. Él
no reveló que fuese su voluntad que me ausentara de Battle Creek. El Señor no
lo planeó, sino que permitió que obraseis según vuestras propias ideas. El Señor
quería que W.C. White, su madre y sus obreros permanecieran en América. Se nos
necesitaba en el centro de la obra, y si vuestra percepción espiritual hubiese discernido
la verdadera situación, nunca habríais consentido en la decisión tomada. Pero
el Señor lee el corazón de cada uno. Era tal el deseo de que nos fuéramos, que el
Señor permitió que tal cosa ocurriera. Los que estaban hartos de los testimonios,
se pudieron librar de quienes los habían traído. Nuestra separación de Battle
Creek fue para permitir que los hombres actuaran según su propia voluntad y
caminos, que juzgaban superiores a los caminos del Señor.
El resultado está ante vosotros. Si hubieseis permanecido en lo correcto, no habríais
tomado entonces aquella decisión. El Señor habría obrado en favor de Australia
por otros medios, y en Battle Creek, el gran corazón de la obra, se habría
mantenido una poderosa influencia.
Habríamos permanecido allí hombro con hombro, creando una atmósfera saludable
que se habría hecho sentir en todas nuestras asociaciones. No fue el Señor quien
planeó aquello. No pude ver ni un rayo de luz en nuestro partir de América. Pero
cuando el Señor me presentó esa cuestión tal cual era realmente, no abrí mis labios
ante nadie porque sabía que nadie discerniría el asunto en su pleno significado.
Muchos sintieron alivio cuando nos fuimos, aunque no sea especialmente su caso,
y eso desagradó al Señor, pues él nos había colocado en los engranajes de la maquinaria
en Battle Creek.
Esta es la razón por la que le escribo. El pastor Olsen no tuvo la percepción, el
valor ni la fuerza para llevar las responsabilidades, y tampoco hubo ningún otro
dispuesto a cumplir la obra que el Señor quería que hiciéramos. Le escribo, pastor
Olsen, manifestándole que era el deseo de Dios que permaneciésemos lado a lado
con usted, para aconsejarle, instruirle, y para que actuáramos unidos...
Usted no estaba discerniendo. Permitió que se alejara de usted la profunda experiencia
y conocimiento provenientes de una fuente superior a la humana, y en ello se
equivocaron y se pasaron por alto los caminos del Señor… No se vio la necesidad
de seguir este consejo.
Que en Battle Creek sintiesen que podían enviarnos en aquel momento, obedecía a
designios humanos y no a los del Señor... El Señor quería que estuviésemos
próximos a las casas publicadoras para tener fácil acceso a esas instituciones,
a fin de que pudiéramos aconsejar... ¡Cuán terrible es tratar al Señor con hipocresía
y negligencia, burlarse orgullosamente de su consejo debido a que la sabiduría
del hombre parece tan superior! (Carta
a O.A. Olsen, 127, 1896; The Ellen G. White 1888 Materials, 1621-1626).
Los que
pretenden que los dirigentes de la Iglesia aceptaron el mensaje de 1888, pueden
interpretar los años que Ellen White pasó en Australia en términos de
cooperación de la Asociación General con el Espíritu Santo. Es cierto que Ellen
White tuvo la oportunidad de escribir cartas positivas a “casa”. Pero privar a Norteamérica de su ministerio
personal en aquel momento crítico tuvo por resultado “en
gran medida” la derrota del comienzo del mensaje del fuerte pregón.
E.J. Waggoner
sufrió un exilio semejante al ser enviado a Inglaterra la primavera de 1892. Hay
también evidencia de que no fue precisamente celo misionero lo que lo obligó a
ir allí. Ellen White ya había partido; ahora habría de irse también el segundo miembro
del trío especial. En la tesis doctoral de Gilbert M. Valentine sobre W.W.
Prescott descubrimos lo siguiente:
Según W.C. White, la Sra. White, que aparentemente
conservaba aún recuerdos de las injusticias del período posterior a 1888, declaró
que le había sido mostrado que “aunque algunos de los nuestros se alegraban por
haberlo apartado [a E.J. Waggoner] de la obra en Battle Creek, destinándolo a la obra en
Inglaterra”, debía ser traído de vuelta “para servir como profesor en el corazón
de nuestra obra” (W.C. White a A.G. Daniells, 30 mayo 1902. William Warren Prescott: Seventh-day
Adventist Educator, vol. 1, 289).
Un año antes
de llegar a Australia Ellen White, abrió su corazón a J.S. Washburn, un joven
pastor. Como Jeremías, escribió una carta casi desde la desesperación. Obsérvese
la vívida descripción que hizo del clima prevaleciente en Battle Creek:
Asisto
a reuniones en las pequeñas iglesias, pero siento que no tengo fuerzas para
servir con la Iglesia que ha tenido mi testimonio de forma tan abundante. A
quienes han tomado posición contra mi mensaje, sin hacer movimiento alguno para
cambiar su postura de resistencia a pesar de todo lo que el Señor me ha encargado
que diga en demostración del Espíritu y de poder, no tengo esperanza alguna de
poder ayudarles con ninguna otra palabra que pudiera añadir. Han resistido los
llamados del Espíritu de Dios. No albergo esperanza de que el Señor tenga en
reserva algún poder capaz de quebrantar su resistencia; los dejo en manos de
Dios, y a menos que el Señor me emplace inequívocamente a hablar en el
tabernáculo [de Battle Creek],
no voy a intentar decir nada hasta que aquellos que han tomado parte en obstaculizar
mi camino lo despejen… no tengo fuerzas para contender con el espíritu,
resistencia, dudas e incredulidad con que han blindado sus almas, de forma que
no vean cuando viene el bien [Jer 17:6].
Me siento mucho más libre hablando a incrédulos. Demuestran interés...
Hablar a hombres en puestos de responsabilidad allí donde ha brillado gran luz,
es lo más duro de este mundo. Se les ha enviado luz, pero han preferido las
tinieblas…
Puede estar seguro de que tengo un gran pesar en mi corazón… Aún está por ver cómo
va a terminar esta obstinada incredulidad (Carta W32, 1890; The
Ellen G. White 1888 Materials, 709-710).
¿Tiene la década de
1890 un mensaje para tiempos futuros?
El ministerio
de Ellen White en la Iglesia adventista del séptimo día exhibe frecuentemente esa
cualidad típica de Jeremías. El antiguo mensaje del profeta es verdad actual. Lo
ocurrido en 1888 es como una parábola, y Dios va a probarnos de nuevo.
Debido a que
los hechos de nuestra historia de 1888 han sido tan malinterpretados, nuestra actitud
contemporánea sigue estando aún caracterizada por una falta de aprecio hacia la
obra de Jones y Waggoner. Parecemos seguir temiendo que su mensaje pudiera
llevarnos al fanatismo. Seguimos presos de la falsa suposición de que desvió a
los dos mensajeros, ocasionando que apostataran. Por tanto tiempo como sigamos
pensando así, en caso de que el Señor envíe más perlas de verdad ante nosotros,
lo único que podremos hacer es reaccionar ante ese mensaje como lo hizo la oposición
en la era de 1888.
No es que
estemos heredando hoy algún tipo de culpa genética de nuestros antepasados que rechazaron
la gran oportunidad de los siglos -el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón-
pero somos sus descendientes espirituales. Las Sagradas Escrituras no enseñan la
transmisión genética del pecado de una generación a otra, se trate de pecado “original”,
o de otro tipo. Pero existe otro modo no genético de transmisión del pecado: “El pecado entró en el mundo por un hombre”. “El pecado abundó” y “reinó
para muerte”. “Todo el mundo quede bajo el
juicio de Dios” (Rom 5:12, 20-21 y 3:19). La siguiente declaración
arroja luz sobre esa misteriosa transmisión de pecado:
La naturaleza humana se corrompió en su mismo origen.
Desde entonces el pecado ha continuado ya siempre su odiosa obra, extendiéndose
de una mente a otra. Todo pecado cometido revive los ecos del pecado
original...
La dependencia mutua es algo maravilloso. Se debiera estudiar cuidadosamente la
influencia recíproca...
Cada generación sucesiva potencia alguna faceta de la maldad de la generación precedente,
avanzando en el camino de la impenitencia y rebelión. Dios está observando, midiendo
el templo y sus adoradores...
Nadie vive para sí mismo: consciente o inconscientemente está influenciando a otros
para bien o para mal...
¿No es acaso tiempo de que se levante un pueblo en independencia moral, albergando
al mismo tiempo un sentido de su dependencia de Dios?...
El Señor ha enviado a nuestro mundo un mensaje de advertencia: el mensaje de
los tres ángeles. Todo el cielo está esperando oírnos vindicar la ley de Dios (Review and Herald, 16 abril 1901).
Tenemos más
luz que nuestros antepasados, lo que conlleva mayores responsabilidades. La profunda
desafección hacia Cristo que ocasionó el rechazo al mensaje de 1888 es hoy mucho
más sutil, más sofisticada y soterrada hasta no resultar evidente para nuestra
conciencia. Pero no es menos real. Sólo la iluminación del Espíritu Santo la hará
manifiesta. Finalmente llegará para todos y cada uno el momento en que
se
presentará la cruz y toda mente que fue cegada por la transgresión verá su
verdadero significado. Ante la visión del Calvario con su Víctima misteriosa,
los pecadores quedarán condenados (El Deseado de todas las
gentes, 40).
¿No sería una
bendición el que pudiéramos ver hoy esa cruz, antes que sea demasiado tarde?
El Espíritu
Santo capacita al creyente sincero a fin de que pueda verse reflejado en los
antiguos personajes de la Biblia. Puede igualmente capacitarnos para que nos
veamos en nuestros antepasados de hace un siglo. No somos de forma innata mejores
que ellos. El Espíritu Santo nos puede curar del tipo de ceguera que permite
ver el mal solamente cuando es suficientemente remoto y distante en el pasado, mientras
que fallamos en reconocerlo cuando se encuentra entre nosotros. La Palabra de Dios
siempre ha sido fiel.
Sin la iluminación del Espíritu de Dios no seremos
capaces de discernir la verdad del error, y caeremos bajo las portentosas tentaciones
y engaños que Satanás traerá al mundo.
Nos acercamos al final de la controversia entre el Príncipe de la luz y el de las
tinieblas, y los engaños del enemigo van a poner pronto a prueba qué tipo de fe
es la que tenemos (Review and Herald, 29 noviembre
1892).
Conclusión
El
reconocimiento de que nuestros antepasados insultaron al verdadero Cristo y al verdadero
Espíritu Santo no significa malas nuevas, y descubrir la realidad de nuestra
oculta y arraigada resistencia al “testimonio de Jesús”
es ciertamente una bendición. No podemos prepararnos para las pruebas que nos
esperan en el futuro, excepto que afrontemos ahora la verdad de nuestro pasado
y presente. La verdad es positiva, animadora y elevadora.
Las buenas nuevas
consisten en que el Cielo ha estado todo el tiempo más dispuesto de lo que suponíamos
a conceder el derramamiento final del Espíritu de Dios. Es solamente nuestra continua
resistencia, a menudo inconsciente, la que ha impedido por más de un siglo el
derramamiento del Don, por más que hayamos orado pidiéndolo.
Enfrentar la verdad
de forma sincera ha de ser una experiencia gozosa. El progreso y la estabilidad
de la Iglesia organizada no pueden resultar sino bendecidos.
Las confesiones
que hicieron después de 1888 los que se opusieron al mensaje están rodeadas de
misterio. Llegó el tiempo de la lluvia tardía y el fuerte pregón, y retrocedimos
ante nuestra gran oportunidad. También Israel llegó a los límites de la tierra prometida,
para retroceder entonces.
El arrepentimiento
profundo y genuino es una rara virtud. Pero a la luz del sacrificio de Cristo,
no se trata de algo imposible. Por otra parte, hay cierto tipo de confesiones que
son tan superficiales como la de Esaú o la del rey Saúl. Ambos reconocieron errores
y ambos derramaron lágrimas, pero ninguno de ellos alcanzó el arrepentimiento que
logra restaurar lo que se había perdido.
La historia
de Israel en Cades-Barnea y lo que siguió, ilustra la experiencia de nuestro movimiento
durante y después del encuentro de Minneapolis. Israel cometió un error y después
se “arrepintió”, pero aquella generación nunca recuperó lo que había perdido.
El arrepentimiento
y confesión hechos sin comprender la gravedad del pecado, acarrean graves
consecuencias:
Los
israelitas parecieron arrepentirse entonces sinceramente de su conducta
pecaminosa; pero se entristecían por el resultado de su mal camino y no porque
reconocieran su ingratitud y desobediencia… Dios probó la sumisión aparente de
ellos, y vio que no era verdadera… sólo sintieron temor al darse cuenta de que
habían cometido un error fatal, cuyas consecuencias iban a resultarles
desastrosas. No habían cambiado en su corazón y sólo necesitaban una excusa
para rebelarse otra vez…
A pesar de que su confesión no procedía de un arrepentimiento verdadero, sirvió
para vindicar la justicia con que Dios los había tratado.
Aun hoy obra el Señor de una forma similar para glorificar su nombre e inducir
a los hombres a reconocer su justicia… Y a pesar de que el espíritu que incitó
a aquellas personas a seguir su impía conducta no ha cambiado radicalmente,
hacen confesiones que vindican el honor de Dios, y justifican a aquellos que
les reprendieron fielmente y a quienes resistieron y calumniaron (Patriarcas y profetas, 412-414).
Una pluma
inspirada indica que esa fue la naturaleza de las confesiones hechas después de
1888 por los dirigentes más influyentes que habían rechazado inicialmente el mensaje.
Pero las opiniones
ampliamente publicadas en nuestros días sostienen que la mayoría de los hermanos
que se opusieron en Minneapolis rectificaron su error, hicieron humildes y
profundas confesiones, se arrepintieron cabalmente y a partir de entonces predicaron
“con poder” el mensaje de 1888.
¿Qué dicen las
evidencias?
(1) Las confesiones
fueron virtualmente arrancadas por circunstancias abrumadoras e innegables. “Ante vosotros está la evidencia actual de que él está
obrando, y tenéis ahora la obligación de creer”, dijo Ellen White en
1890 (Testimonios para los ministros,
466). La fe había sido sustituida casi totalmente por la vista.
(2) Hay evidencia
de que los más preminentes e influyentes de entre quienes hicieron confesión, actuaron
con posterioridad contrariamente a sus confesiones.
(3) Difícilmente
puede hablarse de reconciliación franca, sincera, que llevara a una unión fraternal
con A.T. Jones y E.J. Waggoner o a la aceptación de su mensaje, ya que fue después
de las confesiones cuando Ellen White fue exiliada a Australia y Waggoner a Inglaterra
[y bajo una presidencia distinta a la de G.I. Butler]. En fecha tan tardía como
1903, los pastores G.I. Butler y J.N. Loughborough, en la asamblea de la Asociación
General, representaron de forma incorrecta la verdadera posición [de Jones y
Waggoner] ante sus protestas verbales (ver capítulo 10).
(4) El tema
en discusión no es la salvación personal de las almas de los pastores que se
opusieron. Pero no hay evidencia alguna de que se arrepintieran de haber sofocado
el derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía, o de haber suprimido la
luz del fuerte pregón manteniéndola “en gran medida”
lejos del mundo y de la Iglesia. Por lo tanto, consecuentemente a la rebelión de
Minneapolis fue inevitable que la proclamación a nivel mundial del mensaje del fuerte
pregón resultara pospuesta indefinidamente.
(5) Con excepción
de W.W. Prescott, no hay evidencia de que ninguno de quienes hicieron confesión
recuperara la esencia del mensaje de 1888 hasta el punto de ser capaz de
proclamarlo (Saulo de Tarso se arrepintió tan completamente como para poder
predicar ya siempre a partir de entonces el evangelio con poder). N. Pease afirma
que al darse el cambio del siglo XIX al XX, ninguno de quienes inicialmente rechazaron
el mensaje de 1888 estaba proclamándolo eficazmente:
Durante los años noventa, el reavivamiento centrado
en esa gran doctrina era fundamentalmente obra de las mismas tres personas: la
Sra. White, E.J. Waggoner y A.T. Jones. Es cierto que había muchas voces en sintonía,
pero hacia el 1900 no se destacaba ningún Eliseo en disposición de recoger el
manto, en caso de que les sucediera algo a los tres principales campeones de la
doctrina
(By Faith Alone, 164).
El examen de
los mensajes que los “arrepentidos” publicaron después de sus confesiones
confirma la declaración precedente. El arrepentimiento verdadero habría dado
como resultado una multitud de poderosos mensajeros dinamizados por el evangelio
en la proclamación del “preciosísimo mensaje”,
lo que habría reavivado profundamente la Iglesia y alumbrado la tierra con su gloria
(Apoc 18:1). Pero el 5 de noviembre de 1892 Ellen White tuvo que reconocer que “ni uno solo” de los que originalmente rechazaron
el mensaje había recuperado lo que perdió por su incredulidad precedente (Carta B2a, 1892):
En
Battle Creek ha estado brillando la luz en rayos claros y luminosos, pero
¿quiénes de entre quienes tuvieron una parte en el encuentro de Minneapolis han
venido a la luz y recibido los ricos tesoros de verdad que el Señor les envió
del cielo? ¿Quién ha seguido los pasos del Dirigente, Jesucristo? ¿Quién ha
hecho confesión plena de su celo equivocado, ceguera, celos y malas sospechas?
Ni uno solo, y debido a su prolongada negligencia en reconocer la luz, los ha
dejado muy atrás; no han estado creciendo en la gracia y el conocimiento de
Jesucristo nuestro Señor. Han dejado de recibir la gracia necesaria que
hubieran podido tener, y que los habría hecho fuertes en la experiencia
religiosa
(The Ellen G. White 1888 Materials, 1068-1069).
Esta declaración
es posterior a la fecha de las confesiones más prominentes.
Evaluación actual de
las confesiones posteriores a 1888
La
frecuentemente citada declaración de un obrero veterano provee la base para gran
parte del malentendido actual sobre lo que aconteció después de Minneapolis.
Temprano en la primavera de 1889 se empezó a oír
que quienes habían tenido parte en la oposición en la asamblea comenzaban a ver
la luz, y pronto hubo fervientes confesiones. En unos dos o tres años la mayoría
de los dirigentes que rehusaron la luz en la asamblea, habían dado el paso al
frente con claras confesiones (C. McReynolds, “Experiences
while at the G.C. in Minn. In 1888”, D File, 189, E.G. White Estate. Cf.
N.F. Pease, op. cit., 142-143).
Las confesiones anteriormente mencionadas, en
algunos casos eran indudablemente el fruto de sobria reflexión, [hecha posible] una vez que las personas
implicadas se hubieron alejado del escenario de la controversia (Pease,
op. cit., 144).
Otra declaración,
en Captains of Host, apoya la teoría de que las confesiones revirtieron
realmente la oposición de 1888:
El cambio y el retorno a la unidad de la fe se
produjeron de forma gradual. Los mensajes que escribía [Ellen White] llevando el evangelio de
justicia y buena voluntad en Cristo, tenían un poder tan cortante como curativo,
y en general llevaron a la unidad a los hermanos que hasta entonces habían
estado alejados (Spalding, op. cit., 598-599).
Seventh-day Adventist
Encyclopedia presenta el mismo punto de vista:
El malentendido, la oposición y la división oscurecen
el registro de aquel encuentro [de 1888].
Sin embargo, muchos que se negaban en 1888 a aceptar ese nuevo énfasis, cambiaron
después su punto de vista. Algunos persistieron en su oposición por un tiempo (página 1.086).
En The
Fruitage of Spiritual Gifts no se hace mención alguna a las confesiones, puesto
que el autor asume que en general el mensaje de 1888 fue bien recibido desde el inicio, en la propia asamblea
de Minneapolis.
La posición que
hoy predomina es -con diferencia- la de que “tenemos” el mensaje de 1888 como
segura posesión, bien sea porque nuestros antepasados lo aceptaran inicialmente,
o bien debido a sus posteriores confesiones y arrepentimiento. Por lo tanto,
“hemos” estado proclamándolo con poder por décadas. Pero hemos de preguntarnos
si acaso no es precisamente esa la mentalidad de “soy
rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad”.
Teoría problemática
Si las confesiones
de los que se opusieron en Minneapolis cambiaron realmente su actitud, de forma
que pudieron proclamar el mensaje eficazmente a nuestro pueblo y al mundo, se
plantean ciertas preguntas que demandan respuesta:
(1) ¿Dónde
está la evidencia de que el mensaje y la luz de 1888 fueron recuperados y
proclamados a nuestro pueblo de forma clara y poderosa por los mismos hermanos
arrepentidos? ¿Dónde está la evidencia de que la oposición cesó, más bien que convertirse
en subterránea?
(2) ¿Por qué no
se concluyó la “obra” poco tiempo después de haber tenido lugar las confesiones
y arrepentimiento? La oposición en Minneapolis asfixió el fuerte pregón;
lógicamente un arrepentimiento apropiado tendría que haberlo restaurado.
(3) ¿Cómo
explicar las persistentes y numerosas declaraciones de Ellen White en época tan
tardía como el año 1901, a propósito de que los dirigentes tergiversaban y se
oponían continuamente al mensaje? Reproducimos una de ellas, en la que destaca
la ausencia de reforma genuina que sigue siempre al arrepentimiento:
Siento
un interés especial en los movimientos y decisiones que se den en esta asamblea
[1901] en relación con las cosas que debieron haberse hecho
hace años, especialmente hace diez años cuando nos reunimos en asamblea… Los
hermanos asintieron a la luz dada,
pero… no se actuó de acuerdo con
ella. Hubo asentimiento, pero no se hizo
ningún cambio especial que llevara a un estado de cosas que hiciera posible
la revelación del poder de Dios entre su pueblo. Se ha hecho el mismo
reconocimiento año tras año… Me maravilla que disfrutemos hoy de una
prosperidad como la presente. Es debido a la gran misericordia de Dios, no
debido a nuestra rectitud, sino a fin de que su nombre no sea deshonrado ante
el mundo (General Conference Daily
Bulletin 3 abril 1901, 23; The Ellen G. White 1888 Materials, 1743; original
sin cursivas).
En una declaración
de apoyo a la organización y de esperanza de reforma, escrita una semana más
tarde, mostró cuál era su auténtico anhelo:
Muchos
que han estado más o menos fuera de la senda desde el encuentro de Minneapolis,
serán llevados al orden (ibid., 205; The Ellen G. White 1888 Materials,
1751).
Uno de los mensajes
proféticos más conmovedores de Ellen White es su testimonio ‘Lo que pudo haber sido’ (5 enero 1903; 8
Testimonios, 111-113). El magnífico arrepentimiento
que nuestros historiadores afirman que tuvo lugar, resulta ser sólo un sueño: “Esto
es lo que pudo haber sido” y no fue.
El testimonio de nuestra
historia
Es sabido que
Uriah Smith fue uno de los mayores opositores al mensaje. Como redactor de Review
and Herald, y con su bien ganado prestigio como autor destacado, podía haber
ejercido la más poderosa influencia a favor del mensaje. Sus razonamientos
lógicos e incisivos estimulaban las mentes reflexivas. Ese hermano capaz y dedicado
manejaba la pluma más poderosa en Battle Creek, y podía haber contribuido a alumbrar
la tierra con la gloria de la verdad llevada a su madurez. El Espíritu Santo
podía haber empleado al autor de Thoughts on Daniel and the Revelation si
su corazón y mente brillante se hubiesen aprestado a la feliz tarea.
Prefirió no hacerlo.
Consideraba el mensaje meramente como una “doctrina” que se había exagerado, y
mantenía que siempre la habíamos enseñado. Inmediatamente después de Minneapolis,
él y W.W. Prescott trataron de silenciar a A.T. Jones en Battle Creek. Ellen
White menciona el incidente:
El Pastor Uriah Smith pensaba que era mejor
que no se lo invitara [a A.T. Jones]
a hablar, pues sostenía posiciones muy tajantes. Se tomaron las medidas para
excluirlo de la escuela [de Battle Creek] (Ms. 16, 1889; The Ellen G. White 1888 Materials, 258-259).
Nota: Fue sólo la influencia de Ellen White, la que aseguró a A.T. Jones
el púlpito y el aula. W.W. Prescott se unió a Uriah Smith para negar el púlpito
a Jones en Battle Creek.
Los esfuerzos
por ayudar a Smith no lograron más que aumentar su obstinación. Durante mucho tiempo
no hubo “reflexiones sensatas” capaces de hacerle cambiar de opinión.
En marzo de
1890, Ellen White escribió en Review:
He
procurado presentaros el mensaje tal como lo he comprendido, pero ¿por cuánto
tiempo se mantendrán alejados los que están a la cabeza de la obra?...
Durante casi dos años hemos estado instando al pueblo a que venga y acepte la
luz y la verdad relativa a la justicia de Cristo, y no saben si venir y
aferrarse a esa preciosa verdad o no hacerlo… Puedo hablar al oído, pero no al
corazón. ¿No nos pondremos en pie y abandonaremos la actitud de incredulidad? (Review and Herald, 18 marzo 1890).
Finalmente, después
de estar en “la obligación de creer” (Testimonios para los ministros, 466), el
pastor Smith iba a la deriva sin ancla, y estaba en peligro de perderse:
El
hermano Smith está entrampado por el enemigo, y en su situación actual no puede
dar a la trompeta un sonido certero… sin embargo… ocupa la posición de instructor,
dejando su impronta y modelando las mentes de los estudiantes, cuando es un
hecho bien conocido que no está andando en la luz. No está obrando según la
disposición divina. Está sembrando semillas de incredulidad que han de florecer
y dar fruto que algunas almas van a cosechar… El pastor Smith no quiere recibir
la luz que Dios ha proporcionado para corregirlo, y no tiene el espíritu para remediar
mediante la confesión cualquier curso erróneo que haya seguido en el pasado… Se
me ha mostrado que en su situación actual, Satanás ha dispuesto sus tentaciones
para cernirse sobre su alma (Carta a O.A. Olsen, 7
octubre 1890; 2 Manuscript Releaeses, 55; The Ellen G. White 1888
Materials, 715).
Tengo
gran pena de corazón. Sé que Satanás está procurando dominar a las personas…
Hombres como el pastor Smith van a endurecer sus corazones a menos que
disciernan y se conviertan. Los hay que miran al pastor Smith, pensando que un
hombre a quien le ha sido dada tanta luz sabrá discernir cuando venga el bien,
y reconocerá la verdad. Pero se me ha mostrado que en el carácter del pastor
Smith existe un orgullo y obstinación que jamás han sido puestos en plena
sujeción al Espíritu de Dios. Su experiencia religiosa ha sido echada a perder
una y otra vez por su determinación a no confesar sus errores, sino a pasarlos
por alto y olvidarlos. Los hombres pueden acariciar ese pecado hasta que deja
de haber perdón para ellos (Diario, 10 junio 1890,
Battle Creek; The Ellen G. White 1888 Materials, 573).
Estas solemnes
palabras evidencian el amor cristiano que Ellen White tenía hacia U. Smith. A
la luz de la eternidad es más codiciable la verdad que el autoengaño. En otras declaraciones
podemos apreciar la gravedad que había alcanzado la situación:
Los
hombres en posiciones de responsabilidad han chasqueado a Jesús. Han rehusado
bendiciones preciosas y han rehusado ser canales de luz… Rehúsan aceptar el
conocimiento que recibirían de Dios, y de esa forma vienen a ser canales de
tinieblas. Se contrista al Espíritu de Dios (Ms. 13, 1889; The Ellen G. White 1888 Materials, 519).
Nuestros
hombres jóvenes miran a los veteranos, que se mantienen inmóviles como un poste
y se niegan a avanzar aceptando la nueva luz que se les traiga; se reirán y ridiculizarán
como si lo que dicen y hacen esos hombres fuera intrascendente. ¿Quién lleva el
peso
[de culpa] de esa burla y desprecio?... Se han
interpuesto ante la luz que Dios ha dado, a fin de evitar que llegue al pueblo
que debía recibirla (Ms. 9,
1890; The Ellen G. White 1888 Materials, 540-541).
El
diablo ha estado obrando durante un año para borrar todas esas ideas [el mensaje
de 1888 de la justicia de Cristo]… ¿Por cuánto
tiempo se van a mantener en contra de Dios los que están en el corazón de la
obra? ¿Por cuánto tiempo van a apoyarlos los de aquí en ese proceder? Hermanos,
apartaos y despejad camino. Quitad vuestra mano del arca de Dios y dejad que
venga el Espíritu de Dios y obre poderosamente (Ms. 9, 1890; The Ellen
G. White 1888 Materials, 543).
La influencia
negativa del redactor de Review se esparció a lo largo y a lo ancho. Ellen
White lo tenía en gran medida por responsable:
Usted [Uriah Smith] ha fortalecido las manos y las mentes de hombres
como Larson, Porter, Dan Jones, Eldridge, Morrison y Nicola, y de muchos otros a
través de ellos. Todos lo citan a usted, y el enemigo de toda justicia lo
observa complacido… En el caso de que recuperara su fe, ¿cómo podría borrar las
impresiones de incredulidad que ha sembrado en otras mentes? No se esfuerce
tanto en realizar la obra misma que está haciendo Satanás. Dicha obra se efectuó
en Minneapolis. Triunfó Satanás (Carta 59, 1890; The
Ellen G. White 1888 Materials, 599 y 603-604).
Cuando Ellen
White trató de ayudarlo, él respondió escribiéndole “una
carta en la que acusaba al pastor Jones de demoler los pilares de nuestra fe”
(Carta 73, 1890; ver nota adicional,
capítulo cuatro). Finalmente, tras haber comenzado el nuevo año de 1891, confesó
ante sus hermanos y pidió perdón a la Sra. White por su actitud equivocada. Eso
fue bueno. Smith era un hombre sincero. Nuestra Seventh-Day Adventist
Encyclopedia admite su oposición inicial al “nuevo
énfasis sobre la justicia por la fe”, pero acredita su confesión como
restaurándolo a la “plena armonía” (página
1201). Desgraciadamente, tal no sería el caso.
El pastor
Smith había tenido previamente experiencias parecidas. En ocasiones su fe en la
obra de Ellen White no fue muy sólida, y propagaba su incredulidad a otros. Sus
cartas difícilmente pudieron ejercer otra influencia que no fuera llevar a D.M.
Canright a cuestionar la inspiración de Ellen White (ver, por ejemplo, las
cartas de Uriah Smith a Canright escritas el 22 de marzo, 6 de abril, 31 de
julio, 7 de agosto y 2 de octubre de 1883). Un pequeño empujón bastaría para hacer
que se hundiera alguien que a duras penas estaba logrando mantenerse a flote.
¿Fue genuino
y duradero el arrepentimiento del pastor Smith de principios de 1891? Bien podía
haberlo sido. Así lo deseaba el Señor. Dirigiéndose a la redacción de Review and
Herald, Ellen White afirmó que “el Señor borrará las transgresiones de aquellos
que desde aquel tiempo se han arrepentido con un arrepentimiento sincero”.
Algo se malogró
El gozo por las
confesiones debe enmarcarse en la perspectiva de la historia subsecuente. Como
ya hemos visto, Ellen White declaró más tarde que había existido una influencia
en la redacción de Review and Herald del tipo: “‘Sí
Señor, voy’, pero no fue” (Mat 21:30). No está en cuestión la sinceridad
y la bondad de los hermanos. Queremos simplemente señalar la existencia de niveles
profundos de incredulidad de los que no eran conscientes.
Los
hermanos asintieron a la luz que Dios
había dado, pero hubo quienes estaban relacionados con nuestras instituciones,
especialmente la dirección de Review and Herald y la Asociación [General], que introdujeron elementos de incredulidad, de forma
que no se actuó de acuerdo con la luz
dada (General Conference Daily
Bulletin 3 abril 1901, 23; The Ellen G. White 1888 Materials, 1743; original
sin cursivas).
Después que
Uriah Smith hubo confesado, Ellen White le animó a que viera las cosas en la
luz correcta. La profetisa sabía que Smith no estaba dando a la trompeta un
sonido certero en la Review. Más de un
año tras su confesión, Ellen White le escribió en un tono de advertencia y consejo,
afirmando claramente que había retornado a su anterior postura de oposición:
Algunos
de nuestros hermanos… están llenos de celos y malas sospechas, y están más que
dispuestos a mostrar de qué modo están en desacuerdo con los pastores Jones o
Waggoner. En la primera oportunidad se
manifiesta el mismo espíritu que se manifestó en el pasado; pero eso no sucede
por impulso del Espíritu de Dios…
Si [los
pastores Jones y Waggoner] fueran vencidos por la
tentaciones del enemigo,… cuántos… no entrarían
en un engaño fatal debido a no estar bajo el control del Espíritu de Dios
(Carta S24, 1892; The Ellen G.
White 1888 Materials, 1043-1044; original sin cursivas).
El pastor
Smith parecía tener una percepción equivocada de la condición espiritual de la Iglesia.
Como en épocas anteriores (1882), continuaba pensando “demasiado
favorablemente del tiempo presente” (5 Testimonios, 75). No podemos recriminarle por no alcanzar el
discernimiento de alguien con el don profético, pero su optimismo irreal lo convierte
en auténtico paradigma de Laodicea. Sus ingenuos lectores no podían entonces discernirlo;
nosotros, un siglo después, debemos hacerlo, toda vez que la historia ha dado
la razón al Espíritu de profecía al que tan claramente se opuso U. Smith. En un
artículo editorial del 14 de marzo de 1892 vemos un ejemplo de su inusitado optimismo:
La
causa ha progresado con una rapidez creciente, especialmente en estos últimos
años. La intención aquí es llamar la atención al maravilloso ímpetu alcanzado
por la causa de la verdad presente. Está avanzando por todo lugar. Su avance es
mayor cada día que pasa. Está creciendo con un poder imparable. Al ritmo en el
que está progresando actualmente, pronto alcanzará su meta. Está acelerando sus
pasos hacia el triunfo final (Uriah Smith, Review and Herald, 14 marzo 1892).
La mensajera
del Señor no parecía tan complacida, pues era consciente de una grave detención
de la obra en nuestras propias filas en el presente, así como del amenazante fantasma
de un prolongado retraso en el futuro. La historia ha demostrado que el
artículo editorial del pastor Smith fue un juicio superficial y errado. Así lo
manifestó la propia Ellen White ya en aquel tiempo:
La
oposición en nuestras propias filas ha impuesto a los mensajeros del Señor una
obra extenuante y probatoria, pues han debido enfrentar dificultades y
obstáculos que jamás debieron existir… Son los elementos que operan entre
nosotros los que han obstaculizado el mensaje…
La influencia resultante de resistir la luz y la verdad en Minneapolis tendió a
dejar sin efecto la luz que Dios había dado…
La obra lleva años de retraso. ¿Qué cuenta se rendirá a Dios por retardar la obra
de ese modo? (General Conference Daily Bulletin
28 febrero 1893, 419; 15 Manuscript Releases, 305-306; The Ellen G.
White 1888 Materials, 1129-1130).
El descaminado
redactor seguía vez tras vez una línea de pensamiento diametralmente opuesta a
la verdad presente, una línea en oposición a la justicia de Cristo resonando en
el comienzo del fuerte pregón. Su oposición era frecuentemente confrontada de
forma dramática por artículos de Ellen White u otros, escritos como aparentes
coincidencias. Hay que decir en su favor que Smith los publicaba. El control
editorial era menos severo en aquellos días que en los nuestros. Pero su mentalidad
estaba bien determinada.
En fecha tan
tardía como 1892, tiempo después de la confesión del redactor, Ellen White le escribió
así:
La posición que tomó al principio con respecto al mensaje
y al mensajero le ha venido siendo un continuo lazo y una piedra de tropiezo...
Aquella pérdida continúa siendo aún su pérdida (Carta S24, 1892; 15 Manuscript
Releases, 92; The Ellen G. White 1888 Materials, 1052).
Lo vemos
escribiendo un editorial donde afirma que el mensaje actual no es el comienzo del
fuerte pregón, que eso pertenece al futuro. Su punto de vista consistía en el
determinismo soberano divino, virtualmente equivalente al del moderno
calvinismo post-Reforma. Según eso, no podemos apresurar ni retardar la venida
del Señor:
¿Sería
apropiado ahora para el pueblo de Dios fijar la mente en esas bendiciones y
poder futuros, y desatendiendo el resto de cosas hacer de eso el fin y objeto
supremo de la búsqueda? ¿Debiéramos fijar la mente en lo que está por venir, y
razonar entonces que la Iglesia debe tener tales y tales obras poderosas, ha de
alcanzar una cierta condición, concluyendo entonces que en detrimento de
deberes más próximos debiera buscar de forma especial obtener ese poder y esos
logros ahora? ¿Es esa la forma en que vamos a asegurar esas bendiciones?...
Todos esos avances vendrán en el tiempo decidido por el Señor. Dios otorgará a
su pueblo el poder necesario en el tiempo propicio… Traerá el fuerte pregón del
mensaje… Dejemos que sea Aquel a quien pertenece la obra quien otorgue las
bendiciones futuras, de la forma y en el tiempo que a él parezca bien (U. Smith, Review and Herald, 14 mayo 1892).
Por toda
apariencia, el pastor Smith ignoraba que desde que el séptimo ángel comenzó a
tocar la trompeta en 1844, “el tiempo decidido por el
Señor” ha sido y es siempre ahora. “El
tiempo no será más” (Apoc 10:6). Sólo una semana después apareció un artículo
de Ellen White rebatiendo el espíritu de ese confuso artículo editorial. También
S.N. Haskell envió pronto un ferviente artículo opuesto al tono de “paz y seguridad” del escrito del redactor (26 julio,
1892). Y también el presidente Olsen quiso refutar al editor en las propias columnas
de la revista de la que Smith era jefe de redacción:
Hemos
estado hablando por mucho tiempo del fuerte pregón del mensaje del tercer
ángel… ¿Ha llegado el tiempo de que se oiga ese fuerte pregón?... Hermanos, ciertamente
ha llegado el tiempo… No esperéis que venga en el futuro; no lo esperéis en
algún otro lugar; daos cuenta de que está aquí, con lo que eso significa (Olsen, Review and Herald, 8 noviembre 1892).
En aquel
tiempo conmovedor de excepcional oportunidad escatológica, el redactor de la Review
seguía dedicado a sus rancias homilías consistentes en el examen y refutación
de los argumentos en favor del domingo. Había algo de patético en aquella situación:
en el tiempo mismo del fuerte pregón, U. Smith seguía apegado a un estilo polémico
y apologético, respondiendo a oponentes irracionales que objetaban contra la verdad
del sábado, algo que había tenido mucho mayor sentido treinta años atrás.
Podemos imaginar a los ángeles implorando: ‘Sr. Laodicea, ¡despierte!’
A propósito
de una ceguera tal en reconocer la obra de Dios, Ellen White escribió:
Con
demasiada frecuencia, el líder ha estado vacilando y pareciendo decir: “No nos
apresuremos demasiado. Puede haber un error. Debemos tener cuidado de no
provocar una falsa alarma”. La misma vacilación e incertidumbre de su parte
clama: “Paz y seguridad (1 Tes 5:3). No os excitéis. No os alarméis. Se le da a
esta cuestión de la Enmienda Religiosa más importancia de la que tiene. Esta
agitación se apagará”. En esta forma se niega virtualmente el mensaje enviado
por Dios; y la amonestación que estaba destinada a despertar la Iglesia no realiza
su obra. La trompeta del atalaya no emite un toque certero, y el pueblo no se
prepara para la batalla (5 Testimonios, 669; traducción
revisada).
Esa política
editorial y ese tipo de mentalidad llevaron a un resultado indeseado. Una vez
pasado el efecto emocional de su confesión, U. Smith volvió a su anterior oposición
y ceguera desentendida.
Finalmente, en
diciembre, Ellen White se expresó en términos inequívocos:
Hallándonos
ante la crisis, no es el momento de albergar un corazón malvado de incredulidad
que se aparta del Dios viviente…
Entre los de doblado ánimo está la clase que se jacta de su gran precaución en
recibir ‘nueva luz’, tal como ellos la llaman. Pero su fallo en recibir la luz
se debe a su ceguera espiritual…
Hay hombres en nuestra causa que podrían ser de gran utilidad con tal que
aprendieran de Cristo, avanzando de mayor en mayor luz; pero por negarse a ello
son decididamente un obstáculo (Review and Herald, 6
diciembre 1892).
En el mismo
número se puede leer una tibia admisión editorial de haber podido estar
retardando la obra, aunque dista de ser categórica. Citamos la declaración
porque su actitud de “dejar hacer” calvinista es extremadamente popular entre muchos
adventistas en estos últimos años, quienes sostienen que el pueblo de Dios no puede
ni apresurar ni retardar el retorno de Cristo:
¿Cuán
distinta habría podido ser la situación si todos hubieran obrado con mayor
fervor y celeridad en la causa? –No lo podemos saber…
Pero por más que hayamos podido retrasar la obra, no está en nuestro poder el
detener su progreso ni impedir su consumación final. La obra del Señor será
realizada en los límites de tiempo que él ha establecido (Smith, Review and Herald, 6 diciembre 1892).
En un
artículo editorial en la Review del 10 de mayo, Smith discrepó abiertamente
de E.J. Waggoner. Ese mismo año se enzarzó en abierta disputa con A.T. Jones respecto
a la “imagen de la bestia”. Nuestro pueblo sintió
esos conflictos. El hermano Foster, de la iglesia de Prahran (Australia), comunicó
su perplejidad a Ellen White, quien narró así el incidente:
[Foster] vio en Review
el artículo del hermano A.T. Jones sobre la imagen de la bestia, y luego el del
pastor Smith presentando la posición contraria. Quedó perplejo y confundido. Había
recibido gran luz y ánimo leyendo artículos de los hermanos Jones y Waggoner;
pero aquí estaba uno de los obreros veteranos, uno que había escrito muchos de
nuestros libros básicos, y a quien creíamos instruido por Dios, que parecía
estar en conflicto con el hermano Jones. ¿Qué podía significar todo eso?
¿Estaba equivocado el hermano Jones? ¿Lo estaba el hermano Smith? ¿Quién tenía
razón? Quedó confundido…
Si antes de publicar el artículo del pastor Jones… el pastor Smith hubiera
intercambiado impresiones con él, expresando claramente que sus puntos de vista
diferían de los del hermano Jones, y que si se publicaba el artículo en la Review él mismo habría de presentar la
posición opuesta, el asunto aparecería en una luz diferente a como lo hace
ahora. Pero en este caso se siguió el
mismo curso de acción que en Minneapolis. Los que se oponían a los hermanos
Jones y Waggoner no manifestaron disposición a reunirse con ellos como hermanos…
Pero esta guerra ciega continúa…
Sabemos que el hermano Jones ha estado dando el mensaje para este tiempo, alimento
en el momento apropiado para el hambriento rebaño de Dios…
La asamblea de Minneapolis fue la oportunidad de oro para que todos los
presentes humillaran su corazón ante Dios y acogieran a Jesús como al gran
Instructor; pero la postura que algunos tomaron en el encuentro ha significado
su ruina. Desde entonces no han vuelto ya
nunca más a ver con claridad, y no lo volverán a hacer, puesto que de forma
persistente albergan el espíritu que allí prevaleció: un espíritu maligno, de
crítica, denunciatorio… En el juicio se les preguntará: “¿Quién requirió de
vosotros que os levantaseis contra el mensaje y los mensajeros que yo envié a
mi pueblo?... ¿Por qué impedisteis el camino con vuestro propio espíritu
perverso? Y más tarde, al acumularse una evidencia tras otra, ¿por qué no
humillasteis vuestros corazones ante Dios, arrepintiéndoos de vuestro rechazo
al mensaje de misericordia que él os envió?” (Carta, 9 junio 1893; 15 Manuscript Releases, 295-302; The
Ellen G. White 1888 Materials, 1119-1126; original sin
cursivas).
En la misma
carta, Ellen White nombra al expresidente de la Asociación General como estando
en situación parecida a la del pastor Smith. La cuestión no es la salvación de sus
almas -eso lo dejamos con Dios- sino la proclamación del mensaje del fuerte pregón:
Si
hombres como el pastor Smith, Van Horn y Butler deciden mantenerse aparte, no
uniéndose con los elementos que Dios juzga esenciales para llevar adelante la
obra en estos tiempos peligrosos, serán dejados atrás… Estos hermanos han
tenido toda oportunidad para estar entre quienes se esfuerzan por la victoria;
pero si rehúsan, la obra avanzará sin ellos… Si rechazan el mensaje… esos
hermanos… habrán de hacer frente a una
pérdida eterna; ya que aún si se arrepintieran y fueran finalmente salvos, no podrían jamás recuperar aquello que
perdieron mediante su curso de acción equivocado (ibíd,
15 Manuscript Releases, 304; The Ellen G. White 1888 Materials,
1128; original sin cursivas).
Conclusión
Lo anterior
no implica que la obra de toda una vida de esos queridos hermanos constituyera
un fracaso. Pero emplearon su influencia para rechazar el comienzo de la lluvia
tardía, y contribuyeron así a retardar por largos años la conclusión de la obra
de Dios.
Su situación
era difícil. Eran sinceros, bondadosos y amantes. Pero resultaron falsamente animados
por las oleadas de reavivamiento superficial que ocasionalmente bañaron Battle
Creek.
Incluso después
de finales de siglo, el pastor Smith sostuvo enfáticamente que nunca había
cambiado su opinión respecto a 1888. Fue un notable prototipo de los adventistas
ultraconservadores e incrédulos de hoy día.
Su comprensión
de las profecías de Daniel y Apocalipsis, así como de otras doctrinas, armonizaba
con la de los pioneros. La condición del mundo de sus días era un claro cumplimiento
de la profecía. La obra de Dios podría haber sido entonces rápidamente concluida.
Sus libros han traído miles de personas a la Iglesia, y han contribuido a
establecer el adventismo en todo el mundo. Si solamente hubiera aceptado el “comienzo” de la lluvia tardía, podría haber conocido
el gozo de proclamar al mundo el glorioso fuerte pregón.
Confiado en comprender
la justificación y la justicia por la fe, y de haber creído siempre en ella,
ofreció su contribución después de 1888 en su principal trabajo sobre el tema: Looking
Unto Jesus. Considerado entonces sin reservas por muchos de los opositores
de 1888 como una obra maestra, hoy salta a la vista que carece de “los más
preciosos” elementos del mensaje de 1888.
Hay una confesión
a la que A.T. Jones hizo mención al final de sus días:
Hay que decir en
descargo del hermano J.H. Morrison, que rompió todo vínculo con esa oposición y
se entregó en cuerpo, alma y espíritu a la verdad y bendición de la justicia
por la fe, en una de las confesiones más nobles y elevadas que jamás haya oído (Carta a C.E. Holmes, 12 mayo, 1921).
Más adelante
en la misma carta, Jones afirma en referencia al resto, que su cambio de
corazón “fue sólo aparente, nunca real, ya que todo
el tiempo en el consejo de la Asociación General y entre otros, estuvo constantemente
en acción un secreto antagonismo”.
No hay oposición
más difícil de enfrentar, que aquella que se manifiesta de forma soterrada. Las
confesiones habidas tras Minneapolis tuvieron por efecto sumergir el espíritu
de incredulidad bajo la superficie visible.
Es así como
hemos podido llegar a asumir en total sinceridad que somos ricos como pueblo, mediante
nuestra “contribución” -en 1888- al adventismo, y de que nos hemos enriquecido en
la comprensión de la justicia por la fe, de modo que todo cuanto necesitamos es
más dinero, mejores estrategias y recursos tecnológicos para propagar la
comprensión actual de nuestras creencias.
Son evidentes
los síntomas de nuestra neurosis denominacional, y las causas yacen sepultadas en
una profunda antipatía hacia la luz que en 1888 brilló sobre nuestro camino, reflejando
la verdadera Luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Nuestra
única solución es la expiación final, la reconciliación final con Cristo.
El principal propósito
de este capítulo es mostrar cómo las confesiones posteriores a Minneapolis
cortaron las “ramas”, pero dejando intactas
las “raíces” de la incredulidad (ver Testimonios para los ministros, 467). En
el curso de la presente investigación surgió un propósito secundario. Es la consecuencia
lógica del principal, si bien lo supera ampliamente en importancia:
(1) En ciertos
puntos clave, nuestras posiciones oficiales sobre la justicia por la fe son hoy
idénticas a las de la oposición al mensaje de 1888. La enseñanza real del
mensaje ocupa un lugar peor que discreto en nuestras exposiciones actuales.
(2) De forma
paralela con nuestras concepciones equivocadas del mensaje, se abre camino la posición
inusitadamente optimista del “impulso” y “celeridad” con que la obra avanza supuestamente
hoy, cuando en realidad dicha obra está siendo retardada por nuestra profunda incredulidad
de corazón. Los informes estadísticos nos confunden.
(3) Nuestra confusión
relativa a la justicia por la fe da lugar a una suerte de transgresión “continua”
de principios que Dios confió a la Iglesia remanente para la administración de nuestra
obra médica, educacional, publicadora y evangelística.
En muchas formas ha
habido una desviación del plan de Dios…
hemos estado progresando rápidamente en el camino de los gentiles, y no
según el ejemplo de Jesucristo (General Conference Daily
Bulletin 1893, Fundamentals of
Christian Education, 221-230).
Nuestra única
esperanza radica en la misericordia y amor de Dios, y su esperanza requiere la sinceridad
de alma del que profesa ser su pueblo.
(4) La auténtica
purificación del santuario celestial requiere una obra complementaria en nuestros
corazones. Debe haber una purificación de las raíces ocultas, escondidas y
subterráneas que nos separan de Cristo. Estamos más necesitados de una luz que
exponga esta realidad y de una terapia espiritual apropiada, que de incrementar
los recursos tecnológicos a fin de propagar nuestra “fe” actual.
Dicho de otro
modo: el poder del que estamos necesitados consiste en luz, y la consecuencia natural de haberla obtenido será la consumación
de la comisión evangélica. La comprensión veraz de la historia de 1888 propicia
el diagnóstico, y la verdadera comprensión del evangelio de la cruz, la
terapia.
Un movimiento en
crisis: la asamblea de la Asociación General de 1893 (I)
La asamblea de la Asociación General de 1893 sigue en importancia a
la de 1888 en lo que respecta a determinar cómo se recibió el mensaje. La teoría
de la aceptación requiere esta particular comprensión de la asamblea de 1893:
Fue
realmente en la asamblea de la Asociación General de 1893 cuando pareció
alcanzar su mayor éxito la luz sobre la justificación por la fe (Christian, op.
cit., 241).
A fin de
comprender la naturaleza de ese “éxito” debemos
examinar los informes escritos a propósito de dicha asamblea. De acuerdo con el
perspicaz testimonio posterior de Ellen White, fue Satanás quien obtuvo
finalmente el “éxito” (ver 1 Mensajes selectos, 276). Aquella sesión señaló
claramente la retirada del don celestial de la lluvia tardía. El desarrollo de
la asamblea tiene profundo significado para quienes vivimos hoy.
Desde el principio
del instituto y la asamblea, el mensaje de 1888 fue el tema principal. Unos
meses antes aparecía en la Review (22 noviembre 1892) la hoy célebre declaración
a propósito de que constituyó realmente el “comienzo”
del fuerte pregón. Esa declaración cayó como una bomba. Varios de los predicadores
pudieron hablar de pocas cosas más, aparte de ese asunto de importancia capital.
Incluso algunos, en la distante Australia, supieron lo que estaba ocurriendo.
A.T. Jones informó en estos términos:
Recibí hace algún
tiempo una carta del hermano Starr en Australia. Os leeré dos o tres frases que
vienen al punto en este momento de nuestro estudio: “La hermana White afirma
que hemos estado en el tiempo de la lluvia tardía desde el encuentro de
Minneapolis”
(General Conference Daily Bulletin 1893 nº 16, 1, -377).
¿Podemos
imaginar la agitación que causó? Es lógico que junto al tema de la recepción del
mensaje de 1888 aflorara el bendito pensamiento del pronto regreso de Cristo. Desde
el clamor de media noche de 1844 no se había visto un gozo tan solemne avivando
los corazones de los creyentes:
Agradezcamos al
Señor por ocuparse todavía de nosotros para salvarnos de nuestros errores y
peligros, para librarnos de caminos equivocados y para derramar sobre nosotros
la lluvia tardía a fin de que seamos trasladados. Eso es lo que significa el
mensaje para vosotros y para mí: traslación (General Conference Bulletin 1893 nº 9,
13, -185).
Sabían que,
en su misericordia, el Señor no retiraría la lluvia tardía hasta haberles dado una
oportunidad razonable de responder. Eso requeriría al menos algunos años después
de 1888. Las palabras siguientes, citadas en la asamblea, expresan ese principio
de equidad y paciencia divinas:
Dios probará a los
suyos. Jesús los soporta pacientemente y no los vomita de su boca en un
momento. Dijo el ángel: “Dios está pesando a su pueblo”. Si el mensaje hubiese
sido de corta duración como muchos de nosotros suponíamos, no habría habido
tiempo para desarrollar el carácter. Muchos actuaron por sentimientos, no por
principios y fe, y este mensaje solemne y terrible los conmovió… Dios… les da
tiempo para que pase la excitación; luego los prueba para ver si quieren
obedecer el consejo del Testigo Fiel (1 Testimonios, 172; General Conference Daily Bulletin 1893, 179).
Premoniciones de un
gran peligro
Diversos predicadores
tuvieron el presentimiento de que la luz iba a ser retirada en caso de que no
se actuara de acuerdo con ella. Considerar con liviandad el ofrecimiento
celestial significaría perderlo. Pocos meses antes de la asamblea de 1893, Ellen
White escribió:
El pecado que se
cometió en Minneapolis permanece en los libros de registro del cielo, anotado
contra los nombres de quienes resistieron la luz, y permanecerá en el registro
hasta que se haga plena confesión y los transgresores se humillen cabalmente
ante Dios… Cuando se pruebe a esas personas y se las lleve de nuevo al mismo
terreno, se revelará el mismo espíritu. Cuando el Señor los haya probado
suficientemente, si no se someten a él, retirará su Espíritu Santo (Carta O19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 113; The Ellen G. White 1888 Materials, 1031).
Ellen White había
advertido en Minneapolis que la negligencia hacia la luz que entonces brillaba acabaría
en tragedia. El problema no era meramente la salvación personal de individuos
que habían rechazado el mensaje. Sobre la Iglesia gravitaba corporativamente el
asunto escatológico de la lluvia tardía y el fuerte pregón:
Quiero deciros aquí
cuán terrible es, cuando Dios da luz y hace que impresione vuestro corazón y
espíritu… Dios retirará su Espíritu a menos que se acepte su verdad (Ms. 8, 1888, Olson, 264; The Ellen G.
White 1888 Materials, 124).
Era notable
la expectación habida entre los hermanos reunidos en la asamblea de 1893. El
encuentro parecía cargado de solemnidad. Se percibía con tonos sobrecogedores
la necesidad de tomar una decisión crucial. De ella iba a depender el amanecer
a una nueva mañana, o bien el retorno a las tinieblas de la noche. Si Satanás lograba
“que se comprometan del lado equivocado, ha trazado
sus planes para llevarlos a través de un largo viaje”, declaró Ellen
White al presidente Olsen (Carta O19,
1892; 16 Manuscript Releases, 105; The Ellen G. White 1888 Materials,
1023). No es difícil imaginar la tensión reinante en aquel encuentro:
El solemne pensamiento que acude ahora a mi mente es que [Dios] se está impacientando, y no nos va a esperar a
vosotros y a mí por mucho más tiempo... No puedo alejar de mí la idea de que
este es un tiempo por demás crucial para cada uno personalmente... Creo que ahora
mismo estamos tomando decisiones que determinarán si vamos a avanzar en esta
obra mediante el fuerte pregón y seremos trasladados, o si vamos a ser engañados
por los ardides de Satanás y dejados en tinieblas... Ese sentimiento me ha acompañado
durante toda esta asamblea (W.W. Prescott, General Conference
Bulletin 1893, 386).
A.T. Jones reconoció
aquella solemnidad sin precedentes, por lo que estaba en juego en la asamblea. Obsérvese
cómo su comprensión trascendía al concepto determinista relativo a la supuesta voluntad
soberana e irresistible de Dios (propio de la teología calvinista):
En estos cuatro años
[el Señor] ha estado procurando que recibamos la lluvia tardía:
¿cuánto tiempo más va a esperar?...
Y lo cierto es que alguna cosa habremos
de hacer… Tal es la temible situación en este encuentro; eso es lo que lo
hace sobrecogedor. El peligro es que haya algunos aquí que se han opuesto a
esto durante cuatro años, o quizá no por tanto tiempo, que… dejarán ahora de
recibirlo tal como el Señor lo da, y serán dejados de lado. En este encuentro el Señor va a tomar una decisión; de hecho,
vamos a tomarla nosotros (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº
16, 1, -377; original sin cursivas).
El presidente
de la Asociación General, O.A. Olsen, sintió también que los delegados se
hallaban en un momento crucial:
La presencia de Dios está haciendo más y más solemne
este lugar. Presiento que nadie entre nosotros ha estado jamás en una reunión
como esta. El Señor está ciertamente viniendo muy cerca de nosotros y está
revelando en mayor profundidad cosas que hasta ahora no habíamos comprendido ni
apreciado tan plenamente...
Anoche tuve un sentimiento de gran solemnidad. El lugar se convirtió para mí en
grandioso debido a la proximidad de Dios, a la vista del solemne testimonio que
aquí se nos dio...
Algunos pueden sentirse atribulados por la alusión hecha a Minneapolis. Sé que
algunos se han sentido agraviados y afligidos debido a la referencia hecha a
ese encuentro, y a la situación que se dio allí. Pero téngase presente que la
única razón por la que alguien pudiera sentirse así es un espíritu insumiso por
su parte... El propio hecho de que uno se sienta agraviado, delata al instante
la semilla de la rebelión en el corazón
(O.A. Olsen, General
Conference Daily Bulletin 1893, 188).
Entre 1888 y
1893 se escribieron otras declaraciones advirtiendo de que, en caso de no
recibir la luz, el resultado sería una desviación hacia una luz falsa y hacia ideas
apóstatas. Los delegados oyeron el siguiente mensaje de Ellen White:
A menos que estéis
alerta y preservéis vuestras vestiduras sin mancha del mundo, Satanás se
erguirá como vuestro capitán… Muchos rechazarán las palabras que el Señor envió,
mientras que se recibirán como luz y verdad las palabras que los hombres puedan
pronunciar. La sabiduría humana se desviará de la negación del yo y de la
consagración, e ingeniará muchas cosas tendentes a dejar sin efecto los
mensajes de Dios. No podemos tener seguridad alguna dependiendo de los hombres
que no están en estrecha relación con Dios. Aceptan las opiniones de los
hombres, pero son incapaces de distinguir la voz del verdadero Pastor (General Conference Daily Bulletin 1893, 237).
Menos de un año
tras el encuentro de Minneapolis, vino el mensaje:
A menos que se
traiga el poder divino a la experiencia del pueblo de Dios, las mentes se harán
cautivas de teorías falsas e ideas erróneas. La experiencia de muchos quedará
privada de Cristo y su justicia, y su fe carecerá de vida y poder (Review and Herald, 3 septiembre 1889).
El fracaso en
aceptar la luz que trajeron los mensajeros de Dios en Minneapolis iba a tener
por resultado la aceptación de luz falsa traída por falsos mensajeros. Ellen
White declaró:
Algunas mentes no
han desarraigado enteramente ideas falsas que tuvieron notable desarrollo en
Minneapolis. Aquellos que no han hecho una obra cabal de arrepentimiento bajo
la luz que Dios ha tenido a bien proporcionar desde aquel tiempo a su pueblo,
no verán las cosas con claridad y se aprestarán a etiquetar de engaño los
mensajes que Dios envía (General Conference Daily
Bulletin 1893, 184).
¿Qué ha de venir después?
Estos mismos aceptarán mensajes que Dios no ha enviado, y vendrán así a
convertirse en incluso peligrosos para la causa de Dios, ya que establecen
normas falsas
(To Brethren in Responsable Positions, ibíd.,
182; The Ellen G. White 1888 Materials, 722).
Lecciones de Israel “escritas
para amonestarnos a nosotros”
El mensaje de
1888 fue sin duda maná celestial. Podemos aprender lecciones del simbolismo de
antaño. Cuando Dios sirve ante nosotros un plato de comida, haremos bien en
comerlo al punto, porque el alimento vital y nutritivo se descompone más rápidamente
que el desvitalizado. Había peligro en dejar el maná de 1888 “para el otro día”, debido a su previsible
descomposición:
Jehová dijo a
Moisés: -Mira, yo os haré llover pan del cielo. El pueblo saldrá y recogerá
diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley o no…
Luego les dijo Moisés: -Ninguno deje nada de ello para mañana. Pero ellos no
obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron algo para el otro día; pero crió
gusanos y apestaba (Éxodo 16:4 y 19-20).
Vivimos en tiempos
de gran importancia para cada uno de nosotros. La luz brilla con rayos claros y
firmes en torno de nosotros. Si esta luz es recibida en forma correcta y es
apreciada, será una bendición para nosotros y para otros; pero si confiamos en
nuestra propia sabiduría y fortaleza, o en la sabiduría y la fuerza de nuestros
semejantes, se convertirá en un veneno (Testimonios para los ministros, 385; original
sin cursivas).
La profetisa vislumbró
ese formidable peligro ya en Minneapolis. Podemos apreciar aquí un indicio del
trágico fracaso posterior del mensaje y los mensajeros:
Los que no han
estado hundiendo la pala más y más profundamente en la mina de la verdad, no
apreciarán belleza en las cosas preciosas que se han presentado en esta
asamblea. Una vez que la voluntad se dispuso en obstinada oposición a la luz
dada es difícil someterse, incluso bajo la evidencia convincente que se ha dado
en esta asamblea [de 1888]…
Si rehusamos caminar en la luz dada, se
convierte en tinieblas para nosotros; y su oscuridad es proporcional a la
luz y privilegios despreciados (Ms. 8a, 1888; Olson,
279-280; The Ellen G. White 1888 Materials, 140; original
sin cursivas).
Refiriéndose
todavía al mensaje de 1888 y a los “mensajeros de Dios”,
Ellen White afirmó que el enemigo de la obra de Dios se valdría de pastores y dirigentes
no santificados. La mensajera del Señor sintió la realidad de ese mortífero conflicto
espiritual:
Ministros no
santificados se están alistando en contra de Dios… Mientras profesan recibir a
Jesús, abrazan a Barrabás, y por sus acciones dicen: “No a este, sino a
Barrabás”… Satanás se ha jactado de lo que él puede hacer… Dice: “Saldré y seré
un espíritu mentiroso para engañar a los que pueda, para criticar, para
condenar, para calumniar”. Albergue al engañador y al testigo falso una Iglesia
que ha tenido gran luz, gran evidencia, y esa Iglesia desechará el mensaje que
el Señor ha enviado y recibirá los más irrazonables asertos, falsas
suposiciones y falsas teorías…
Muchos ocuparán nuestros púlpitos sosteniendo en las manos la antorcha de la
falsa profecía encendida por la infernal tea satánica. Si se albergan dudas e
incredulidad, los ministros fieles serán retirados de entre aquellos que creen
saber tanto (Testimonios para los ministros, 409-410).
Pocos meses
antes de la asamblea de 1893 vino este mensaje inequívoco:
La iglesia primitiva
fue engañada por el enemigo de Dios y del hombre, y se introdujo la apostasía
entre las filas de quienes profesaban amar a Dios; y hoy, a menos que el pueblo
de Dios despierte del sueño, las estratagemas de Satanás lo sorprenderán sin la
debida preparación…
Los días en que vivimos están cargados de significado y son por demás peligrosos…
Sin la iluminación del Espíritu de Dios seremos incapaces de distinguir la
verdad del error, y caeremos bajo las tentaciones y engaños magistrales que
Satanás va a traer sobre el mundo (Review and Herald, 22
noviembre 1892).
El enemigo emplearía
su habilidad para “ensayar toda estratagema posible”,
presentando el error disfrazado de verdad presente, de modo que fuéramos “incapaces de distinguir la verdad del error”. En
la asamblea de 1893 los delegados iban a traspasar una fatal línea invisible. Pocos
meses antes de la convención, la mensajera del Señor escribió desde su exilio
en Australia en estos términos al presidente de la Asociación General:
Quisiera suplicar a
mis hermanos que se reunirán en la asamblea de la Asociación General, que
presten oído al mensaje dirigido a Laodicea. Qué condición de ceguera es la
suya. Este tema [el mensaje de 1888]
os ha sido presentado una y otra vez; pero la insatisfacción con vuestra
condición espiritual no ha sido lo suficientemente profunda y dolorosa como
para obrar una reforma... Sobre nuestras iglesias pesa la culpabilidad del
autoengaño. La vida religiosa de muchos es una mentira…
Tengo profunda congoja de corazón por ver con qué facilidad se critica una
palabra o acción de los pastores Jones o Waggoner… Dejad de acechar a vuestros
hermanos con sospechas… Hay muchos en el ministerio que no tienen amor hacia
Dios ni hacia sus semejantes. Están dormidos, y mientras duermen Satanás siembra
su cizaña
(Carta O19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 108-109; The Ellen G. White 1888 Materials, 1026-1027).
Varios
escritores han comparado la experiencia del antiguo Israel en Cades-Barnea con nuestra
historia de 1888. Pero no se ha reconocido que la asamblea de 1893 es el equivalente
moderno al intento de Israel después de Cades-Barnea, de subir y poseer la “tierra
prometida”. Israel se encontraba en el estado de falsa excitación y entusiasmo propios
de un arrepentimiento superficial, y la reedición moderna de eso mismo se
encuentra inconfundiblemente documentada en el propio Bulletin de 1893:
Caleb y Josué
trajeron a Israel este mensaje:
Si Jehová se agrada de nosotros, él nos llevará a esta tierra y nos la entregará;
es una tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová
ni temáis el pueblo de esa tierra... Jehová está con nosotros... Entonces toda
la multitud propuso apedrearlos (Núm 14:7-10; ver también 5 Testimonios,
360-361).
Más tarde, cuando
fue evidente que el pueblo se había rebelado, el Señor se vio forzado a
decretar un retorno al desierto: “Así conoceréis mi
castigo” (vers. 34). Pero Israel suponía que su confesión superficial (“hemos pecado”, vers. 40), y su arrepentimiento
superficial (“el pueblo se enlutó mucho”,
vers. 39) habían revocado la sentencia divina, y que podían ahora conquistar a sus
enemigos sin más demora.
En su
entusiasmo interpretaron fuera de contexto el mensaje traído por los dos espías
fieles: “Jehová
está con nosotros: no los temáis”.
El pueblo presuponía que eso seguía siendo cierto después de que su obstinada
rebelión persistiera disimulada bajo un arrepentimiento superficial. Creyendo
que el Señor seguía estando con ellos -y sin contrición- se dispusieron
presuntuosamente a aquello que confiadamente pensaban que iba a ser su experiencia
del “fuerte pregón” en la conquista de Canaán.
Moisés intentó
disuadirlos, haciéndoles ver que el mensaje dado por Caleb y Josué antes de su rebelión
ya había dejado de ser verdad presente: “No subáis,
pues Jehová no está en medio de vosotros”, les dijo (vers. 42).
La acción de
Israel terminó en el desastre. Efectivamente, el Señor no estaba con ellos en
la conquista de Canaán. Pero no los iba a olvidar. Seguiría con ellos en un periplo cansino y agotador por el desierto,
hasta que pereciese aquella generación de incrédulos. Y de ese modo tuvieron
que retroceder.
El entusiasmo
suscitado al final de la asamblea de la Asociación General de 1893 no significó
el “mayor éxito” en el mensaje de la
justicia de Cristo que muchos han supuesto, sino claramente una falsa excitación
desprovista de verdadera contrición y arrepentimiento. Nuestra historia ha demostrado
que fue un fracaso, pues no hubo fuerte pregón después de aquella reunión.
La Iglesia adventista
del séptimo día es ciertamente el Israel moderno, y el Señor ha estado con nosotros.
No nos ha abandonado más de lo que abandonó a su pueblo en Cades-Barnea. Pero
ha estado con nosotros como columna de nube de día y pilar de fuego de noche por
décadas de cansino vagar por el desierto, y no en un programa de conquista de “Canaán”
bajo el poder del “fuerte pregón”. Esa experiencia está todavía en el futuro
para la Iglesia remanente, debido a nuestra incredulidad en el pasado. El propósito
de Dios resultó alterado.
Consideremos
la evidencia documental.
Estudios de A.T.
Jones
Los veinticuatro estudios
de A.T. Jones sobre ‘El mensaje
del tercer ángel’ no contienen el más leve indicio que permita ver en él a una persona
resentida, incisiva, combativa o falta de cristianismo.
Su estilo fue
la sencillez misma, y su metodología la bondad fraternal en su pura esencia. Nunca
se puso por encima de los demás y hablaba siempre de “nuestros”
fallos, de “nuestra” incredulidad, de “nuestra” necesidad del Señor, incluyéndose con frecuencia
de forma específica por ser el más necesitado y desamparado.
Leemos sus sermones
sin encontrar evidencia alguna para las acusaciones de nuestros historiadores,
que lo presentan como siendo “escandaloso”, “ofrecía razón abundante para el resentimiento”,
era “polémico… protagonista”, “crítico”, suscitaba “rencores”
personales, era vanidoso o arrogante, hacía “declaraciones
extremadas” o “pronunciamientos místicos”.
Nuestros autores inventaron esas ideas, o en el mejor de los casos distorsionaron
la verdad. Se ha publicado oficialmente falso testimonio respecto a un humilde
siervo a quien el Señor identificó como “su mensajero”.
Sus sermones de 1893 están
reproducidos literalmente en el Bulletin,
aparentemente sin cambios u omisiones. La publicación de una reimpresión de
esos veinticuatro sermones o una selección de los mismos, por parte de la
Asociación General o institución adventista, convencería hoy a muchos en nuestro
pueblo de que allí se encuentra la más clara, sencilla y conmovedora enseñanza
del “mensaje del tercer ángel en verdad” que
hayamos oído por un siglo. En esas predicaciones es más que evidente la
intervención del Espíritu Santo.
Jones demostró
humildad en sus referencias a Minneapolis. Reconoció la necesidad de hablar de
ello con franqueza, pero se hace difícil imaginar a alguien tratando el tema
con mayor tacto, cortesía y amor de los que él manifestó.
El secretario
de la Asociación General, Dan T. Jones, escribió sobre él a un amigo en estos
términos: “Su predicación práctica expresa ternura,
y siente profundamente todo cuanto dice” (Carta a J.W. Watt, 1 enero 1889). Ellen White dijo también en 1890 que
se alegraba por su espíritu humilde: “El hermano
Jones habló con mucha claridad, y a la vez con ternura” respecto del
evento de 1888 (Carta 84, 1890; The
Ellen G. White 1888 Materials, 642).
Ahora ella se
encontraba exiliada en Australia y Waggoner en Gran Bretaña; Jones estaba
virtualmente solo cuando predicó así:
Y llegamos ahora… al
estudio de esa parte que nos concierne a vosotros y a mí de forma directa y
personal… Para mí esta lección y la siguiente son las más sobrecogedoras de
todas cuantas he dado hasta ahora. No las he escogido y las temo… pero… de nada
sirve… que las tomemos a la ligera… con los ojos cerrados y sin reconocer cuál
es nuestra situación…
Para comenzar, no me supongáis separado de vosotros o por encima vuestro,
hablándoos desde la altura y excluyéndome de cuanto pueda presentar. Estoy con vosotros
en todas estas cosas. Tan ciertamente con vosotros, y en tanta necesidad como
cualquiera de vosotros o como cualquier otro sobre la tierra de aprestarme a
recibir lo que Dios tiene para darnos. Así pues, os ruego que no me pongáis
aparte de vosotros en este asunto. Y si veis faltas que habéis cometido, yo
veré faltas que he cometido, así que no me señaléis como si os estuviera
juzgando o buscando faltas en vosotros… Lo que pretendo, hermanos, es buscar a
Dios de todo corazón junto con vosotros (la congregación dijo “amén”) y
desechar todo lo demás, de forma que Dios pueda darnos lo que tiene para
nosotros
(A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 8, 1-2, -164-165).
Sus enseñanzas
eran claras, sin inclinación alguna al misticismo o al extremismo. Si hoy nos
parecen de alguna forma fuera de lo común, es porque hemos venido empleado espadas
desafiladas por tanto tiempo, que la simple Palabra del Espíritu nos parece extrañamente
cortante.
Sus declaraciones
con respecto a las obras fueron equilibradas. No fue sino hasta después de esa asamblea
(9 de abril) cuando Ellen White juzgó necesario advertirle sobre potenciales declaraciones
extremas relativas a la fe y las obras. Y es después de esa carta de
advertencia cuando Ellen White hizo las más enfáticas declaraciones de apoyo a sus
mensajes sobre la fe y las obras. Obsérvese su claridad y equilibrio en 1893:
Lo repetiré aún otra
vez: el que cree en Jesucristo es el que hará una obra plena y aceptable para
él.
Leamos ahora esta palabra, y será la mejor conclusión para el tema de esta
noche. El Camino a Cristo, 71 [79 en edición original de 1892]:
“El corazón que más plenamente descansa en Cristo es el más ardiente y activo
en el trabajo para él”. Amén. [Congregación: “Amén”].
Nunca olvidéis eso. Jamás penséis que aquel que decide reposar totalmente en
Jesucristo es una persona física o espiritualmente ociosa. Si su vida demuestra
una ociosidad tal, es porque no está en absoluto reposando en Cristo, sino en
sí mismo.
El corazón que más plenamente descansa en Cristo será el más ferviente y activo
en el servicio a él. Tal es la auténtica fe; una fe que traerá sobre vosotros
el derramamiento de la lluvia tardía (A.T. Jones, General
Conference Daily Bulletin 1893 nº 13, 10, -302).
Jones fue
también claro en la relación entre la ley y el evangelio. Eso significa que entendía
el verdadero arrepentimiento, en refrescante contraste con los conceptos
espurios que son hoy tan populares. Es un trágico error pensar que las confesiones
superficiales tienen por resultado la desaparición automática de todos nuestros
pecados, y que convicciones de pecado más profundas no son obra del Espíritu
Santo sino del diablo, debiendo por lo tanto rechazarlas. Obsérvese esta clara verdad:
Cuando se os señale
el pecado, decid: ‘Prefiero a Cristo antes que al pecado’. Y expulsad el
pecado. [Congregación: “Amén”]…
Por lo tanto… ¿Habrían de ser nuestros pecados la causa de nuestro desánimo?
Eso es precisamente lo que ha sucedido con algunos de los hermanos aquí
reunidos. Llegaron aquí en libertad; pero el Espíritu de Dios trajo a su
conocimiento algo en ellos que nunca antes habían visto. El Espíritu de Dios
avanzó en mayor profundidad que antes, revelando cosas desconocidas hasta
entonces para ellos. Entonces, en lugar de agradecer al Señor por ello y
permitir que la iniquidad fuera expulsada, agradeciendo al Señor por haber
tenido más de él que nunca antes, lo que hicieron fue comenzar a desanimarse… y
no obtuvieron beneficio alguno de las reuniones diarias.
Si el Señor ha traído a nuestro conocimiento pecados en los que nunca antes
pensamos, eso no hace más que mostrar que está avanzando en profundidad, y
llegará por fin al fondo; y cuando encuentre lo último que sea sucio o impuro,
que no esté en armonía con su voluntad y lo traiga al conocimiento
mostrándonoslo, si decimos: ‘Prefiero tener al Señor que a eso’, entonces la
obra será completa, y se podrá fijar sobre el carácter el sello del Dios vivo…
¿Qué elegiréis, tener la perfecta plenitud de Jesucristo, o conformaros con
menos que eso, permaneciendo encubiertos algunos de vuestros pecados de forma
que no sepáis de ellos?... Por lo tanto, ha tenido que cavar profundo hasta los
lugares remotos en los que no habíamos soñado, debido a que no podemos
comprender nuestros corazones… Permitidle que lo lleve a cabo, hermanos;
permitidle que avance en su obra de escrutinio (A.T.
Jones, General
Conference Daily Bulletin 1893 nº 17, 8-9, -404).
Obsérvese la clara
exposición de cómo Satanás controla la mente natural a menos que haya una crucifixión
diaria del yo con Cristo. “El escándalo de la cruz”
estaba allí. Bastará un breve ejemplo de una de las señaladas aplicaciones de
A.T. Jones para comprender que hubo un mensaje genuino, un llamado a la unión con
Cristo mediante la crucifixión del yo con él en la cruz:
Tenemos aquí la
palabra de que todas esas cosas están entre nosotros: la ambición por el lugar,
los celos por el puesto y la envidia por la situación. Esas cosas están entre
nosotros. Ha llegado ahora el tiempo de que las desechemos. Ha llegado ya el
tiempo de que procuremos cuán bajo podemos descender a los pies de Cristo, y no
cuán alto en la Asociación o en la estimación de los hombres, o en el Comité de
la Asamblea, o en el Comité de la Asociación General… Poco importa lo que
cueste, nada tiene que quedar de ello (A.T. Jones, General Conference Daily
Bulletin 1893 nº 8, 3, -166).
Unido a ese solemne
llamado al arrepentimiento estaba la repetida seguridad de un gozo duradero y
consistente en el Señor. No hubo extremismo emocional ruidoso, pero sí lágrimas
de contrición. La que A.T. Jones realizó ante la asamblea en 1893 fue una obra manifiesta
y genuina del Espíritu Santo.
En nuestros cien
años de historia probablemente nunca se ha presentado en una asamblea de la
Asociación General un mensaje tan bello, tan profundamente conducido por el Espíritu
Santo bajo la protectora columna de fuego y nube que dirigía el avance hacia su
cumplimiento escatológico.
Pero cuando
la asamblea estaba por terminar hizo acto de presencia el fanatismo, y no fue
A.T. Jones quien lo introdujo.
Asamblea de la Asociación
General de 1893 (II)
Una falsa justificación por la fe: sembrando la apostasía
El rechazo a
la luz de 1888 despejó el camino a conceptos falsos disfrazados de “justicia por la fe”. Tras haber rechazado el
artículo genuino, nada podía impedir que recibiéramos la falsificación.
Antes de presentar
la evidencia de tales conceptos erróneos, Jones recordó a la asamblea de 1893 el
rechazo a la luz que hubo en Minneapolis y los cuatro años que siguieron. Después
mostró cómo la mente entregada al yo viene a ser la mente de Satanás. Trazó su desarrollo
desde el paganismo hasta las sutilezas del romanismo. Hay dos tipos de justificación
por la fe: la verdadera, y su falsificación.
Hemos
visto también cómo, cuando el cristianismo vino a este mundo, esa misma mente
carnal tomó el nombre y la forma del cristianismo, viniendo a ser una
falsificación del verdadero, y llamó “justificación por la fe” a lo que en
realidad era justificación por las obras: la misma mente carnal. Hablamos del
papado, del misterio de iniquidad (A.T.
Jones, General Conference Daily Bulletin
1893 nº 14,
1, -342).
Expuso a
continuación el desarrollo de la mente del yo en el espiritismo moderno,
demostrando cómo ese engaño exaltaría el mismo amor al yo. Parecía incluso
encerrar el embrión de una concepción del espiritismo a modo de falso Espíritu
Santo, una idea avanzada para su tiempo, aunque obvia en nuestros días de adoración
carismática:
Cuanto
más nos acerquemos a la segunda venida del Salvador, tanto más plenamente el
espiritismo hará profesión de Cristo… Satanás… Vendrá como Cristo, se lo
recibirá como a Cristo. Así pues, el pueblo de Dios ha de conocer de tal forma
al Salvador, como para no aceptar ni recibir ninguna profesión del nombre de
Cristo que no sea genuina y verdadera (ibíd.).
Solamente sometiendo
la mente del yo para que sea crucificada con Cristo, solamente permitiendo que
la mente de Cristo more de forma permanente, puede la Iglesia remanente reconocer
un engaño tan colosal como sutil:
Así,
a pesar de que citen las palabras de Cristo, se trata de una falsificación.
Sabéis que [El Conflicto de los siglos] nos dice que cuando el propio Satanás personifique e
imite las palabras de gracia que pronunció el Salvador, las dirá en un tono
similar y confundirá a quienes no tienen la mente de Cristo. Hermanos, no hay
salvación para nosotros, no hay antídoto ni seguridad, excepto que tengamos la
mente de Cristo (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 14, 3, -343).
Que la mente
del yo sea crucificada “con Cristo” en nada
menoscaba el respeto a uno mismo. Al contrario: lo fortalece mediante la unión con
Cristo. En 1893 era ya evidente la existencia de un concepto erróneo sobre la justicia
por la fe, tras haberse rechazado “en gran
medida” el verdadero (1 Mensajes selectos,
276). Se cumple en verdad el principio según el cual “los
que han sido cegados por el enemigo en la medida que sea... estarán inclinados
a aceptar la falsedad” (Special Testimonies Serie A, 41-42; The
Ellen G. White 1888 Materials, 1071). Jones desenmascaró dicha falsedad:
A
algunos de esos hermanos, desde el encuentro de Minneapolis, les he oído decir
“amén” a predicaciones en que se hacían afirmaciones enteramente paganas,
convencidos de que se trataba de la justicia de Cristo. Algunos de aquellos que
se tuvieron tan abiertamente en oposición en aquel tiempo, y que votaron a mano
alzada en contra*, desde ese tiempo les he oído decir “amén” a
declaraciones que eran tan abierta y decididamente papales, que ni la propia Iglesia
papal las podría articular mejor. Eso lo consideraré en una de estas lecciones,
y traeré a vuestra atención la declaración y doctrina de la Iglesia Católica
sobre la justificación por la fe… Alguien dirá: ‘Yo pensaba que creía en la
justificación por las obras’. Cree en eso y solamente en eso, pero lo hace
pasar como justificación por la fe. Y los miembros de la Iglesia católica no
son los únicos en el mundo que proceden así (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 11, 4, -244).
*
Ver capítulo 14 en relación al voto que se tomó en la asamblea de la Asociación
General de 1888, en rechazo al mensaje traído por Jones y Waggoner.
Tengo aquí un libro titulado: Creencia católica…
A fin de que podáis tener ambas cosas una junto a otra: la verdad de la
justificación por la fe, y su falsificación, leeré lo que dice el libro, y a
continuación… El camino a Cristo…
Quiero que veáis cuál es la idea católico-romana sobre la justificación por la
fe, pues he debido hacerle frente al ser enunciada por profesos adventistas del
séptimo día en los cuatro años precedentes… Esas… mismas expresiones que están
en este libro católico, relativas a qué es la justificación por la fe y cómo se
la obtiene, son las mismas que me han manifestado profesos adventistas del
séptimo día como siendo justificación por la fe…
Eso es justificación por la fe. Lo otro, justificación por las obras. Esto es
de Cristo, lo otro del diablo. La primera es la doctrina de Cristo sobre la
justificación por la fe; la otra es la del diablo (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 12, 7, -261-262).
Jones comprendió
que la esencia del romanismo es la adoración al yo en la forma que sea. Toda enseñanza
espuria sobre la justicia por la fe, aunque proceda de un adventista del séptimo
día, si exalta la mente pecaminosa del yo, es en realidad un renuevo brotando del
romanismo y del espiritismo:
Eso
es justicia por la fe; es una fe que obra, gracias al Señor. No una fe que cree
en algo lejano, que mantiene la verdad de Dios en el atrio exterior, para
procurar compensar la carencia por sus propios esfuerzos. No, sino una fe que…
obra por ella misma, conlleva un poder divino…*
Eso basta para mostrar que la doctrina papal sobre la justificación por la fe
es la doctrina de Satanás; es simplemente la mente natural dependiendo del yo y
obrando por uno mismo, autoexaltándose para cubrirlo todo con una profesión de
creer… pero careciendo del poder de Dios (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 12, 13-14, -265-266).
* Eso
evidencia que era correcta su teología respecto a la relación entre la fe y las
obras. Jamás expresó una idea denigrando las obras, hasta donde permite apreciar
el registro de sus predicaciones escritas.
Quedó revelado
un engaño todavía más sutil. The Christian's Secret of a Happy Life, de
Hannah Withall Smith, era un libro inmensamente popular cuyo copyright databa
de 1888. Presentaba un concepto sobre la justicia por la fe virtualmente
desprovisto de la cruz, y por lo tanto de poder. Un concepto que nada sabía
sobre el arrepentimiento o la contrición, sobre la expiación en la cruz ni sobre
un Salvador personal que está “cercano, al alcance
de la mano”, tal como presenta el mensaje de 1888. La justicia por la fe
de Hannah Withall Smith es, según la propia autora, una filosofía de “verdades que subyacen en cualquier teología... [y] que encajan en cualquier credo... Es esa religión
absoluta la que mi libro quiere abordar” (prefacio a la edición de
1888).
La citada
autora cuáquera manifestó haber alimentado su lámpara en las enseñanzas de Fenelon,
un místico católico romano de la corte de Luis XIV de Francia, que dedicó las energías
de su vida procurando convertir protestantes de regreso a Roma*. A ese
tipo de fe desvitalizada de Smith se la llamó “confianza en Cristo”. En ese
concepto, una vez que ha tenido lugar la “sumisión”, el alma debe sentirse “salvada”,
y cualquier advertencia contraria traída por convicción del Espíritu Santo debe
ser instantáneamente rechazada mediante una repetida afirmación psicológica de
que todo está bien.
* Ver Enciclopedia Británica 1968, vol. IX, 169-170; The
Christian’s Secret of a Happy Life, copyright de 1888, Fleming H.
Revell, 80-81 y 87. Mucho de lo que solemos presentar actualmente como siendo
justificación por la fe, deriva de los conceptos de Smith, y su libro se ha
recomendado frecuentemente a nuestra juventud como siendo útil y confiable.
Ampliamente publicado hasta nuestros días, se trata realmente de una
falsificación de El Camino a
Cristo y del mensaje de 1888.
Algunos de entre
nuestro pueblo habían leído el libro de Smith y asumieron erróneamente que contenía
la esencia de nuestro mensaje de 1888. Llegaron incluso a afirmar que Jones y
Waggoner obtuvieron de allí su luz. Jones percibió el fatal peligro y lo
enfrentó abiertamente:
He
visto eso mismo obrando de otra manera. Está ese libro al que muchos dan tanta importancia:
‘The Christian's Secret of a Happy Life’… Quisiera que cada uno de vosotros comprendáis que para el cristiano
hay mucho más sobre el secreto de una vida feliz en la Biblia que en diez mil
volúmenes de ese libro…
Cierta vez oí decir… que yo había obtenido mi luz a partir de ese libro. Aquí
está el Libro del que obtuve mi secreto para una vida cristiana feliz [sosteniendo en alto su
Biblia] y sólo la obtuve de aquí. Y fue antes
de haber visto siquiera el otro libro, o de saber de su existencia (A.T. Jones, General
Conference Bulletin 1893 nº 15, 1-2, -358-359).
Lo presentado
hasta aquí evidencia que la teología de Jones respecto a la fe y las obras
guardaba el debido equilibrio. Hasta donde permiten documentar sus sermones
registrados, jamás expresó una idea que denigrara las obras.
Estudios de W.W. Prescott
Prescott dio una
serie de predicaciones sobre ‘El Espíritu Santo de la promesa’. Reconocía que
en Minneapolis se había cometido una seria equivocación cuatro años antes. Había
asistido a aquella asamblea prejuiciado en favor de Uriah Smith y Butler y
contra A.T. Jones y su mensaje. Después del encuentro de Minneapolis había tratado
de impedir que Jones hablara en el Tabernáculo de Battle Creek. Más tarde
confesó privadamente haber adoptado una posición equivocada, junto a la mayoría
de los hermanos*. Sin embargo, en sus extensos estudios durante el
encuentro de 1893 no hizo alusión alguna al hecho de haber estado del lado equivocado
ni a la necesidad de hacer una confesión.
* Ver
William Warren Prescott: Seventh Day
Adventist Educator, disertación doctoral de Gilbert Murray Valentine,
Universidad de Andrews 1892, 81-82 y 143: “Parece
que su reacción natural a las discusiones teológicas [de 1888] consistía en mantener una postura neutral, si bien sentía
una fuerte inclinación hacia el bando de Uriah Smith y G.I. Butler, hacia
quienes profesaba un sentimiento de lealtad y obligación. Resultó asimismo
perturbado y prejuiciado por el estilo provocador y de alguna forma desmañado
de Jones… y tomó parte en acciones encaminadas a evitar que A.T. Jones
predicara en el Tabernáculo, así como a limitar su enseñanza en el Colegio a lo
que previamente había venido enseñando la denominación”.
Mientras que Jones
expresó el principio de la culpa corporativa al referirse al mensaje que “entonces rechazamos” (A.T. Jones, General Conference Bulletin 1893 nº 9, 9,
-165 y 183) aun siendo él uno de los mensajeros. Prescott, en contraste, actuó como
alguien que hubiera estado siempre del lado correcto. Una confesión sincera y
humilde de su parte habría hecho mucho por despejar el camino a la obra del Espíritu
de Dios en el encuentro de 1893, pero no se dio tal cosa.
Lejos de eso,
se identificó de forma destacada junto a Jones como alguien que compartía su
especial comisión divina. Quizá Jones lo convidó ingenuamente a colaborar, pues
sin duda debió sentirse solo en la defensa del mensaje de 1888, habida cuenta
de que tanto Ellen White como Waggoner se encontraban exiliados al otro lado
del océano.
Prescott predicaba
cada noche antes que Jones. Cuando llegaba el turno a las predicaciones de
Jones, Prescott se sentía en libertad de interrumpirlo para introducir ideas o
citas, e incluso exhortaciones a la audiencia. Con ánimo menos moderado y
reflexivo que Jones, requería de forma vehemente y conminativa que los hermanos
rectificaran.
Es doloroso
observar cierta imperiosidad en las formas, así como impaciencia en sus
llamados. Esa sutil diferencia en el temperamento difícilmente tendría por
efecto la cicatrización de heridas y alivio de fricciones. Su espíritu
contrastaba marcadamente con el de Jones, cuyo sentido del arrepentimiento corporativo*
lo capacitaba para compartir la culpa de quienes rechazaron el mensaje. Los sermones
de Prescott no dan evidencia de una humildad comparable. Obsérvese cómo hizo
presencia un espíritu jerárquico, ajeno al mensaje de 1888:
El
pensamiento solemne en mi mente consiste en que [Dios]
se está impacientando, y no va a esperarnos mucho más a vosotros y a mí. Quiero
que veáis esto claramente… Repito que estoy extremadamente ansioso respecto a
esta situación… No dicto a nadie, pero es necesario hacer algo, ha de venirnos
algo diferente a lo que hasta aquí nos ha venido en este encuentro, eso es
seguro…
Ese es el motivo por el que os urgimos a que
aceptéis la justicia, ya que el Espíritu estará ahí. ¿No lo veis? (W.W.
Prescott, General Conference Daily
Bulletin 1893, 386-387).
* Se
debe notar que también Waggoner, desde el principio de su interés en la
justicia por la fe, comprendió claramente el concepto de la culpabilidad y
arrepentimiento corporativos. Ver, por ejemplo, su carta a M.C. Wilcox del 16
de mayo de 1916, donde hace referencia a la experiencia de su visión de 1882.
El hecho de
que Prescott se presentara tan abiertamente como el compañero especial de Jones,
contribuyó a confundir las mentes de los delegados y de la congregación, en la
errónea suposición de que ese era el espíritu del movimiento de reavivamiento
de 1888:
Nada
hay que mi alma desee tanto como que descienda el bautismo del Espíritu sobre
los servicios de adoración en este momento… Hemos de tener experiencias como la
de quitar de nosotros ojos derechos o manos derechas. Todo el que desea esa
experiencia se dispone a sacrificar a Dios cualquier cosa, incluso la propia
vida [murmullos de Amén].
Y debemos recordar que es más fácil decir Amén, que hacer lo que Dios requiere…
¿Cuál es, pues, ahora nuestro deber? Salir y dar el FUERTE pregón del mensaje al mundo…
El Señor ha estado aguardando por largo tiempo para darnos su Espíritu. Está
ahora mismo esperando impacientemente poder otorgárnoslo…
Ha comenzado ahora una obra mayor que la de Pentecostés, y hay aquí quienes lo
van a ver. Es aquí y ahora, que hemos de ser hechos idóneos
para la obra
(ibíd., 38-39; cursivas
y mayúsculas como aparecen en original).
Prescott no percibía
el concepto sublime de 1888 relativo a la motivación, consistente en que la
verdadera fe que revela el Nuevo Testamento “obra
por el amor”. El impacto de sus mensajes de 1893 retrocede a la motivación
egocéntrica típica de las “obras”: ‘Hemos de hacer esto o aquello’. Amonestaba a la congregación con un espíritu
casi frenético a fin de que hiciera algo, que actuara, que obrara
(por más de un siglo hemos venido oyendo repetidamente eso mismo). En
contraste, Jones emplazaba la congregación a que creyera algo: el evangelio, y le aseguraba que la verdadera fe
produciría todas las obras y acciones que terminarían la obra de Dios.
Uno lee las predicaciones
de Jones sin encontrar traza alguna de severidad o aspereza. Pero Prescott deja
una impresión diferente:
Afirmo
que si alguna vez hubo una compañía necesitada, es esta…
Soy perfectamente consciente de estar hablando con gran llaneza… Si no hacemos
de esto un motivo de ferviente oración, os digo simplemente que significa la
muerte para vosotros y para mí…
De nada sirve continuar por este camino. Con toda solemnidad, mi consejo
consiste en que aquel que no pueda salir ahora imbuido de poder de lo alto
sosteniendo esta luz del cielo, efectuando la obra que Dios tiene ahora por
hacer, quédese en casa…
Sé que esto es muy severo, pero os digo, hermanos, que algo tiene que
sucedernos, algo nos ha de sobrecoger…
La cuestión es: ¿Qué vamos a hacer con eso? ¿Qué vamos a hacer ahora y aquí
vosotros y yo, en esta asamblea?... Vuelvo a decir: ¿Qué vamos a hacer con
ello?
(ibíd., 67).
Los
siervos de Dios marcharán bajo este mensaje con los rostros iluminados por un
santo gozo y una santa consagración. Quiero ver a esos hermanos marchando de
esa forma; quiero ver sus rostros iluminados como el de Esteban cuando estuvo
en el concilio
(ibíd., 389).
Os
digo ahora en total sinceridad que podríamos asimismo disponer nuestras mentes
aquí y ahora, antes de dar un paso más, haciendo frente a la muerte y venciéndola…
A menos que estemos ahí en este momento, y afirmemos que dejamos amigos, casas,
y que nada nos separará del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro,
sería preferible que nos detuviéramos ahora mismo (ibíd., 241).
Esta desafortunada
serie de declaraciones extremadas revela cómo comenzó a hacerse presente un
espíritu imperioso, fanatizado, totalmente extraño al mensaje de 1888. Pero su
empleo de la expresión “nosotros” dejaba la impresión equivocada.
Más tarde,
Prescott humilló su corazón en arrepentimiento por el fanatismo manifestado al
finalizar la asamblea, y posteriormente a esa contrición -en 1895- presentó excelentes
mensajes en Australia. Pero esas presentaciones de 1893 trajeron confusión y obstaculizaron
cualquier posibilidad de que el mensaje fuera aceptado con corazón contrito. A
oponentes como Smith y Butler evidentemente les faltó el tiempo para señalar ese
fanatismo, exclamando: “Ya os lo había dicho…” (hasta nuestros días, fanáticos y
autoproclamados reformadores logran que muchos sinceros miembros de la Iglesia
desarrollen prejuicios contra el mensaje de 1888. Dondequiera que el Señor obre,
el enemigo procura introducir a fanáticos y autoproclamados “Elías” para causar
confusión y descrédito). Tres días antes que comenzara esa reunión, Ellen White
había advertido así en las páginas de Review and Herald:
Satanás
está ahora a la obra con todo su poder de insinuación y engaño… Cuando el
enemigo ve que el Señor está bendiciendo a su pueblo y preparándolo para que
discierna sus engaños, obrará con su poder magistral para traer el fanatismo de
una parte y el frío formalismo de otra… Velad sin cesar… [a fin de
detectar] el primer paso de avance que Satanás
pueda dar entre nosotros…
Nos acechan peligros de uno y otro lado… Algunos no harán un uso correcto de la
doctrina de la justificación… llevando a falsos caminos (Review and Herald, 24 enero 1893).
En sus sermones
sobre el Espíritu Santo, Prescott predicaba una extraña doctrina desprovista del
principio de la cruz, sin ideas definidas sobre el arrepentimiento, y lo hacía
de forma confusa, incluso contradictoria. Su vehemencia tenía la apariencia de
fervor. Por entonces él mismo estaba implicado en proyectos contrarios al Espíritu
de profecía, aunque sin duda no era consciente de tal contradicción (Comparar General Conference Daily Bulletin 1893,
279 y 459, con Fundamentals of Christian
Education, 220-230].
Es lógico
concluir que debió ser igualmente inconsciente de la diferencia entre su
doctrina sobre la recepción del Espíritu Santo, y la verdad bíblica al respecto.
Unos pocos ejemplos de esa confusión ilustrarán lo referido. Afortunadamente se
ha vuelto a publicar el Bulletin de 1893, de modo que el lector
interesado puede evaluar por sí mismo lo comentado:
¿Qué
es lo que debemos hacer?... Debemos comenzar a confesar nuestra pecaminosidad a
Dios con humildad de espíritu, con profunda contrición ante Dios, siendo
celosos en nuestro arrepentimiento. Es el único mensaje que puedo traer esta
noche. Se trata precisamente de eso…
Lo anterior
suena bien y parece venir al punto. Pero el problema se hace evidente al
continuar:
Supongamos
que decimos no tener absolutamente nada que confesar. Eso nada cambia en el
asunto. Cuando el Señor nos envía la palabra de que somos pecaminosos, debemos
decir que lo somos, podamos verlo o no. Esa debiera ser nuestra experiencia (W.W.
Prescott, General Conference Daily
Bulletin 1893, 65).
En ningún
lugar dicen las Escrituras que Dios espera una confesión de labios expresada en
palabras que el corazón no siente. Eso está más cerca del islamismo que del
auténtico cristianismo.
Quizá
los labios expresen una pobreza de alma que no reconoce el corazón (Palabras de vida del gran Maestro, 123).
Jones percibía
el peligro que esas ideas encerraban. Con el evidente propósito de responder a
Prescott, Jones declaró posteriormente:
Si
el Señor quitara nuestros pecados sin que lo supiéramos, ¿qué bien nos haría
eso? Sería simplemente convertirnos en máquinas. No es ese su propósito, por
consiguiente, quiere que vosotros y yo sepamos cuándo se quitan nuestros
pecados, para saber así cuándo viene su justicia…
Somos siempre instrumentos inteligentes… El Señor nos empleará siempre de
acuerdo con nuestra propia elección vital (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 17, 9, -404-405).
Intentando resolver el
impasse
Prescott no
expresó oposición abierta hacia Jones, y parece claro que no hubo intención
consciente de tal cosa por su parte. Pero cabe preguntarse si había superado
realmente su oposición inicial al mensaje de Jones. La evidencia en los cuantiosos
mensajes de Prescott por aquel tiempo indica que difícilmente lo logró.
Ciertamente
no había sido “quitado… el escándalo de la cruz”
(Gál 5:11). El Espíritu de Dios estaba trayendo convicción de pecado a muchos corazones,
y Prescott procuraba encontrar alguna manera de recibir el Espíritu Santo que
fuera aceptable para un corazón perturbado que rehuía la dolorosa convicción de
pecado.
El pueblo sabía
muy bien que la responsabilidad por el rechazo del comienzo de la lluvia tardía
se cernía como una nube sobre la asamblea. El resultado neto de las
presentaciones de Prescott fue la confusión, una perturbación en la atmósfera espiritual
que llegó a afectar incluso a Jones.
Prescott estaba
decididamente en contra del pecado, pero parecía no tener una idea definida de cuál
era la raíz del pecado que perturbaba a la congregación. Su corazón se centraba
en la verdad actual de la aceptación de la lluvia tardía y la proclamación del fuerte
pregón; pero parecía escapar a su comprensión cómo abordar lo que por entonces
impedía: la culpabilidad acumulada sobre ellos durante los cuatro años precedentes.
Parte de su perplejidad
pudo haber sido el resultado de entender el problema real, pero temiendo exponerlo
claramente debido a la presencia intimidante de los hermanos dirigentes
dominados por el prejuicio. Hasta el mismo profeta Jeremías habría terminado “quebrantado” en caso de permitir que lo intimidaran
los dirigentes de Judá (1:17). Cuando un predicador se siente forzado a dar
rodeos a una cuestión, inevitablemente transmite confusión.
Por último, unos
diez días antes que terminara la asamblea, Prescott comenzó a vislumbrar un nuevo
método de recibir el Espíritu Santo que guardaba una gran semejanza con las ideas
expresadas en The Christian's Secret of a Happy Life. Lo pertinente era
simplemente un “acto de fe” según el cual uno asumía que ya poseía el don de ese derramamiento final
del Espíritu Santo, pasando por alto el arrepentimiento debido al pecado de
1888. Parecía incluir un cierto elemento de desazón:
Me
siento en libertad de decir que comienzo a sentirme seriamente ansioso en
relación con nuestra obra actual… Desde hace unas cuatro semanas… hemos venido
considerando lo que impedía el derramamiento del Espíritu de Dios… Desde
entonces he percibido que existe casi una reacción a partir de ello, y esta
obra parece avanzar entre nosotros con cierta celeridad. Me digo que no voy a
sentirme satisfecho si esta asamblea termina sin un derramamiento del Espíritu
Santo mayor que el que hayamos conocido hasta ahora…
Estoy extremadamente ansioso respecto a esta situación, ya que el tiempo pasa,
y un día sucede rápidamente al otro…
Nos ha de sobrevenir algo diferente a lo que nos ha venido hasta ahora en esta
asamblea, eso es seguro…
Sólo restan unos diez días para que concluya la asamblea (W.W.
Prescott, General Conference Bulletin
1893, 384, 386 y 389).
Viene a
continuación una argumentación dudosa e indefinida, que llevó a la audiencia a creer
que podría recibir el don de la lluvia tardía del Espíritu Santo por el simple
método de asumir y pretender haberlo recibido: “No debemos sentir que tenemos el poder del Espíritu
Santo; debemos saber que lo tenemos”. Una admisión consciente
como esa no incluiría el auténtico conocimiento de nosotros mismos ni una conciencia
de la profundidad de nuestro pecado, ya que eso podría resultar peligroso y causa
de desánimo...
Observo
que muchos de los aquí presentes han pedido alguna vez al Señor que les permita
verse de la forma en que él los ve; y pienso que es una petición que el Señor
no ha considerado oportuno concedernos. No creo que debiéramos pedirle tal
cosa. Podéis ver cuál es el efecto previsible si comenzara a mostrarnos a
nosotros mismos [cómo somos]: empezaríamos a
preguntarnos si el Señor nos ama o no, y si puede o no salvarnos… no tenía idea
sobre mi carácter.
Bien, probablemente el Señor no ha comenzado a mostrarnos cómo somos, tal como
él nos ve; doy por supuesto que no tenemos idea alguna o concepción al respecto
de cómo somos a la vista de Dios (ibíd.,
445).
Se ignoró así
la verdadera función de la ley, y eso confundió a la congregación. Significó
eludir las frecuentes amonestaciones de Ellen White a enfrentar con sinceridad
nuestra realidad interior.
El orador
parafraseaba o repetía algunas ideas que Jones había presentado, pero les daba un
giro sutil para sustentar su teoría según la cual el Consolador, en lugar de traer la sanadora convicción de pecado,
lo que hacía era quitarla. Había que
deshacer como fuera la nube que se cernía sobre la asamblea. La propuesta
consistía ahora en asumir que Dios había perdonado el pecado que causó el
problema, sin necesidad de arrepentimiento. Se trataba simplemente de afirmar que nuestros pecados habían sido
quitados. Aparece en este punto una referencia inconfundible a Hannah Withall
Smith:
Repetid
una y otra vez lo que él dice. Haciendo así no os podéis equivocar. Si no lo
comprendéis y sois incapaces de ver luz en ello, insistid en afirmar lo que él
dice
(ibíd., 447).
Quizá la mejor
manera de exponer esa línea de pensamiento sea reproducir el siguiente párrafo
de su predicación:
[El Espíritu] nos convence ahora de la justicia de Dios en Cristo:
de la justicia de Cristo. Y nos convence de que poseerla es algo
maravillosamente deseable. Avanza afirmando que la podemos tener, para
convencernos a continuación de que la poseemos si lo seguimos…
Su propósito no es: ‘Voy a convencerte de que eres un pecador, y a continuación
de que estás condenado’. No: la obra del Espíritu es convencernos de que tal
condenación ha sido quitada (ibíd., -448-449; cursivas en original).
El problema,
tal como él lo veía, no era la liberación personal del pecado, sino disipar la
nube que estaba sobre la asamblea por causa de su rechazo a la lluvia tardía. Y
el remedio propuesto para esa grave enfermedad no iba más allá de lo que
representaría una venda o una aspirina para una seria enfermedad física.
De esa teoría
sólo podía derivar la confusión. La trompeta no estaba emitiendo un sonido claro,
y nunca se enfrentó franca y llanamente el pecado de Minneapolis. Se asumía que
el sentimiento de culpa debía ser de origen satánico, por lo tanto, se lo debía
rechazar inmediatamente.
Se cumplió
así este testimonio de 1890:
La
parte superior fue cortada, pero nunca se desarraigaron sus raíces (Testimonios para los ministros, 467).
Si el corazón
sintiera alguna convicción verdadera que revelara que las raíces seguían allí, se
la debía repudiar por ser obra del diablo.
Tal sería el resultado
lógico de la doctrina que enseñaba: (1) que bastaba una confesión verbal
genérica de pecado inconsciente y no reconocido, sin necesidad de que los
pecados fueran traídos a la conciencia; (2) que no se debía orar al Señor pidiendo
el verdadero conocimiento de uno mismo; y (3) que la obra del Espíritu Santo no
es traer convicción de pecado, sino precisamente eliminar dicha convicción –en
directa oposición a la enseñanza de Cristo en Juan 16:8-9.
Aceptados los
tres puntos anteriores, para toda mente reflexiva resultaría lógicamente inevitable
aceptar un cuarto: que cualquier duda respecto a poseer el Espíritu Santo en
el poder de la lluvia tardía sería equivalente a falta de fe en Dios. Se
esperaba simplemente que uno asumiera que lo había recibido. Esa era la idea
que ahora se intentaba abrir camino:
Quiero
sentir en mi experiencia que el Salvador está conmigo, tal como estuvo con sus
discípulos… No quiero pensar en él como simplemente estando allí, sino como
estando aquí. No es que quiera
tenerlo, sino que lo tengo (ibíd., 385).
Jones rechazó
tales propuestas, según puede verse en un escrito posterior:
Por
consiguiente, si alguien profesa creer en Jesús y profesa la justicia de Dios
que viene al creyente en Jesús, ¿será esa profesión suficiente?... [Congregación: ‘No’]. Bien. ¿Cómo podéis saberlo?
Quizá digáis: ‘Lo siento en mi corazón,
y lo he venido sintiendo por años’.
Pues bien, eso no es en absoluto evidencia, ya que “engañoso es el corazón más
que todas las cosas” (A.T. Jones, General
Conference Daily Bulletin 1893 nº 18, 7,
-414).
Pero Prescott
insistía en la idea que había desarrollado:
Es
aquí donde pretendo llegar. ¿Qué es lo que impide ahora [la lluvia
tardía]? Lo que hemos de procurar es la justicia de
Cristo… De alguna forma he estado pensando en ella así: Si dejáramos de
cuestionarnos unos a otros… y nos sentáramos aquí con la sencillez de un niño…
podríamos tenerla…
Hermanos, ¿qué va a impedir que la aceptemos ahora de esa manera? Nada. Por lo
tanto, alabemos al Señor y digamos: ahora
la poseo (W.W. Prescott,
General Conference Daily Bulletin 1893, 388-389).
Y así fue
como se desarrolló la doctrina popular que ha venido siendo predicada durante
varias generaciones de adventistas desde 1893, según la cual recibimos la
lluvia tardía simplemente asumiendo y pretendiendo que la poseemos, sin el conocimiento o arrepentimiento por
haberla rechazado. El problema es que pensando de ese modo nunca la hemos
recibido.
Jones, confundido
Jones percibía
el letargo que estaba insensibilizando los corazones y no sabía qué hacer. Se había
quedado prácticamente solo, excepción hecha de su autoproclamado colega, cuyos
esfuerzos no hacían más que crear confusión y con toda probabilidad una
predisposición desfavorable. Expresó así sus temores:
Hermanos,
estamos en una posición temible en esta asamblea. Es sencillamente sobrecogedor.
Ya lo dije anteriormente, pero esta noche me doy más cuenta que cuando lo dije
la primera vez. No puedo evitarlo, hermanos… Ni un alma entre nosotros ha
soñado el temible destino que se cierne sobre los días que aquí están transcurriendo…
¿Cesó la brisa? ¿Qué sucede ahora? (A.T. Jones, General
Conference Daily Bulletin 1893 nº 14, 7, -346).
En sus
últimos dos o tres estudios encontramos a un Jones descolocado, citando en
ocasiones a Prescott. Agotado y perplejo, parecía volverse hacia Prescott, haciéndose
eco de sus ideas confusas.
Ambos fallaron
en reconocer una realidad crucial: que la lluvia tardía tendría que ser
retirada, y que el Israel moderno habría de volver a vagar por el desierto “muchos años más” (Evangelismo, 505). Ambos asumieron que nada podría impedir la conclusión
de la obra de Dios en su generación, por lo tanto, determinaron seguir adelante
a pesar de la oposición y el rechazo. La idea de Prescott era esencialmente la
del calvinismo popular: el reloj divino había sonado ya, y era imposible que
la incredulidad de su pueblo alterara su voluntad soberana. Encontramos
ahora a Jones repitiendo las demandas extremadas de Prescott:
Repito
que el mensaje que allí se nos dio es el que vosotros y yo hemos de llevar a
partir de esta reunión. Y todo aquel que no pueda llevarlo con él tras este
encuentro, haría mejor en no ir… Ese pastor sería preferible que no saliera de
este lugar como pastor (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 22, 3, -495).
Pronto se entregó
a propuestas poco sensatas, y a formular preguntas que habría sido mejor no
hacer:
¿Os
ha dado
[el Señor] la luz del conocimiento de su gloria? [Congregación:
‘Sí’] ¿Es así? [Congregación: ‘Sí’]…
Entonces, ese Espíritu ha venido a aquellos que pueden mirar al rostro de Jesucristo.
Unos minutos después,
“con permiso del orador, el profesor Prescott leyó
lo siguiente: ‘Levantad la vista por fe, y la luz de la gloria de Dios brillará
sobre vosotros’”. Jones continuó así:
Ahora,
con la fuerza acumulada de cuatro años en acción, Dios lo presenta ante su
pueblo. La propuesta es nuevamente: “Levántate, resplandece; que ha venido tu
lumbre, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” [Isa. 60:1]. ¿Quién lo va a hacer? ¿Quién? [Numerosas voces: ‘Yo’]. ¡Muy bien! ¿Por cuánto tiempo lo vais a hacer? [Voces: ‘Por siempre’]. ¿Lo vais a hacer constantemente? ¿Cuán a menudo vais a
hacerlo? [Voces: ‘Por
siempre’]…
Siendo así, “Levántate, resplandece; que ha
venido tu lumbre, y la gloria de Jehová ha
nacido sobre ti” (A.T. Jones, General
Conference Daily Bulletin 1893 nº 22, 5 y 7, -496-497).
Si el fuerte
pregón tenía que avanzar realmente con poder, necesariamente habrían de tener
lugar grandes cambios en la Iglesia. Encontramos ahora a Jones, con el apoyo de
Prescott, haciendo profecías poco afortunadas que hasta el día de hoy no se han
cumplido. Algún día se van a cumplir, pero no sucedió en aquella generación:
Esta
es la que considero la más bendita promesa que jamás se haya hecho a la Iglesia
adventista: “Nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo” [Isa 52:1]. Gracias sean dadas al Señor por librarnos desde
ahora de los inconversos, de los que fueron traídos a la Iglesia para obrar su
propia injusticia y para crear división en ella. Se terminaron las pruebas para
la Iglesia, gracias al Señor. Salieron los chismosos y perturbadores…
“Nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo”…
En la Iglesia adventista del séptimo día
no hay lugar para los hipócritas. Si el corazón no es sincero, ese es el lugar [la Iglesia] más peligroso en que el que alguien pudiera
encontrarse…
Hermanos, este es ahora el mensaje… y quien no pueda llevarlo, no debiera ir.
No vayáis… No vaya nadie sin la conciencia de esa presencia permanente, la del
poder del Espíritu de Dios (A.T. Jones, General
Conference Daily Bulletin 1893 nº 22, 8-9 y 11, -498-499).
Prescott predijo
con entusiasmo la manifestación de los dones del Espíritu, extendiendo
obviamente el don de profecía a otros más allá del auténtico agente que
entonces se encontraba en Australia:
Pero
ahora, en la conclusión de la obra de Dios… van a reaparecer los dones en la Iglesia.
Y no creo que sea el plan de Dios que esos dones hayan de estar confinados a uno
sólo por aquí y quizá otro por allá, o que sea un hecho inusual que algún don
especial se manifieste en la Iglesia… Dones de sanación; realización de
milagros; profetizar; interpretación de lenguas: todas esas cosas se volverán a
manifestar en la Iglesia (W.W. Prescott, General Conference Daily Bulletin 1893,
461).
¿Vinieron esos
dones maravillosos? Después de aquella asamblea hubo cierto tipo de profecías, y
tanto Prescott como Jones resultaron engañados por las desafortunadas pretensiones
de una tal Anna Rice Phillips. Fue inevitable el fanatismo, dado que no tuvo
lugar el fuerte pregón del mensaje del tercer ángel tras aquella asamblea de
1893.
Era tal el
entusiasmo de Prescott, que predijo que algunos se levantarían ahora para resucitar
literalmente a los muertos:
Os
quiero decir que hay personas en esta misma casa que pasarán por estas precisas
experiencias; el ángel del Señor las sacará de la prisión para ir y proclamar
el mensaje; sanarán a los enfermos y también resucitarán muertos. Eso sucederá con
este mensaje… Hemos de creer esas cosas con la sencillez de un niño (W.W. Prescott, General Conference Daily Bulletin 1893, 386).
El tiempo y la
historia han evidenciado el incumplimiento de tales predicciones, en todo caso
con respecto al cuerpo de la Iglesia. ¿Podría ser más verdadera la asunción de
haber recibido la lluvia tardía del Espíritu Santo?
Prescott hace predicciones
de apostasía
Prescott no estaba
muy seguro de su doctrina en aquella asamblea, e hizo una serie de extrañas pero
significativas referencias a la posibilidad de resultar engañados por un falso
Cristo:
Digo
ahora a quienes, tras haber estado en el ministerio y habiendo presentado a
Cristo ante la gente son esta noche incapaces de distinguir entre la voz de
Cristo y la del diablo: es tiempo para que nos detengamos y aprendamos a
reconocer la voz de Dios… Pero seguís preguntando: ‘¿Cómo conocer su voz?’ No
os lo puedo decir…
Con la misma seguridad, vosotros y yo resultaremos extraviados, a pesar de toda
la luz que hayamos tenido en esta obra. El hecho es que a menos que tengamos el
Espíritu de Dios con nosotros, vamos a cambiar de dirigente sin saberlo… Nos
dispondremos en contra de esta obra, en contra del poder de Dios (W.W.
Prescott, General Conference Daily Bulletin 1893, 108).
Parecía no saber
claramente la forma de distinguir la verdad del error, excepto por lo que él
llamaba “el Espíritu”. Pero dejó sin resolver cómo distinguir entre “el Espíritu de verdad” y el “espíritu de error”:
La
promesa fue que enviaría al Espíritu
de verdad; AL ESPÍRITU DE VERDAD…
Va a soplar todo viento de doctrina. Se va a efectuar todo esfuerzo posible por
introducir principios –no de forma abierta sino solapadamente, de una forma en
que no lo vamos a reconocer por nuestra propia sabiduría-… para engañar, si
fuera posible… El esfuerzo consistirá en introducirlos como siendo la verdad,
disfrazándolos con el manto de la verdad… y hacer que nos comprometamos con el
error sin darnos cuenta (W.W. Prescott, General Conference Daily Bulletin
1893, 459; mayúsculas y cursivas en original).
Hablando cierta
vez de quienes entre nosotros “tienen los ojos
cegados”, declaró: “¿Quién sabe si eso me
implica o no a mí?” (página 237). Finalmente dijo a la asamblea que el
tema en liza era, o bien ser trasladados, o bien engañados por las estratagemas
de Satanás:
No
puedo evitar la idea de que estamos en un tiempo por demás crítico para
nosotros personalmente… Tengo la impresión de que ahora mismo estamos haciendo
elecciones que van a determinar si seguiremos con esta obra en el fuerte pregón
y seremos trasladados, o bien si resultaremos engañados por las estratagemas de
Satanás y seremos dejados en las tinieblas de afuera (W.W.
Prescott, General Conference Daily Bulletin 1893, 386).
No fueron
trasladados. De eso podemos estar seguros. ¿Resultaron, entonces, “engañados por las estratagemas de Satanás”?
La década que
siguió a aquella asamblea fue sombría. Un incendio destruyó la sede de la Iglesia
en Battle Creek a modo de juicio divino. El panteísmo hizo estragos entre
dirigentes destacados. Y han transcurrido más de diez décadas desde entonces sin
que hayamos recibido la bendición llena de gracia que el Cielo quería
otorgarnos en 1888.
Conclusión
La asamblea de
la Asociación General de 1893 marcó el final de la era de 1888. El Señor retiró
la lluvia tardía y el fuerte pregón. Así lo reconocieron los hermanos de aquel
tiempo y así lo demuestra la historia. La clausura de la asamblea de 1893
resultó enviciada por un entusiasmo equivocado, y Jones se descaminó.
Un mes después
(el 9 de abril) Ellen White le escribió desde Australia advirtiéndole contra
afirmaciones extremadas relativas a la fe y las obras. Eso no ocurrió durante la
asamblea ni quedó registrado en el Bulletin. Ellen White no había leído
tales afirmaciones, sino que las oyó “en mi sueño”.
Exiliando a Ellen White y a Waggoner, la oposición aseguró virtualmente el
fracaso global del mensaje de 1888, siendo los métodos del dragón demasiado habilidosos
y determinados como para que Jones los enfrentara aisladamente con éxito.
Nota: Véanse
las declaraciones de Ellen White a propósito de que la continua oposición de
Butler y Smith impusieron un peso sobre Jones que el Señor nunca planeó que
cargara sobre sí.
Jones hizo lo
mejor que supo. Había instado a los hermanos con fervor y humildad a que aceptaran
la luz, en la seguridad de que Dios concedería la experiencia del fuerte pregón
para gloria de su reino. Pero eso no iba a suceder, o mejor dicho, no podía
suceder a menos que se arrepintieran de forma genuina por 1888, cosa que no
hicieron.
Leemos
asimismo acerca del inusitado entusiasmo de Caleb y Josué por conquistar Canaán,
diciendo a Israel: “Jehová está con nosotros: no
los temáis” (Núm 14:9), siendo que la rebelión de Israel había hecho ya imposible
que el Señor estuviese con ellos en aquel programa.
Poco antes que
terminara la asamblea de 1893, Ellen White había advertido al presidente de la Asociación
General respecto a la cuestión de Minneapolis:
Si
Satanás logra impresionar la mente y excitar las pasiones de quienes profesan
creer la verdad… haciendo que se coloquen del lado equivocado, ha dispuesto sus
planes para llevarlos a través de un
largo viaje
(Carta O 19, 1892; 5 Manuscript Releases,
277; 16 Manuscript Releases, 105; The Ellen G. White 1888 Materials,
1023; original sin cursivas).
Más tarde reconoció
que había comenzado el “largo viaje”, ya que
tuvieron que alterarse los planes de Dios:
Tal
vez tengamos que permanecer aquí en este mundo muchos años más debido a la
insubordinación, como les sucedió a los hijos de Israel… Pero si hoy tan solo
pudieran todos ver, confesar y arrepentirse de su propio curso de acción al
apartarse de la verdad de Dios y al seguir estrategias humanas, el Señor
perdonaría
(Ms. 184, 1901; El evangelismo, 505).
Quienes
asumen confiadamente que la asamblea de 1893 señaló “la
mayor victoria” del mensaje de la justicia de Cristo, no pueden dar
explicación alguna a la sinuosa desviación de esos “muchos
años más” que ahora son ya más de un siglo. Es una forma más bien
extraña de avanzar, para un fuerte pregón que tenía que propagarse “como fuego en el rastrojo”.
El hombre que
lideró la confusión en 1893 tomó más tarde un rumbo misterioso. G.B. Starr escribió
lo siguiente a A.G. Daniells:
Usted
sabe ciertamente que por alguna razón inexplicable el profesor Prescott nunca
ha sido un dirigente confiable. En Inglaterra se desvió junto a Waggoner en
muchos puntos, en la falsa profecía de Annie Phillips demostró falta de juicio…
Escribió y enseñó panteísmo de forma tan decidida como lo hizo el doctor
Kellogg, y con anterioridad a él. No son esos los pasos de un dirigente digno
de confianza, de quien se espera que no yerre con esa persistencia y asiduidad (Carta, 29 agosto 1919).
En las asambleas
de la Asociación General de 1950 el recién elegido presidente [W.H. Branson] recurrió
a la misma doctrina enseñada por Prescott en 1893. Convenció a la vasta congregación
en San Francisco de que podrían recibir el derramamiento final del Espíritu
Santo en la lluvia tardía simplemente asumiendo y reivindicando
que lo poseían. No era necesario arrepentimiento alguno por el rechazo al “comienzo” de la lluvia tardía; no había lección
alguna de nuestra historia por aprender; ninguna necesidad de comprender aquel “preciosísimo mensaje” que el Señor nos envió (ver Review and Herald, GC Report, 17 julio
1950, 113-117, sermón del sábado 15 de julio).
Con muy pocas
excepciones, toda la congregación actuó como un rebaño siguiendo ciegamente a su
pastor, que insistía en la misma doctrina que Prescott enseñó en 1893. Tampoco
entonces hubo derramamiento de la lluvia tardía. Eso sucedía 37 años antes de
escribirse la presente obra.
La mayoría de
los dirigentes de 1950 han pasado ya al descanso, como sucedió con los de 1893.
Es imperativo que nos preguntemos si acaso 1950 representó un progreso
significativo con respecto a 1893. En deferencia hacia ellos hay que señalar
que muy probablemente pocos, si es que alguno de nuestros dirigentes de 1950,
sabían acerca de lo ocurrido en la asamblea de 1893. ¡Tenemos todo que temer del
futuro, si olvidamos la manera en que el Señor nos ha conducido en el pasado!
Después de la
asamblea de 1893, Ellen White se inquietó como nunca antes, declarando: “Vamos a cambiar de dirigentes sin apercibirnos de ello”.
Su preocupación parecía ser que el enemigo operaría ahora dentro de la Iglesia.
Los nuevos “Canrights” realizarían a partir de entonces su obra “desde el interior”:
El
fanatismo se manifestará en nuestro propio seno. Vendrán engaños, y de tal
naturaleza que engañarán, si es posible, a los escogidos. Si se dieran
contradicciones notables y declaraciones falsas en estas manifestaciones, no se
necesitarían las palabras de los labios del gran Maestro…
Únicamente el Espíritu Santo de Dios puede crear un entusiasmo sano (2 Mensajes selectos, 17; 1894).
El devenir de
la asamblea de 1893 ilustra la posibilidad de que alguien predique sobre el Espíritu
Santo sin entenderlo ni reconocerlo, e incluso resistiéndolo.
Sería bueno que
todos nos preguntásemos en oración: “Señor, ¿soy yo?”
Por qué se descaminaron Jones y Waggoner
Uno
de los grandes misterios en la historia de la Iglesia adventista es el fracaso tardío
de A.T. Jones y E.J. Waggoner. Se suele asumir que fracasos como esos han de
explicarse a partir de ciertas predisposiciones presentes en la persona desde el
mismo inicio de su relación con la Iglesia. Así lo expresó el apóstol Juan:
Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros,
porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero
salieron para que se manifestara que no todos son de nosotros (1 Juan
2:19).
Ese
principio parece aplicarse al caso de D.M. Canright. Espiritualmente hablando
no era ya “de nosotros” desde mucho antes de
dejarnos. Reprimía sus dudas ocultas expresando de vez en cuando confesiones abyectas,
pero las dudas nunca fueron erradicadas. En volumen 4 de Testimonies se
narra la historia en detalle (516-520, 571-573 y 621-628).
Hoy
persiste una cuestión vital con respecto a Jones y Waggoner. ¿Eran cristianos genuinos
en Minneapolis? ¿Cómo es posible que fueran fieles en aquella época y que se
extraviaran después? El libro The Fruitage of Spiritual Gifts expresa el
punto de vista popular consistente en que Jones y Waggoner eran radicales,
extremados, y que estaban en el error ya en Minneapolis, esperando solamente la
oportunidad para descaminarse de forma más abierta en el futuro:
[En el tiempo de la asamblea de Minneapolis] algunos eran muy partidarios de adoptar posiciones
radicales, como si ser extremado fuera señal de fortaleza. La hermana White…
pareció incluso tener el presentimiento de que los dos hombres que en aquel
tiempo eran tan prominentes podían extraviarse posteriormente arrastrados por
sus posiciones extremadas (página 232).
Sin
embargo, declaraciones inspiradas confirman la corrección y fidelidad de los
mensajeros en el tiempo de la asamblea de Minneapolis:
En su gran misericordia el Señor envió un
preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones…
Dios dio a sus mensajeros precisamente lo que nuestro pueblo necesitaba (Testimonios para los ministros, 91 y
95).
Dios está presentando a mentes de hombres
divinamente señalados preciosas gemas de verdad apropiadas para nuestro tiempo (Ms 8a, 1888; The Ellen G. White 1888
Materials, 139; Olson, 279).
Dios ha enviado a esos hombres jóvenes, los pastores
Jones y Waggoner, para que les lleven un mensaje especial (Ms. S24, 1892; 15 Manuscript Releases,
83; The Ellen G. White 1888 Materials, 1043).
¿Cómo
se hubieran podido dedicar palabras como esas a hombres “radicales” o “extremados”?
El
hecho de que Jones y Waggoner fallaran al final no significa que no fueran “de nosotros”. Pero su fracaso posterior suele
interpretarse de forma irreflexiva arrojando una gran sombra sobre el mensaje
que transmitieron en 1888, dejando la impresión de que fue el propio mensaje el
que los hizo desviarse del camino.
Esa
es la principal razón por la que algunos temen estudiar el mensaje. De esa
forma queda sutilmente justificada hasta el día de hoy la oposición suscitada
en Minneapolis, y se desprecian los mensajeros y el mensaje que el Cielo envió.
Tal fue la idea peligrosa que Ellen White afirmó que se desarrollaría entre
nosotros, en el caso de que los mensajeros perdieran posteriormente el rumbo.
Misteriosa providencia
Enfrentamos
aquí un problema singular. Hay dos cosas evidentes: (a) hay una mente maestra del
mal que se alegra por el rechazo aparentemente definitivo del mensaje. (b) de
forma misteriosa, el propio Señor permite que esa tragedia sea una piedra de
tropiezo para todo el que busque razones para rechazar la realidad del mensaje
de la lluvia tardía.
La
que sigue es una pregunta de difícil respuesta: ¿Por qué escogería Dios como mensajeros
especiales a quienes más tarde se desviarían de la fe? ¿Por qué permitiría que
se extraviaran los portadores de su mensaje, siendo que la apostasía de ellos contribuiría
a afirmar la aguda oposición de la que sería objeto dicho mensaje? En esta
desafiante historia hay algo profundamente significativo. Los pasos de Dios pueden
ser misteriosos, pero eso no justifica nuestro descuido negligente en comprender
su extraña providencia.
Suponer
que el Señor cometió un error estratégico al escoger a Jones y Waggoner es
impensable, pues él no está sujeto a error. Es igualmente impensable suponer
que suscitara a hombres que lo alabarían en contra de la propia voluntad de
ellos, pues es evidente que ambos eran cristianos sinceros, llenos de celo y de
mente humilde, cuando fueron usados por el Señor. Nunca “se lanzaron por lucro en el error de Balaam” ni
amaron “el premio de la maldad” (Judas 11; 2
Pedro 2:15). No es posible encontrar indicio alguno de falta de sinceridad en
el ministerio de los mensajeros.
La
evidencia inspirada sugiere respuestas diferentes a esas preguntas:
(1)
Jones y Waggoner no fueron “desviados” por “posiciones extremas” sobre la justicia de Cristo, sino
que fueron empujados fuera por la oposición persistente e irrazonable de
los hermanos a quienes Dios dispuso que fueran destinatarios de la luz dada a
los mensajeros.
(2)
Ellen White reconoció la severidad de la oposición; contra ellos personalmente y
contra su mensaje, y atribuyó “en gran medida” a los hermanos
opositores la culpabilidad final por el posterior fracaso de los dos.
(3)
El Señor permitió que tuviese lugar el triste episodio a modo de prueba para quienes
se oponían, y los fracasos de los mensajeros de 1888 tuvieron por efecto
confirmarnos en un estado de virtual incredulidad. Fue un ejemplo de lo que Pablo
llama “poder engañoso”, que “Dios les envía” (permite) “para que crean en la mentira, a fin de que sean condenados todos los
que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”
(2 Tes 2:11-12).
Se
diría que el Señor es tan caballeroso como para hacerse a un lado del camino,
propiciando así perchas en las que podamos colgar nuestras dudas, si es eso lo que buscamos. No es la
voluntad de Dios que recibamos la lluvia tardía a menos que estemos plenamente
comprometidos de corazón con él y su verdad. Su carácter “celoso” está aquí de
alguna forma implicado. Quien esté presto a rechazar la bendición con el mínimo
pretexto que sea, hallará amplia oportunidad para hacerlo (¡nadie se sienta obligado
a hacer uso de esa inevitable y apenada cortesía!).
(4)
El avance del juicio investigador hará necesario que la Iglesia remanente,
antes de su victoria final, llegue a apreciar la verdad del mensaje y su historia,
y reconozca la obra de Jones y Waggoner de 1888 a 1896 en su auténtico valor: el
“comienzo” de la lluvia tardía y el fuerte
pregón.
Intensidad de la oposición
El
carácter de la crítica que debieron enfrentar impuso a los mensajeros una carga
mucho más difícil de sobrellevar que la derivada de la oposición más común.
Sea cual sea el curso que siga el mensajero,
resultará objetable para quienes se oponen a la verdad, y harán un mundo de
todo defecto en los modales, costumbres o carácter de quien la defiende (Review and Herald, 18 octubre 1892).
Llenos de celos y malas sospechas… están siempre
dispuestos a mostrar cuánto difieren de los pastores Jones o Waggoner (Carta S24, 1892; 15 Manuscript
Releases, 82; The Ellen G. White 1888 Materials, 1043).
Los
dos hombres hablaban de forma decidida y enérgica. Las agudas percepciones de la
verdad llevan frecuentemente a los que son “simplemente
humanos” a expresarse de esa manera. Pero eso resultaba ofensivo para la
naturaleza humana que estaba buscando una excusa para rechazar el mensaje:
No se queje nadie de los siervos de Dios que han ido
a ellos con un mensaje enviado del cielo. No sigáis buscando defectos en ellos,
diciendo: ‘Son demasiado incisivos; hablan con demasiada energía’. Quizá estén
hablando con mucha fuerza; ¿acaso no es necesario hacerlo?...
Ministros, no deshonréis a vuestro Dios ni contristéis a su Espíritu Santo criticando
los métodos y los procedimientos de los hombres que él eligió… Él ve el
temperamento de los hombres que ha escogido. Sabe que sólo hombres fervientes,
firmes, decididos, de carácter enérgico, comprenderán la importancia vital de
esta obra, y pondrán tal firmeza y decisión en sus testimonios que quebrantarán
las barreras de Satanás (Testimonios para los
ministros, 410-413).
El
propio Señor revistió a sus mensajeros especiales con señas de autoridad, con “credenciales celestiales”. En su amor por Cristo y
su mensaje especial habían perdido de vista su yo. Pero resultó ofendido aquel yo que en otros no había sido aún crucificado:
De haber permitido que los rayos de luz que
brillaron en Minneapolis ejercieran su poder de convicción en aquellos que
tomaron posición en contra de la luz… habrían recibido las más ricas
bendiciones, habrían chasqueado al enemigo y se habrían tenido como verdaderos
hombres, fieles a sus convicciones. Habrían vivido una rica experiencia; pero
el yo dijo: ‘No’. No quiso someterse y luchó por la supremacía (Carta O 19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 112; The Ellen G. White 1888 Materials, 1030).
Por
lo tanto, el principio que subyace en ese rechazo a la verdad es el mismo que
operó en el rechazo a Cristo por parte de los judíos. Caifás vio en Cristo a su
rival. Se sintió personalmente celoso de él (El Deseado de todas las gentes, 651). Entremezclada con esos celos hacia
Aquel que parecía ser un simple ser humano, Caifás estaba expresando la enemistad
del corazón natural contra Dios y su justicia. De igual forma, en Minneapolis, las
personalidades de Jones y Waggoner vinieron a ser la piedra de tropiezo visible
y consciente para el invisible e inconsciente rechazo hacia Cristo, la Palabra,
el Verbo. Así lo evidencia lo que sigue:
Hombres que profesan santidad han despreciado a
Cristo en la persona de sus mensajeros. Como los judíos, rechazan el mensaje de
Dios. Los judíos preguntaron con respecto a Cristo: ‘¿Quién es este? ¿No es el
hijo de José?’ Él no era el Cristo que habían esperado los judíos. Las agencias
que Dios envía hoy no son tampoco lo que los hombres han estado esperando (Fundamentals of Christian Education, 472;
Review and Herald, 17 agosto 1897; The Ellen G. White 1888 Materials,
1651).
Lo que sobrellevaron personalmente Jones y Waggoner
Pocos
han apreciado el efecto que la oposición debió ejercer inevitablemente sobre los
jóvenes mensajeros. Ellos sabían que el mensaje de la justicia de Cristo provenía
de Dios. Sabían que el Espíritu de Dios les había dado las riendas para salir valientemente
en su defensa. Y no podían estar ciegos al hecho evidente de que la reacción a
aquel mensaje por parte del liderazgo de la única y verdadera Iglesia remanente
que ha de triunfar por fin, consistió en el más determinado rechazo.
Sabían
que el mensaje era el comienzo del fuerte pregón, y que había de propagarse
como “fuego en el rastrojo”. Sabían que había
llegado el tiempo para la conclusión de la obra, tiempo en el que inteligencias
celestiales estaban observando con profundo interés el desarrollo del drama. Sabían
también que estaban viviendo en el tiempo de la purificación del santuario, cuando,
como nunca antes, la incredulidad y fracasos pasados de la vieja Jerusalén no debían
repetirse. Nunca se había dado una crisis como aquella; nunca el cielo había
concedido mayores evidencias en la vindicación de un mensaje especial.
Pero
para gran sorpresa de ambos, la historia nunca había registrado un fracaso
humano más vergonzoso en aprovechar una oportunidad de origen celestial como la
presente en su día. Eso se dibujaba ante los jóvenes mensajeros como el final y
más completo fracaso del pueblo de Dios en creer y entrar en el reposo del
Señor. ¿Qué podía venir después?
En
comparación, Lutero llevó una carga más ligera. Cuando Roma lo perseguía, todo cuanto
tenía que hacer es leer las profecías de Daniel y Apocalipsis e identificar al
papado como al cuerno pequeño y la bestia. Eso debió fortalecerlo hasta el
punto de hacer que quemara la bula papal. Pero Jones y Waggoner no pudieron aplicar
ese bálsamo a su corazón. La profecía no indicaba una octava iglesia sucediendo
a Laodicea. La posibilidad de que el pueblo de Dios atrasara el programa divino
por un siglo o más superaba lo que ellos podían comprender.
Hay
que decir en su favor que Jones y Waggoner nunca renunciaron a su fe en el Dios
de Israel. No se hicieron infieles, agnósticos o ateos. Nunca renunciaron al
sábado ni a la completa devoción por Cristo que caracterizó toda su vida. En el
clima eclesiástico actual habrían continuado siendo miembros en situación
regular. Su pecado consistió en que perdieron la fe en el cuerpo de la Iglesia
y en su liderazgo. No creyeron en el arrepentimiento denominacional. Llegaron
a dudar de la naturaleza humana, lo que puede explicar la amargura que Jones
desarrolló, así como los fracasos de su propia naturaleza humana. El enemigo
nos va a presionar con severidad para que repitamos el fracaso de ellos. ¡Pero no
tenemos por qué ceder!
Los
arbustos azotados por vientos que rompen ocasionalmente la calma placentera del
valle harán bien en guardar silencio cuando los majestuosos robles de la cima resultan
abatidos por la furia de la tempestad devastadora. Sea Dios quien hable, al
declarar que ciertamente no hubo disculpa para los fallos de Jones y Waggoner,
y seamos nosotros tardos para hablar, reconociendo que en gran medida fuimos
los causantes de ese resultado.
C.S.
Lewis nada sabía de nuestra experiencia de 1888, pero en su obra Reflections
of the Psalms hizo un comentario más que interesante:
De igual forma en que el resultado de arrojar una
cerilla encendida a un montón de desechos es que prenda el fuego… el resultado
natural de defraudar a un hombre, menospreciarlo o tratarlo con desdén, es
despertar el resentimiento; es decir, imponerle la tentación de convertirse en aquello
que acabaron siendo los salmistas en sus pasajes de clamor por vindicación. El
que es probado de ese modo, puede que venza la tentación o que no lo haga… Si
finalmente cae en ese pecado, en cierto sentido soy yo quien lo seduje o empujé.
Fui yo el tentador (página 24).
Ellen
White sintió agudamente el peso que debieron sobrellevar los mensajeros. En
1892 escribió al presidente de la Asociación General respecto a ellos en estos
términos:
Quisiera que todos pudieran ver que ese mismo
espíritu que rehusó aceptar a Cristo, la luz que habría disipado las tinieblas
morales, dista mucho de haberse extinguido en nuestro tiempo…
Algunos pueden decir: ‘No aborrezco a mi hermano; no soy así de malo’. Pero
cuán poco conocen sus propios corazones. Pueden pensar que tienen celo por Dios
en sus sentimientos hacia su hermano cuando las ideas de este parecen de alguna
forma estar en conflicto con las suyas. Afloran entonces a la superficie
sentimientos que nada tienen que ver con el amor… Es posible que esté en pie de
guerra con sus hermanos o que no lo esté, y no obstante puede estar trayendo al
pueblo un mensaje de Dios…
[Creen que] es correcta la amargura de sentimientos hacia sus
hermanos. ¿Soportará el mensajero del Señor la presión ejercida contra él? Si
lo hace es porque el Señor hace que se tenga en su fortaleza, vindicando así la
verdad que Dios le ha enviado…
Si los mensajeros del Señor, después de haberse tenido valientemente por la
verdad por un tiempo, caen bajo la tentación y deshonran a Aquel que les ha
asignado su obra, ¿sería eso prueba de que el mensaje no es verdadero?... No…
El pecado por parte del mensajero de Dios haría que Satanás se alegrase, y
triunfarían quienes rechazaron al mensaje y al mensajero; pero eso de ninguna
forma libraría de responsabilidad a los culpables de rechazar el mensaje de
Dios…
Tengo profunda pena de corazón porque he visto con qué rapidez se critica una
palabra o acción de los pastores Jones o Waggoner. Qué facilidad tienen muchas
mentes para dejar de ver todo el bien obrado por ellos en los años recientes, y
para no apreciar evidencia alguna de que Dios está obrando mediante esos
instrumentos. Están a la caza de algo que condenar, y su actitud hacia esos
hermanos que están fervientemente implicados en el desempeño de una buena obra,
revela la presencia en el corazón de sentimientos de enemistad y amargura (Carta O19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 101-108; The Ellen G. White 1888 Materials, 1019-1027).
Por
aquel tiempo Ellen White escribió una carta a Uriah Smith insinuando que los
mensajeros podrían no tener la fortaleza suficiente para soportar la tensión y
presiones ejercidas en su contra:
Es muy posible que los pastores Jones y Waggoner
puedan ser vencidos por las tentaciones del enemigo; pero si tal ocurriera, eso
no demostraría que no tenían un mensaje de parte de Dios, o que la obra que han
realizado no fuera más que una total equivocación. Si tal cosa sucediera, cuántos
no tomarían esa posición y caerían en un
engaño fatal debido a no estar bajo el control del Espíritu de Dios… Esa es
precisamente la posición que muchos tomarían si cayera alguno de ellos, y oro
para que estos hombres sobre los que Dios ha depositado la responsabilidad de una
obra solemne sean capaces de dar un sonido certero a la trompeta y honren a
Dios a cada paso, y que su camino brille más y más hasta el final del tiempo (Carta S24, 1892; 15 Manuscript
Releases, 84-85; The Ellen G. White 1888 Materials, 1044-1045; original
sin cursivas).
La
información precedente arroja mucha luz sobre la tragedia de Jones y Waggoner:
(1)
Sufrieron el odio inequívoco de sus hermanos, quienes estaban celosamente
aplicados a la caza de “una palabra o acción”
de su parte para condenarlos. La actitud de enemistad, amargura y sospecha se
prolongó hasta 1892, fecha posterior a las confesiones.
(2)
Los hermanos que se oponían pensaban sinceramente que su actitud era celo por Dios;
sin embargo, era “ese mismo espíritu que rehusó
aceptar a Cristo”.
(3)
La oposición demostró ser una tentación abrumadora e irresistible para los jóvenes
mensajeros.
(4)
El trágico resultado confirmó a los hermanos que se oponían en su menosprecio
al mensaje.
(5)
El hecho de que los mensajeros extraviaran el camino fue un “triunfo” para los que se oponían, y aunque es
triste decirlo, para Satanás. Ese acontecimiento, por lo tanto, se convirtió la
evidencia probatoria de que los hermanos opositores no se habían arrepentido verdaderamente
del pecado cometido en Minneapolis. Su “triunfo”
resultaría ser su “engaño fatal”.
Así,
el fracaso de los mensajeros tendería a confirmar en la impenitencia a los dirigentes,
pastores, administradores y docentes adventistas. El fracaso final de los mensajeros
es citado frecuentemente hasta el día de hoy como evidencia de que el mensaje
de 1888 debe ser de algún modo peligroso. Ese era exactamente el propósito de
Satanás al hacerlos caer, y cumple al pie de la letra la predicción de Ellen
White.
(6)
El éxito de las oraciones de Ellen White pidiendo que los dos mensajeros soportasen
la prueba, dependería de la actitud que los hermanos oponentes tomasen a partir
de 1892.
Pocos
meses después, Ellen White escribió a los delegados de la Asociación General
reunidos en asamblea acerca de la verdadera causa del posible fallo de los mensajeros:
No es la inspiración del cielo la que lo hace a uno receloso,
dispuesto a acechar la oportunidad y a lanzarse ávidamente sobre ella para
demostrar que los hermanos que difieren de nosotros en algunas interpretaciones
de las Escrituras no son sanos en la fe. Hay
peligro de que ese curso de acción produzca el mismo resultado objeto de la
acusación; y en gran medida la culpabilidad recaerá sobre quienes están al
acecho del mal…
La oposición en nuestras propias filas ha impuesto a los mensajeros del Señor
una tarea extenuante y probatoria para el alma, puesto que han debido hacer
frente a dificultades y obstáculos que no tenían por qué haber existido… El
amor y la confianza constituyen una fuerza moral que habría unido nuestras
iglesias y asegurado armonía de acción; pero la frialdad y desconfianza han
traído desunión, privándonos de nuestra fuerza (Carta, 6 enero 1893; General
Conference Daily Bulletin 1893, 419-421).
Fue
esa “tarea extenuante y probatoria para el alma”,
esos recelos, ese ir “a la caza de algo que
condenar”, esa “indiferencia de unos y
oposición de otros”, haciendo un mundo de un átomo para probar que no “eran sanos en la fe”, lo que produjo “el mismo resultado” señalado: la caída de los dos.
“Persecución” es la palabra apropiada, exacta
e inspirada para definir aquella oposición:
Debiéramos ser los últimos sobre la tierra en ceder
en lo más mínimo al espíritu de persecución contra quienes están llevando el
mensaje de Dios al mundo. Es el rasgo más terrible de falta de cristianismo que
se ha manifestado entre nosotros desde el encuentro de Minneapolis (General Conference Daily Bulletin 1893,
184).
No
obstante, el sufrimiento impuesto por aquella persecución no era excusa para
que Jones y Waggoner extraviaran el camino.
El problema de A.T. Jones
Se
suele evocar una carta aislada que Ellen White escribió a Jones en 1893, como evidencia
de que su mensaje era extremado. Sacada de su contexto, esa carta deja en algunas
mentes la impresión de que su mensaje de justicia por la fe era desequilibrado.
Pero hay que leer la carta en su contexto.
Ellen
White nunca publicó aquella carta mientras vivió. Si hubiese pensado que el mensaje
de Jones era extremado o desequilibrado, no habría dudado en publicarla en sus Testimonios.
Escribiendo
desde la distante Australia, dice a Jones que había oído algo en su “sueño”. No lo había leído en ninguna publicación.
Jones tenía la tendencia, cuando enfrentaba oposición persistente, a exagerar sus
proposiciones, y la carta iba enfocada a cortar de raíz esa tendencia. Jones
aceptó con humildad el consejo de Ellen White y sacó provecho de él. La carta afirma
que sus puntos de vista sobre la justicia por la fe eran correctos, ya que declaró:
“Usted ve realmente esos temas tal como lo hago yo”,
y se refirió a los puntos de vista de Jones como “nuestra posición”:
En mi sueño, usted disertaba sobre el tema de la fe
y la justicia imputada de Cristo por la fe. Repitió varias veces que las obras
no significan nada, que no hay condiciones. El asunto fue presentado de tal
forma que me di cuenta que las mentes serían confundidas y no recibirían la
impresión correcta en cuanto a la fe y las obras, y decidí escribirle. Presentó
este asunto demasiado fuertemente… Sé lo que usted quiere decir, pero deja una
impresión equivocada en muchas mentes…
Usted ve realmente esos temas tal como lo hago yo, y sin embargo, debido a sus
expresiones, hace que estos temas resulten confusos para las mentes…
Esos asertos vigorosos en cuanto a las obras nunca fortalecen nuestra posición.
Esas expresiones debilitan nuestra posición, pues hay muchos que lo
considerarán a usted como extremista, y perderán las ricas lecciones que tiene
para ellos precisamente sobre los temas que necesitan conocer… Con
presentaciones o expresiones demasiado elaboradas, no coloque un guijarro en el
que pueda tropezar un alma que es débil en la fe… Recuerde que hay algunos
cuyos ojos están intensamente pendientes de usted, esperando que vaya demasiado
lejos, que tropiece y caiga (Carta 44, 9 abril
1893; 1 Mensajes selectos, 442-444; traducción
revisada).
La
más exhaustiva búsqueda en los voluminosos escritos y predicaciones de Jones se
ha demostrado incapaz de encontrar ni siquiera una sola ocasión en que hubiera declarado
“que las obras no significan nada”, u otra
expresión extrema semejante a las aludidas en aquel sueño. Sería de esperar
encontrar alguna afirmación inadecuada sobre la fe y las obras en sus veinticuatro
predicaciones dadas en la asamblea de 1893, clausurada justo antes de que Ellen
White escribiera esa carta. Pero encontramos exactamente lo opuesto: afirmaciones
enfáticas que expresan un equilibrio apropiado entre la fe y las obras, refiriéndose
a estas últimas como siendo, no solamente necesarias, sino como el fruto
natural e inevitable de la genuina fe en Cristo.
En
la clausura de la asamblea de 1893 la influencia de Prescott desvió a Jones a
la suposición fanática de que el fuerte pregón era algo imparable. Eso dejó el terreno
abonado para el fanatismo de Anna Rice Phillips.
La
carta de Ellen White llegó a tiempo para advertirlo, y Jones se comportó
precavidamente. Ellen White dedicó las más entusiastas declaraciones de apoyo
al ministerio de Jones después de aquella carta del 9 de abril de 1893, dado
que él se arrepintió humildemente de su desliz temporal en aquel episodio de
fanatismo.
Nota: En una carta escrita a S.N. Haskell un año después, Ellen White afirma
que ahora tenía más confianza en Jones de la que tuvo antes que errara apoyando
a Anna Phillips. La carta declara que Jones es el mensajero escogido del Señor,
amado de Dios, su embajador. Ese error no habría tenido lugar si Uriah Smith y
G.I. Butler se hubieran unido a Jones y Waggoner como debieron haber hecho. En
esa carta se pueden leer frases como las que siguen, en relación con los
mensajeros:
“Oyeron la voz del Señor, y sus
lectores reconocen en sus interpretaciones de la palabra de Dios cosas
maravillosas procedentes de los oráculos vivientes que hacen que sus corazones se
reanimen al escucharlas”; “han alimentado al
pueblo con pan del cielo”; “el Señor tiene
precisamente a los hombres que él quería”; “han
llevado la obra adelante con fidelidad, y han sido los portavoces de Dios”;
“conocen la voz de consejo y la han obedecido”;
“han traído aguas del pozo de Belén”; “estos agentes escogidos por Dios se habrían gozado en
asociarse con Smith y otros, incluido Butler; de haberse dado tal unión, hay
errores que no habrían tenido lugar” (Carta H-27, 1894; The Ellen G. White 1888 Materials, 1240-1254).
Ningún pecado es excusable
Fue
un pecado de impaciencia y falta de dominio propio el que puso fin al ministerio
de Jones y Waggoner. Pero la experiencia de Moisés en las lindes de Canaán
ilustra lo que sucedió a los mensajeros. El pecado de Moisés fue igualmente inexcusable,
y tuvo que morir a causa de él: un pecado de impaciencia con Israel. Los acusó
de ser “rebeldes” de forma acalorada e
impaciente. Aunque lo dicho por Moisés era correcto, su espíritu no lo fue:
Cuando se arrogó la responsabilidad de acusarlos,
contristó al Espíritu de Dios y sólo le hizo daño al pueblo. Evidenció su falta
de paciencia y de domino propio. Así dio al pueblo oportunidad de dudar de que
sus procedimientos anteriores hubieran sido dirigidos por Dios, y de excusar
sus propios pecados. Tanto Moisés como los hijos de Israel habían ofendido a
Dios. Su conducta, dijeron ellos, había merecido desde un principio crítica y
censura. Ahora habían encontrado el pretexto que deseaban para rechazar todas
las reprensiones que Dios les había mandado por medio de su siervo (Patriarcas y Profetas, 441).
Si
Jones y Waggoner no hubieran manchado su reputación, futuras generaciones como
la nuestra probablemente los habríamos tenido en una consideración casi
idolátrica.
Muchos de los que no habían querido obedecer los
consejos de Moisés mientras él estaba con ellos, hubieran estado en peligro de
cometer idolatría con respecto a su cuerpo muerto, si hubieran sabido dónde
estaba sepultado (ibíd., 510).
La
verdad y la lógica de la posición de Jones y Waggoner eran tan abrumadoras que
no mucho tiempo después de 1888 bastantes comenzaron a reconocerlo. Pero la lluvia
tardía tuvo que ser postergada para una generación futura. Los mensajeros deben
permanecer ahora secretamente “sepultados”.
Es decir: había que evitar cualquier ocasión para la idolatría en aquellas
generaciones todavía no nacidas que habrían de venir después. ¿Qué mejor método
de “sepultura” cabría imaginar, si no es
permitiendo que los mensajeros extraviaran tristemente el camino?
Se
ha argüido que las numerosas veces que Jones y Waggoner predicaron después de 1888
son un indicativo de la aceptación oficial de su mensaje. Pero esa no es una
deducción válida. Es necesario prestar atención a varios factores: (1) los miembros
laicos y los pastores locales (favorables al mensaje) tenían mayor influencia
en la elección de predicadores que en la actualidad; (2) fue necesaria la influencia
de Ellen White virtualmente exigiendo que se les diera audiencia durante las
sesiones de la Asociación General; (3) sus compromisos para predicar les
imponían una pesada carga emocional, dado que muchos dirigentes eran contrarios
a su mensaje. Tenemos un ejemplo en la actitud prevalente en la asamblea de
1893, tal como evidencia el Bulletin.
Por
extraño que parezca, muchos que habían despreciado el mensaje de Jones y
Waggoner mientras se mantenían fieles, los siguieron fervientemente una vez
que finalmente se desviaron de la fe. Eso no hizo más que empeorar las cosas. Un
expresidente de la Asociación General escribió al propósito en 1912:
El comienzo de la predicación del mensaje de la
justificación por la fe en esta denominación provocó al enemigo, quien hizo un
gran esfuerzo por detener su difusión. Cuando fracasó en eso, sustituyó su plan
de oponerse por otro método que prometía mayor éxito. Ese nuevo plan debía
ligar las mentes del pueblo a los instrumentos humanos llamados por el Señor para
promulgar el mensaje, de forma que llegaran a ser considerados como los
oráculos de Dios. De ese modo la fe de las personas vendría a estar centrada en
ellos más bien que en Jesucristo, el autor del mensaje. El enemigo calculó que
la adulación y alabanza del pueblo enorgullecería de tal modo a esos hombres,
que llegarían a sentir que sus opiniones y juicio debían prevalecer en todo
asunto relativo a las Escrituras o al manejo de la obra de Dios en la tierra (G.A. Irwin,
Review and Herald, 4 julio 1912).
Obsérvese
el fallo de Irwin en reconocer el mensaje como el “comienzo”
de la lluvia tardía y el fuerte pregón.
Ellen
White insistió en que el factor primario de la caída de los mensajeros
fue la persecución impía que sufrieron. Eso los separó del amor y confianza de sus
hermanos que tanto necesitaban. Los estragos causados por la adulación imprudente
tuvieron un papel secundario.
Considerando
la naturaleza del mensaje que llevaron, lo único que podía hacer esa doble
circunstancia era perturbar sus facultades espirituales. Si hubieran podido recibir
mayor luz, de forma que resistieran hasta producirse la victoria, podrían haber
hecho frente al mundo en la fuerza que han de poseer quienes finalicen la obra
de Dios en la tierra. Pero una vez que el mensaje fue rechazado, debían cesar
la luz y el poder adicionales. A Waggoner se lo había exiliado en Inglaterra, y
tanto él como Jones tuvieron que trabajar sin la ayuda de Ellen White. Conocieron
solamente el “comienzo” de la luz del fuerte
pregón, y eso, aun tratándose de corazones sinceros, no bastó para lograr su perfecta
santificación (¡no basta para nosotros hoy!)
Buenas personas que se extravían
Nuestra
historia ofrece evidencia adicional acerca de cómo
triunfarían quienes… rechazaron a los mensajeros y al
mensaje (Carta O19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 107; The Ellen G. White 1888 Materials, 1025).
El
presidente de la Asociación General en 1888 -G.I. Butler- fue uno de los principales
en el rechazo inicial. Era una persona bondadosa. Tenía un varonil y enérgico don
de liderazgo. Pero había de manejar una situación sin precedentes. ¡Ningún
presidente se había encontrado con anterioridad frente al comienzo de la lluvia
tardía y el fuerte pregón! Ellen White intentó ayudarle:
Usted evoca su función de presidente de la
Asociación General como si eso justificara su curso de acción… No tiene derecho
a herir los sentimientos de sus hermanos. Se refiere a ellos en términos que no
puedo aprobar… Llama niñatos a los hermanos Jones y Waggoner (Carta 21, 1888; 12 Manuscript
Releases, 375-377; The Ellen G. White 1888 Materials, 97-99).
Cuando
su esposa enfermó, el pastor Butler se retiró -después de 1888- a una hacienda
solitaria en Florida. Posteriormente confesó sus actitudes erradas y regresó a puestos
de elevada responsabilidad. El Señor aceptó sus labores posteriores, tal como
sucedió con Uriah Smith, pero ambos perdieron definitivamente la oportunidad áurea
de participar en la lluvia tardía y el mensaje del fuerte pregón.
En
el Bulletin de la Asociación General de 1903 se encuentra un ejemplo
patético de la forma en que la oposición de Butler finalmente “obtuvo la supremacía” (expresión de A.T. Jones).
Durante esa asamblea, Jones y Waggoner formaban parte de una minoría que se
sentía constreñida por su conciencia a oponerse a la revisión de la constitución
de 1901. En su opinión, la revisión de 1903 era un paso atrás respecto a los principios
de reforma de 1901. Si estaban o no en lo cierto, va más allá de lo que podemos
hoy dilucidar, pero indudablemente mantenían su postura en total sinceridad. En
el curso del debate hubo “voces” pidiendo que
el pastor Butler se pronunciara.
En
siete ocasiones se salió del tema para afirmar cómo amaba a los “queridos” hermanos Jones y Waggoner, no obstante,
el Bulletin revela que representó falsamente la posición que ellos
mantenían, incluso en contra de sus protestas verbales. A continuación los ridiculizó
públicamente (páginas 145-164).
Los
mensajeros habían dicho en la asamblea, que “el pueblo
de Dios debe estar sometido al Señor, y solamente a él. Hay un sólo Pastor, y tiene
sólo un rebaño”, y que por encima de todo “la
junta debe pertenecer a Jesucristo y servirle a él, dejando de controlar a los
demás y permitiéndoles que prediquen el evangelio dado por Cristo”. El pastor
Butler interpretó eso como una invitación a la abolición de toda organización, y
comparó injustamente la posición de ellos con la de los fanáticos anarquistas
contra quienes tuvieron que vérselas los pioneros:
Estos queridos hermanos no saben las dificultades
que teníamos antes de estar organizados…
Me parece que si algunas de estas cosas se llevan a cabo de la forma en que
algunos de los buenos hermanos han dicho, eso conduciría finalmente, si se lo
aplica en su plenitud, al mismo estado de desorganización que tuvimos al
principio… No quiero ahora decir nada para herir los sentimientos del hermano
Jones, pues lo amo entrañablemente (G.I. Butler, General
Conference Daily Bulletin 1903, 146-163).
En
la asamblea de 1901, Ellen White había advertido enfáticamente en contra del
poder controlador entre nosotros, ejercido para
controlar esta o aquella rama de la obra (General Conference Daily
Bulletin, 1901, 25-26).
Esa
era la razón principal por la que había estado amonestando durante años a que
se emprendiera una reforma y reorganización. La tendencia a someter a los obreros
había sido un rasgo destacado en la presidencia precedente del pastor Butler, a
quien Ellen White dirigió la carta que se encuentra en Testimonios para los ministros, páginas 297 a 300. Ese espíritu fue
especialmente prominente en los años 1886 a 1888. Hoy son bien conocidas las
reprensiones que le hizo a él personalmente. En 1903 escribió:
El poder monárquico antes revelado en la Asociación
General en Battle Creek no se ha de perpetuar (8 Testimonios, 244).
Sin
embargo, el Pastor Butler contradijo públicamente esas declaraciones, negando incluso
que pudiera existir algo parecido a “poder controlador” en la presidencia de la Asociación
General:
Perdonaréis a este, uno de los obreros veteranos que
por tantos años ha servido en la obra, y que ha presidido por trece ejercicios
la Asociación General, por decir que soy incapaz de ver cómo pudiera haber aquí
algo de naturaleza controladora. No creo que sea el caso… Lo he ostentado por
trece mandatos… Me sentiría profundamente compungido si creyera que hubiera
podido haber aquí algún ejercicio de poder controlador… Aunque he desempeñado
el cargo por trece años, hasta donde soy capaz de recordar jamás fui reprobado
por algo similar (G.I. Butler, General
Conference Daily Bulletin 1903, 163).
¡Gran
facilidad, la que tenemos los humanos para olvidar!
Atrapado
en aquel espíritu de disputa, el pastor J.N.
Loughborough hizo un discurso secundando al pastor Butler y refiriéndose
también con desdén a las convicciones minoritarias de Waggoner y Jones.
En
la postura que tomaron en 1903, Jones y Waggoner no se estaban oponiendo a los verdaderos
principios de la organización, pero quizá tuvieron alguna premonición relativa
al estado que finalmente alcanzaríamos a finales del siglo veinte, en que resulta
tan difícil para los miembros de comités permanecer fieles a Cristo contra la fuerte
presión de grupo y de la perspectiva de verse marginados.
Pero
la idea de que un comité deba primeramente y por encima de todo someterse a
Cristo y buscar celosamente la dirección del Señor recordando que todos somos hermanos,
por alguna extraña razón despertaba el recelo en Butler y Loughborough. Este
último afirmó:
Dicen esos hermanos que no es su propósito demoler
la organización. Bien: creo que no es ese su propósito, pero es mi parecer que finalmente
se llega al punto en que no hay constitución ni orden alguno. ‘Finalmente’,
dijeron en los primeros días, ‘todos somos hermanos. Si buscamos al Señor, él
nos guiará’
(J.N. Loughborough, General
Conference Daily Bulletin 1903,
164).
¿Les
estaban clavando un cuchillo en la espalda? Jones y Waggoner tenían disculpa por
pensar que tal era el caso. Jones se levantó en aquel momento para hacer un llamamiento
a los delegados, en tonos trágicos. Pudo significar una herida que jamás curaría:
Quisiera hacer ahora una petición a los delegados y
a todos quienes leen el Bulletin.
Cuando se impriman estos discursos, leed por favor los del hermano Waggoner y [P.T.] Magan, y después el mío; leedlos con detenimiento, y si
sois capaces de encontrar en alguno de ellos algo que vaya de alguna forma en
detrimento de la organización, espero que lo marquéis y nos lo enviéis, de
forma que podamos arrepentirnos por ello (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1903, 164).
El
desafío de Jones se tuvo entonces en pie, y perdura hasta hoy. Waggoner y él habían
hecho un llamamiento a someterse a Cristo y al Espíritu Santo en armonía con el
mensaje de 1888. Se trataba de una sumisión que haría posible la dirección del Señor
en la conclusión de su obra mundial. No se estaban oponiendo a la organización;
lo que deseaban ver era que la organización se sometiera a Cristo, a fin de que
pudiera cumplirse la comisión evangélica. Querían que se reconociera a Cristo
como verdadera Cabeza de la Iglesia, y que fuera él quien tomara las riendas de
su organización.
Fueron
mal comprendidos y representados. Butler tuvo la última palabra. “Triunfó”, según expresión de Ellen White. Por
algún motivo, tanto él como Loughborough ignoraron las protestas de los
mensajeros e ignoraron sus súplicas por imparcialidad. ¿Qué podría explicar que
obraran de esa forma, si no es por la presencia de un resentimiento hacia
ellos, latente durante quince largos años?
La
humillante derrota de Jones y Waggoner en 1903 marcó probablemente el punto de
partida de la amargura que finalmente desarrollarían. Los “queridos hermanos Jones y Waggoner” habrían sido más
que humanos si no hubieran sentido que estaban recibiendo el súmmum del
desprecio, tras quince años de oposición. ¿Podrían abstraerse a aquel dolor?
Su
súplica por sumisión a Cristo por encima de cualquier sometimiento al control
humano estaba en armonía con los frecuentes llamamientos de Ellen White y con la
propia Escritura, pero lógicamente sólo podía prosperar si el Espíritu Santo
era acogido mayoritariamente entre nosotros.
La
persistente actitud del corazón del pastor Butler queda ilustrada en una carta
dirigida al Dr. Kellogg un año después. En ella deja claro que nunca se arrepintió
de su ceguera de 1888. No podía evitar seguir culpabilizando a Waggoner por
males que perturbaban la causa, y consideró la derrota de este como una bendición:
Mantengo precisamente las mismas opiniones que
siempre he sostenido desde que comencé a ser un estudiante de la Biblia… El
último equipo que ha venido a la dirección después que dejé mi cargo [como presidente de Asociación General],
de alguna forma ha remodelado las cosas. El pastor Waggoner fue un espíritu
influyente en dichos cambios. Parece haberse transformado él mismo, de ser un
predicador a convertirse en un doctor. Quizá es lo que le convenga a él y a sus
asociados. Ojalá que le vaya bien en todo (Carta, 9 septiembre
1904).
Uno
se pregunta cómo una carta así pudo ayudar al Dr. Kellogg en aquel delicado momento
que atravesaba.
Hay
quien acusa a Jones de codiciar el puesto de presidente de la Asociación General.
La acusación puede o no ser cierta. Los libros del cielo registran los motivos
del corazón mejor de lo que podemos hacer en nuestra limitada comprensión de
las sombras difuminadas del pasado. Sin duda su mejor juicio debió convencerlo de
que no estaba dotado para la administración, o para dirigir Review and
Herald. Sus “credenciales celestiales”
le habían sido concedidas con un propósito diferente: el de ser un heraldo del evangelio
del fuerte pregón para la Iglesia y para el mundo. Eso era encargo sobrado y
suficiente para la labor que un ser humano puede desempeñar. Cuando esa misión
fracasó, Jones perdió la paciencia de los santos.
El espíritu de 1888 y la tragedia de Kellogg
Ellen
White refiere que en la convención de Minneapolis el Dr. Kellogg estaba
genuinamente convertido (General Conference
Daily Bulletin 1903, 86). Son abundantes sus declaraciones apoyando el
carácter y sincera devoción de Kellogg. Reproducimos una de las últimas:
Dios ha concedido al Dr. Kellogg el éxito que ha
tenido… Dios no aprueba los esfuerzos realizados por algunos con el fin de
dificultar hasta donde les sea posible la obra del Dr. Kellogg… Los que
rechazan [la
luz sobre la reforma pro-salud], rechazan a Dios. Uno
tras otro de entre quienes se esperaba algo mejor, dijeron que todo venía del
Dr. Kellogg y le hicieron la guerra. Eso tuvo una influencia nociva sobre el
doctor, que cedió al resentimiento y la represalia (General Conference Daily Bulletin 1903, 86).
Una
carta dirigida al pastor Butler, quien era presidente de la Asociación General
en 1888, indica que la apostasía final de Kellogg fue también “en gran medida” nuestra responsabilidad. Desde
luego, no era la voluntad de Dios:
Algún día se verá que nuestros hermanos y hermanas
no han sido inspirados por el Espíritu Santo en su trato hacia el Dr. Kellogg.
Sé que vuestras opiniones sobre el doctor no son correctas. Dios no va a
aprobar vuestra actitud hacia él… Podéis seguir un curso de acción que debilite
de tal manera la confianza que él tiene en sus hermanos, que haga imposible que
le resultéis de ayuda cuándo y dónde él la necesite…
No conozco a ningún otro entre nosotros cualificado para desempeñar la obra que
el Dr. Kellogg ha efectuado. Ha necesitado la simpatía y confianza de sus
hermanos… Debieron haber seguido un curso de acción que ganara y mantuviera su
confianza… Pero en lugar de eso ha habido un espíritu de sospecha y crítica.
Si el doctor fracasa en cumplir su deber y en ser finalmente un vencedor,
aquellos hermanos que fallaron por su falta de sabiduría y discernimiento al no
ayudar allí donde su ayuda era necesaria, serán en gran medida responsables…
Sus hermanos a veces perciben realmente que Dios está empleando al doctor para el
desempeño de una obra para la que ningún otro es idóneo. Pero entonces reciben
una cantidad abrumadora de informes negativos sobre él y quedan perplejos. Los
aceptan parcialmente y concluyen que el Dr. Kellogg debe ser realmente
hipócrita y falto de sinceridad… ¿Cómo debe sentirse el doctor, observado
siempre con recelo?... ¿Habrá de continuar por siempre?... Cristo pagó el
precio de la redención por su alma, y el diablo hará todo lo que pueda para
arruinarla. Que ninguno de nosotros sea su ayudante en esa obra (Carta B21, 1888; 12 Manuscript
Releases, 377-383; The Ellen G. White 1888 Materials, 99-105).
Los que están en el corazón mismo de la obra han
sido indulgentes con sus propios deseos de una forma en que han deshonrado a
Dios… El Dr. Kellogg no recibió apoyo en la obra de la reforma pro-salud… Tuvo
que asumir la obra que otros dejaron de hacer. Ha sido muy injusto el espíritu
de crítica mostrado desde el principio hacia su obra, y la ha convertido en difícil…
Es un hecho la lentitud de nuestros pastores en hacer avanzar la reforma
pro-salud… Eso ha causado la pérdida de confianza en ellos por parte del Dr.
Kellogg
(Ms. 13, 1901, Diary, enero 1898; Battle Creek Letters, 11).
Se
había rechazado el “maná” de 1888, y ahora
comenzaba a manifestarse aquello en que se transformaba el antiguo maná dado a
Israel, cuando no se lo comía fresco: se descomponía. Cuando un alimento es
altamente nutritivo, se echa a perder más rápidamente que si fuera
desvitalizado. Perdimos a tres grandes hombres, extraordinariamente dotados,
que en su tiempo dieron evidencia de haber sido verdaderamente ordenados por
el Cielo. No fue una labor grata procesar el maná descompuesto, y la historia
que siguió es por demás triste.
Conclusión
Las
últimas palabras que el Dr. Waggoner escribió antes de su muerte repentina el
28 de mayo de 1916 se encuentran en una carta que escribió a M.C. Wilcox:
No cuestiono, sino que reconozco plenamente la bondad
superior de los hermanos en la denominación. Sería desagradecido si no reconociese
la luz que Dios me dio. Nunca he podido comprender por qué me la concedió a mí,
excepto al considerar la base sobre la que él otorga sus dones: no de acuerdo a
los méritos, sino a la necesidad.
No
nos corresponde especular acerca de si será finalmente salvo o no. Pero si los
citados fueron sus últimos pensamientos y Dios en su infinita sabiduría y
misericordia encontró la manera de salvarlo, ciertamente Waggoner se declararía
indigno. ¿Acaso alguno de nosotros nos sentiremos de otro modo?
Una
de las últimas cartas que tenemos de Jones antes de morir, revela un espíritu
humilde de completa confianza en el mensaje adventista del séptimo día y en el ministerio
de Ellen White (12 de mayo de 1921). La enfermera que lo atendió en Battle
Creek en su lecho de muerte nos manifestó personalmente su certeza de que Jones
murió como un auténtico cristiano.
La
apropiada y autorizada reimpresión de sus mensajes escritos durante el tiempo en
que fueron fieles, publicada en un espíritu de sincero apoyo, propiciaría para
esta generación una visión refrescante del evangelio en su pureza. Y una vez reunidos
los fragmentos restantes para que no se pierda nada, podríamos presentar nuestra
petición confiadamente al trono de la gracia a fin de recibir el pan que necesitamos,
el alimento adecuado para nuestra situación actual.
Tan
ciertamente como hay un Dios viviente, esa oración no quedará sin respuesta.
Las crisis alfa y omega
En
los tempranos 1900 la Iglesia adventista estuvo a punto de ser arrollada por
una terrible crisis conocida como la herejía del panteísmo. Ellen White la describió
como el “alfa” de “espíritus
seductores y doctrinas de demonios”. ¿Pudo ese engaño “alfa” estar relacionado con el rechazo precedente a
la luz de 1888?
En
proporción directa con la falta de discernimiento y comprensión de la luz genuina,
resulta acogida la falsificación de la misma, que no se reconoce ni comprende en
su verdadera naturaleza. Después de 1888 se nos dijo que la apostasía interna
sería de naturaleza insidiosa y sutil, y se difundiría con facilidad antes que
se la pudiera discernir.
A
lo largo de la historia ha permanecido como ley inalterable ese principio del engaño
sobrevenido, una vez que se rechaza la luz. Jesús declaró a los dirigentes judíos:
He venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si
otro viniera en su propio nombre, a ese recibiríais (Juan 5:43).
Necesitamos
una comprensión veraz de la era que siguió a 1888, a fin de reconocer las “chispas” que sustituyeron a la luz verdadera.
En
la era de 1888 el ministerio estaba compuesto por hombres bondadosos,
consagrados, intensivamente dedicados, y sabedores de lo que significa soportar
privaciones. Aunque profesando la verdad en toda sinceridad, se las arreglaron
de alguna forma para ignorar o rechazar la realidad de ella. Lo sucedido
constituye uno de los acontecimientos más sorprendentes en la historia de la obra
de Dios.
Los
hermanos eran sinceramente inconscientes de una actitud del corazón que se
manifestó en una reacción no santificada contra la más gloriosa luz que jamás haya
brillado sobre esta Iglesia. Pero no eran peores de lo que somos nosotros por naturaleza.
Somos un solo cuerpo con ellos.
En
consecuencia, el pecado de rechazar aquella luz del fuerte pregón jamás puede
ser verdaderamente vencido hasta que aquellos motivos no percibidos, igualmente
presentes en nuestros corazones, afloren a nuestra conciencia. La purificación
del santuario debe ciertamente incluir esa obra. Aquello que fracasamos en creer
hace un siglo, debemos aprenderlo transitando el largo rodeo que
nosotros mismos hicimos inevitable. Nuestra historia es el resultado de principios
divinamente ordenados para llevarnos a la reconciliación con Cristo.
La crisis “alfa” de principios del siglo XIX: un modelo
Aquello
que sólo ganaría por amor, el Señor no lo va a procurar por la fuerza ni quiere
conseguirlo mediante el temor. Eso explica su gran paciencia con nuestra
desviación. ¿Qué más podría hacer, excepto esperar que aborrezcamos nuestro
proceder? Pero su paciente sabiduría vencerá finalmente, porque es la sabiduría
del amor, una estrategia genuinamente divina. ¡Comprender la historia de 1888
significa poderosas buenas nuevas!
Tanto
en 1844 como en 1888, el rechazo de la luz hizo inevitable que cayésemos en el engaño.
Ese principio operó cuando ciertos pioneros adventistas rechazaron la luz
adicional relativa a la verdad del santuario:
Vi que una luz excesivamente brillante procedía del
Padre hacia el Hijo, y desde el Hijo ondeaba sobre el pueblo que estaba delante
del trono. Pero pocos recibían esta gran luz. Muchos salían de debajo de ella y
la resistían inmediatamente; otros eran descuidados y no apreciaban la luz, y
esta se alejaba de ellos…
Los que se levantaron con Jesús elevaban su fe hacia él en el lugar santísimo,
y rogaban: “Padre mío, danos tu Espíritu”…
Me di vuelta para mirar la compañía que seguía postrada delante del trono y no
sabía que Jesús la había dejado. Satanás parecía estar al lado del trono,
procurando llevar adelante la obra de Dios. Vi a la compañía alzar las miradas
hacia el trono, y orar: “Padre, danos tu Espíritu”. Satanás soplaba entonces
sobre ella una influencia impía… El objeto de Satanás era mantenerla engañada,
arrastrarla hacia atrás y seducir a los hijos de Dios (Primeros escritos, 55-56).
Después
de 1888 operó ese mismo elemento de engaño que se había dado tras el rechazo de
la luz que el Cielo envió relativa al santuario. Refiriéndose a la crisis, Ellen
White escribió en 1889:
No esperemos nunca que cuando el Señor tenga luz
para su pueblo Satanás se quede tranquilo y no haga ningún esfuerzo para
impedir que sea recibida (5 Testimonios,
681).
Habrá muchos, como en los tiempos antiguos, que se
aferrarán a la tradición y adorarán lo que no conocen…
Lo cierto es que ha habido entre nosotros un apartamiento del Dios vivo, una
desviación hacia los hombres, y se pone la sabiduría humana en lugar de la
divina.
Dios despertará a sus hijos; si otros medios fracasan, se levantarán herejías
entre ellos, que los zarandearán, separando el tamo del trigo (5 Testimonios, 661-662).
En
la asamblea de Minneapolis se nos dijo que el fracaso en avanzar bajo la
dirección de Cristo nos expondría a caer en manos de la dirección de Satanás
sin que nos diéramos cuenta de ello:
A menos que se acepte su verdad, Dios retirará su
Espíritu…
Ojalá pudierais ver y sentir que a menos que avancéis, estáis retrocediendo, y
Satanás se ha dado cuenta de ello y ha sabido tomar ventaja de la mente humana…
La batalla está aquí ante nosotros (Ms. 8, 1888; Olson, 264-265; The Ellen G. White
1888 Materials, 124).
Refiriéndose
nuevamente a Minneapolis, Ellen White describió así la senda descendente:
Dios ha dispuesto que en este tiempo se dé un ímpetu
fresco y nuevo a su obra. Satanás lo ve y se determina a impedirlo… Aquello que
es alimento para las iglesias, se percibe como si fuera peligroso, no
debiéndolo dar. Y se permite que esa pequeña diferencia en las ideas conmueva
la fe, cause apostasía, quebrante la
unidad y siembre la discordia, todo debido a no saber contra lo que están
luchando
(Ms. 13, 1889; The Ellen G. White
1888 Materials, 518-519; original sin cursivas).
El
enemigo vio que la reacción de muchos contra la luz de 1888 le brindaba su mejor
oportunidad para obtener una victoria decisiva:
El enemigo de Dios y del hombre no quiere que se
presente claramente esta verdad, puesto que sabe que si se la recibe plenamente
resultará quebrantado su poder… [Cristo] nos advirtió a estar en
guardia contra falsas doctrinas… Se nos presentarán muchas falsas doctrinas
como siendo enseñanzas de la Biblia… Dios quiere que seamos sagaces… y que recordemos
las advertencias que nos ha dado a fin de que en la crisis que se cierne ante
nosotros no nos encontremos del lado del gran engañador (Review and Herald, 3 septiembre 1889).
Los que tienen gran luz y no han andado en ella,
tendrán tinieblas correspondientes a la luz que han despreciado (Testimonios para los ministros, 163).
Puesto
que la luz que vino en 1888 fue la verdad del mensaje del tercer ángel, era de
esperar que el enemigo aprovechara la oportunidad para confundir nuestra comprensión
de esa verdad:
[Satanás]
está trabajando con todo su poder engañador para alejar a los hombres del
mensaje del tercer ángel, que ha de proclamarse con gran poder… trabajará con
todo su poder maestro para introducir fanatismo por un lado y frío formalismo
por el otro, a fin de asegurarse una cosecha de almas. Ahora es el momento
cuando debemos velar incansablemente. Velad y bloquead el camino al menor
avance que Satanás intente hacia vosotros…
Algunos no utilizarán debidamente la doctrina de la justificación por la fe (Special Testimonies, series A, nº 1, 63-64,
1890; 1 Mensajes selectos, 21).
A menos que el poder divino sea traído a la
experiencia del pueblo de Dios, las mentes resultarán cautivadas por teorías
falsas e ideas erróneas (Review and Herald, 3
septiembre 1889).
A.G.
Daniells reconoció en 1926 que la advertencia era justificada, que se había cumplido aquella profecía:
El pueblo de Dios falló de forma lamentable en traer
el poder divino a su experiencia, y se ha evidenciado el resultado predicho… las
mentes han sido tomadas cautivas por teorías falsas e ideas erróneas (A.G.
Daniells, Christ Our Righteousness, 89).
Ellen
White estaba preocupada. El tiempo del fuerte pregón es una ocasión de gozosa
expectativa, pero también de peligro. La crisis posterior a 1888 señaló una nueva
era, según ella misma expresó:
De aquí en adelante tendremos un conflicto constante…
Se me presentaron las siguientes palabras de las Escrituras: “De vosotros
mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí
a los discípulos” (Hechos 20:30). Esto se verá ciertamente entre el pueblo de
Dios… habrá quienes… tomarán equivocadamente el error por luz y declararán que
el error especioso es luz, tomarán equivocadamente los fantasmas por cosas
reales, y las cosas reales por fantasmas… Caerán en engaños y errores que
Satanás ha preparado como redes ocultas para enredar los pies de los que
piensan que pueden andar guiados por su sabiduría humana sin la gracia esencial
de Cristo… Aceptarán un error tras otro hasta que sus sentidos resulten
pervertidos
(Ms. 16, 1890; El evangelismo, 431).
Si bien es cierto que el enemigo procuró
engañarnos antes de 1888, sus más persistentes ataques tuvieron lugar con
posterioridad. Es sólo por haber rechazado previamente la luz, por lo que pudieron
sobrevenirnos los engaños referidos bajo el epígrafe “alfa”:
En el tiempo del fuerte pregón del tercer ángel estarán
en peligro los que en alguna medida han resultado cegados por el enemigo y no
se han recuperado plenamente de la trampa de Satanás, puesto que será difícil
discernir la luz del cielo y estarán inclinados a aceptar la falsedad. Su
experiencia errónea influirá en sus pensamientos, decisiones, proposiciones y
consejos. Las evidencias que Dios ha dado no parecerán evidencias para quienes cegaron
sus ojos eligiendo las tinieblas antes que la luz. Tras haber rechazado la luz,
producirán teorías que ellos llamarán “luz”, pero Dios las llama chispas encendidas
por ellos mismos, y serán las que dirijan sus pasos.
Muchos rechazarán las palabras enviadas por el Señor, mientras que recibirán
como luz y verdad las palabras que el hombre pueda hablar. Jesús afirma: “He
venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viniera en su propio
nombre, a ese recibiríais” (Juan 5:43). La sabiduría humana apartará de la
negación del yo, de la consagración, e inventará muchas cosas que tiendan a
dejar sin efecto los mensajes de Dios. No podemos estar seguros confiando en
hombres que no están estrechamente unidos con Dios. Los tales aceptarán las
opiniones de los hombres, pero no pueden discernir la voz del verdadero Pastor,
y su influencia servirá para extraviar a muchos (Review and Herald, 13 diciembre 1892).
Tras
la asamblea de 1893, Ellen White vio que nos amenazaban engaños sin precedente:
Parece haber desaparecido el discernimiento, y [muchos] carecen de poder para discernir entre la luz que Dios
les envía y las tinieblas procedentes del enemigo de sus almas (Review and Herald, 7 agosto 1894).
El peligro de impacientarse
En
la era de 1888 algunos deseaban avanzar con Cristo en el inmenso gozo
espiritual de concluir la comisión evangélica. Pero el cuerpo de la Iglesia
(sus dirigentes especialmente) no estaba preparado. Contrariamente a lo que pretendería
el predeterminismo calvinista, el Señor tuvo que alterar su propósito y
permanecer con su pueblo. Si este no le seguía, habría de ser él quien se
adaptara al paso de ellos.
Eso
constituyó una circunstancia probatoria para algunos de temperamento más entusiasta
que la mayoría. Se los debió instar a “no
precipitarse delante del Maestro”, sino a “seguir
el camino que él abre” (Testimonios
para los ministros, 228). Tal como hizo Moisés con Israel después de
Cades-Barnea, Ellen White permaneció hasta su muerte con la Iglesia, a pesar de
que esta no siguiera la dirección del Señor.
Nota: Parece una fatalidad del destino que el líder destacado de la
apostasía “alfa” fuera J.H. Kellogg, quien
estaba genuinamente convertido en ocasión del encuentro de Minneapolis según
palabras de Ellen White (General
Conference Bulletin 1903, 86). W.W. Prescott, que durante un tiempo enseñó
ciertos aspectos del mensaje, enseñó también panteísmo en los inicios de la
crisis. Hasta el propio Waggoner erró en algunas de sus expresiones, dando a
sus opositores ocasión de acusarle de ser panteísta a pesar de que Ellen White
nunca le hizo un reproche a ese respecto. Algunos concluyen hoy equivocadamente
que el mal del panteísmo está implícito en el mensaje de 1888.
Tratándose de expresar verdad vital, se impone la más estricta precisión,
puesto que el camino del error y el de la verdad discurren cercanos. Eso se
aplica especialmente al mensaje que constituyó el comienzo de la lluvia tardía
y el fuerte pregón. Los conceptos de 1888 enfatizan cuán cercano a nosotros
vino el Salvador en su encarnación y ministerio, mediante el Espíritu Santo. La
oposición determinada y persistente desconcertó a los mensajeros,
distorsionando el compañerismo cristiano. Obligado innecesariamente a ponerse a
la defensiva y privado de la sana instrucción y corrección fraternales,
Waggoner sobrepasó, tras años de fidelidad, la estrecha línea que separa la
preciosa verdad del error [hacia 1897].
El
caso de Ellen White permanece hasta el día de hoy como un consejo y ejemplo
admirables. Los críticos seres humanos no tienen tanta paciencia como el Señor.
No es el Señor sino la Iglesia, la responsable de la prolongada demora. ¿Por qué
permite Dios que la apostasía irrumpa en su Iglesia? La historia de Israel arroja
luz sobre la nuestra:
Hasta en la Iglesia misma ha permitido Dios que los
hombres pongan a prueba su propia sabiduría en este asunto… Cuando en el pueblo
hubo instructores infieles, el resultado fue la debilidad y la evidente
decadencia de la fe del pueblo de Dios; pero Dios actuó purificando el campo y levantó
a quienes fueron probados y hallados fieles.
En algunas ocasiones la apostasía hace incursión en las filas, cuando aquellos
que debieron seguir los pasos de su Dirigente divino expulsan la piedad de sus
corazones… Pero Dios envía al Consolador como reprensor del pecado, a fin de advertir
a su pueblo de su apostasía y reprenderlo por su reincidencia (Review and Herald, 15 diciembre 1891).
Pero
hay buenas nuevas al final del largo rodeo. Llevará a la Iglesia a una
verdadera comprensión de su condición y a un arrepentimiento genuino en una experiencia
que será la mayor de su género en toda la historia:
La Iglesia adventista del séptimo día debe ser
pesada en la balanza del santuario… Si las bendiciones conferidas no la capacitaron
para cumplir la obra que se le confió, se pronunciará contra ella la sentencia:
“Hallada falta”…
A menos que la Iglesia contaminada por la apostasía se arrepienta y se
convierta, comerá del fruto de sus propias obras hasta que se aborrezca a sí
misma. Si resiste el mal y busca el bien; si busca a Dios con toda humildad…
será sanada. Aparecerá en la sencillez y pureza que provienen de Dios, exenta
de todo compromiso terrenal, demostrando que la verdad la ha hecho realmente
libre. Entonces sus miembros serán verdaderamente
elegidos de Dios para ser sus representantes.
Ha llegado la hora de hacer una reforma completa. Cuando principie, el espíritu de oración animará a cada
creyente, y el espíritu de discordia y de revolución será desterrado de la Iglesia…
Todos estarán en armonía con el pensamiento del Espíritu (8 Testimonios, 258-262; original
sin cursivas).
Disidentes
fanatizados citan fragmentos de este pasaje en la pretensión de demostrar que el
Señor ha rechazado a la Iglesia; pero, muy al contrario: en su debido contexto,
Ellen White está aquí prediciendo una experiencia de arrepentimiento
denominacional.
“Toda la Iglesia”
Algunas
declaraciones inspiradas parecen afirmar que nunca se va a arrepentir “toda la Iglesia” ni va a cooperar con Cristo en su
totalidad. Son citas favoritas de mentes separatistas. Pero otras declaraciones
afirman lo contrario. ¿Acaso se contradice Ellen White?
El
contexto resuelve la aparente contradicción: Antes que tenga lugar el “zarandeo”, no se va a reavivar “toda la Iglesia”; después del zarandeo, “toda la Iglesia” va a cerrar filas. Observemos
ambos tipos de declaraciones:
¿Esperamos ver que se reavive toda la Iglesia? Ese
tiempo nunca llegará.
Hay personas en la Iglesia que no están convertidas y que no se unirán a la
oración ferviente y eficaz. Debemos hacer la obra individualmente (1 Mensajes selectos, 142; escrito
en 1887).
Tras
haberse escrito lo anterior, el mensaje de 1888 trajo una visión y esperanza
renovadas. Ahora Ellen White se expresó en términos más positivos. El nuevo mensaje
dio un nuevo ánimo:
Cuando sea derramada la lluvia tardía, la Iglesia será revestida de poder para efectuar su
obra; pero la Iglesia como un todo nunca lo recibirá hasta que sus miembros hayan desechado toda envidia, toda mala
sospecha y toda maledicencia (Review and Herald, 6
octubre 1896; original sin cursivas).
Cuando la Iglesia se despierte… los miembros tendrán
afán por las almas de los que no conocen a Dios… Dios obrará mediante una Iglesia consagrada y abnegada, y revelará
su Espíritu en una forma visible y gloriosa… Cuando el pueblo de Dios reciba
este Espíritu, irradiará poder (1 Mensajes selectos, 136-137; escrito
en 1898; original sin cursivas).
Cuando la Iglesia haya dejado de merecer el reproche
de indolencia y pereza, el Espíritu de Dios se manifestará misericordiosamente…
La tierra será alumbrada con la gloria
del Señor.
Los ángeles del cielo han esperado por mucho tiempo la colaboración de los
agentes humanos –de los miembros de la Iglesia- en la gran obra que debe
hacerse (9
Testimonios, 37-38; original
sin cursivas).
En visiones de la noche pasó delante de mí un gran
movimiento de reforma en el seno del pueblo de Dios… se manifestaba un espíritu
de sincera conversión… El mundo parecía iluminado por la influencia divina… Sin
embargo, algunos rehusaban convertirse… Esas
personas avarientas se separaron de la compañía de los creyentes (9 Testimonios, 102-103; original
sin cursivas).
El Espíritu Santo debe animar e impregnar toda la Iglesia, purificando los
corazones y uniéndolos unos a otros…
El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo en su pueblo (9 Testimonios, 18; original
sin cursivas).
Refiriéndose
al tiempo del arrepentimiento y reforma, cuando sea recibida la lluvia tardía,
la sierva del Señor predijo:
El temor de Dios, el sentido de su bondad y su
santidad, circulará por cada institución. Una atmósfera de amor y paz permeará
cada departamento. Toda palabra que se diga, toda labor que se realice, tendrá
una influencia que corresponda a la influencia del Cielo… Entonces la obra
avanzará con solidez y fortaleza duplicadas… La tierra será iluminada con la
gloria de Dios, y nuestra tarea será dar testimonio de la pronta venida en
poder y gloria de nuestro Señor y Salvador (El ministerio médico,
242; escrito en 1902).
A
fin de alcanzar esa meta, será necesario que comprendamos nuestra propia historia.
No tenemos nada que temer por el futuro, excepto que
olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido (Testimonios para los ministros, 31).
Los
corazones sinceros lo verán y se alegrarán:
Hemos de mantenernos cerca de nuestro gran Caudillo,
o seremos confundidos y perderemos de vista la Providencia que preside sobre la
Iglesia, sobre el mundo y sobre cada individuo. Dios obrará en forma
profundamente misteriosa. Podemos perder los rastros de Dios y seguir nuestro
propio aturdimiento diciendo: ‘Tus juicios no son conocidos’; pero si el
corazón es leal a Dios, todas las cosas serán aclaradas.
Hay un día que pronto ha de amanecer sobre nosotros, cuando los misterios de
Dios serán comprendidos y todos sus caminos vindicados (Testimonios para los ministros, 432-433).
La herejía panteísta
El
mensaje de 1888 había de resultar en un corazón contrito y enternecido, capaz
de apreciar la cruz de Cristo. La justicia dependía de una fe como esa. Pero la
arrogancia del orgulloso corazón humano se resistía en muchos a la humildad
requerida. Obsérvese que ese orgullo autosuficiente fue el terreno donde pudo
enraizar el engaño que siguió. De no haber existido ese orgullo contrario a la
fe, hasta las más sutiles tentaciones de Satanás habrían resultado impotentes. No
hay razón por la que hubiera de hacer incursión el engaño “alfa”, excepto por el orgullo que siguió a 1888:
Vivimos en medio de los peligros de estos últimos
días, cuando se oirán voces que dirán en todas partes: “He aquí el Cristo”, “He
aquí la verdad”, mientras la preocupación de muchos consiste en desarraigar el
fundamento de nuestra fe que nos ha hecho salir de las iglesias y del mundo
para constituir un pueblo peculiar…
La verdad para este tiempo es preciosa, pero aquellos cuyos corazones no han
sido quebrantados al caer sobre la Roca que es Cristo Jesús, no verán ni
comprenderán qué es la verdad. Aceptarán aquello que place a sus ideas y
comenzarán a preparar otro fundamento diferente del que ya ha sido
puesto. Halagarán su propia vanidad y estima pensando que son capaces de
quitar las columnas de nuestra fe para reemplazarlas por pilares inventados por
ellos
(Elmshaven Leaflets, The Church, nº 4; Ms. 28, 1890; 2 Mensajes
selectos, 446-448; original sin cursivas).
En
Minneapolis, la oposición quería “permanecer en los
antiguos hitos”. Nada habría podido agradar más al enemigo que ver a
nuestro pueblo abandonando aquellos hitos.
Pero
ante el fracaso de la artillería pesada, el enemigo tiene un ejército de termitas
preparado para la acción. Las ideas erróneas acariciadas por largo tiempo,
originadas en el padre de la apostasía, pueden minar sutilmente nuestra
comprensión de la verdad. Esas termitas no quebrarán visiblemente los pilares de
la verdad, pero pueden carcomer nuestra fe desde el interior, dejándonos sólo
con una apariencia exterior del mensaje de los tres ángeles. No estaba fuera del
alcance de la inteligencia satánica el intentar un ataque como ese después de 1888,
y la incursión del panteísmo así lo demuestra:
Los autosuficientes… profesarán estar obrando por
Dios, pero en realidad estarán rindiendo servicio al príncipe de las tinieblas.
No habiendo ungido los ojos con colirio celestial, su comprensión resultará
enceguecida, e ignorarán las maquinaciones por demás engañosas del enemigo. Su
visión resultará pervertida debido a su dependencia de la sabiduría humana, que
para Dios es necedad (Danger of Adopting Worldly
Policy, 4; 1890; The Ellen G. White 1888 Materials, 952).
Estaban
ocurriendo cosas subrepticiamente, pudiéndose decir del prejuicio contra 1888
que
nunca se desarraigaron sus raíces, y todavía
producen su fruto impío para emponzoñar el juicio, pervertir las percepciones y
cegar el entendimiento... Cuando, mediante una confesión cabal destruyáis la
raíz de amargura, veréis luz en la luz de Dios (Testimonios para los ministros, 467).
Para
la mayoría de los hermanos, esa “confesión cabal”
no llegó nunca. Cortar la parte superior y dejar las raíces intactas era exactamente
lo que satisfaría al enemigo:
La política mundana está tomando el lugar de la
piedad y sabiduría verdaderas que proceden de lo alto, y Dios va a retirar su
mano benefactora de la Asociación. ¿Le será retirada a este pueblo el arca del
pacto? ¿Se van a introducir ídolos de contrabando? ¿Se incorporarán al
santuario falsos principios y preceptos? ¿Se va a dar crédito al anticristo?
¿Se van a ignorar las verdaderas doctrinas y principios que Dios nos dio, y que
han hecho de nosotros lo que somos?... A eso es a lo que el enemigo nos está
directamente llevando por medio de hombres cegados y carentes de consagración (Ms. 29, 1890; 21 Manuscript Releases,
448).
En
1894 se nos advirtió con intensidad creciente, exponiendo de nuevo la sutil
astucia satánica:
Los ángeles de Satanás… originan aquello que algunos
pretenderán que es luz adicional, que proclamarán como cosa nueva y
maravillosa; aunque en algunos aspectos el mensaje sea verdadero, estará
mezclado con invenciones humanas y enseñará como doctrinas mandamientos de
hombres… Puede haber cosas que puedan ser consideradas como ciertas y que
aparenten ser buenas, pero necesitan ser cuidadosamente consideradas con mucha
oración, pues son engañosas maquinaciones del enemigo para conducir a las almas
por una senda que corre tan cerca de la senda de la verdad que apenas podrá ser
distinguida de la que conduce a la santidad y al cielo. Pero el ojo de la fe
puede discernir que lleva una dirección divergente del camino recto, aun cuando
sea en forma casi imperceptible. Al principio puede pensarse que es
positivamente recta, pero después de un tiempo se ve que se aparta mucho de la
senda segura que conduce a la santidad y al cielo (Testimonios para los ministros, 229;
1894).
Esta
advertencia fue más incisiva si cabe:
Se va a manifestar entre nosotros el fanatismo.
Vendrán engaños, y de un carácter tal que engañarán si fuese posible a los
mismos escogidos. Si tales manifestaciones incluyeran inconsistencias
flagrantes y declaraciones falsas, no serían necesarias las palabras [de
advertencia] pronunciadas por el Gran Maestro…
La razón por la que levanto la señal de peligro es porque mediante la
iluminación del Espíritu Santo de Dios puedo ver aquello que mis hermanos no
disciernen (Carta 68, 1894; 2 Mensajes
selectos, 17 y 108).
El camino de la presunción discurre muy próximo al
de la fe… si no se hace una obra cabal, ferviente, sensata y sólida como una roca
en la presentación de toda idea y principio… el resultado será la ruina de las
almas
(Carta 6a, 1894; 2 Mensajes
selectos, 18-19 y 104).
Ese
mismo año Ellen White escribió sobre la posibilidad de que nuestras escuelas resultaran
atrapadas en las redes de las seducciones satánicas. Pero nuevamente se expresó
en términos esperanzadores:
Nuestras instituciones de enseñanza pueden tomar una
deriva en conformidad con el mundo. Pueden seguir los pasos del mundo; pero son
prisioneras de esperanza, y Dios las corregirá e iluminará y las restaurará a
su posición correcta de distinción del mundo (Review and Herald, 9 enero 1894; Fundamentals of Christian Education, 290).
La
tesis peculiar de la Ciencia Cristiana, popularizada ya en 1895 en Nueva
Inglaterra, pudo haber arrastrado a algunos de nuestros educadores, sembrando
así la simiente de nuestra particular herejía panteísta que apareció a principios
de siglo XIX. Desde luego, el panteísmo es totalmente ajeno al mensaje de los
tres ángeles, así como al comienzo del mensaje del cuarto ángel. Es un elemento
extraño que tuvo que ser importado:
Algunos tienen en mayor estima la asociación con los
hombres de saber, que la comunión con el Dios del cielo. Se da más valor a las
aseveraciones de los sabios, que a la sabiduría superior revelada en la Palabra
de Dios…
Los hombres que el mundo presenta como admirables ejemplos de grandeza… revisten
al hombre con honor y apelan a la perfección de su naturaleza. Pintan un cuadro
idílico, pero todo es una ilusión… Quienes presentan una doctrina contraria a
la Biblia están dirigidos por el gran apóstata… Con un dirigente como ese –un
ángel expulsado del cielo-, los supuestamente grandes hombres de la tierra son
capaces de elaborar teorías seductoras que fascinan las mentes de los hombres (Youth Instructor, 7 febrero 1895; Fundamentals of Christian Education 331-332).
Una década oscura en nuestra historia
En
la víspera de la crisis del panteísmo, Ellen White percibió que se cernían ante
nosotros acontecimientos portentosos:
Se recibe amistosamente a las personas que están introduciendo
teorías falsas y conceptos falsos, que confunden la mente del pueblo de Dios, que
atenúan sus sensibilidades con respecto a lo que son los principios rectos… La
luz impartida y las exhortaciones al arrepentimiento han sido extinguidas por
las nubes de la incredulidad y la oposición, introducidas por los planes y las
invenciones humanas (B-19 1/2, 1897; 2 Mensajes
selectos, 172).
Refiriéndose
a la asamblea de la Asociación General de 1899, la Sra. S.M.I. Henry percibió también
cierto peligro:
De igual forma en que lo más dulce, cuando se agria,
se convierte en lo más repulsivo, volverse contra la mayor luz y verdad significa
caer en la mayor oscuridad y maldad (General Conference Daily Bulletin,
1899, 174).
Aquella misma asamblea de 1899 conoció de primera mano